x
post 1488x702

Crónica 4,

Libia I - Terra incógnita

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Libia

Ulises casi queda atrapado para siempre en la isla de los lotófagos. Tardó mucho en recuperar el sentido de su misión, en volver a pensar en su amada Penélope y en su reino en Ítaca. El tiempo seguía pasando mientras él intentaba sustraer a su tripulación de la peor de las tentaciones: los efectos que produce la felicidad permanente. La felicidad, ... palabra mágica, un estado que todo el mundo ansía alcanzar. Ésa y no otra era la esencia de la isla de los comedores de Loto, una flor cuyos efectos embriagaban en una profunda y absoluta sensación de bienestar, atrapándoles, haciéndoles olvidar los objetivos y el destino. Todo indica que la isla de Djerba era ese lugar mágico relatado en la Odisea. Nosotros buscamos esa flor encantada, no para olvidar, sí para descansar. No la encontrábamos ... ¿existe esa flor?, nos preguntábamos. Todo parecía indicar que no pero ... ¿entonces porqué llevábamos tantos días aquí, sin ganas de partir? ¡Por fin lo comprendimos! La propia Isla de Djerba era la mitológica flor de Loto, era ella la que destilaba esas embriagadoras sensaciones que te provocaban el olvido y te retenían sin remisión.

Es increíble que un lugar tan tremendamente turístico pueda provocar esa sensación. La isla no es un paraíso, posee muy buenas playas pero su belleza paisajística es modesta. ¿Qué emana? Es su mundo paralelo, el que se mueve fuera de los complejos vacacionales, la esencia sigue viva en los pequeños pueblos (cuando logramos escapar de los vendedores de recuerdos) y en Houmt Souk, la capital de la histórica ínsula. En nuestro caravanserai, en un rincón encantador en su antigua medina, vamos haciendo nuevos amigos, que como peregrinos de la antigüedad, buscan cobijo, paz y descanso. Tunecinos y extranjeros hacen un alto en su camino en este albergue. Así conocimos a Adel, un encantador cantautor tunecino; Nicolas, un joven francés de origen griego que llegó por casualidad a la isla; Graciela y sus padres Leda y Osvaldo, una simpática familia argentina que nos ofreció la original oportunidad de probar (por primera vez para nosotros) el tradicional mate... la conversación, las risas, el intercambio de historias, beber el agua pura de lluvia que extraíamos de su pozo, la sombra refrescante de sus vetustas paredes, los paseos por su vieja medina, la compra diaria en el zoco, la subasta del pescado en la lonja... sinceramente te olvidas de todo...

...Pero por fin hemos roto el hechizo, hemos de continuar nuestro errante camino y sin mirar atrás, por miedo a quedar de nuevo hechizados, hemos dicho adiós a la isla encantada y cruzando la vieja calzada romana, el cordón umbilical que la une al continente, ponemos rumbo a Libia.

LA GRAN DESCONOCIDA

Nuestra tercera entrada en Libia nos permite, por experiencias anteriores, agilizar los trámites habituales antes de entrar en este desconocido país, del cual llegan a Europa noticias caducas de otros tiempos. En la ciudad de Ben Guerdane, a tan sólo 33 km. de la frontera, comienza el desfile de cambistas del mercado negro ofreciendo sus servicios. Con abultados fajos de billetes ondeando al aire van apareciendo cada vez con más frecuencia hasta casi la misma frontera, ofreciendo un cambio 4 veces superior al oficial.

Por fin alcanzamos la frontera. En el momento de cruzar éramos los únicos extranjeros, así que los tramites fueron rápidos. Mientras Vicente tramitaba el papeleo del coche, yo departía con dos aduaneros que me preguntaban insistentemente si transportábamos alcohol -que no teníamos, pues su consumo está drásticamente prohibido y penado-. Tras las preguntas de rutina, con un excelente y amable trato y sin tan siquiera hacernos abrir el coche, ... entramos en Libia, esa gran desconocida.

Las primeras imágenes al entrar siempre acongojan, los pueblos y ciudades tienen una estética que da pavor y la conservación del medio ambiente no es su fuerte. Pero sabemos que alberga tesoros únicos en su género y enseguida el viajero se da cuenta del carácter hospitalario y encantador de pueblo libio, cada saludo de "Salam alekum" (la paz sea contigo) va seguido de una franca sonrisa y un apretón de manos si te paras a charlar un instante. Un instante, porque lamentablemente es muy difícil encontrar población que hable otro idioma que no sea el árabe.

