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Crónica 25,

Kirguistán - El espíritu de las montañas

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Kirguistán

-¡No hay ni un alma! -Me dice Marián al ver la barrera de la frontera kazaj.

-Pues vamos a ver lo que pasa, confío que nos dejen pasar al otro lado. -Le contesto, también preocupado porque la frontera es todavía más pequeña de lo esperado e igual es solo para lugareños.

-Allí hay un policía. -Prosigue Marián, mientras me señala con el dedo a un agente de uniforme gris con una gran gorra de plato.

-Crucemos los dedos, merece la pena intentarlo. -Le digo mientras meto primera y el coche se mueve lentamente hacia la barrera. Si lo logramos ganamos un día extra en Kirguizistán. El día anterior habíamos cambiado de planes respecto a la ruta, en vez de entrar a Kirguizistán por la ruta directa a Bishkek (más al norte) íbamos a intentar entrar por Taraz, ese itinerario lo consideramos mucho más atractivo que el del norte por Kazajastán.

El aduanero está recostado dando cabezadas en una silla. Oye el motor y se sobresalta. Nos mira sorprendidos. Passport ! Los examina y nos pide abrir el portón trasero, hace el gesto de qué es todo eso. Le señalamos que es ropa, comida y material de acampada. Nos pide que lo cerremos y que sigamos. Se vuelve a recostar en la silla. Otro policía nos señala que nos dirijamos una caseta más alejada. Aparcamos el coche y nos dirigimos a ella. "Welcome to Kirguizistán", nos dice otro hombre de uniforme gris. Pero...pero... ¿ya estamos en Kirguizistán? Nos preguntamos Marián y yo con la mirada. ¿No sellan nada? ¿No hay formularios de salida? ¿No nos intentan sacar unos dólares? ¡Pues nada de nada! Hay más control a la entrada de cualquier museo que en esta frontera. No salimos de nuestro asombro. Pasaron totalmente de nosotros ... ¡para alegría nuestra!

Ahora viene la segunda parte, claro. Al acortar en un día la ruta por Kazajastán nos presentamos con un día de antelación en la frontera Kirguis yyyy ... nuestro visado no tiene validez hasta mañana. ¡Siempre haciendo malabarismos con las fechas de los visados! Que pesadilla. No obstante, vamos a intentar entrar, igual no se dan cuenta.

Un calendario con todos los presidentes de las nuevas repúblicas cuelga bajo un reloj que marca una hora menos que en nuestro reloj. Cambiamos de nuevo la hora. Comienzan las inscripciones de los pasaportes y del coche. Damos conversación y preguntamos cosas para que no se den cuenta de la fecha del visado. Pero parece que tienen la atención concentrada en otro asunto. Son 300 som (1.200 pts.= 7,5 US$) por la "tasa ecológica". ¿Tasa ecológica? ¿Qué es eso?

Kirguizistán es prácticamente el único país de la órbita soviética que Stalin mantuvo intacto (la otra cara de la moneda de la ultrajada vecina de Kazajastán). Las montañas y los lagos son su razón de ser y es uno de los lugares más puros y naturales de Asia Central. El gobierno ha sabido reaccionar rápidamente y aprovechar esta fama para comenzar a obtener ingresos sin inversión y sin riesgos. Y han sido rápidos, muy rápidos con la maniobra. Y aquí tenemos las "tasas ecológicas", que están por todo el país.

Nos dan una tarjeta con todo escrito en cirílico. Les pedimos un recibo, porque los únicos números que figuran en la tarjeta son los de la fecha, la matrícula de nuestro Mitsubishi Montero y el número 30, este último impreso en la tarjeta, con lo que supusimos que eran 30 som y no 300. Se miran y uno de ellos dice que con la tarjeta es suficiente. ¡Estupendo, no era legal! Eso nos viene muy bien porque ahora van a estar más centrados en sacar su "propina" que en seguir viendo el pasaporte. Es un chollo para nosotros, por 1.000 pts. extras entramos antes de la estricta fecha marcada en el visado, con lo cual nos da tiempo de recorrer una ruta inédita nada habitual.

