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Crónica 70,

Australia III - Huellas de exploradores

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Australia

"Bienvenidos a las Puertas del Infierno" anuncia un gran cartel en medio de la nada. Lo leemos por los pelos porque el dolorido cuello parece haber perdido su capacidad de giro ¿Acaso no estamos ya en el averno? "Welcome to Hells Gate", ¿será la "puerta de salida" de este infierno o acaso hay un infierno peor tras ella?

Nos detenemos en la caseta que se camufla entre la verde foresta que brota tras el cartel y bajamos de nuestro todo terreno. Hacemos contorsionismo para ayudar a que los huesos y músculos intenten recuperar una posición biológicamente correcta en un organismo humano. Nuestros cuerpos parecen recién salidos de una sesión del potro de tortura tras varios días de polvorienta pista. Miramos a nuestro alrededor, esto no es el infierno para nada. ¿Será una trampa del diablo para que nos confiemos y nos aseste el golpe final? Pero todo indica que no, no vemos sus cuernos entre las hojas de palma, no huele a azufre, ningún rabo con punta de flecha asomándose entre los helechos del suelo. Todo respira paz, hay pájaros, muchos árboles, palmeras, agua, frescor y una taza de te o café de bienvenida que siempre es ofrecida por uno de los dos hermanos Olive, artífices de este remoto vergel.

Todo es tan rústico como acogedor en el interior de la gran cabaña que hace las funciones de café, restaurante, sala de descanso y recepción para el camping que tienen acoplado entre la refrescante vegetación. Los hermanos Olive han hecho una gran labor para el descanso de los viajeros que se adentran por la remota pista que bordea durante cientos y cientos de kilómetros el golfo de Carpentaria.

Estamos machacados pero nos hemos metido en esto con conocimiento de causa. En Kakadu planeamos cómo llegar al Pacífico y cuando sumamos el kilometraje nos volvió a dar un número australiano: ¡ 2.000 km. ! ... por el camino corto. Si se quería ir cómodamente por asfalto estaba la carretera que pasa por Mount Isa y serían 2.550 km. Pero a nosotros no nos interesaba el asfalto por muy cómodo que fuese, la verdadera ruta estaba por el norte, bordeando el golfo de Carpentaria, la que tomaron los exploradores de la costa norte. Una tierra muy castigada anualmente por las inundaciones de la época húmeda, un camino solitario y deshecho pero realizable en todo terreno. El estado del mismo puede variar según los tramos pero nuestras odiadas "corrugations" (chapa ondulada) suelen ser las amas de las pistas. De nuevo echamos mano de la calculadora y el escalímetro para ir calculando la distancia total que hay que cubrir por pista. Nos da otro número australiano: ¡700 kilómetros de pista!

Efectivamente, una vez abandonada la carretera nacional y salvo honrosas excepciones, el terreno es pavoroso. Hasta Borroloola todo ha transcurrido sin incidentes sobre el asfalto (de un solo carril) y una soledad absoluta pero a partir de esta población el polvo y las vibraciones son la tónica general. Eso unido al paisaje desolado por los incendios controlados para acabar con los rastrojos nos provocan la sensación de avanzar por los escenarios del "Día Después".

Tan solo nos cruzamos con algún que otro todo terreno de los lugareños de la zona y unos cuantos mastodontes de acero, los roadtrains. La velocidad de estos últimos explican muchas cosas sobre el estado de las pistas y los canguros descuartizados.

La Puertas del Infierno representan para nosotros la mitad del camino y también el paso de los Territorios del Norte a Queensland. El enclave estaba en el mapa pero nunca supusimos que se tratase de un oasis tan encantador. Su nombre se remonta a un puesto de policía muy cercano y que data de la época de las grandes exploraciones de Australia. Las autoridades escoltaban a los aventureros hasta este punto, a partir de este oasis ... seguirían solos, carentes de ayuda, sin comunicaciones, sin ningún tipo de enlaces con la civilización, sin puntos de agua y con tribus aborígenes hostiles que se movían como pez en el agua allí donde el occidental luchaba por sobrevivir. Tan solo el hombre frente a la tierra desamparada y bajo el fuego del sol. Era la Puerta del Infierno. Muchos nunca regresaron.

Abandonamos el paraíso llamado infierno y el polvo y la desolación vuelven a adueñarse del paisaje. Seguimos dando brincos sobre la chapa ondulada y hacemos un pequeño alto en Doomadgee, pueblo urbano aborigen de 1.400 habitantes. Es más bien deprimente, no tiene ese aspecto inmaculado de la mayoría de los pueblos sajones, todo está más abandonado, más dejado de la mano del destino, los coches tienen un aspecto lamentable de desidia. En los alrededores del golfo de Carpentaria los aborígenes sufrieron mejor suerte que en otras partes del país. Las tierras no eran muy codiciadas por los colonos y su dudoso futuro como pastos para ganado permitió que algunos clanes sobreviviesen manteniendo su identidad. Esa ausencia de asentamientos colonos ha permitido una rápida restitución de terrenos a la sociedad aborigen que la rige actualmente.

