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Crónica 30,

Pakistán IV - Arenas de guerreros, ríos de santos

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Pakistán

El significado internacional de la mano en alto que nos hace el militar no se presta a confusiones. Nos detenemos suavemente sobre la arena cuando llegamos a su altura.

Estamos al lado del fuerte de Mogegarh pero el camino nos lo corta una patrulla ranger que nos acaba de dar el alto. Un suboficial se adelanta. El ranger mira ese vehículo extranjero tan inusitado y se dirige al asiento donde se supone que tiene que estar el conductor -en Pakistán se conduce por la izquierda- y se encuentra con la mirada de un pakistaní, Mahmud, y ... que no hay volante en ese lado. Abre de par en par los ojos en señal de extrañeza. Mahmud se ríe, le encantan estas situaciones de desconcierto. Baja el cristal y habla al suboficial con la naturalidad que le caracteriza. Le explica que es una expedición española que explora los castillos del Cholistán. Le pedirá los permisos, como siempre, y le dirá, como siempre, que no nos hacen falta porque estamos autorizados por el comandante del sector y que con llamar por radio a Fort Abbas se puede comprobar.

De repente, el semblante de Mahmud se ilumina de júbilo al ver a dos nuevos rangers que se dirigían hacia nosotros. Casi deja al suboficial con la palabra en la boca. Saluda muy respetuoso, pero con mucho cariño, a uno de esos hombres y da un fuerte abrazo al segundo. Son antiguos compañeros suyos de cuando el mismo era ranger en esta frontera. El primero fue su oficial durante uno de sus destinos y ahora es el militar al mando de este puesto. El otro, es un amigo de la infancia y compañero de armas durante su estancia en el ejército. La alegría del sorpresivo reencuentro es mutua, la euforia es total, hace muchos años que no se ven y tienen muchas cosas que contarse. Nos indica que podemos seguir sin problema hasta la fortaleza y que trabajemos a nuestras anchas. El se iba a quedar con sus camaradas. Dicho y hecho.

Las espectaculares dimensiones del exterior de Mogegarh, con las altas torres aún en pie, no hace sospechar que en su interior ya nada queda del lujo y grandeza que alojaron en el pasado. Junto a él, un pueblo de adobe sobrevive gracias al pozo que les abastece de agua. Las mujeres no cesan de extraer el agua que transportan en grandes y pesados cántaros sobre sus cabezas, mientras se tapan azoradas la cara con los amplios pañuelos de vivos colores que cubren sus cabezas. Los hombres, por su parte, reúnen a los rebaños al tiempo que nos muestran un juego que practican con sus dromedarios. Formando dos equipos se lanzan gritando y gesticulando contra los animales; éstos, corriendo en desbandadas tratan de huir y el ganador será aquel que primero logre sujetar uno y calmarlo. Una especie de rodeo pero con el genuino sabor pakistaní.

A las afueras del pueblo divisamos una construcción monolítica, se trata de un antiquísimo mausoleo, para explorarlo de cerca nos acercamos surcando olas de arena. Cuando entramos en su interior, las tumbas que allí encontramos están recubiertas del polvo del desierto. Pasamos un trapo sobre una de ellas y los azulejos que las recubren renacen en esplendor, agradecidos por haberles liberado del manto del olvido.

El sol se está poniendo e inunda de un tono rojizo todo su entorno. Pero casi sin darnos cuenta la noche se ha abalanzado sobre el desierto como un fulminante telón que pone punto final al día. Retomamos el camino para recoger a Mahmud, que se quedó charlando con sus antiguos compañeros rangers. Pero parece que el fuerte de Mogegarh nos ha lanzado una maldición y no quiere dejarnos partir. Intentando sobrepasar el frente de dunas sin apenas luz acabamos empanzados sin remisión en la arena. Palas y planchas de arena son el recurso más eficaz si queremos salir sin demora de la traicionera trampa. Tras una hora, logramos recuperar de nuevo la movilidad.

