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Crónica 65,

Tailandia Norte II - Las hijas del viento y el dragón

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Tailandia

Cuenta una leyenda padaung que una mujer dragón de extraordinaria belleza fue poseída por el viento y como fruto de esa sorprendente unión se extendieron por la tierra sus descendientes que fueron llamados padaung. Y como homenaje a sus ancestros las mujeres portan los anillos del cuello. Estamos hablando de las "mujeres jirafas" o de "cuello largo". Tras dejar Soppong el camino zigzagueante de las montañas nos llevó hasta Mae Hong Son, en sus alrededores se ubican los tres asentamientos de esta etnia originaria de Birmania. En el país tailandés han encontrado un refugio más pacífico y tranquilo que al otro lado de la frontera. De los 7.000 padaung censados en Myanmar, 300 se encuentran refugiados en Tailandia.

Pero una polémica bastante confrontada se cierne en torno a dicha etnia. Cuando llegamos al mayor de los poblados de estos asentamientos, Nai Soi (a 30 kilómetros de Mae Hong Son), una pista deteriorada se paró ante una barrera de control. Para entrar al poblado es necesario pagar una entrada y aquí surge la controversia. Muchos piensan que el poblado se ha convertido en "zoo" humano en el que sus habitantes siguen con su vida pero observados por todos aquellos que pagan una entrada. Por otro lado, al pagar una entrada se permite sacar de la miseria a una minoría nada representativa (sólo son trescientos en Tailandia) y una vez que estás dentro nadie va a importunarte pidiéndote dinero o persiguiéndote para venderte alguna chupinada.

La primera hora de paseo por el pueblo nos sentíamos muy violentos y no nos atrevíamos ni a sacar las cámaras. La gente seguía con sus quehaceres de forma natural pero nos resultaba muy violento, si un extranjero quería una foto posaban sonrientes como se desease y tantas veces como se quisiese y acto seguida, sin pedir nada, regresaba a sus quehaceres o a su tienda de recuerdos. La vida seguía para ellos como si estuviesen solos: construyen una nueva vivienda entre hombres, mujeres y niños, todos arrimaban el hombro; una mamá dando de comer a un bebé bastante reacio a meterse la cuchara en la boca; unas chicas hilando, otras acarreando agua, una anciana charlando con una amiga en el porche de la cabaña mientras se come un trozo de sandía, otras niñas jugando al tres en raya.

Los puestos de recuerdos no faltan y las chicas con sus mejores sonrisas nos presentan los objetos que desean vender. Obviamente, el pueblo está orientado totalmente al turismo y está acostumbrado a que el visitante llegue a toda pastilla, sacar una fotos estupendas por aquí y por allá y se vaya rápidamente por donde ha venido. El sabor de boca que pueden dejar no es precisamente muy dulce.

Hora y media y todavía nos sentimos violentos ante esta reserva natural de seres humanos. No hemos sacado ni una foto y mi trípode para grabar está todavía en su funda. Optamos por dedicar más tiempo a la visita, confiando que la incomodidad desaparezca. Entablamos conversación con algunas de las chicas que resultaron poseer una dulzura y simpatía sobresaliente. Savena es una chica de 17 años que ya habla inglés con bastante fluidez, además de birmano y tai. Me cuenta que a los cinco años ya empezó a usar los anillos que llevan tradicionalmente las mujeres de su tribu en el cuello y en las rodillas. Que a medida que crecen les van añadiendo nuevas argollas y que hacia los 25 años dejan de usarlo continuamente porque "es dañino para la columna". El rostro de Savena es realmente bonito. Un tono de piel tostado precioso, ojos rasgados y largas pestañas, pómulos salientes y labios gruesos. Y encima me sorprende diciendo que le gustaría ser tan blanca como somos las extranjeras. Yo pienso en la cantidad de dinero y tiempo que gastan los occidentales (sin contar las enfermedades que provoca el exceso de sol) tirados como lagartos en las playas para precisamente conseguir el precioso color natural que ella luce desde su nacimiento. No me corto diciéndole que yo en cambio pagaría por tener su preciosa piel, se ríe un montón y me dice que estoy loca. Se había maquillado los labios y eso aumentaba el aspecto carnoso de su boca y el tradicional tocado de la cabeza de pañoleta le cubría parte del pelo que no llegaba a cubrir el flequillo de un pelo intensamente negro.