Desde el primer momento estábamos dispuestos a pagarla pero no se lo ponemos fácil porque si se lo damos sin rechistar igual se inventan otra tasa para seguir estrujando a los "extranjeros". ¡Comienza la partida! Tenemos que hacerles creer que no es tan sencillo obtener el dinero, que cuando lo obtengan lo vean como una "victoria" y no como "les podemos sacar más". Les hacemos un montón de preguntas sobre la tasa: desde cuando se pagaba (desde hace 3 ó 4 años); si valía para todo el país o solo para la zona de Talas (era solo para Talas); si se tiene que pagar en som (aceptan dinero kazaj, kirguis y dólares, ¡cómo no!); si hay que tener la tarjeta siempre visible en el parabrisas. En un mapa de Kirguizistán les vamos haciendo preguntas sobre lo más interesante (el interés por su país y el hecho que conociésemos muchas cosas les gustó), etc., así pasan casi diez minutos. Por fin saco el dinero. Sonríen. Uno de ellos se guarda los 300 som en un bolsillo de la chaqueta, nos devuelven los pasaportes y nos dicen adiós. Al coche no le prestan ni la más mínima atención. La "tasa" ha sido suficiente. Welcome to Kirguizistán. Hoy estaremos "ilegales" (sin visado para el día de hoy) en Kirguizistán pero ya mañana estará todo en regla.

EL SILENCIO DE LAS MONTAÑAS

Avanzamos nuestros primeros kilómetros por un entorno que comienza a enrarecerse. El cielo se oscurece con nubes grises, una fuerte tormenta de polvo y viento nos envuelve durante unos minutos como un ciclón. La silueta de las montañas desfiguradas por las nubes comienza a desdibujar el horizonte que deja de ser ralo y plano. El 94% del país esta surcado por las montañas, es la cara opuesta de Kazajastán, invadido por la estepa. Los caballos, que apenas vimos en los anteriores países de tradición nómada, invaden constantemente un entorno de llanuras arropados por altísimos picos que en la distancia consolidan su presencia.

Sus jinetes han cambiado de sombrero, es su tarjeta de presentación. Estos se han alargado y se han transformado de color. Los ak-kalpak, sombreros de fieltro blanco con motivos arabescos en negro, cubren ahora sus cabezas como lo han hecho durante largos siglos de tradición, cuando no tenían ni siquiera pueblos y se pasaban la vida cabalgando sobre sus caballos entre las montañas. Unas montañas que nos están envolviendo. Marián me señala el altímetro del Montero y observó como la altitud no para de subir, 2.000 m., 2.500 m., 3.000 m., 3.330 m., estamos en el Puerto de Otmok. La temperatura por su parte ha seguido el camino inverso, no ha parado de bajar: 9ºC, 6ºC, 4ºC hemos llegado a 1ºC. La nieve comienza a rodearnos, rompiendo con su manto el intenso color marrón que tiñe las montañas. Nos detenemos, saltamos del coche y metemos nuestras manos en un montón al lado de la pista, como un saludo a su naturaleza fría y a las montañas, con las que vamos a convivir a partir de ahora. Son las primeras nieves de la RUTA DE LOS IMPERIOS.

Hace mucho que rodamos sobre una pista de tierra a punto de congelarse. El silencio es aterrador tan sólo sesgado por el gélido y silbante soplo del viento. Iniciamos el descenso y las montañas ya no visten la blanca túnica. Tan solo se engalanan de albar cuando se sienten cerca del cielo.

Este primer contacto con las montañas nos permitirá familiarizarnos con este tortuoso medio que es la razón de ser del país, surcado por lagos y elevados pasos de montañas que configuran su salvaje y bella naturaleza. Aparece de nuevo el asfalto en el cruce que nos indica el camino hacia Torkent. Están asfaltando la carretera con ayuda iraní. El campamento se encuentra en el mismo cruce.

Desde que entramos ... ¡no hemos visto ni una gasolinera! Es realmente una ruta extraña, nos imaginamos que los lugareños se suministran en alguna especie de granja privada pero hay que ser de la zona para saber dónde. Es lo que suele ocurrir en estos lugares apartados, hay tan poco movimiento que nadie -ni siquiera el estado- invierte en la construcción de una gasolinera. Pero este es un cruce importante y hay muchas casetas, decidimos preguntar. Nos indican con gestos que ninguna de esas casetas tiene surtidor pero tienen gasoil en bidones metálicos de 20 litros. Eso nos vale, negociamos el precio y llegamos a un acuerdo.