Cuando nos reunimos con Mahmud, le encontramos intranquilo por nuestra tardanza y porque durante esa hora de retraso se consumieron los últimos rayos de sol. Sus antiguos compañeros nos aconsejan quedarnos a dormir con ellos. Se ha hecho de noche y nos hallamos demasiado cerca de la "línea de vigilancia" de la frontera. Por la noche las patrullas están más susceptibles y podríamos darnos más de un susto y... buscarnos problemas en balde. Y más aún, cuando Mahmud y nosotros ya habíamos vivido -en este mismo lugar- esa situación hace siete años. Ese día tan lejano, partimos de Mogegarh justo antes de la puesta del sol pero ...

MEMORIAS DE ... ASIA

"15 de diciembre de 1.992. Diario de viaje de la Ruta de Alejandro Magno.

Prácticamente de noche, nos disponemos a regresar desde Mogegarh al puesto de Masura pero nuestros hábiles rastreadores se topan con la penumbra y terminamos la jornada perdidos en el oscuro desierto. Le vencimos durante las horas solares pero, dispuesto a no rendirse, éste nos devuelve el desafío para demostrarnos quién es el amo de este enredado mar de arenas.

La cercanía de la frontera india inquieta a nuestros dos guías, porque encontrarse con una patrulla hindú podría tener imprevisibles y trágicas consecuencias. Con rumbo siempre oeste, para evitar este percance, divisamos un resplandor y nos disponemos a alcanzarlo. Por fin, después de media hora, llegamos a él, se trata de un pequeño campamento de pakistaníes que queman rastrojos del desierto, y que según nos explican, les sirve de materia prima para elaborar jabón.

Al conocer nuestra situación, uno de ellos se encarama al exterior del Montero e intenta guiarnos para sacarnos fuera de allí, pero el intento resulta infructuoso y seguimos perdidos. Aparecemos en un minúsculo pueblo donde otro punjabí se encarama al estribo con la sana intención de acercarnos a algún puesto militar.

Todos son expertos del desierto, pero la oscuridad de la noche vence al más hábil de los guías y no hay forma de orientarse. Nos detenemos y apagamos todas las luces para que nuestros ojos se aclimaten a la oscuridad. Buscamos algún resplandor que nos sirva de referencia. Mahmud se sube a la rueda de repuesto para otear mejor la lejanía. De nuevo, divisamos una ínfima luz en el horizonte que al alcanzarla se convierte en la hoguera de un campamento nómada. Nos ofertan pernoctar con ellos, pero Mahmud está preocupado porque si no aparecemos antes del amanecer en Fort Abbas se iniciará nuestra búsqueda al alba, ya que nos movemos en una zona muy inestable y notificamos que volveríamos hoy. Todavía contamos con mucho combustible, y la comida y el agua no representa ningún problema, por lo tanto, intentamos llegar a algún punto civilizado antes del amanecer. Los nómadas lo entienden y el que parece ser más experto se encarama también al estribo. Nuestro todoterreno se va pareciendo cada vez más a un autobús pakistaní, ya somos cuatro en los dos asientos de delante más tres colgados en el exterior, en total siete personas para un biplaza.

Pero el nuevo guía, imperturbable ante la sombra que nos envuelve y con tan sólo la claridad de la luna nos guía certeramente por el desierto hasta divisar un pequeño puesto de policía fronteriza. La emoción al reconocer la silueta nos relajó pero el destino nos quiso jugar una última mala pasada al entrar de lleno en lo que igual es el único barrizal de la zona. El todoterreno se queda clavado con barro hasta la mitad de las puertas y los tres guías colgados del exterior salen despedidos, cayendo de bruces en el barro. Al menos somos suficientes brazos para sacar el coche del indeseable terreno y llegar por fin hasta el puesto policial. Excepto Mahmud, los otros cuatro guías se quedan a pernoctar allí y al día siguiente la ronda de patrulla se encarga de dejarles a cada uno en su lugar de origen.

Siguiendo las indicaciones de los policías llegamos sin problemas al puesto de Masura y finalmente alcanzamos Fort Abbas."