LAS RUTAS DE LA MUERTE

El primer soplo de aire fresco y júbilo lo recibimos cuando arribamos a las orillas de las cataratas de Leichhardt, llamadas así en honor al científico alemán que las descubrió. Las encontramos bastante mermadas al ser la época seca, no había caída de aguas pero sí vegetación, una hermosa "playa" de arena, mucho caudal en el ancho río y una gigantesca laguna de su base. Este nuevo oasis nos anima el carácter ante la repetitiva monotonía del terreno de la Carpentaria. Los 33ºC incitan a darse un baño en este solitario jardín del desierto pero hay carteles, ¡otra vez esos dichosos carteles que te quitan las ganas de acercarte a la orilla! Sus aguas son frescas y cristalinas pero nuevamente alojan unos inquilinos dentudos de unos 5 metros de envergadura que de una dentellada pueden hacerte desaparecer. Sus aguas seguirán siendo privilegio de sus solitarios moradores que saben marcar de una forma muy contundente su territorio.

La expedición de Leichhardt fue un gran éxito bordeando el golfo de Carpentaria (sin ser comido por los cocodrilos). Partió de Jimbour -al este de Brisbane- el 1 de octubre de 1.844 y tras 14 meses y 17 días logró llegar a la actual Darwin. Sus descubrimientos, la cartografía realizada y sus informes le llevaron a la más alta gloria. No ocurrió lo mismo con su segunda expedición. Intentó realizar la unión del este con el oeste en 1.846 y fracasó tras avanzar 800 kilómetros, viéndose obligado a regresar al punto de salida. Hizo un segundo intento en 1.848 y ocurrió algo para lo que todavía no se ha hallado una explicación. La expedición, pocos días después de su partida, desapareció sin dejar el más mínimo rastro, ... y los cocodrilos no tuvieron nada que ver. Se volatilizó totalmente, se esfumó en la nada. Muchos otros exploradores montaron expediciones de rescate y siguieron sus primeros rastros pero llegados a un punto ... todo desaparece. Ni siquiera los restos del campamento, algún animal perdido, rastros de lucha o huellas de combate. Nada. Es una incógnita lo que ocurrió a las pocas jornadas de partir aquel día de 1.848, tras despedirse de todos en Darling Downs -este de Brisbane-, dispuestos a enfrentarse a su hazaña. El misterio sigue en la palestra.

Es casi de noche cuando cruzamos el río Little Bynose y por una pista secundaria nos acercamos a un claro de la foresta de eucaliptos. Hemos llegado al emplazamiento del campamento 119 de Burke y Wills, grandes héroes australianos que protagonizaron el mayor desastre de cuantas expediciones se organizaron para explorar el interior de Australia. El patrocinio gubernamental y privado que recibieron así como el equipo fue el mejor jamás concedido a ninguna otra ruta, trajeron hasta camellos de Afganistán. La impaciencia del jefe de la expedición Robert Burke- y la incalificable desidia del jefe del segundo equipo Wright- se conjugaron con un cúmulo de decisiones erróneas que les condujo al trágico final.

La expedición tenía como objetivo cruzar Australia de sur a norte partiendo de Melbourne (Victoria). En esos momentos otro explorador, John McDouall Stuart, se disponía a realizar el mismo camino partiendo desde Adelaida y en nombre del estado de South Australia. Burke no quería dejarse ganar y comenzó su atropellado camino hacia el norte dejando atrás material, equipo, víveres, agua, animales, personal que según él retrasaban la "carrera". Nunca supo que Stuart se topó con muchos problemas y tuvo que regresar a Adelaida (aunque conseguiría la proeza unos años después). Ya no tenía competidor pero la noticia llegó después de que partiese de Cooper Creek (ver mapa). Wills, era mucho más inteligente pero su falta carácter para exponer sus ideas y una fidelidad mal aplicada le costó también la vida puesto que le siguió hasta el final. A partir de Cooper Creek, la expedición se redujo a cuatro hombres avanzando a pie por Australia Central: ellos dos, King y Grey (este último murió durante el regreso al campamento base de Cooper Creek). La ruta se había convertido en algo personal, una hazaña que había que realizar como fuese. Llegaron exhaustos al golfo de Carpentaria y montaron el campamento 119 en el preciso lugar en que nos encontramos ahora.

Realizaron importantes descubrimientos geográficos que no pudieron ser expuestos por ellos mismos. El campamento que se dejó en Cooper Creek al mando de Brahe, tras 4 meses esperando el regreso de los exploradores del Golfo de Carpentaria, emprendió el retorno hacia el sur para reunirse con el resto de la expedición. Intentaban el reagrupamiento con el incapaz de Wright que nunca llegó a Cooper Creek, le estuvieron esperando durante meses y meses porque tenía casi todas las provisiones. Brahe cumplió su misión, las órdenes que recibió de Burke fueron esperar tres meses y si no regresaban es que no lo habrían conseguido o que ya se encontraban a salvo en el norte de Queensland y regresarían por otro lado. Brahe decidió esperar un mes más de lo previsto y justo el día que abandonaron el campamento base ... llegan medio muertos Burke, Wills y King pero... siete horas más tarde. ¡Cuatro meses esperando y fallan la cita por 7 horas! El campamento estaba ya vacío.

