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Crónica 33,

India III - El puerto del desierto

Ruta : Ruta de los Imperios | País : India

El cielo turquesa sobre nuestras cabezas, la dorada Jaisalmer a nuestros pies, las murallas de la "Sunar Qila" -fortaleza de oro- delante de nosotros y las azafranadas arenas del infinito desierto del Thar a nuestras espaldas ... desde la terraza superior del histórico Narayan Niwas Palace nos dejamos llevar por la imaginación y los sentimientos. Ha amanecido en la capital de las arenas.

Que extraña villa, parece que seguimos durmiendo y que estamos dentro de uno de esos sueños de aventuras orientales. Si no fuera por el turismo, este pueblo ámbar sería un enclave olvidado en medio de las arenas del Thar, en uno de los confines más desdeñados de la hermética frontera indo-pakistaní. Las casas que rodean el fuerte parecen una gasa que flota a su alrededor, como un vestido que se ha quedado demasiado holgado como consecuencia de algún infortunio.

Jaisalmer perdió su papel de "puerto del desierto" hace tiempo, en el mismo instante en que la India y Pakistán se separaron e iniciaron su primera guerra y todas las rutas comerciales quedaron definitivamente cortadas. Un puerto en un mar de arena que no se puede surcar ... se transforma en un espectro condenado a volatilizarse en la nada. Pero era una villa hermosa, muy hermosa, demasiado hermosa ... eso la salvó justo a tiempo.

La historia de su salvación es tan contradictoria como la historia de la propia humanidad. India hace su primera prueba atómica en el desierto del Thar, cerca de Pokaran, 110 km. al este de Jaisalmer. Utilizan Jaisalmer como lugar de alojamiento de las autoridades y de la Primera Ministra de la nación, Indira Gandhi. La ciudad es un espíritu sin vida, queda muy poca gente, el viento se come la piedra de los hogares que antaño rebosaban vida, los escasos pozos están siendo sepultados por las arenas, las lujosísimas havelis están selladas y abandonadas porque ya no hay comercio, el fuerte se desmorona, pero ... su gallarda prestancia sigue intacta.

Indira Gandhi queda impresionada y crea un departamento para la recuperación y salvación de Jaisalmer. Quien iba a pensar que la más terrorífica arma creada por el hombre iba a suponer la salvación de una joya irremplazable a punto de desvanecerse para siempre. Pero así de paradójica es la humanidad, tan sumida en el anhelo de la destrucción masiva como en el afán por preservar lo hermoso. Nunca vimos tan clara la rivalidad del bien y el mal, el antagonismo del cielo y el infierno, la contraposición del Yin y el Yan, ... como en el corazón de estas arenas.

LA CAPITAL DE LAS ARENAS

Perderse por el laberinto de callejuelas de Jaisalmer producen un placer difícilmente descriptible. Tampoco podemos, ni debemos, olvidar la presencia constante de las vacas, algunas con muy mal genio, en su intento de cornearte a empujones cuando se obstinan en pasar por donde tu te has parado, provocando una sensación desconcertante (tanto o más que sus elocuentes y oloríficos rastros). Pero elevamos la vista por encima de la contundente cotidianidad para dejar paso a la seductora historia que ha quedado tallada en sus piedras de arenisca. Las majestuosas mansiones (havelis) de los prósperos mercaderes y de los ricos marwaris (miembros de las grandes castas de Baniya) que antaño habitaron en la ciudad, siguen siendo un testimonio vivo de la grandeza de otra época que fue apagándose con el ocaso de las rutas caravaneras.

Estas suntuosas mansiones familiares lucen balcones, baldaquinos, ventanas, miradores, escalinatas, arquerías, ... de piedra repujada hasta detalles inverosímiles. Y celosías, muchas celosías en las fachadas, había que salvaguardar el honor de sus mujeres.

Nos vamos dejando llevar por el gentío, hablamos con los lugareños, nos paramos en los comercios, nos dejamos maravillar por su arquitectura,...¿Pero como es posible? Ya está ahí la puesta de sol.