EL FUERTE EMBRUJADO

Febrero del año 2.000. Ninguno de los tres habíamos olvidado esa rocambolesca ruta nocturna y fue la única vez que vimos a Mahmud realmente serio y preocupado. En aquella ocasión todo salió bien, pero es de sabios no ofrecer al destino la posibilidad de desquitarse así que nos replegamos y acabamos durmiendo junto al puesto de los rangers.

Pero Mogegarh siempre nos hace sudar: nos perdemos en sus dominios en el 92, nos ha atrapado en sus arenas en el 2.000 y ahora ... tenemos que mandar y recoger e-mails desde un acuartelamiento ranger. La situación podía haber sido extraída de una novela de misterio y espionaje. Esa noche teníamos que hacer una conexión satélite y no nos tenía que ver nadie. Mahmud sabía que llevábamos un ordenador para trabajar, hasta conocía ya lo que era el GPS y sus funciones, pero no le hablamos del teléfono satélite, no por desconfianza -nuestra confianza en él es total- sino para no crearle un problema de conciencia si alguien le preguntaba sobre si teníamos teléfono o no. Este tipo de comunicación sin fronteras tiene unas legislaciones muy extrañas y se presta a arbitrariedades.

Como siempre estaba pendiente de nosotros, para que no nos faltase de nada, era muy difícil hacer la transmisión. ¡Y teníamos que hacerla! Nuestro querido amigo José Enrique estaba intentando reunirse en breve con nosotros en Delhi y teníamos que mandarle los últimos detalles que necesitaba saber. Al mismo tiempo nos tenía que enviar información sobre el material que tenía que traernos.

Para hacerlo todo discreto aparcamos el Montero de tal modo que la puerta de la tienda techo tuviese orientación sur, donde se ubica el satélite que cubre esta zona del mundo, el IOR (Indian Oriental). Subimos todo el material a la tienda, dimos las buenas noches a todo el mundo y nos fuimos a "dormir". Acoplamos el ordenador al teléfono y lo preparamos todo para transmitir. Nos asomamos, el centinela está haciendo su ronda lejos de nosotros. Que se encuentre en la otra punta nos viene bien porque nunca sabemos lo que dura la transmisión, depende del volumen de entrada de e-mails. Hoy también tenemos que enviar material al Centro de Proceso de Datos de Ceuta, la conexión y nuestros mensajes de salida lo habíamos calculado en unos 25 minutos, pero hay que añadir el tiempo que ocupan los mensajes de entrada ... siempre es un misterio.

-"Ya está, el centinela ha desaparecido detrás del torreón", le aviso a Vicente. Era el pistoletazo de salida. Sacamos la pequeña antena parabólica por la puerta de la tienda, el enganche con el satélite es inmediato, la conexión ... un minuto y medio, enviar nuestros mensajes ... 22 minutos, pulso "Enviar y recibir", cruzamos los dedos. El ordenador nos indica que hay siete mensajes en proceso de entrada. Tenemos por lo menos para cuatro minutos más. Asomo de nuevo la cabeza por la tienda ... nadie a la vista. Todo va bien. Uno, dos, tres, ... , ¡siete! Todos los mensajes han entrado. ¡Podemos cortar ya! Pulsamos desconectar y metemos rápidamente la antena. En total ... veintiocho minutos de conexión.

Mensajes de Reyes, Michel y Marie Laure, José Enrique, ... Todo buenas noticias, ningún contratiempo. Nuestros apreciados e incombustibles amigos, ellos siguen siendo el alma de la RUTA DE LOS IMPERIOS en España, nos comunicaban que todos los encargos realizados se han efectuado y listos para ser entregados en la India. También pudimos respirar tranquilos cuando leemos que José Enrique por fin tiene confirmado su billete, ¡ha permanecido en lista de espera durante tres semanas! Hasta ahora mismo no sabíamos si podría venir o no, todos los vuelos a Delhi estaban llenos. Esta noche dormiríamos tranquilos.

Guardamos todo el equipo y Vicente baja discretamente de la tienda, disimula que tiene una "necesidad" e inspecciona que no haya nadie. El momento es serio y lo hace muy bien pero la situación me lo hace imaginar silbando, con gabardina y gorro ... ¡era el inspector Cluseau en acción! A este particular "Clusó" sólo le faltaba darse de bruces con el retén de guardia y preguntarles "¿Toilet, please?" ... cuando estábamos en mitad del desierto.