Tomamos rumbo sur en ese cruce. El lago Jengy Jol, que es nuestro destino inmediato, nos conduce de nuevo a través de las montañas por el paso de Ala-Bel. Descendemos por la estrecha y sinuosa garganta del río Chychkan, las abruptas montañas de Alatau acotan nuestro paso a derecha e izquierda, no hay escapatoria. Los tramos de asfalto se mezclan con los trozos de pista infectados de la horrible "chapa ondulada" originada por el paso constante de pesados y enormes camiones.

Las casas del té, "chaijanas", comienzan a aparecer por el sinuoso y oscuro camino como luciérnagas en la noche. Hacemos alto en una de ellas para satisfacer a nuestro hambriento estómago. Es difícil entenderse y acabamos colándonos en la cocina. Están friendo pescado del río, su carne es anaranjada. En una enorme olla hay cordero en salsa, preferimos la carne, es más segura y parece más sabrosa. Junto a nosotros se han sentado un grupo de mujeres que charlan animadamente entre risas y tazones de té que les reconforta del frío. Son vendedoras de ropa que se dirigen al mercado de Bishkek, la capital.

La noche, aliada con las altas paredes rocosas que nos rodean, es de una oscuridad impenetrable. De todos modos seguimos avanzando, no vemos el paisaje pero en esta ocasión no es grave porque el camino de regreso se realizará también por este cañón y ... será de día. Robamos unas cuantas horas a la noche hasta que el sueño hace mella en nosotros, la somnolencia se va adueñando de nuestros cuerpos pero no encontramos ningún lugar "discreto" para levantar la tienda sobre el techo del todo terreno.

-¡Mira, unas luces ahí delante! ¡Igual es una granja! -Me dice Marián entusiasmada. Cuando estamos en tierras "sin informes fidedignos" y no encontramos lugares camuflados procuramos pasar la noche en asentamientos humanos, es mucho más seguro.

¡Y era realmente una granja! Hemos tenido mucha suerte. Nos detenemos delante de la puerta del gran corral y nos bajamos los dos, para que vean que hay una mujer, siempre da mucha más confianza a las familias que viven en granjas. Hemos dejado los faros encendidos y avanzamos sin salirnos de su luz, para que se nos vea bien. Era muy tarde y no queríamos dar ningún susto a nadie. Y además, iluminados por la claridad pueden comprobar claramente que somos extranjeros, eso también da más confianza.

Salen un hombre y una mujer, les damos la mano, les explicamos que somos viajeros extranjeros y les pedimos permiso para poder aparcar dentro de su recinto para pasar la noche. El sentido de la hospitalidad de todos estos pueblos les conduce a concedernos el deseo sin dudarlo ni un segundo. Ellos mismos han sido nómadas hasta hace muy poco. Nos sacan pan dulce, queso, mantequilla, mermelada que ellos mismos elaboran y nos tomamos una taza de té todos juntos, sobre una alfombra en el porche de la casa. La débil luz de un candil ilumina esta maravillosa escena mientras nos vamos intercambiando, con señas, datos familiares y modos de vida, tanto del suyo como granjeros como del nuestro como viajeros. Las montañas siguen estando muy cerca y vamos notando como el invierno también se acerca.

LAS YURTAS DE LA AMISTAD

El nuevo día disipa las nubes que ayer quisieron hacernos esperar para iniciar el descubrimiento de las cimas de este territorio, que apenas comenzamos a intuir cuando el día se nos escapaba de las manos. Y si el día anterior el sol brilló por su ausencia, hoy nos permite apreciar el verdadero entorno que nos rodea sin velar ninguno de sus atributos. Torkent tan sólo nos sirve para indicarnos que cada vez estamos más cerca del lago Jangy Jol. Las suaves colinas que nos envuelven ahora dulcifican el valle, donde la hierba colorea de tonos ocres y pardos el suelo que pisamos. El cielo refleja su luz sobre las aguas del lago y lo comenzamos a circunvalar para seguir el curso del río Naryn.