Quizás sea cierto que en este lugar nadie es consciente que el tiempo pasa.

Las murallas que rodean al fuerte son iluminadas al atardecer, las luces titubeantes de la ciudad que a sus pies se extienden brotan como traviesas luciérnagas en la noche. Pero también nos recuerdan las llamas de las piras funerarias a las que debían lanzarse las mujeres y los hijos de los rajput para cumplir el jauhar, uno de los legendarios -y terribles- códigos de honor y de caballería rajput. No se podían doblegar ni ante un enemigo obviamente superior. Cuando llegaba el momento del enfrentamiento "final" se ataviaban con túnicas de color azafrán, se afeitaban la cabeza y los clanes guerreros rajpures se dirigían al galope a una muerte segura. Su orgullo, el honor, su intocable independencia, estaban por encima de todo, incluso de la muerte. Los hombres perecían en el campo de batalla y las mujeres y los hijos de los guerreros consumaban el jauhar en una vasta hoguera creada en un gran pozo de la fortaleza.

La historia transcurre y sus marajás fueron negociando alianzas cuando el Imperio Británico alcanzó el subcontinente indio. Las excentricidades ocuparon el lugar de los viejos códigos medievales, dilapidándose auténticas fortunas. Cuando Indira Gandhi suprimió sus privilegios, muchos marajás transformaron sus palacios y castillos en hoteles de lujo y poder así garantizar su supervivencia. Y francamente, desde un punto de vista puramente placentero, es un gusto que hay que darse al menos una vez en la vida y comprobar esa frase extraída de la sabiduría popular "vive como un marajá".

ENCUENTROS EN LA CIUDAD DORADA

Bajamos al jardín del Narayan Niwas Palace, nos sentamos y vamos pasando al disco duro del ordenador las fotos digitales del día de hoy. Recordamos que en este preciso lugar, conocimos hace unos años a un infatigable viajero, al periodista Jesús Torquemada y a su mujer Flor.

Fue "el principio de una larga amistad" y nos sigue fielmente desde su programa radiofónico de viajes "La Brújula", incluso conectando con la expedición a través del teléfono satélite. Marián se medio incorpora con cara de asombro, buena fisonomista y siempre atenta a lo que pasa a nuestro alrededor ... piensa en voz alta.... "yo diría que ese señor que acaba de entrar al patio es Fernández Sánchez Dragó". Nos volvemos José Enrique y yo al unísono y efectivamente, es él, uno de los más ilustres viajeros de España (74 países en su haber), galardonado escritor, periodista, corresponsal, filólogo,... José Enrique le saluda efusivamente, Fernando nos devuelve el saludo muy afectuoso, como si nos conociera de toda la vida, y se sienta con nosotros. No pierde nunca la sonrisa. Los encuentros fortuitos entre viajeros en los lugares más recónditos del mundo crean una sana espontaneidad de cariño y camaradería. Hablamos de los motivos que a ambos nos ha vuelto a acercar a este mágico lugar. Acabamos cenando juntos y nos divertimos intercambiando mil historias de viajes y aventuras por los cinco continentes, entre sorbo y sorbo de un aromático "masala tea". Una marioneta rajput pende sobre un hilo junto a otras compañeras que pendulean por la estancia donde nuestras risas y nuestras palabras no cesan. Compartimos tres días en la Ciudad Dorada. Realmente Jaisalmer es un lugar mágico. Pero también conocemos a muchos personajes anónimos para todos mientras deambulamos por las calles de Ciudad de Oro durante los días que allí permanecimos. Así conocimos a Santos, una preciosa rajput de ojos avellana, que siempre va allí donde tiene la posibilidad de obtener unas cuantas rupias vendiendo collares, pulseras y tobilleras de cascabeles, las mismas que han usado ellas y sus ancestros femeninos desde hace varias generaciones. Siempre con su pequeño Ganesh en brazos, a sus 18 años ya es su segundo hijo, el mayor ha cumplido los tres años ... Al final acabamos siendo casi íntimos. José Enrique es un virtuoso de la guitarra y no se puede resistir a arrancarle unas notas a la sitara que el marido de Santos toca sin cesar. El sonido es profundo, como un gemido lastimero que penetra hasta el alma. Le indica como colocar los dedos y como arañar con la varilla las cuerdas del quejumbroso instrumento.