Pero todavía otra preciosa chica "jirafa" consigue sorprendernos aún más cuando se dirige a nosotros hablando en español, con giros que cotidianamente utilizamos los españoles. Se presentó como "Mª José" (para los españoles), que según nos confesó es mucho más fácil de recordar que su nombre real: "Maso". Desde luego, lo que más recuerdo es su preciosa sonrisa adornada con un rosario de perfectos dientes blancos. Una sonrisa que nunca se desdibujó de sus cara durante el largo rato que estuvimos conversando. Iba vestida de fucsia -conjuntando tocado y larga falda- con el típico collar de anillas doradas. Maso sólo tenía 18 años, nunca había salido de la zona pero el trato con los extranjeros le había conferido una naturalidad y espontaneidad que sabía utilizar muy bien para embelesar al interlocutor que tenía la suerte de conversar con ella.

La historia de su llegada a Tailandia estuvo condicionada por la situación casi esclavista a la que están confinados en su país de origen, Birmania, donde les obligan a trabajar en los campos de arroz por una miseria y sus derechos no son respetados. En Tailandia al menos le dan la opción de elegir. Y no se siente en absoluto ofendida porque diariamente su pueblo sea invadido por extranjeros que nunca más volverá a ver. "Seguimos viviendo como siempre pero como si estuviéramos todo el rato en la TV", nos dice. Es curiosa esa frase, ¿acaso no es eso lo que ahora gusta tanto en Occidente, ser fisgones y mirones de la vida de los demás? Tan risueña como cuando se paró a charlar con nosotros partió hacia su casa donde le esperaban sus hermanos pequeños para ser atendidos. "Me encanta hablar con los extranjeros porque aprendo mucho más rápido que con un libro y me divierto mucho más, además a los españoles les gustan mucho las bromas". Maso vive en una de las muchas modestas cabañas de palma y hojas secas que componen el poblado de Nai Soi y bien orgullosa que se siente de pertenecer a una de las etnias más originales y ancestrales que existen en el mundo.

Ya estábamos a gusto entre ellos, sabíamos quienes eran, no estábamos en un zoo, era un pueblo encantador que se muestra tal y como es cuando el visitante también se muestra tal y como es. Comenzamos a disfrutar la visita, Vicente saca por fin la cámara y yo monto el trípode para grabar porque al otro lado del visor ya vemos algo más que un escaparate, hay sentimientos, vidas, tradiciones, personas reales con vida privada. Cada padaung es un mundo y ese mundo sólo se descubre con tiempo.

Lo que al principio nos resultaba violento (entrada al "zoo") ahora nos daba sosiego ante la naturalidad de los habitantes. La sensación que tuvimos en la primera hora y media nos hizo hasta considerar desafortunada esta visita pero al final fue una delicia, mucho más agradable que la visita a otros pueblos. En algunos poblados akha o karen se te abalanzan encima pidiendo de todo y nunca se comportan naturales para no perder tajada por si hay regalos o reparto de algo, como les malacostumbran muchos turistas, convirtiéndoles en pedigüeños y haciéndoles perder su identidad. Un sincero interés por las costumbres y modo de vivir de las etnias devuelve la dignidad a los pueblos porque ven que a los "ricos" les queda mucho que aprender y comprender. La humildad y el tiempo creemos que son el mejor regalo.

Mientras ascendemos por un sinuoso camino para conocer los vericuetos del poblado nos topamos con otras mujeres no menos singulares que sus vecinas de "cuello largo". Aunque al principio nos atrajo sus largos y abundantes collares de monedas que colgaban como un reclamo de sus cuellos, en realidad su verdadera marca distintiva la descubrimos en sus orejas. Si las "mujeres jirafas" han querido adornar sus cuellos con aros dorados sus vecinas no han sido menos adornando sus orejas con unos enormes pendientes que incrustan en el lóbulo de la oreja dilatando considerablemente esa parte de su anatomía, así se han ganado el sobrenombre de las mujeres de "orejas largas". El colofón final en un poblado tan asombroso lo puso la imagen del "Sagrado Corazón de Jesús" que engalanaba la fachada de una iglesia de hoja de palma. Los karen convertidos al catolicismo no han querido ser menos que los insólitos vecinos con lo que comparten vecindad y han aportado su punto de originalidad. En un extremo del poblado están los mástiles con los fetiches y en el otro una iglesia de hojas de palma trenzada. Realmente Nai Soi no tiene desperdicio con su originales habitantes.

El sol se va a poner, los extranjeros han de salir del poblado. Nos despedimos de Savena, Maso y otras muchachas con las que hablamos. Cuando traspasamos la puerta no puedo evitar que una horrible idea me pase por la cabeza - sin esa entrada - ¿quizás alguna de esas hermosas y jovencísimas padaung estarían ahora con minifalda y escote en algún bar de Chiang Mai o Bangkok para salir de su hoyo? Seamos positivos, nosotros las vimos felices con el modo de "vida abierta" (y que no debemos confundir con un show artificial) que han elegido voluntariamente. Al final es lo que importa. Ante la pobreza tomaron libremente una decisión, una decisión que no hace daño a nadie y que a ellos les ayuda a vivir. Nosotros la respetamos y guardaremos un buen recuerdo de la visita.