El camino no solo nos permitirá descubrir y disfrutar de su naturaleza primitiva. Delante de nosotros tenemos una colina cubierta de tupido pasto y cortada en dos por una vigorosa corriente de agua. Hay un pequeño y rústico puente de madera que une las dos orillas, todo es muy bucólico. Pero lo que realmente nos atrae de esta imagen, lo que nos tiene hipnotizados, son unas formas semiesféricas en el otro margen del río: ¡son yurtas de nómadas kirguis! El corralillo está vacío, los corderos y las vacas con sus terneros salpican la falda de la colina dando buena cuenta del pasto.

Dos mujeres salen de una de las yurtas y comienzan a saludarnos indicándonos que nos acerquemos. Avanzamos hacia ellas, cruzamos el estrecho puente, la madera chirría bajo nosotros cuando pasamos sobre él, mezclando su irritante sonido con el del agua que corre fresca y clara. Son todas mujeres, los hombres estarán seguramente con el ganado o cazando. Las mujeres no parar de reír y de mirarse entre ellas, Marián avanza para darles la mano, todas le dan la mano con mucho entusiasmo. Yo, como hombre, no sé como saludar a una mujer nómada kirguis así que lo hago con la simbología universal de un ligero movimiento de cabeza hacia abajo y llevándome la mano al corazón. Me devuelven el saludo con la cabeza pero Marián sigue cautivando su atención. Una señora mayor con un crío de unos dos años nos invita a entrar a la yurta. Nos descalzamos. Andamos sobre las pieles curtidas que cubren el suelo de la yurta a modo de alfombra pero ... están heladas. Nos sientan sobre unos edredones con mil y un colores, extienden en el piso un mantel donde van a poner la comida. Toda la vida interior se desarrolla a la altura del firme, sobre edredones y cojines planos. Allí conocemos a su hija, que de la misma edad que Marián, lleva en brazos a uno de sus ¡5 hijos! Aunque pensaba que no eran muchos, pues su madre había tenido 12.

La anciana, de 60 años y con unas mejillas exageradamente rojas, nos ofrece leche, ordeñada de sus propias cabras, es amarga y con un fuerte regusto a hervida. Nos dijeron que sus maridos han ido a cazar venados salvajes. Un enorme cuenco con carne de cabrito mezclada con patatas asadas preside el centro de la "mesa" rodeado de platos de mantequilla, queso, pan... bebemos unos cuantos tazones de té que resirven constantemente. La abuela saca una botella de plástico con un líquido incoloro en su interior y unos pequeños vasitos. Marián y yo nos miramos y pensamos al unísono ¡oh no, vodka! ¡Llega hasta los lugares más recónditos! Tenemos que brindar, para no ofender su hospitalidad. Miro sobre mi cabeza y un cordel cruza de un extremo de la yurta al otro. De él cuelgan, apretados unos contra los otros, un montón de piezas de carne muy roja y oscura que se está secando. Nos enseñan la yurta que usan de cocina, sus corrales "provisionales" -todo es temporal en la vida de los nómadas-, nos explican como elaboran sus quesos y mantequilla, ... El tiempo pasa sin darnos casi cuenta y la capa azabache del crepúsculo va sumergiendo el valle en las tinieblas. Acampamos junto a ellos, es un campamento de nómadas que pertenecen a distintos siglos pero que se han encontrado en el túnel del tiempo. Los hombres no han vuelto, seguramente no cazaron nada todavía y nunca vuelven con las manos vacías, pernoctarán fuera y mañana seguirán buscando una buena pieza.

Las mujeres, que no borran ni un solo instante la sonrisa de sus rostros, han hecho una hoguera en el centro del campamento, las llamas del fuego bailan con sensualidad y el color anaranjado que emana va acariciando todas las formas de su alrededor. De pronto la abuela cierra los ojos y todos se callan, comienza a entonar un cántico ritual que corta la respiración. Como si invocará al más allá, de su garganta salen himnos que se pierden en la memoria de los kirguis, una tradición que se transmite de generación en generación a través de la palabra porque no usan la escritura. La noche es mágica.