LA NOVIA BLANCA DEL MEDITERRÁNEO

Para los árabes es Tarabulus, nosotros la conocemos como Trípoli, en la antigüedad fue la "novia blanca del Mediterráneo". Esta capital norteafricana reúne los ingredientes justos que hay que saber buscar para realmente poder apreciarla. Si nos alejamos del intenso tráfico, que circula a velocidades de vértigo con bruscos frenazos o violentos acelerones, y sorteamos con habilidad los coches de la Green Square entraremos al zoco de al-Mushir. El bullicio del mercado resulta más sugestivo que el de la circulación. En los estrechos callejones y galerías vamos descubriendo a los joyeros (principalmente de oro), los sastres, las tejedoras de alfombras (ya muy pocas) y a los artesanos del cobre trabajando con cinceles o a mazazo limpio ... también están los cafetines donde se fuma "chicha" - la popular pipa árabe de agua y tabaco-, antiguas "funduk" -pensiones- turcas con sus patios arqueados (y en lamentable estado) y los hamman -baños- donde hombres y mujeres alternan los días de apertura para no coincidir. Hoy les toca a los hombres. Seguimos avanzando y llegamos a la Torre del Reloj (reliquia otomana del siglo pasado), el arco de Marco Aurelio y cruzamos la puerta de Bab Draghut junto a la mezquita del mismo nombre, llamada así por un famoso corsario que campeó a sus anchas por esta costa. Al otro lado de la puerta ... el mar, que con sus insinuantes olas parece invitarnos a seguir recorriendo su costa y sus tesoros.

ROMA EN ÁFRICA

Los carteles que señalizan las ciudades y sus distancias tan sólo aparecen en árabe. Los números los hemos aprendido, pero es evidente que el idioma no. Así que en función de la distancia imaginamos el nombre de la ciudad.

El Imperio Romano se extendió poderosamente al oeste y este de Roma pero su vital presencia en el África Mediterránea dejó especialmente huellas tan admirables e importantes como Sabrata y Leptis Magna, al oeste y este de la capital magrebí. En la provincia de Tripolitania, estas dos bellas ciudades romanas-africanas brillan con luz propia.

El teatro de Sabrata, con sus 108 columnas de mármol donde no hay ninguna igual a la otra y los bajorrelieves de la escena, son excepcionales. Pero la ciudad romana posee otras relevantes reliquias entre templos, basílicas, foro, mercado y baños que se extienden imperturbables a orillas del mar. Ese mar que probablemente encierre celosamente bajo sus aguas más de un tesoro arqueológico que si pudiéramos escudriñar nos revelarían sorpresas inestimables.

Pero la estrella indiscutible que atestigua la presencia romana en África es la ciudad de Leptis Magna. Su benefactor, el emperador Septimus Severo, la embelleció y le dotó de la importancia que para él merecía su ciudad natal. Pasear por las ruinas tan extraordinariamente bien restauradas y conservadas, donde tus pasos son los únicos compañeros de camino, es un privilegio único. Tus pisadas retumbando en la piedra, las olas de un mar, que a tan solo unos pocos metros golpea la orilla de la playa, y la impresionante visión hacia ese intenso mar Mediterráneo desde el magnífico teatro, son instantes de auténtico disfrute y admiración hacia este preciado legado histórico aún en pie.

Pero las imágenes de las cristalinas y refrescantes aguas mediterráneas se van a disipar como si se tratasen de un escurridizo espejismo a medida que nos dirigimos al sur por un paisaje mucho más árido y un ambiente intensamente más caluroso. No debemos olvidar que las tres cuartas partes de Libia son desierto puro y duro.

Las montañas de Nafusa, hacia el sur de la capital, es la vía intermedia que nos adentra kilómetro a kilómetro en el Sahara. En la capital del jebel Nafusa, Nalut, a unos 250 km. de Trípoli y muy cerca de la frontera con Túnez, nos situamos en el principal núcleo del pueblo bereber, los autóctonos habitantes del territorio libio donde aun se conservan vivas las tradiciones y lengua bereber.

Su granero fortificado en lo alto de la colina, sigue dominando la planicie que a sus pies se extiende ampliamente. El pueblo bereber no se amedrentó con las sucesivas conquistas que su legitima tierra vivió y durante mucho tiempo trajo en jaque a fenicios, cartagineses, griegos, romanos, árabes o italianos.