Las provisiones que les dejaron enterradas, bajo el árbol donde quedó una inscripción indicándolas, fueron devoradas pero lejos de descansar en sitio seguro para reponerse la impaciencia de Burke les obligó a salir apresuradamente de allí. Y en vez de seguir los pasos de Brahe, Burke (contra la opinión de Wills y King) decide que hay que avanzar hacia una base de policía del oeste ... ¡por un camino nunca hecho! pero que se suponía más corto para llegar a la "civilización": "tan solo" 240 kilómetros a través del desierto. Lo más triste es que si hubiesen descansado unos días más se hubiesen salvado porque Brahe regresó a Cooper Creek más adelante para echar un último vistazo. Aunque su vistazo debió de ser muy somero porque no se dio cuenta que los tres hombres desamparados habían pasado por ahí, de haberse dado cuenta hubiesen podido seguir sus pasos y salvarles. Y si los exhaustos tres hombres hubiesen seguido las huellas de Brahe ... se lo hubiesen encontrado de frente puesto que regresó al campamento. Era la pura y dura ley de Murphy: "si algo malo puede ocurrir ... ocurrirá". El destino quería realmente cobrarse la vida de estos expedicionarios.

De los tres, el primero en caer sería del valiente Wills, muy enfermo y debilitado pidió ser abandonado porque le quedaban horas de vida y no quería que su agonía frenase la salvación de sus compañeros. Así se hizo porque estaba en la mente de todos que el día completo que emplearon en enterrar a Grey a su regreso del Golfo de Carpentaria fue lo que les hizo llegar unas horas tarde a Cooper Creek y seguramente les costase la vida. De poco sirvió su sacrificio. Burke encontraría la muerte poco después. Los espíritus del outback debieron decidir que ya estaba saciado su tributo y amnistió a King de una muerte segura. King consiguió sobrevivir a duras penas gracias a la ayuda de los aborígenes que lo encontraron moribundo y lo llevaron a su poblado. Dos meses y medio después sería descubierto por una de las muchas expediciones que rastreaban Australia Central y Septentrional en busca de ellos. Burke, Wills y Grey pasaron a engrosar la lista de los exploradores caídos en acción. Una tragedia que realmente podía haberse evitado.

Cogemos un puñado de tierra con nuestras manos, la arena se filtra entre los dedos. En el centro del claro hay una gran piedra con una placa que recuerda que este campamento, el 119 de la expedición, fue el lugar donde King y Grey esperaron el regreso de Burke y Wills del Golfo de Carpentaria. Un árbol proyecta a duras penas su parca sombra cuando el sol prácticamente ha desaparecido. Sus ramas probablemente sean más numerosas, su tronco más grueso y su memoria más mermada pero este mismo árbol cobijó a los incansables exploradores que tan trágico fin tuvieron. La noche nos atrapa y dormimos arropados por los fantasmas de los desventurados exploradores.

Mañana, después de varios días de ruta, entraremos de nuevo en la civilización. El polvo y las horribles vibraciones serán sustituidos por las montañas y el bosque. Los tonos ocres y grises se verán borrados drásticamente por la fuerza de la selva tropical y sus lagos esmeraldas. Entramos en una nueva dimensión. Australia es así.

LOS TENTÁCULOS DE LA JUNGLA

Cuando comenzamos a ascender por las colinas de las Atherton Tableland nos parece increíble que tan sólo unas horas atrás hubiésemos atravesado un terreno tan desolado y severo. Las vacas pastando en los valles de las montañas tan exuberantemente tapizadas parecen habernos transportado a rincones de nuestras bellas Galicia o Asturias. Tan sólo la estética de las poblaciones típicamente sajonas y los canguros arborícolas nos insisten en el lugar real donde nos encontramos.

Mount Molloy se convierte en nuestro "descanso del guerrero". Este minúsculo pueblo ha habilitado una increíble área de descanso acondicionada para hacer barbacoas o fogatas, con mesas de picnic cubiertas, baños, una ducha y mucho espacio bajo descomunales árboles. A diferencia de otras muchas áreas de descanso, en ésta se permite acampar libremente, tan solo se solicita una donación voluntaria de dos dólares (200 pesetas, 1US$) por persona y no estar más de dos días si el área esta llena. Esto último con el propósito que siempre haya sitio para los recién llegados que necesiten descansar.

Nosotros llegamos realmente exhaustos tras las caprichosas y ondulantes pistas del outback australiano, el cansancio nos ha dejado en un estado flemático muy raro en nosotros. Estamos muy poco activos, hasta nos saltamos algunos desvíos a lugares remarcables porque "no nos apetecía". Necesitamos descansar de verdad, física y mentalmente. Mount Molloy es perfecto. Este pequeño oasis boscoso a casi mil metros de altura nos revive. Su original ubicación al tiempo que el aire fresco y puro reanima nuestros pulmones ... y nuestras mentes. Durante los dos primeros días nos dedicamos a leer, pasear de la mano bajo los árboles o hacer unas limitadísimas compras de víveres en la mal abastecida tienda de Mount Molloy pero que nos sacaba del apuro de tener que ir más lejos. Ni podemos ni nos apetece hacer otra cosa hasta que no nos sintamos nosotros mismos otra vez. Comemos y cenamos con vino australiano, algo que nunca hacemos en ruta y que lo reservamos para los momentos sedentarios.

Nuestro verdadero yo regresa al cabo de tres días en Mount Molloy. Los ordenadores arrancan ese día y los mapas vuelven a estar sobre la mesa. Descargamos todas las fotos digitales de nuestra Olympus y las ordenamos. A la par vamos rematando la ruta que vamos a realizar por Queensland y como incluir los desvíos que nos saltamos por estar demasiado cansados. No iba a ser difícil, al pararnos en Mount Molloy no estábamos lejos de ninguno de los lugares "saltados". El quinto día ya estamos en forma y reiniciamos la ruta.