EL AMANECER DE LA FELICIDAD

Desde la colina donde se ubica el templo budista Phra That Doi Kong Mu a 1.500 metros se contempla la pequeña localidad Mae Hong Son, anidando apaciblemente en el regazo de los montes que la envuelve. Aunque su placidez se ha visto alterada por el aeropuerto que han encajado en la ciudad (con muy pocos vuelos afortunadamente) y que pone a prueba la destreza de sus pilotos con una aproximación complicada y una pista realmente corta.

Desde la colina distinguimos el wat Jon Khlang y el wat Jong Kham, de estilo birmano, que esta mañana visitamos. Su capilla central con las pinturas sobre de las vidrieras, las esculturas en madera y sus estatuas lo dejan sobradamente de manifiesto.

Las espigadas cañas de bambú con sus crestas arqueadas y balanceantes, que pueblan las laderas de la colina, fueron las últimas en darnos el adiós a nuestra estancia por Mae Hong Son. Ahora nos dirigimos a su más antigua capital real: Sukkotai.

Si en Laos fue imposible ver un elefante, en Tailandia nos regocijamos compartiendo camino con una familia al completo cuando abandonamos las montañas del norte. Los pequeños elefantes no se separan de sus fondonas y orondas madres mientras sus experimentados tutores se dejan balancear por el paso rotundo pero lento de los voluminosos paquidermos sobre los que se desplazan. Un conductor para y les obsequia con varios racimos de plátanos de los que dan buena cuenta al instante. Sus pequeños ojillos arrugados de reminiscencias antediluvianas no nos pierden de vista mientras les adelantamos con el Montero lentamente para no asustarles.

Desde que el Pimai anunció la llegada del nuevo año y con él las lluvias, los monzones no han querido ser irreverentes y han acudido fiel a su cita anual. La verdad es que bien podía haber esperado unos días más porque una crecida intempestiva del río Mae Nam Ping se llevó por delante un puente y nos corta de cuajo el avance. Las impetuosas aguas arrastran lo que encuentran a su paso, es como una inmensa marea de chocolate donde tropezones de árboles y ramas se baten inútilmente por escapar a su furiosa corriente, siendo tragados y escupidos en un maremagnum vertiginoso de lodo. A un lado y otro de la franja desaparecida de asfalto nos miramos los conductores, sorprendidos por el incidente mientras un vacío rotundo se abre entre nosotros. Imposible vadearlo, ni siquiera con el cabrestante, incluso enganchados a un árbol de la otra rivera la corriente nos volcaría. Hemos de dar marcha atrás, desconcertados por la inesperada eventualidad, y rehacer 70 kilómetros para buscar una ruta alternativa que nos llevará el resto de la tarde.

La llegada a Sukkotai fue un bautizo a lo grande de tormenta monzónica. ¡Qué manera de llover tan angustiosa! Los limpiaparabrisas no daban abasto con la intensidad y cantidad de lluvia que golpea los cristales. Por fin, cuando se empezó a vislumbrar algo con más claridad comenzamos a reconocer las estupas de Sukkotai, empapadas una vez más como lo han sido secularmente durante ochocientos años.

Sus primeras torres, para aproximarse al hogar de sus héroes caídos, se levantaron en el s. XII cuando la ciudad fue gobernada por el Imperio Khemer de Angkor. Pero pronto, el loto -símbolo de Sukkotai- irrumpió en la ciudad y con él la Edad de Oro del Imperio Tai. En los cinco kilómetros a la redonda donde se hallan dispersas las ruinas de la primera capital tailandesa, sus Budas se coronan con la flor que simbolizaba la sabiduría y así "el amanecer de la felicidad" –significado de "Sukkotai"- sería el faro que alumbrase la Edad de Oro de la genuina civilización tai. Fue con el segundo rey Sukkotai, Ram Khamheng, con el que se estableció un sistema de escritura que se convirtió en la base del tai moderno.

El wat Mahathat edificado en el siglo XIII es su estancia más espectacular y extensa. Las 198 columnas que aun se izan entre sus muros, unas más esbeltas, otras más marchitas por la carga pesada del paso de su larga vida, recuerdan en sus capiteles el emblema de la ciudad, la flor de loto. Pero por encima de todas ellas se alza la serena figura de su imponente Buda sentado meditando sin distracción ocho siglos después de que fuera moldeado. Sus estupas en forma de capullo de loto continúan estigmatizando el vetusto centro espiritual del Imperio Tai. El pequeño wat Trapang Thong permite a través de una pasarela acceder a él en medio de uno de los lagos que recogen este tranquilo lugar. El gigantesco Buda sentado de 15 metros de altura del wat Si Chum sigue arrancando la admiración de todo aquel que se sitúa frente a su voluminosa imagen. Aun estando muy ajardinada y restaurada, es un placer deleitarse con los orígenes del pueblo tai entre árboles, canales y estanques.