Las telas de los puestos que asoman por el camino al fuerte hondean con mil colores, bordados y espejos, al igual que lo hace el estandarte del marajá desde lo más alto del palacio Raj Mahal, donde vivió y gobernó a la "Ciudad Dorada", como es invocada en las antiguas crónicas. Y en cada ocaso la ciudad sigue honrando a su sobrenombre y nos permite contemplar los preciosos brillos dorados que el sol de poniente arranca a los muros de arenisca.

Y un poco más allá de esta grandiosa obra que ha creado el hombre se encuentra la nada, el desierto del Thar. Después de mucho tiempo, nuestro Montero vuelve a probar las dunas pero ... la frontera está demasiado cerca. No se goza de libertad absoluta pero sí de la suficiente para acceder a algunos de los pueblos rajput en la ruta hacia Sam Dunes. En nuestro avance nos topamos con diminutos cultivos de mijo, muchachos recogiendo bayas o chicos pastoreando rebaños de ovejas o cabras. Las campanillas que ponen los cabreros en su ganado transforman ese tintineo en la música del silencioso desierto. Hay muchos dromedarios en Sam Dunes, pero ahora dejan mil huellas transportando a los viajeros que desean contemplar la puesta de sol entre las dunas. Ya no cargan oro, seda o especias, transportan los sueños de aquellos visitantes que por una tarde se quieren sentir Aladinos o Sherezades.

Pero antes de abandonar el Thar, descinchamos los bidones y vaciamos el contenido de los dos últimos en el depósito. Será el último repostado en el desierto durante mucho tiempo, es un acción repleta de significado ... nos surge la pregunta, ¿cuándo volveremos a utilizar los bidones de emergencia? Seguramente dentro de muchos, muchísimos meses, quizás más de un año. Tal vez sea en ... ¿Australia?

Colocamos de nuevo los bidones en la baca y los estibamos cuidadosamente, casi con ternura, como cuando guardamos en el armario el preciado abrigo que nos ha dado calor durante el largo invierno ... pero que con la llegada de la primavera ha dejado de ser necesario ... hasta que el frío regrese con el siguiente invierno. Ese día lo desdoblaremos cuidadosamente y le volveremos a dar la bienvenida a nuestra vida.

Última comprobación, intento mover los bidones ... no se desplazan ni un milímetro. Sí, los hemos cinchado firmemente, nos sacudimos la rubia arena del Thar, ... quizás la próxima vez que repitamos esta operación nos tendremos que sacudir la arena púrpura de Queensland.

LA CIUDAD DE LA AURORA

El resplandor dorado de Jaisalmer se disipa en la bruma del ayer cuando nos dirigimos hacia Udaipur. Recorremos más de 500 km pero antes de entrar en Udaipur arribamos al templo jainista de Ranakpur. La luz del atardecer incide en su fachada. En su interior, el detalle del trabajo en el mármol es espléndido. Las 1.444 columnas que sostienen este fastuoso templo no son una igual a la otra. Nos empleamos a conciencia y de las columnas que estudiamos a fondo siempre hay algún detalle que la distingue de las otras.

La llegada a Udaipur fue dura, de noche y a través de 90 km. de una estrecha y zigzagueante carretera de montaña. Pero la recompensa fue dulce, nos instalamos en el Lake Pichola Hotel, en la mismísima orilla del grandioso lago del mismo nombre. Se trata de una antigua villa palaciega transformada en un exquisito hotel de espectaculares vistas con el encanto del sabor de la India romántica. Las luces que iluminan el Palacio de la Ciudad le confiere el encanto de un palacio de las Noches de Oriente. De nuevo la magia se conjuga en su máxima expresión.