La casualidad quiso que fuese el día del mercado semanal de Nalut, y de nuevo el carácter afable libio se deja traslucir y nos paseamos y curioseamos a nuestras anchas. Seguimos el fluir de compradores entre los estrechos pasillos que quedan entre los puestos al aire libre de frutas, verduras, ropa, cacharros de cocina y todo tipo de mercancías. Hay un gentío inmenso, es evidente que han venido compradores de toda la zona. Lo que también es evidente es que las mujeres apenas se dejan ver por la ciudad, y mucho menos por el mercado donde la compra es realizada exclusivamente por el género masculino. Hay una excepción, las vendedoras de especias que son mujeres bereberes, el resto sólo hombres y más hombres.

DESOLACIÓN Y SOLEDAD

El entorno que nos rodea a medida que avanzamos hacia el sur es cada vez más yermo y el calor supera los 45ºC. Ni una mísera sombra, matas de rastrojos y el contorno silueteado de algunos dromedarios sobre la tierra seca, son los únicos suspiros de vida que divisamos en esta vasta aridez, donde las montañas de Nafusa han quedado atrás.

Son las tres de la tarde, queremos parar a descansar un rato pero necesitamos una sombra, detenerse al sol nos iba a dejar en peor estado del que estábamos. Doy conversación a Vicente para ayudarle a superar el sopor que produce conducir en estas condiciones. La claridad es cegadora y los cristales de su lado están ardiendo.

Por fin divisamos una sombra, es la carcasa calcinada de un camión volcado que se retuerce bajo el sol. Decidimos parar para beber un poco y reposar de las largas horas de conducción. La desolación es atronadora, y el silencio tan sólo es roto por molestos insectos (que no entiendo como sobreviven en estas tierras). Vicente se tumba a la sombra de la plataforma del camión y se queda dormido al instante. La extraña escena de descanso entre la chatarra abandonada me resulta curiosa y decido grabarla. Al poco de iniciar la grabación descubro otro esquivo ser vivo agazapado en la parte delantera del camión. ¡Un escorpión!. Su color verde destaca sobre la tierra seca y rala. El ruido le sacó de su letargo e inició una rápida carrera encumbrando como un estandarte su incisivo y envenenado aguijón. Se dirigía velozmente a la posición donde Vicente reposaba a la sombra. Voz de alarma.

-¡Vicente, despierta, aquí hay escorpiones!

-¿Qué pasa? ¿Por qué gritas?. - Respondió mientras se incorporaba y trataba de salir de su aturdimiento.

-Hay escorpiones, sal de ahí ahora mismo. - Por el brinco que dio, ahora sí que estaba segura que me había entendido y que ya estaba despejado porque al instante recogió la esterilla y la sacudió fuertemente.

- Ahí no hay nada, está aquí. Le estoy siguiendo con el vídeo. - Vicente se unió a mí y pudo comprobar que no era broma. Llegó justo a tiempo para verle esconderse bajo la cabina del camión.

- Bueno, a mí ya se me ha ido el sopor. Si tu quieres echar una cabezadita puedes aprovechar esta sombra tan estupenda. A mí no me importa esperar ... en el coche. - Añadió con una sonrisa sarcástica mientras me ayudaba a recoger el equipo de vídeo. Le devolví la "sonrisa" y nos alejamos sin mirar atrás el malogrado lugar.

Nos acercamos al oasis de Ghadames. Seguimos rumbo suroeste por el mismo suelo duro y compacto, por la misma atmósfera ardiente y densa. El retrovisor nos refleja el polvoriento camino que vamos dejando tras nosotros por el efecto que producen nuestros neumáticos sobre el reseco terreno. No podemos escapar del abrasivo sol pero, ¡afortunadamente!, sí que escapamos de quedar atrapados en las lagunas de arena que van apareciendo. Tampoco pinchamos a pesar de las puntiagudas piedras, lo cual supone otro alivio ante dos de los enemigos de los dominios del desierto.

Vicente me saca de mi letargo y señala con la mano hacia delante.

- Mira, salvo que el calor y la sed nos jueguen una mala pasada con un espejismo ... creo que tenemos delante la corona de arbustos que señala la presencia del lago que andábamos buscando.