ASALTO A BANGKOK

Son todavía 450 kilómetros los que nos separan de Bangkok y la tranquila noche que pasamos en una preciosa guest house de madera muy cerca de las ruinas nos permiten acometer la carretera con determinación, a pesar de que no nos apetece para nada zambullirnos en la capital. El paso por la ciudad de Phitsanuluk nos vuelve a recordar la furia con la que los ríos están recibiendo las lluvias de este año. El río Mae Nam Nan se ha desbordado ya por varios puntos, algunas calles de la ciudad están inundadas y los trabajos esforzados de las fuerzas municipales no tienen ni un segundo de respiro. Intentan desatascar lo poco que emerge de los arcos de los puentes, donde todo tipo de inmundicias que el río arrastra podrían obstruir los pasos de agua y la violenta e imparable corriente derribar el puente que haría efecto de valla.

Pernoctamos a 60 kilómetros de Bangkok, en Ayuthaya. El plan que trazamos para acometer la capital de la nación tai consiste prácticamente en un asalto por sorpresa seguido de una rápida retirada: entrar a primerísima hora en la ciudad, visitar lo más importante y marcharnos. Bangkok nos causó rechazo la primera vez que estuvimos y no queremos entretenernos en una gran megápolis, bulliciosa, caótica y atestada de largas colas de turistas más tiempo del imprescindible. Hemos elegido un domingo para entrar, el tráfico que nos volvió loco hace casi seis meses estará mucho más descongestionado.

La entrada a la ciudad ha sido realmente fácil, el tráfico de un domingo a las 8 de la mañana es muy fluido. Nos vamos directos al Palacio Real y, aquello era una riada interminable de turistas de todas las nacionales, colores y credos. La belleza arquitectónica es sublime pero la visita un infierno. Que si no se puede entrar en tirantes, otra cola para que te den una camisa para cubrirte los hombros, que si ya no hay camisas y te dirigen de nuevo fuera a alquilarla a los oportunistas de turno que no pierden ni una ocasión para sacarle los cuartos a los turistas. Regreso al coche para cambiarme de ropa porque si me pongo una camisa encima de la camiseta me asfixio. Otra vez la cola para entrar, otra vez a comprobar que la indumentaria sea correcta, otra vez a esperar que no se cruce nadie en el punto de mira de las cámaras, cien veces nos paran para no cruzarnos a nuestra vez en las fotos de los demás. Esto es una locura y el sol achicharrando de lo lindo.

Cuando conseguimos salir de la locura del bello complejo palaciego nos acercamos a los templos de Pho del siglo XVIII, el más grande y antiguo de Bangkok con un enorme Buda reclinado de 46 metros de largo y 15 metros de alto en la posición de ascensión al Nirvana. Y en el wat Traimit otra cola de turistas para admirar su Buda de oro macizo de 3 metros de alto y 5,5 toneladas de peso siguiendo el estilo de Sukkotai.

En las calles, cientos de tuk-tuk a la caza de turistas a los que desplumar con sus técnicas de engaño, comercios que duplican y triplican los precios en cuanto ven occidentales, mil ojos con los carteristas, dos mil persecuciones de buscavidas para intentar colocar horrorosos cachibaches de recuerdo, tres mil "¿de dónde eres? ven a mi tienda", cuatro mil "hello!" con intenciones ocultas tras el saludo, cinco mil decepciones. Sinceramente, Bangkok no es nuestro destino favorito a pesar de sus bellezas y obras de arte. De nuevo nos encontramos un lugar donde lo mejor es venir en tour para pasar por encima de todos los inconvenientes, su belleza merece con creces la visita pero agota al viajero individual.

Por fin en carretera, no nos duele en absoluto mirar hacia atrás cuando Bangkok se va alejando cada vez más y más y el cuentakilómetros del Montero da buena cuenta de la distancia que nos separa. Lo mejor de todo ha sido el precioso cielo azul con las intermitentes nubes de algodón blanco y reluciente que hacía demasiadas semanas que no contemplábamos.

DIEZ AÑOS EN CASCADA

En menos de 48 horas nos encontramos cruzando la frontera tai-malaya entre Tac Bai (Tailandia) y Tumpat (Malasia). El sur ya lo recorrimos y conocimos cuando hace meses entramos por primera vez en Tailandia así que el primer día nos recorrimos 900 kilómetros para llegar a Malasia cuando antes. Logramos nuestro objetivo al día siguiente y entramos a bordo de un nuevo barco, un transbordador que en 20 minutos cruza el río Kolok en su desembocadura en el mar del Sur de China.