Y el Rajastán se convierte en sinónimo de hechizo de luna. Por la mañana, desde su terraza al borde del plácido lago, contemplamos maravillados las vistas sobre el templo Jagdish y el Palacio de la Ciudad. Pero lo que de verdad nos cautiva la vista es el espectáculo de los ghats (escalinatas de piedra que desembocan en el agua), donde las mujeres de la ciudad emprenden la vigorosa tarea de lavar la ropa a golpe de garrote, mientras otras se bañan sin ningún fingido pudor.

Las callejuelas por las que esquivamos las vacas, las abundantes y sagradas vacas, y por donde las bicicletas nos esquivan a nosotros nos conducen a la zona real. El Palacio de la Ciudad te obliga a elevar la vista hasta lo más alto, jactándose de su gallardo encanto. De nuevo, las vistas sobre la ciudad y sus lagos y la suntuosidad de las estancias impregna el ambiente de la fragancia de otra época. Udaipur, la "Ciudad de la Aurora", es "regia", no "guerrera", no tiene una poderosa ciudadela que evoque el pasado brutal y opulento de los clanes rajputs.

Aquí, el agua, la tierra y el cielo se combinan para crear un verdadero paraíso Tiene los más refinados y exquisitos palacios, a orillas -y dentro- de lagos esmeraldas y turquesas, engarzados en el centro de una guirnalda de jardines del Edén. En este valle, damasquinado entre las altas colinas de las montañas Arawali, se encuentra lo que muchos consideran la ciudad más romántica del Rajastán. Regresamos a nuestro refugio del lago Pichola y a través de las arquerías polilobuladas del gran salón disfrutamos del espectáculo de luces con el que el sol juega, cada atardecer, sobre la fachada del Palacio de la Ciudad. Y de nuevo la vista se nos va hacia el ghat que esta mañana nos ofrecía un retazo del cotidiano espectáculo de la ciudad. Ahora nos muestra como el escenario se va vaciando, las mujeres se repliegan con los barreños de ropa acoplados sobre sus cabezas. Andan muy erguidas, el peso es grande, una costumbre que aunque condena su espina dorsal de por vida les permite andar con más clase que las más envidiadas modelos de alta costura.

Todo Rajastán está repleto de fortalezas en altos riscos, palacios exóticos que parecen sacados de un cuento de hadas y fascinantes relatos de la caballería y el heroísmo medieval. Pero no sólo vemos la arquitectura, estamos conviviendo con la historia. La fortaleza de Chittorgarh compendia lo más trágico del profundo ideal romántico de la caballería rajput. Tres veces en su larga vida, Chittorgarh fue saqueada por un enemigo más potente y en cada ocasión, el fin tuvo lugar a la usanza rajput del "jauhar" ante un destino irreversible. Tres veces los hombres se engalanaron con sus túnicas de color azafrán, abandonando el fuerte para lanzarse a un combate de muerte segura. Tres veces las mujeres y los niños se inmolaron en una enorme pira funeraria. El honor era siempre más importante que la muerte. La última jauhar data del siglo XVI cuando el emperador mogol Akbar tomó la ciudad, 8.000 guerreros salieron cabalgando hacia la muerte.

Ahora, sus templos y estancias solo son recorridas por inquietos y pícaros monos lémures ansiosos por conseguir comida. La torre de la Victoria conmemora un triunfo guerrero del siglo XV, el del marajá Kumbha, y una época que ha cuajado la memoria de leyendas medievales de honor y orgullo. Chittorgarh queda anclada en lo alto de la colina como así ha quedado anclado su glorioso pasado medieval. Desde esta empalizada decimos adiós al Rajastán, un estado repleto de lujo, bellezas y leyendas. ¿Adiós? Mejor le decimos "hasta la vista", porque aunque no volvamos físicamente ... siempre permanecerá en nuestras mentes y regresaremos a su recuerdo siempre que lo añoremos.

Dedicamos las crónicas del Rajastán a nuestro querido amigo José Enrique Simó, agradeciéndole la gran labor que está realizando para la Ruta de los Imperios y por haberse reunido con nosotros durante una etapa tan significativa y convertirla en un recuerdo imborrable.

Resto de crónicas de la ruta

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.