El suelo volcánico que pisamos en estos momentos ha permitido que la flora se nutra lo suficiente para invadir la tierra prodigiosamente. El verdor campa por cada rincón de estas montañas y su corazón no se nutre de la sangre de los exploradores sino del agua dulce y pura del lago Tinaroo y sus ríos. Habíamos visto imágenes similares al lago Tinaroo pero tan solo en los enormes pósters de lagos perdidos de Canadá y Alaska, no sabíamos que había algo similar en Australia, es realmente fantástico verlo en persona. Es posible sumergirse en sus aguas con la seguridad de no sentir esa pequeña molestia australiana de unos dientes que te mordisqueen el higadillo. Los cocodrilos parecen que no han podido conquistar sus aguas, un alivio se apodera de nosotros cuando nos zambullimos en ellas. La estridente risa de una pareja de cucaburras es mucho más tranquilizante que la del sonido seco y hueco de las mandíbulas de un astuto saurio.

Hace millones de años la tierra crujió en una de sus múltiples pataletas y entre esta densa espesura libertó, muy a su pesar, aguas que verían la luz tras su profundo confinamiento. Los lagos que se hicieron hueco entre la selva son los que ahora permiten que el sol se refleje en un entorno donde la espesura de las copas de los árboles impiden hacerse hueco. Es tal el acopio de vegetación que muchos árboles para crecer se apoderan del espacio de otros envolviéndolos con sus largos tentáculos. Poderosas raíces que no se conmueven al engullir a las víctimas elegidas para aprovecharse de su morada. Las víctimas quedan hechas prisioneras de un conquistador que no cesa de extender sus brazos hasta sepultarlas silenciosamente como si nunca hubieran existidos. Pero los anfitriones están allí, debajo de esa maraña enredada de tentáculos irreductibles e implacables.

Pero por encima de todos ellos se elevan unas atalayas que como vigías incansables controlan esta guarida selvática. Son los montes Bartle Frere con sus 1.657 metros y el Bellenden Ker con sus 1.591. Desde ellos vemos las grandes aguas que nos propusimos alcanzar cuando partimos de Kakadu por la ruta de los exploradores: hemos llegado al Pacífico.

Del más puro outback nos hemos introducido en el profundo corazón de la jungla y ahora volveremos a cambiar de nuevo de dimensión: viviremos la experiencia subacuática de sumergimos en los fondos marinos de la más extensa y poblada barrera de coral del planeta.

AGUAS MÁGICAS

Si la gran Cairns representa la ciudad más vacacional de Australia, la pequeña población de Port Douglas se ha convertido en una dura competidora pero a un precio muy alto, a costa de perder su intimidad y sosiego. Es una perla marítima, todo es bonito y está impecable, es acogedor y ofrece relajo a la par que diversión pero vive por y para el turismo. Es en ella donde nos embarcamos en la espectacular nave "Quicksilver".

A diferencia de los corales del Mar Rojo (crónica 10) la Gran Barrera de Coral está a muchos kilómetros de la costa, es imperativo llegara a ella en barco. Las posibilidades son infinitas, desde un barco privado a otros de pequeños grupos o realizar el viaje con una empresa como Quicksilver que además del barco tiene una plataforma flotante en el corazón de la Gran Barrera. Nosotros optamos por la última posibilidad porque consideramos que era el modo de gozar de mayor libertad. Una vez en la plataforma todo el mundo disfruta de independencia absoluta para ir y venir durante el resto de día, nadie depende de nadie y los enclaves elegidos son de ensueño. Para los malos nadadores hay barcos con fondo de cristal que parten cada 30 minutos de la plataforma y para los más expertos hay una lancha para hacer inmersiones de profundidad con bombonas de oxígeno.

Nosotros, buenos nadadores pero carentes de conocimiento de submarinismo nos pasamos el día serpenteando por el océano con el snorkel y avanzando rápidamente con las aletas. Nos dejamos rodear por las criaturas subacuáticas de este prodigioso arrecife coralino. Cuando te sitúas cara a cara con muchas de sus criaturas vivientes, incluyendo sus magníficos corales, sólo eres testigo de una pequeña parte de la concurrida vida que se aloja a lo largo de sus 2.000 kilómetros desde hace 18 millones de años.

Desde sus inquilinos más gigantescos, las ballenas -más al sur de donde nos encontramos y que cada invierno realizan una pequeña excursión desde la Antártida para reproducirse-, pasando por las tortugas que cada año ponen sus huevos hasta las 1.500 especies diferentes de peces, 4.000 tipos de moluscos o incontables especies de crustáceos. Todo tiene cabida en esta inagotable colonia submarina de una riqueza y belleza incuestionable. Pececillos de todas las formas y colores se acercan a las máscaras sin temor, saben que esos seres extraños, rosáceos y torpes en el agua somos inofensivos. Gozan de la protección total de los seres humanos. El sol australiano castiga amenazantemente y todavía recuerdo como quedaron nuestras espaldas y piernas cuando nos sumergimos en las aguas del Mar Rojo. Ahora estamos en una de las zonas del mundo donde la capa de ozono está más deteriorada, las consecuencias sobre nuestra piel pueden ser infinitamente más dañinas y vamos ataviados con una camiseta y una potente crema antisolar. En estos parajes hay que nadar con "guardaespaldas".