-No hay nadie. Dame el equipo -me dice- ¿Qué pasa? -prosigue al verme riendo. Una de esas risas que una no controla.

-Nada, nada, tonterías mías, creo que deliro -le contesto, mientras intento controlar la risa y le doy el material. Vicente mueve la cabeza como pensando "menudo momento para que le dé la risa".

En un visto no visto mete todo el equipo en su sitio. ¡Misión cumplida! Ahora ... a dormir.

El día renace de sus cenizas y tomamos rumbo hacia el último de los centinelas del desierto, el fuerte de Derawar. Lo que parece un camino fácil se torna en un salto de obstáculos cuando comienzan a aparecer los múltiples canales secos por donde transcurren las aguas cuando llueve en las lindes del desierto. Hay que ir buscando los accesos practicables para sortearlos. Algunos canales excavados en la tierra son artificiales, hechos por los agricultores que reconducen parte del agua de las canalizaciones principales hacia nuevas tierras de cultivo y ... la simpleza y fragilidad de esos canales de tierra provoca desbordamientos incontrolados que convierten sus alrededores en peligrosos barrizales donde quedar atrapados. ¡Inundaciones en el desierto! Lo que nos faltaba por ver. Pero con paciencia y cuidado ... alcanzamos el ansiado fuerte.

Su colosal exterior revela el excelente estado de conservación y son impresionantes sus numerosos e imponentes bastiones. El actual Nawab (señor feudal, príncipe o rajá) de la dinastía Abasi acude con frecuencia a su antigua posesión familiar. Frente al castillo, una espectacular mezquita de estilo mogol y pasado el palmeral: el cementerio Abasida. Los panteones familiares, recubiertos de bellísimos azulejos, siguen impecables después de más de 300 años, impertérritos, albergan los cuerpos de los antepasados del Nawab. Mientras, a los pies de la fortaleza, agonizan las ruinas del pueblo fantasma que hace mucho tiempo dejó de estar habitado. Los minaretes y bastiones de Derawar nos anuncian el punto y final de este inédito prodigio de castillos y fortalezas que tan significativo y valiosa posición ocuparon hace siglos y ahora lo hacen en la historia y la memoria.

MORADAS DE SANTIDAD EN "LOS CINCO RÍOS"

Recorrer de nuevo el desierto del Cholistán nos ha permitido rememorar con Mahmud nuestra anterior exploración, además de posicionar con el GPS sus emplazamientos y las rutas para acceder a toda esta cadena de castillos medievales, en aquella ocasión no llevábamos ningún tipo de navegación por satélite.

Ahora vamos a dar un giro a la faz de la ruta y vamos a reemplazar las vetustas fortalezas medievales de las arenas por mausoleos y santuarios musulmanes en la ruta de "los cinco ríos", significado de la palabra "Punjab", la provincia pakistaní por la que nos movemos para llegar a Lahore. Salir a la carretera nacional fue fácil, muy fácil, el Nawab había conseguido fondos para asfaltar el camino al fuerte, era una carretera estrecha pero en perfecto estado porque tiene muy poco tráfico. Fue una sorpresa para los tres porque nadie nos había hablado de esa carretera y no existía en el 92. En aquella ocasión resultó ser una epopeya porque muchos canales se habían roto y las aguas habían llegado muy lejos. Tuvimos que sortear gran cantidad de barrizales e ir improvisando la ruta.

Llegamos a la carretera nacional, sobrellevamos como podemos el carrusel emocional que produce la conducción por estas carreteras y alcanzamos la ciudad santa de Uch. Conquistada cuando comenzaba a extenderse el Imperio Musulmán por Mohammed ibn al-Qasim en el 711, vivió su máximo apogeo entre los siglos XIII y XIV. A partir de entonces se convirtió en un centro cultural y religioso con incontables medersas de teología y los venerados mausoleos que comenzaron a embellecer la ciudad.