En Kota Bharu las mujeres vuelven a cubrirse la cabeza con largos pañuelos y la ligereza de ropa de Tailandia ha desaparecido por completo, el Islam está de nuevo presente. Pero no son prendas tétricas, hay una explosión de color en las telas. Visitamos el mercado central, con un exterior ingrato y un interior fascinante. Los tonos vivos de la ropa de las vendedoras se mimetizan con sus atractivas mercancías agropecuarias, aumentando el atractivo del mercado. Hay de todo, desde restaurantes-chiringuitos hasta gadgets de misteriosas funciones pasando por frutas y verduras inverosímiles.

Nos paseamos por las playas para intentar ver agitándose triunfantes en el cielo las famosas cometas malayas que pueden llegar alcanzar hasta 2 metros de envergadura. Nuestro gozo en un pozo, tan sólo alcanzamos ver una solitaria y discreta cometa que un chavalín alzaba ayudado de la tenue brisa marina.

No hay nada más que hacer en Khota Bharu y nuestra mente está ya en los montes Cámeron y en el ambiente de viajeros y temperatura de ensueño en la colina de la Father’s Guest House. Cada vez que nos quitamos el sudor de la frente (o sea, casi todo el rato) o la camiseta se vuelve a pegar en nuestros cuerpos, pensamos: "ya no queda nada". ¡Igual hasta nos encontramos con Nacho allí! Teresa ya regresó a España desde Bangkok y el plan de Nacho es ir a la India desde Kuala Lumpur pero quizás todavía esté todavía en la Father’s. Sería estupendo volverse a encontrar, ya sin prisas de ningún tipo por ambas partes.

Era imposible llegar a las Cámeron hoy pero de todos modos abandonamos Khota Bharu e iniciamos el salto de la costa este a la costa oeste. En el mapa se ven montañas, quizás haga mejor temperatura y podamos acampar. Pero el cielo se vuelve a romper y se inicia un nuevo fin del mundo acuático, casi no se ve, Vicente engrana la tracción integral y disminuye la velocidad. El termómetro baja en picado con el Apocalipsis de agua.

-Mira eso -me dice Vicente señalando el margen de la carretera. Intento ver a través de la lluvia.

-¿Qué es? No lo veo bien.

-Es una pequeña cascada, y delante hay una esplanada. Vamos a verlo.

Cuando comencé a distinguir algo ya estábamos al lado. El sitio era de ensueño. Cerca de la carretera pero prácticamente invisibles y el termómetro del Montero marca 24ºC de temperatura exterior a pesar de estar tan solo a 300 metros de altitud. "Si parase de llover "sería el lugar perfecto", pensé en voz alta. "Esperemos", me contesta Vicente. Para el motor, cada uno nos ponemos a hacer nuestras cosas: Vicente saca su libreta de fotos y va ordenando y apuntando las últimas fotos sacadas en Khota Bharu. Yo abro el diario y comienzo a escribir sobre nuestra llegada a Bangkok (¡tengo un retraso de tres días!).

Diez minutos y la tormenta se suaviza, veinte minutos y el único agua que caía provenía de las hojas de los árboles. Salimos del coche, todo huele a humedad entremezclado con esa fragancia de frescor, naturaleza y hierba. Llenamos los pulmones. Nos encanta el lugar, nos encanta la temperatura y me encanta que no haya insectos ni mosquitos, la tormenta ha limpiado todo. Es realmente perfecto.

Cuando la oscuridad es total nos metemos en el río y avanzamos hasta la pequeña cascada. Allí mismo nos duchamos y nos quitamos el día pegajoso que habíamos pasado. El agua caía por mi cabeza mientras pensaba: "Diez años, día a día han pasado diez años". Por eso me encantó también hacer la acampada de hoy en este lugar. Exactamente el día de hoy han pasado diez años, día a día, desde que abrí una cajita en el restaurante del impresionante castillo de Sigüenza. Vicente me llevó allí con la disculpa de otra celebración y una vez encargada la cena me entregó la cajita cuidadosamente envuelta. "¿Para mí?, pregunté incrédula porque no recordaba nada tan especial para un día como hoy. "Ábrelo", me contestó con una sonrisa. No me gusta romper los papeles de regalo pero a la vez mi naturaleza impaciente lo desgarraría sin piedad. Siempre tengo esa lucha interna con los regalos.