La Gran Barrera de Coral se mantuvo fiel a nuestros pasos hasta más allá del Trópico de Capricornio, un viejo conocido que cruzamos con José Enrique en nuestra subida por el interior del continente hacia Kakadu.

Ahora de nuevo lo atravesamos hacia el sur a pocos kilómetros de Rockhampton, la capital bovina australiana.

CRIATURILLAS DEL SEÑOR

Pero si la fauna marina es apasionante no se queda atrás la fauna terrestre, que sigue siendo igualmente sorprendente. Aunque los cocodrilos se mueven a medio camino entre el agua y la tierra, cuenta con otros vecinos no menos inquietantes. Cuatro de las serpientes más venenosas del planeta habitan en Australia sin olvidar otros "encantos" como arañas y lagartos (esos sí que me gustan) de diversos y sorprendentes tamaños.

Pero si dejamos un poco de lado el aspecto más terrible de lo terrestre encontramos en el otro lado de la balanza su cara más entrañable. El koala es un peluche con vida. Hasta la persona más insensible con la vida animal no puede evitar quedar atrapada por la presencia de una cría de koala. Definitivamente caímos rendidos a sus pies. Su afición por el eucalipto, su comida favorita gracias a su especial metabolismo digestivo, le permite vivir sin agua y mantenerle "colgado" de los árboles. "Koala" significa en aborigen "sin agua", es el camello de las antípodas o mejor dicho va más allá que el camello puesto que no necesita el agua.

Además el koala se ha convertido en mi "espíritu" australiano desde que leí en voz alta a Vicente y José Enrique su descripción hace más de un mes. Entre muchas de sus características leí para todos "su tierna y cariñosa apariencia esconde una naturaleza susceptible y no duda en arañar y morder si se le provoca". Y me bautizaron "koala" muertos de risa debido a unos brotes de mi genio sureño que tuve en determinados momentos de la primera etapa. José Enrique acabó siendo el canguro porque su bolsa "marsupial" no paraba de crecer y crecer debido a sus compras y Vicente el ornitorrinco, ese curioso y extraño animal mezcla de un montón de especies, vamos, un "bicho raro" y escaso pero entrañable.

Sin remontar las alturas arborícolas, el koala convive por estas latitudes con el casuario, una especie de enorme avestruz de potentes colores rojos y azules. La prima elegante del emu tiene un fuerte y desairado carácter. Se trata de un matriarcado bien marcado donde la hembra es capaz de dar unas patadas y "dos" de pecho que pueden dejarte noqueado en el acto. Menudo genio tiene la fémina de esta especie, que no olvidemos está en peligro de extinción y parece que es consciente de ello. El tímido, en esta ocasión, es el macho que se encarga de encubar los huevos de su temperamental esposa.

Hubo otro animal que nos hizo especial ilusión por lo que representaba para nosotros, por su dificultad para ser visto y porque tiene que ser realmente una broma del Creador. Hay un mensaje divino que circula por Australia:

"Claro que tengo sentido del humor, os he dado el ornitorrinco ¿no?"

Firmado: DIOS.

El tímido ornitorrinco (o "platypus", cómo se le conoce por estas tierras) es realmente un ejemplo viviente de esta exclusividad animal. Cuando en el parque nacional de Eungella nos apostamos silenciosos y pacientes entre los arbustos de la orilla al atardecer a la espera de su aparición, los minutos se nos hacían eternos. Es un animal nocturno y tan solo es posible verle al atardecer y al amanecer. Por fin unas burbujas y ¡ahí está! el "orni" sacaba su pico de pato electro-sensible para tomar aire y sumergirse rápidamente de nuevo en busca de algún crustáceo o gusano en los fondos de la pequeña laguna. Realmente fue emocionante ver a este fósil viviente, mamífero y ovíparo a la vez, en su medio natural. Es increíble que exista un ser que se reproduzca por huevos, que al nacer sea mamífero y tenga cuerpo de nutria, cola de castor, pico de pato y sea un palmípedo en sus extremidades pero con largas uñas para excavar.

Esta especie de castor-pato-nutria, con millones de años grabados en su código genético, lo tomaron como una broma cuando fue presentado por primera vez ante científicos de Londres en el siglo XIX. No podían creer lo que veían y creían que era un ser disecado construido con partes de diferentes animales. Junto al ornitorrinco, el equidna (una especie de tímido pero gran puercoespín con un morro en forma de pico de pájaro con punta plana para poder excavar) se convierten en los más fascinantes habitantes de la isla y los únicos del planeta en ser ovíparos y mamíferos. Un eslabón intermedio de cuando ciertos reptiles que poblaban la tierra se iban transformando en mamíferos en un proceso evolutivo que duraría millones de años ... excepto para el ornitorrinco y el equidna, que se quedaron estancados con características de sus ancestros los reptiles y no completaron su natural evolución hacia un ser mamífero completo. Fascinante, realmente fascinante. Y tuvimos la gran suerte de verlos en persona y en libertad a ambos.

La naturaleza y el mundo animal es prodigioso y cautivador y sus protagonistas son el mejor regalo que la tierra puede darnos. Lástima que el ser humano sea tan ingrato con ellos en tantas ocasiones.

EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN

La costa del Pacífico es azotada constantemente por un viento tozudo e inflexible que llega a exasperar los nervios. Unos nervios por otro lado totalmente templados entre los amantes del surf, que sí que saben sacarle partido a estas poderosas ventiscas marinas. Las arenas de las playas de la Sunshine Coast y la Gold Coast se visten de vivos y chillones colores, son las tablas de surf que aparecen por doquier, testimonios de la legendaria afición de los amantes de este peculiar deporte. Realmente hay que estar en plena forma para darse esas palizas sobre una tabla que lucha encarnizadamente con las olas rompientes de un mar violento sin contemplaciones. Auténticos "cuerpos danone" que resulta fácil percibir bajo los trajes de neopreno.

Los picachos aislados de las "Montañas de Cristal", que el intrépido Capitán Cook divisara en sus incursiones científicas sobre la gigantesca isla, son el telón de fondo de la Costa de Oro. ¿Quién le hubiera dicho a James Cook que pocos años después sus compatriotas elegirían esta isla para convertirla en un penal?

Efectivamente, en enero del año 1.778 el barco "Supply" al mando del capitán Arthur Phillip amarraría anclas en Botany Bay (pocos kilómetros al sur de Sydney) con una flota de 11 naves cargadas de convictos y víveres, estableciendo así la primera colonia inglesa penitenciara. Los aborígenes contemplarían asombrados la llegada de los nuevos y extraños "vecinos" después de cuarenta mil años de solitaria existencia, sin atisbar por un momento cuanto iba a cambiar su inmediato futuro.

Es domingo cuando entramos en Sydney, siempre intentamos elegir un día de fiesta en las grandes ciudades para evitarnos la pesadilla de los inconvenientes de una jornada laborable en una extensa e hiperpoblada metrópoli. Es algo que realmente nos da muy buen resultado. No nos importan las tiendas cerradas pero en cambio disfrutamos y sacamos partido a la circulación rápida y la facilidad de aparcamiento.

El Palacio de la Ópera despliega sus velas mientras el inagotable viento las hostiga como otro día cualquiera más. Pero no es un día más para un grupo de trabajadores de una casi extinta compañía naviera familiar de cruceros (al borde de la ruina) que protesta con sus pequeños barcos frente a los enormes cruceros de una importante y poderosa compañía rival. El pez grande se come al pez chico. Por unos minutos la Ópera se ve envuelta en una nube de humo rosa impenetrable, la tenía ante mi objetivo tan sólo unos segundos antes para ser grabada y desapareció. Botes de humo de protesta tratan de cortar el paso al gran crucero que les ha ganado la partida. Derrotados, se retiran, no sin seguir blandiendo sus pasquines de protesta. El humo desaparece, la manifestación se disipa y los turistas de nuevo se ponen a hacerse fotos con la Opera y el Puente del Puerto sin apenas percatarse de lo que acaba de suceder.

Con casi tres millones y medio de habitantes Sydney se erige arrogantemente frente a Melbourne (su eterno rival) como la ciudad más habitada y antigua de Australia. En Botany Bay encontramos la semilla que germinaría en lo que hoy es la moderna Australia. De nuevo somos azotados por el incansable y poderoso viento mientras intentamos que no nos arranque de la memoria por qué fue bautizada así. El botánico de la primera expedición que pisó Australia, con James Cook a la cabeza, decidió darle tan elocuente nombre por la cantidad de especímenes vegetales que allí descubrió. Los biólogos no tardarían en quedar aún más sorprendidos con la fauna que allí descubrirían. Habían descubierto el paraíso de los científicos de la naturaleza en su estado más puro.

Pero la parte dramática de la exploración marítima europea la pusieron en esta ocasión los franceses. El capitán La Perouse, en nombre de Francia, seguía muy de cerca la primera flota inglesa del Capitán Phillips pero los ingleses llegaron antes. El explorador galo, tras permanecer seis semanas en Botany Bay, se echó de nuevo al Pacífico y nunca más se supo de él y su flota. Desaparecieron en las aguas de un océano no tan Pacífico como reza su nombre. Efectivamente algunos navegantes consiguieron sus objetivos, no sin grandes esfuerzos, pero otros muchos -algunos conocidos como La Perouse pero la mayoría anónimos- perdieron sus vidas en su afán por descubrir y explorar nuevos lugares.

Apartamos nuestra mirada de las aguas del traicionero océano y la dirigimos al interior. Es sorprendente pensar que tuvieron que pasar veinticinco años para que tras la primera colonia establecida se decidiesen a franquear la cadena montañosa que veían todos los días. A poco más de 60 kilómetros de Sydney y con unos escasos 1.100 metros de altitud, las "Blue Mountains" ("Montañas Azules") eran una dura prueba en invierno por sus nieves y no menos dura el resto de las estaciones debido a su impenetrabilidad boscosa. Los convictos la tenían como un lugar misterioso creyendo que detrás de ella se encontraba la Gran China y con ella la libertad. Pero no había ni bambú ni rostros achinados tras ella, tan solo la muerte.

Ya no hay muerte en las montañas circundantes, tan solo entrañables pueblecitos de campiña inglesa y una desbordante naturaleza. Cuando comenzamos a recorrer entre millares de eucaliptos el ondulante trazado de las Blue Mountains comprendemos su nombre. Un dilatado velo añil nos envuelve flotando en el ambiente como una suave cortina de seda que tiñe sin proponérselo todo lo que se mueve a su alrededor. La evaporación del aceite de los eucaliptos es en realidad la causante de esta atmósfera azulada. El plato favorito de los koalas tiene su feudo en este refrescante rincón donde cascadas, gargantas y jardines salpican el terreno con sus vivificante presencia. Las noches son frescas para la acampada, no cabe duda, pero permiten descansar profundamente respirando un aire puro y vivificante.