Callejeamos por la población, sus angostas callejuelas parecen querer encajar el vehículo a medida que avanzamos lentamente por ellas. Algunos animales se nos cruzan, parecen de goma cuando pasan por el estrecho espacio que queda entre nuestro todoterreno y las paredes de las casas. Finalmente nos topamos con un muro que nos indica el cerco de la preciosa tumba de Bibi Jaiwindi, una princesa del s. XV reconocida por su gran humanidad. Los azulejos que recubren su voluminoso entorno nos saludan con su resplandor chispeante bajo los potentes rayos del sol, que hoy sigue brillando para nuestro deleite. Los brillos de toda su gama azulada intenta competir con el intenso cielo azul que hoy nos cubre. Los niños del pueblo juegan entre las pequeñas tumbas, que a los pies de Bibi Jaiwindi descansan eternamente. Sin embargo, el mausoleo no está indemne, se halla sesgado en dos, pero esa herida lo hace todavía más misterioso y atractivo. De frente parece intacto y cuando lo vemos de perfil es como si un cuchillo hubiese cortado en dos ese pastel de azulejos y ... un poder divino se hubiese llevado la mitad que falta para su propio goce.

Pero los mausoleos de Bibi Jaiwindi y la del santo Jalal-ud-din Surkh Bukhari, muy cerca de ella -en cuya mezquita se supone que Gengis Khan se convirtió al islamismo- sólo son una muestra de lo que nos vamos a encontrar en la capital del sur del Punjab, Multán, conocida como la ciudad de los mausoleos.

Al igual que Uch, en el s.XIII Multán alcanzó su gran esplendor. Por ella pasaron los grandes emperadores de grandes imperios como el de Maurya, Kushan, los Hunos, peregrinos budistas chinos, el imparable Alejandro Magno, el ambicioso Tamerlan, el hiperreligioso Mahmud Ghazni de Afganistán, el emperador mogol Aurangzeb, ...

A la tumba de mosaicos turquesas de Rukn-i-Alam (el pilar del mundo) entran sin descanso decenas y decenas de peregrinos llegados de todo el país. Mientras nos descalzamos para entrar al santo lugar, un músico qawwali toca un instrumento parecido a un acordeón mientras entona un quejumbroso cántico. También está la tumba del Sheikh Baha-ud-din-Zakharia con su enorme domo blanco, que hoy se confunde con un cielo completamente encapotado que ha querido contradecir a la racha de preciosos días azules que le precedieron. En otro mausoleo descansa el santo más popular: Shams-ud-din Sabzwari. Sus milagros y las leyendas que le rodean son incontables. Curiosos personajes van desfilando a nuestro alrededor. Llega un peregrino sufí, ataviado con una indumentaria de fuertes colores rojos y fucsias, un gran gorro de lana con mil colores así como de cascabeles en los tobillos y una gran espada. Poco después nos retiramos para dejar pasar a un afgano que acaba de llegar acompañado de más de media docenas de mujeres ataviadas con el típico burqa (el vestido sin mangas que las cubre por entero y por el que tan solo pueden ver a través de una tupida rejilla) y se sientan en el pasillo que rodea la tumba del santo a rezar. Otra de las mujeres se queda fuera encendiendo barritas de incienso en honor a tan legendario personaje.

La mezquita de Eidgah es el último de los santuarios islámicos de Multan que visitamos antes de poner rumbo al segundo hogar de Mahmud. Mientras nos alejamos, tras nosotros queda los largos pasillos del templo musulmán y un murmullo incesante de las decenas de recitadores del Corán en su repetitiva labor de memorizar los pasajes de su libro sagrado.