"¿Por qué?", le interrogo con los ojos. El sigue sonriendo y hace el gesto para que siga desenvolviendo. Bajo los arcos medievales de piedra concluyo la labor quirúrgica de no romper el papel y abro la cajita. Hay una nota. La leo. Me entra la risa. "¿Lo dices en serio?, ¿no es una broma?", le pregunto entre risas porque me puedo esperar cualquier cosa de Vicente. "Es en serio", contesta sin dejar de sonreír. No me lo podía creer, me pilló totalmente de sorpresa. En la nota me pedía que me casase con él, bajo la nota estaba el collar, pendientes y anillo de lapislázuli engarzados en plata provenientes de un viaje a Chile al que no pude ir (y dicho sea de paso, mientras lo compraba le estaban desvalijando el coche dejándole con lo puesto). En la nota ponía que para el "sí" había que ponerse el anillo. Le doy un beso con el anillo puesto, el resto lo estrenaría el día de la boda.

El agua sigue fluyendo de las alturas y yo sigo recibiéndola sobre la cabeza. Quien iba a pensar que ese "sí", un sencillo monosílabo en un castillo medieval español me llevarían a esta ducha en una cascada de la jungla malaya, exactamente diez años después.

Aquel lejano día cenamos sopa castellana, liebre cazadora con espárragos trigueros (y perdigones) y copa de helado. Hoy nos hemos preparado una crema de espárragos con picatostes, fabada (de la reserva espiritual gastronómica de la Ruta de los Imperios para grandes ocasiones) y rambutanes malayos de postre. Una pequeña botella de vino que adquirimos hace seis meses sirvió de acompañamiento. No puedo imaginar una mejor velada para la ocasión. Hasta el cielo se ha abierto y podemos ver las estrellas entre las copas de los árboles de la foresta malaya de Temengor.

LA TORRE DE MÁRFIL

"Tanah Rata 62 kilómetros", reza un cartel que nos saca de la carretera nacional e indica una estrecha carretera comarcal ascendente. A partir de este momento en vez de mirar el velocímetro o cualquier otro indicador del cuadro de mandos, la vista no se separa del termómetro. Treinta y seis grados señalaba en la llanura, justo antes de comenzar la ascensión. Cada grado que baja es una fiesta. "¡Treinta y cinco, uno menos!", es la primera alegría que doy a Vicente. Siguen los treinta y cuatro, treinta y tres, treinta y dos. Estamos pletóricos. El altímetro sube a su vez: cien metros sobre el nivel del mar, doscientos, quinientos, mil. Cuando llegamos a Tanah Rata el altímetro señala 1.450 metros de altura y el termómetro 24ºC. Era el anhelo tan deseado, la guest house esta a la vuelta de la esquina.

-Ya la veo, hemos llegado.

-Mira, es Gerard el que nos hace aspavientos en ese coche -le señalo a Vicente.

-Hello!! Hello!! -nos grita Gerard con medio cuerpo fuera.

Hemos llegado realmente, estamos a quinientos metros de la Father’s Guest House y nos hemos cruzado con el director de nuestro "refugio" por pura casualidad. Los dos detenemos el coche, el acaba de adquirir una impresionante y resplandeciente pick up amarilla que no puede pasar desapercibida. Nos damos un fuerte abrazo en la carretera, es una persona genial y recordamos el lugar, la temperatura y los trece días que pasamos aquí como un sueño al que queríamos regresar. "Vuestro amigo está aquí", nos dice todo contento, "fue él quien me dijo que vendríais en estas fechas. Hemos hecho muchos cambios, os va a gustar". Le felicitamos por el coche que tiene ahora (¡y que luce una de las pegatinas de la expedición que le regalamos!) y enseguida constatamos todos los cambios. Las habitaciones siguen siendo tan sencillas y espartanas como antes pero la recepción, sala de internet, biblioteca y los jardines han mejorado enormemente. Tienen un cocinero nuevo, Dany, y Bob sigue tan alegre e hiperactivo como siempre, él es que arrastra a los huéspedes a jugar los partidos de voleibol, organiza las excursiones, traslados, etc., nunca está quieto. Saludamos eufóricamente a Jay cuando la vemos, es la mujer de Gerard, ella también estaba muy distinta, lo que en enero llevaba dentro, ahora lo luce en una cunita, la familia ha aumentado en un miembro. La explanada donde acampamos está igual, siempre con esas vistas impresionantes. Los básicos barracones semicilíndricos, el salón para los pases de películas, los desgastados sofás para descansar, las soberbias y enormes flores que cuidan con mimo, las mesas para tomarse el té de media tarde en el jardín, la terraza para las puestas de sol, todo sigue igual. Estamos en casa de nuevo.

Y encontramos a Nacho, leyendo una novela. Otra serie de abrazos para homenajear el reencuentro. Tras las buenas críticas y recomendaciones que le dimos sobre la Father’s meses atrás, no se lo pensó dos veces en convertirla en su cuartel general mientras preparaba su salto hacia la India. Nos esperaba con una buena botella de vino de Rioja -que le trajo Teresa- para brindar por este nuevo cruce en nuestros respectivos destinos y acompañar a los mejillones y calamares en su tinta con arroz (también de la reserva espiritual gastronómica de la Ruta de los Imperios) que nos preparamos para tal ocasión.