Desde ellas descendemos hacia la joven capital de la nación.

LA EMBAJADA ABORÍGEN

Canberra nació para ser la capital. Queriendo evitar el conflicto que surgiría entre las eternas rivales Melbourne y Sydney si una de ellas era elegida, finalmente Canberra fue la solución. Como Brasilia para Brasil o Islamabad para Pakistán, esta capital "artificial" con una concepción moderna de grandes avenidas y espacios verdes, presenta todos los atractivos para la vida familiar pero le falta algo, le falta alma y eso tendremos que buscarlo en otros lugares de Australia.

El Parlamento moderno es una soberbia obra de arquitectura moderna que quiere reflejar el siglo XXI australiano pero frente al antiguo Parlamento de la capital unas casetas de tablones y chapa ondulada llaman la atención. Muy cerca de ellas, tiendas de campaña y caravanas ocupan parte del césped que al otro lado de la acera del antiguo Parlamento se extiende alrededor de un estanque. El cartel reza: "Embassy Aborigine". La bandera aborigen con los colores rojo, negro y amarillo (la tierra, su gente y el sol) ondea frente a la Estrella del Sur de la bandera australiana. ¿Qué significa todo esto sobre lo que nunca se habla en Occidente? Pues que los aborígenes continúan reivindicando su derecho a la tierra y quieren que se hable de ello fuera de Australia.

Un anciano aborigen practica con sus dos bumeranes mientras los más jóvenes conversan con los extranjeros que quieran oír sus reivindicaciones. En la acera, las pinturas con motivos aborígenes resaltan con sus vivos colores frente a la fachada blanca del viejo edificio neoclásico del que no paran de entrar y salir turistas. Los argumentos de unos y otros están aun por acercarse. Los unos creen que se está avanzando, ya han comenzado las concesiones y las compensaciones para resarcirles por el daño del que son conscientes que han causado. Los otros no lo consideran suficiente rápido ni real en proporción al daño realizado y siguen soñando con recuperar la tierra de la que fueron despojados. "Canberra" es una palabra aborigen que significa "lugar de reencuentro". Que así sea para todos.

CUERPO Y ALMA

Melbourne es una gran ciudad pero con un encanto especial. Nos gustó más que la congestionada Sydney y que la insubstancial Canberra. En ella se conjugan pasado y presente como si fuera algo normal. Sus viejos edificios neogóticos y sus catedrales de torres puntiagudas han sido vencidas en altura por los recientes rascacielos modernos pero en absoluto le han vencido en encanto. Los domingos, cuando la actividad estresante del mundo laboral cesa, las calles son invadidas por espectáculos y viandantes de todos los colores.

Todo tiene cabida a los pies de los modernos rascacielos y de los históricos edificios para resarcir el alma, para resarcir el cuerpo. Esquivamos los sonidos agudos de una extravagante función vanguardista; nos encontramos de frente con una manifestación en contra de la guerra y oposición al envío de tropas australianas a Afganistán. Actos que se producen tras el inconcebible salvajismo integrista del asesinato en masa de miles y miles de estadounidenses por la destrucción del World Trade Center de Nueva York y el ataque al Pentágono. Aviones repletos de pasajeros son convertidos en bombas volantes como ejemplo de la barbarie a la que pueden llegar unas sanguinarias mentes enfermas que se creen enviados de Alá. Ha ocurrido en la otra punta del globo pero la honda expansiva ha barrido todo el planeta y las explosiones sociales en cadena crean conflictos entre todas las víctimas porque no nos engañemos, verdaderos musulmanes o cristianos, judíos o budistas, hinduístas o animistas, ateos o agnósticos ... todos hemos sido víctimas de este acto extremista islámico que ha marcado un antes y un después en la historia de la humanidad. Nada volverá a ser lo mismo y confiemos que esa mala hierba sea arrancada de raíz con unos medios que en su justa proporción obtengan los resultados deseados por todos. Ojalá que los encargados de hacer justicia acierten en sus procedimientos. La historia juzgará este momento, nos juzgará a todos.

Salimos de la guerra y nos paramos para ver el espectáculo de una australiana ataviada como la típica campesina vietnamita plantando simbólicamente arroz en una fuente pública a los pies de la catedral de St. Paul, intenta representar la vida simple y sencilla. En el río Yarra mujeres dirigen el ritmo de musculosos regatistas que navegan sobre estiletes que cortan el agua. En los parques, familias en bicicleta pedaleando al unísono, perros jadeantes siguiendo el paso de sus dueños haciendo jogging, jóvenes con cascos aerodinámicos y patines supersónicos desafiando la velocidad, ... el deporte vivifica un cuerpo aplatanado por sentarse toda la semana frente a un ordenador a la luz de fluorescentes. Y por una vez, el día ha estado al gusto de todos contradiciendo el dicho meteorológico popular de Melbourne: "si no te gusta esta estación, espera cinco minutos".