PASAJE A LA INDIA

Los días que hemos pasado junto a Mahmud han sido inolvidables: la localización de los castillos perdidos del Cholistán, el encuentro con su realidad cotidiana, el hecho de que juntos conociésemos Multan (el nunca había estado aquí antes), así como los últimos días viviendo con él y su familia junto a Chichawatni. Nos regaló dos chaluar camis (la vestimenta típica pakistaní), uno de mujer para mi y otro de hombre para Vicente, nos presentó a todos sus amigos y vecinos, nos enseñó sus nuevas tierras, donde todos trabajan con esfuerzo y cariño. Todo ha sido emocionante y reconfortante, cada momento en su justa medida. Y ahora toca el momento de la desagradable y triste despedida y de nuevo la incertidumbre de si algún día volveremos a vernos ... pero al menos, por esta vez, sí ha sido posible el encuentro. Un fuerte abrazo y un "hasta pronto" con cara de tristeza. ¡Inch Alá!, nos responde, mientras nuestro todo terreno sale de su granja y toda su familia y nosotros agitamos a un tiempo la mano en señal de despedida. Hoy nos sentimos distintos que en la anterior separación, hoy sí que nos da la sensación de que volveremos a vernos.

Lahore. Son las doce del día. Gritos, frenazos, imprecaciones, imprevistos cambios de dirección y sobresaltos. Las calles están literalmente invadidas por infinidad de rickshaws (esos infernales motocarro-taxis), automóviles antiguos, carros tirados por animales, ruidosos camiones de increíbles colores, miles y miles de bicicletas y ante todo ello una multitud vestida de blanco que se mueve frenéticamente... pero lo que nadie puede discutir bajo ningún concepto sobre Lahore es que nos encontramos en la ciudad más bella y que emana más encanto de Pakistán, el símbolo de la historia del Imperio Mogol.

Sede de los sultanatos de los gaznavíes y de los ghoríes (s. XI y XVI), la ciudad alcanzó la cima de su esplendor durante el periodo Mogol (s.XVI), enriqueciéndose con fortificaciones de piedra, palacios de mármol, pabellones y salas de espejos, fuentes con juegos de agua y jardines con la fragancia de mil flores exóticas.

La soberbia mezquita de Badshahi, una de las más grandes de Asia, cuenta con unos minaretes de 50 metros de altura que despuntan sobre el firmamento como si quisieran atravesarlo como una espada, y sus pequeñas cúpulas blancas parecen balcones suspendidos en el cielo. Su patio es enorme y en él pueden llegar a congregrarse a rezar 60.000 personas, sus pomposos domos blancos dan fe de ello. El gran arco de su puerta de entrada se sitúa cara a cara frente al Fuerte Rojo. El emperador mogol Akbar lo mandó erigir. Pero es una delicia pasearse por el interior del fuerte y comprobar la evolución de la arquitectura mogol en cada uno de los edificios que sus sucesores fueron añadiendo en el transcurso de los siglos.

Los británicos no rompieron la armonía de la bella ciudad mogola y los edificios que levantaron siguieron un estilo gótico-mogol con un resultado afortunado. El Minar-e-Pakistan -"Minarete de Pakistán"- es un monumento que se levantó en el lugar, el Parque de Iqbal, donde la Liga musulmana adoptó el manifiesto para la creación del estado de Pakistán el 23 de marzo de 1.940. Siete años después su sueño se vio cumplido aunque a costa de un dramático y doloroso derramamiento de sangre por ambas partes, musulmana e hindú.

Rudyard Kipling inmortaliza la ciudad en una de sus novelas. Aunque algunos de los lugares descritos ya han desaparecido, cuando llegamos junto al cañón Zamzama es inevitable imaginarse a su legendario personaje, Kim de la India, subido a él, tal y como narra Kipling al comienzo de la famosa novela. Hoy en día, el mítico cañón se encuentra en medio de "The Mall", la avenida que discurre frente al Museo Central de Lahore, donde el padre de Kipling trabajó como conservador durante los años que allí vivieron.

Y nos adentramos en las callejuelas del casco histórico. El bazar está repleto de mercancías de toda clase y las esencias de todo Oriente inundan el ambiente. Por las aceras, los niños tratan de apartar las moscas de las pilas piramidales de naranjas y guayabas, que se alternan con montones de plátanos y de dátiles. Más allá, un grupo de escuálidas vacas detienen el tráfico, presintiendo tal vez la santidad de la que gozan sus hermanas en la India, nuestra próxima etapa.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.