Fueron cuatro días de relajo, tranquilidad, largas charlas y muchas risas compartidas con Nacho que concluyeron con una deliciosa paella que cociné en la víspera de su partida a la India.

Aquí celebramos el cambio de milenio y consideramos los Montes Cámeron como el verdadero inicio del descubrimiento del mundo de sensaciones y nuevas experiencias que el Sudeste Asiático nos tenía reservadas. Ahora, después de casi seis meses recorriéndolo a fondo volvemos al punto de partida pero mucho más enriquecidos de lo que salimos aquella tarde de primeros de enero del 2.001 cuando la humanidad comenzaba a dar sus primeros pasos por el nuevo milenio.

Tras los días de asueto, los días de trabajo. Tengo más de 20 horas de vídeo por minutar detalladamente mientras Vicente ordena las miles de fotografías digitales tomadas las últimas semanas. Contestamos todos los correos pendientes. Una vez más, la grabadora HP va salvaguardando en CD,s todas las fotos, ya agrupadas por países y temas. Remodelamos todo el equipaje. El Montero se merece una exhaustiva limpieza a fondo y las notas del diario escrito a mano necesitan una puesta al día en el ordenador. La crónica con sus anotaciones temporales y esporádicas va tomando cuerpo. Por las noches nos entretenemos con alguna película en la sala de TV de la Father’s, donde pudimos ver hasta películas todavía sin estrenar en Europa. El pirateo en el Sudeste Asiático es increíble.

Los desayunos con "paratha" (torta frita típica de India y Pakistán) mojados en el dhal (sopa de lentejas) y té con leche en el restaurante indo-pakistaní del simpático Savian nos llenan de energía cada día para seguir con la tarea diaria.

La visita de un matrimonio octogenario nos desvela el origen de los barracones semicilíndricos, creíamos que los habían levantado así por un tema de construir una guest house rápida y barata. Pero no, estábamos sin saberlo en un pedazo de historia de Malasia. Resulta que Gerard no nos lo había dicho porque nunca salió a colación el origen de los barracones pero resulta que fueron construidos por los británicos durante la segunda guerra mundial. A medida que se iba expulsando a los japoneses, los ingleses iban dejando destacamentos de soldados. Para los soldados de Tanah Rata levantaron los barracones en esta estratégica colina. Cuando la guerra terminó, los barracones no se demolieron y tras varios usos, el dueño decidió hace muchísimos años convertirlo en guest house para viajeros con poco presupuesto. Alojamiento sencillo pero emplazamiento de lujo, no son nadie los militares para elegir las mejores "vistas" cuando hay guerra. Y ahora Duncan -con su mujer Mary- se emociona cuando ve que todo está idéntico a como lo dejó cuando se fue con su petate de soldado inglés ¡¡hace 59 años!! Vemos las fotos que trae en blanco y negro y los barracones, el caminito de entrada y la explanada donde acampamos está igual. Que cosa tan increíble. Duncan se saca una foto en el mismo lugar donde se la sacó hace casi 60 años, cuando apenas pasaba la veintena y soplaban vientos de guerra.

Ahora los vientos son de otra índole, cada dos o tres días cae una poderosa tormenta torrencial pero no nos importa nada el intenso olor a tierra mojada de las Cámeron mientras sacudimos sin piedad las teclas de nuestros ordenadores. Poder levantar la vista de las teclas para inhalar el aire perfumado de té, con las colinas circundantes repletas de vegetación lujuriante y mientras las preciosas mariposas se posan en las flores, es un placer impagable.

También durante estos días hemos tomado una decisión respecto a la visita de Birmania (actual Myanmar). Hace dos años que partimos de España (gracias a los que se han acordado de felicitarnos el "cumple" de nuestra "niña") y la verdad es que al diseñar la ruta teníamos la secreta esperanza que en todo este tiempo el gobierno birmano se hubiese relajado (democratizado hubiese sido pedir demasiado). Confiábamos que para cuando llegásemos a esta zona la entrada por tierra estuviera abierta. Por lo menos desde Tailandia, que hay carretera y puente y el único impedimento es la prohibición del gobierno birmano. Pero ¡nuestro gozo en un pozo! Tampoco sirvió de nada el aislamiento que ha sufrido los últimos años por el hecho que la Junta Militar tomase el poder anulando las elecciones democráticas de mayo de 1.990 mediante una terrible y desmedida represión y el encarcelamiento y la "limpieza" de los miembros del partido ganador NLP (incluida la premio Nobel de la Paz Suu Kyi, que todavía sigue con arresto domiciliario). Ninguna sanción tiene efecto sobre Birmania porque China sigue la política de "lo que necesites te lo doy yo".