EL TÚNEL DE LOS HORRORES

Es un nuevo día y el campamento nómada ya queda atrás pero el cántico de la abuela aun resuena en nuestros oídos y su imagen, siempre sonriente, junto a las yurtas diciéndonos adiós perdurará para siempre. Un encuentro prodigioso.

Las montañas son ahora nuestros únicos compañeros pero... el camino dejará de ser un solitario entorno para comenzar a ser surcado por los diestros jinetes kirguis dirigiendo sobre sus caballos el ganado. Sus rostros siguen descubriéndonos los rasgos de su mapa genealógico que nos muestra sus orígenes más lejanos, cuando llegaron del sur de Siberia. Y el sol, el viento y el aire han esculpido sus duras y profundas facciones a golpe de galope sobre sus nobles e inseparables compañeros de fatigas.

Volvemos a subir por esta montaña rusa natural, esta vez alcanzamos los 3.586 m. de altitud del paso de Töö-Ashuu, pero hay que atravesar un túnel y un control impide avanzar. Se han producido desprendimientos y regulan el flujo de vehículos. Dos horas de espera y es nuestro turno, nos introducimos en las entrañas de la montaña. El interior del túnel da pavor. Está medio derruido, enormes grietas por todos lados, trozos de rocas caídos por doquier, hormigón y hierros retorcidos por el suelo y colgando sobre nuestras cabezas, moviéndose con el paso de los vehículos. Parece que todo se va a desmoronar de un momento a otro. No puede cerrarse porque cortaría el único paso para llegar a la capital sin tener que dar una vuelta de cientos de kilómetros. La cordillera de Kyrgyz Alatau tan solo permite este paso pero las obras y el paso de vehículos no son compatibles así que se alternan las horas de trabajo con el tránsito de vehículos, organizando un gran caos a ambos lados.

Salimos de aquel "túnel de los horrores" sin quedar sepultados pero el descenso también tiene su "punto divertido". Ya es de noche, vamos en caravana sin posibilidad de adelantar porque la pista es como una serpiente haciendo contorsionismo, el polvo de la caravana nos anula los faros haciéndonos avanzar a ciegas y las ruedas del vehículo precedente no paraba de levantar piedras. El parabrisas roto es lo que menos necesitábamos en este momento.

La "diversión" acaba cuando nos unimos al asfalto, 40 kilómetros más abajo. Los ruidos desaparecen, el tráfico se dispersa, recuperamos la visibilidad y el parabrisas se ha salvado. Tan solo nos queda buscar un lugar discreto para pernoctar, aquí la temperatura es más benigna y la llanura nos permite una amplia variedad de lugares para realizar una acampada libre. Mañana entraríamos en Bishkek, la capital.

Kirguizistán, SIGLO XX

-Ten cuidado -me advierte Marián- por ahí se acerca un trolebús.

La circulación en Bishkek está amenizada con los autobuses eléctricos que aparecen por todas partes. La población es muy variopinta, desde rasgos mongoles hasta rubios de ojos claros, desde trajes tradicionales hasta chicas jóvenes con unas camisetas y minifaldas que convertirían a Tarzán en un puritano. Estamos en una urbe ordenada, limpia, de amplia calles y avenidas, edificios bien mantenidos y muchos parques. La capital fue construida por los soviéticos bajo la mirada eterna de las cimas nevadas de las montañas de Alatau. La estatua de Lenin sigue en la Plaza Central, con su gesto enérgico de brazo alzado, mano abierta y expresión dura. Nos sorprende, ya que en el resto de los países su presencia y su nombre han desaparecido de calles y plazas pero en Kirguizistán su imagen todavía sigue presente en muchos lugares.

Pero las montañas siguen ejerciendo su poder sobre nosotros, las cumbres nevadas parecen que pueden tocarse con la mano. Las más hermosas se encuentran en la reserva natural de Ala Archa, al sur de la capital, donde vuelven a aparecer los jinetes kirguis cabalgando junto a sus rebaños.