El paso por el consulado español en Melbourne estuvo lleno de agradables sorpresas y nos dejó un recuerdo imborrable. Fueron muchas las gestiones que teníamos que realizar a través del consulado. Y cuando Carmen González de Amezúa, cónsul en ejercicio, conoció nuestra historia a pesar de tildarnos en un primer momento de "locazos" nos ofreció toda su ayuda incondicional así como la de todo el estupendo equipo del consulado. Desde Rosario hasta Juan sin olvidarnos de Nino, Teresa o Tammy se desvivieron por atendernos. Estos "locazos" no pueden por menos que agradecer su cariñosa predisposición y su valiosísima ayuda a nosotros como personas y a la Ruta de los Imperios como expedición. Gracias a ellos la desagradable y ardua batalla de encontrar un carguero fue mucho más suave, así como la difícil tarea de ir encajando la fecha de caducidad del visado australiano con los vuelos de salida de Australia. Cuando todo estuvo más o menos atado nos pudimos centrar en la última etapa por la isla-continente.

VÍCTIMAS DEL OCÉANO

Para una isla, el mar, el océano tiene un significado vital, excepcional, esencial, ... Cuando dejamos tras nosotros la gran ciudad y volvemos a reunirnos con la costa, el océano nos vuelve a recordar la fuerza titánica que posee. Avanzando por la Gran Carretera del Océano una curva tras otra nos revela la energía que han dedicado las aguas para penetrar con infatigable paciencia en la tierra, para desgastar con imperturbable estoicismo el suelo firme y macizo. Olas que como las garras de un tigre hercúleo han arañado la costa sin descanso durante milenios. Arrecifes que se asoman, cuando la marea se lo permite, como colmillos sedientos de carne fresca. Muchos han sido los navíos que han sido mordidos a muerte y naufragado irremisiblemente entre sus fauces.

El mar, la tierra y el viento cuando se unen para destruir son terribles. Cientos de barco sucumbieron a su poder aniquilador y cientos de vidas cargadas de ilusiones por emprender una nueva existencia en un nuevo mundo acabaron en el fondo del océano.

Los acantilados del Nullarbor (crónica 68) son todavía más violentos y altos pero estos poseen un arte que nos deja embelesados. Las formaciones que han esculpido las furiosas aguas marinas con la ayuda de coléricos vendavales han permitido dejar volar la imaginación humana para bautizarles con simbólicos nombres. Los Doce Apóstoles son una dentadura de caninos que la erosión ha separado del acantilado y que ahora se izan solitarios sobre el océano, rezando para que el día en el que se precipiten en el mar llegue lo más tarde posible.

El "Puente de Londres" es cómo uno de los "apóstoles" en su estado primigenio ... pero cada vez está más cerca de ser un apóstol más. Hace bien poco recibió su primera estocada porque esta gran cornisa está en continua evolución y movimiento. Su estructura como una lanza rocosa penetrando el mar estaba unida a la tierra firme a través de dos enormes arcos horadados por las olas dando el aspecto de un puente de doble arquería. Hace muy poco, en 1.990, se rompió repentinamente su cordón umbilical. Uno de los arcos se precipitó estrepitosamente en el océano separándose definitivamente de la tierra madre ante la vista horrorizada de una pareja que se encontraba en uno de los extremos de la pequeña isla recién nacida. Estas personas probablemente creyeron que también serían tragados por el mar como lo estaba siendo el primer arco de decenas de metros sobre el que habían caminado apenas unos minutos antes. Finalmente el arco sobre el que se encontraban mantuvo el tipo y un helicóptero se encargó de rescatarlos unas horas después. Una escalofriante experiencia para recordar toda la vida. Uno de los arcos del "Puente de Londres" se cayó pero su desamparado hermano sigue en pie pero ¿durante cuanto tiempo? Ahí aguanta como puede, dando belleza a esa mini-isla pero fustigado incesantemente por el ruidoso y poderoso burbujeo de la resaca marina que sigue royendo sin descanso sus cimientos mientras su vecina playa de arena blanca parece ajena a esa guerra de elementos.

En otras ocasiones, como en Blowhole o el Grotto, el océano ha conseguido excavar cuevas, gargantas o largos túneles que le permite penetrar en una tierra que tanto se le resiste pero que finalmente logra vencer. Muchos de los nombres geográficos de la Gran Cornisa del Océano corresponden a algunos de los más de 700 navíos que perecieron en ese lugar: Loch Ard, Falls of Halladale, Casino, Fiji, Eric the Red, Gambier y un largo etcétera. De hecho, el escudo de la Great Ocean Road es un barco en pleno naufragio.

¿Pero quién habla de dejarse impresionar por la historia negra del mar? Vamos a realizar una larga navegación por ese mismo bravío océano. Durante dos semanas abandonaremos el continente para adentrarnos en otra ínsula, la hija mayor de mamá Australia. Un nombre que nos ha cautivado siempre y que consiguió que nos diese un vuelco el corazón cuando supimos que no se necesitaba un carguero para llegar a ella. La existencia de un gigantesco ferry-crucero desde Melbourne con servicio regular para personas y vehículos nos ha permitido incluir esta alhaja en la Ruta de los Imperios. Se trata de una isla famosa por sus "demonios" pero que realmente es el cielo.

La rampa de entrada por la proa del gran buque vibra estruendosamente a nuestro paso. Instalamos nuestra montura tras otro todo terreno y los operarios van preparando los calzos. Cogemos nuestro reducido equipaje para las 13 horas que dura la navegación. En 30 minutos zarparemos hacia nuestro nuevo destino. La proa de la sofisticada nave delata la magia de nuestra siguiente etapa. Estamos a bordo del "Espíritu de Tasmania".

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.