La frontera terrestre sigue cerrada a cal y canto y ahora que hemos estado en la zona y hemos estudiado más a fondo la situación birmana tiene pinta que va a durar. Si se pudiese entrar con el coche iríamos porque con nuestra montura vamos al fin del mundo. El no poder llevarla implica buscar aviones a Yangon, analizar posibilidades de hoteles, tramitar un visado muy burocrático, igual hasta tendríamos que movernos en avión en determinadas etapas porque la red viaria es muy, muy deficiente. Tampoco hay posibilidad de alquilar un coche sin conductor (llevar conductor viene a ser como tener un controlador (al que encima estás pagando), el alquiler de vehículo con conductor es realmente caro y el transporte público es muy "duro". Organizarlo requeriría un gasto de energía que ahora mismo no tenemos, hemos llegado a los Montes Cámeron agotados tras casi seis meses sudando. Es una pena suprimir esta etapa pero no podemos hacerla, estamos realmente cansados para organizar un tinglado como este.

Escribimos a Catai Tours, uno de los principales patrocinadores, y les explicamos que no vamos a Birmania porque la frontera terrestre sigue cerrada y estamos extenuados tras todos los avatares de los últimos meses. La sorpresa viene al día siguiente, cuando Antonio y Oscar, siempre pendientes de los avances de la Ruta de los Imperios, nos contestan sería una pena irse sin entrar en Birmania. Que lo han consultado con Matilde Torres -la directora general- y que ellos como agencia Catai Tours podrían encargarse de la parte más pesada del trabajo, hasta del visado. Nosotros tan solo tendríamos que encontrar el vuelo que nos dejase en Yangon y llegar a tiempo a Singapur. Eso es viable y ¡lanzamos la operación "Objetivo Birmania"!

OBJETIVO BIRMANIA

Mandamos rápidamente un e-mail a Miguel e Irstel en Singapur, es el mejor lugar para conseguir tarifas interesantes y además el Montero se podría quedar en la estupenda plaza de garaje de Béatrice. Les explicamos que busquen billetes de ida a vuelta a Yangon desde Singapur. Al mismo tiempo mandamos otro a Béatrice para decirle que llegaríamos con unos días de antelación pues al final vamos a Birmania. A la par vamos mandando los datos de los pasaportes a Catai Tours para que tramiten el visado exprés. También entramos en contacto con la agencia birmana que trabaja con Catai (Taw Win Travel) para que nos vayamos informando mutuamente.

La Father’s Guest House se convierte en la encrucijada del "Objetivo Birmania" entre Madrid, Singapur y Yangon. Miguel e Irstel nos contestan rápido, han encontrado unos billetes interesantes pero el avión sale en 5 días. Correos a Catai y a Yangon para ver si se pueden hacer los trámites de reservas, vuelos internos que pudiésemos necesitar y visado en ese plazo tan corto de tiempo. "Lucharemos a muerte", nos contestan ambos al día siguiente y se podría conseguir. Una zancadilla, hubo un error de fechas en la solicitud del visado y tuvimos que empezar de nuevo. El teléfono satélite Inmarsat Ibérica está todo el rato encendido y apuntando a su lejano satélite, siempre listo para recibir llamadas de España y para hacerlas a cualquier punto de este triángulo de comunicaciones. ¡Y nosotros que queríamos recuperarnos tranquilamente en los Montes Cámeron! Habíamos planeado estar por lo menos otros diez o doce días en la Father’s y al final ya estamos metidos en otra historia: Birmania.

El avión despega en cuatro días, nos queda un día de conducción para llegar a Singapur, eso nos da un margen de tres días antes del despegue. ¡Pero es que hay un fin de semana por el medio así que todo se reduce a la mañana del sábado! Mañana viernes partimos disparados hacia Singapur, la reserva del vuelo sólo la guardan hasta el viernes a las 6 de la tarde, o sea que no nos da tiempo a comprar el billete. Confiemos que el sábado por la mañana sigan esas dos plazas libres porque la reserva se habrá perdido. Confiemos que no ocurra nada en la carretera. Confiemos que tengan el visado a tiempo. Confiemos que en los vuelos internos en Birmania encuentren plazas para nosotros. Confiemos, confiemos, confiemos. Cuantas cosas en el aire y todo a contrarreloj. Han sido tres días agobiantes, estresantes, durmiendo mal por los nervios de tantas decisiones de "lo necesito para ayer" y mañana nos toca conducir 700 kilómetros hasta Singapur. Ya veremos cómo acaba todo esto.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.