En efecto, alcanzamos la orilla del oasis Mzezem. Sus azuladas aguas salinas permiten un refrescante baño, por ello la población de Ghadames suele acudir para escapar del sofocante sopor que padecen durante los meses de más calor, pero durante el árido camino de vuelta probablemente pierdan el alivio conseguido. En la orilla se mueven unos peces diminutos, ¡hay vida! Adoro el desierto... pero es verano, lo odio.

LA PERLA DEL DESIERTO

Ghadames, dos de la tarde, 48º a la sombra, y esta vez, por fortuna si hay sombra. ¡Y estamos en junio! ¿Qué temperaturas tendrán en julio y agosto? Preferimos no pensar en ello. No hay un alma en las calles, ni en los restaurantes, ni cafetines... parece la escena de "El día después". La ciudad no está dormida, cuando una ciudad se duerme siempre queda una brizna de vida, ya sea en forma de minúscula brisa, un gato que pasea, un pájaro en una rama, una cara en una ventana, ... pero aquí no se mueve nada, es una ciudad muerta, sin aliento. Cuesta respirar, el aire es denso, seco, parece que el tiempo se ha detenido en ese segundo. Y es que a medida que bajas al sur la vida se ralentiza, da la impresión que todo se desarrolla a cámara lenta. Entre las 2 y las 5 de la tarde es cuando la ciudad se paraliza. Cualquier movimiento supone sudar y sudar, cualquier actividad requiere diez veces más de esfuerzo... pero hay un lugar donde la sombra realmente proporciona frescor y alivio. Y hacia allí nos dirigimos.

Dejamos atrás la fea Ghadames moderna y pasamos el arco de la entrada a un nivel inferior a la línea de carretera. La vieja medina de Ghadames "La perla del desierto", es Patrimonio de la Humanidad. Encrucijada de caravanas que comerciaban con lucrativos productos como animales salvajes, oro, marfil y ¡esclavos!, son muchos los que por sus angostos pasillos deambularon: africanos, árabes, bereberes y tuaregs, que han dejado sus huellas en esta ecléctica ciudad del desierto.

Los romanos y bizantinos también conquistaron esta estratégica plaza y el primer europeo que traspasó sus puertas fue Alexander Gordon Laing en 1824 en su camino a Tumbuctu. Lo que más sorprendió al osado explorador fue la concordia y hospitalidad entre la que vivía su gente. Actitud que podemos constatar conservan a través de los siglos. Realmente acogedores, los ghadameses nos han tratado como reza su leyenda, especialmente dos risueños lugareños que regentan el cafetín-restaurante Sadhun. Su local se encuentra muy cerca de la entrada a la medina. Mohamed y Salah nos cuidaron como auténticos amigos los días que estuvimos con ellos, frecuentando su sencillo pero acogedor establecimiento. Música local mientras comíamos, un postre de sandia fresca regalo de la casa, un vaso de agua fría si nos veían sofocados mientras escribíamos el diario de viaje bajo su ventilador de techo ... sus sinceros gestos de amabilidad eran constantes.

Nos perdemos por los callejones estrechos y oscuros de la medina, donde las puertas de troncos de palma sellan las tradicionales viviendas del pasado. Por fin un soplo de aire fresco. Los habitantes del desierto tuvieron que ingeniar mecanismos de construcción que creasen sombras y corrientes de aire que les permitiesen sobrellevar su estancia en estas rudas latitudes. Levantaron la ciudad con adobe, encalándolas e imprimiéndole dibujos geométricos de vivos colores rojo y verde que salpican esporádicamente algunas paredes.

En la puerta de una de las mezquitas de la vieja medina esperan algunos ancianos para entrar a la oración: "salam alekum", les saludamos, "alekum salam", responden al unísono mientras nos alejamos por el laberinto de oscuras callejuelas.

En una encrucijada encontramos un caño por donde brota agua del oasis, estamos asfixiados ... ¿será potable? Un hombre llega y realiza sus abluciones y acto seguido bebe. Es potable, no hay duda. Nos refrescamos y bebemos cuando se marcha a rezar.

Desde Ghadames nos encontramos a 8 km. de la frontera con Argelia hacia el oeste y a 22km de la frontera con Túnez, hacia el norte. Pero nuestra próxima etapa se adentra aún más al sur, nuestro objetivo alcanzar la ciudad tuareg de Ghat, tras recorrer cientos y cientos kilómetros de desierto. Si el verano aquí es como el infierno ... ¿Qué será aquello? ¡Y tenemos que cruzar frentes de dunas!

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

about

Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.