Nosotros seguimos "cabalgando" con nuestra moderna montura por una ruta muy especial. Si Uzbekistán tiene el privilegio de albergar las ciudades más espectaculares y radiantes de la Ruta de la Seda ahora nos situamos a muchos kilómetros de esa aureola de belleza. En un lugar solitario de Kirguizistán, alejado del bullicio urbano de Bishkek, encontramos también un vestigio de la Ruta de la Seda: la torre de Bourana. Un alto minarete de ladrillo cocido del s.XI que formó parte de una ciudadela, etapa en la célebre ruta comercial. Nos subimos a estos 25 metros de historia y oteamos todo su entorno. Sus ladrillos son mudos testigos de lo que nació ... y murió a su alrededor. Es el único resto de la ciudad de Balasagún, posible capital del pueblo seminómada de los karajánidas, un pueblo que extendió sus dominios desde Kashgar (China) hasta Konye Urgench (actual Turkmenistán). Fue "amnistiada" por las tropas de Gengis Khan para ser rebautizada en el siglo XIII como Godalik, que significa "ciudad buena". Su importancia fue decreciendo con el tiempo hasta desaparecer.

Volvemos al siglo XX. Estamos en la bifurcación que diferencia los caminos hacia el lago Isyk-Kul y hacia Naryn. Una barrera policial nos corta el paso. Esto no se acaba nunca, y eso que por Kirguizistán los controles son muy esporádicos pero están estratégicamente situados. Somos el tercer vehículo en la cola. Un turismo y un camión nos preceden. Cuando el policía se acerca, los conductores le dan la mano con un rollito de billetes que rápidamente cambia de manos. La barrera se abre como un resorte, ni miran. Mal asunto. Llega nuestro turno, a nosotros sí que nos piden los papeles del coche, los pasaportes y me hacen el gesto de que les acompañe a la caseta. Que poco me gusta cuando "nos apartan de la circulación".

-Tax! -Me dice el agente en cuanto estamos a solas. Me hago el sueco, como que no entiendo la palabra "tax" (impuesto) y que no sé de qué va esto. Le pregunto, como el que no quiere la cosa, si esa es la ruta hacia China.

-Tax, money! -Insiste y me coge de la mano para llevarme a su mesa. Saca un papel, un bolígrafo, dice "dolar" y me escribe un 5. Cinco dólares, no son avariciosos -pensé-, igual llegamos a un acuerdo a base de regalitos. Pero ... cuando escribe un cero después del cinco casi se me salen los ojos de las órbitas. ¡50 dólares! ¡Quería 50 dólares! ¡8.000 pts! Jo, con qué no eran avariciosos. Ya no hay negociación posible, hay que plantarse.

Comienza el juego de siempre: no tenemos dólares en efectivo, solo traveller checks, Visa y pesetas. No les vale, obvio. Me piden el equivalente en dinero kirguis. Les digo que ya no nos queda nada, que vamos hacia China y que ya hemos gastado todos los som. Comprueba el visado chino, todo encaja ¿Van a llegar sin dinero hasta China?, nos pregunta, como diciendo que a él no se la pegamos. Insisto en que ya no necesitamos dinero y le explico que estamos a 350 kilómetros de la frontera, la noche que queda la pasaremos acampando -le señalo la tienda en el techo-, tenemos comida, agua y combustible suficiente hasta Kashgar. Le pongo carita de "ve como no necesitamos dinero". Me señala la línea de bidones que llevamos en la baca y se hace entender que lo pague en combustible. Le hago ver que si le doy el combustible no llegamos a China. El objetivo de todo esto era el de siempre, demostrarle que no teníamos inconveniente en pagar esa tasa pero que "no podíamos" pagarla. Desde Georgia no tenía una "batalla" tan dura con un control, normalmente se solucionaba en 5 ó 10 minutos. Llevamos 30 minutos desde que comenzó la "partida" y creo que el aduanero ya está harto y a punto de un dolor de cabeza. Le tengo mareado pues no paro de hablar en español y de dibujar en el papel.

-OK, go! -Son sus últimas palabras.

No nos queda más remedio que seguir por el ramal que sigue hacia China pero cuando perdemos de vista el control nos metemos en la primera pista hacia la izquierda y con la ayuda del GPS y un poco de campo a través llegamos a la carretera hacia Isyk-Kul. Grabamos el itinerario en la memoria del GPS porque más adelante vamos a tener que "escapar" por ahí. Que desgaste de nervios. Desde luego, en Asia Central, nos sentimos como "Bonney and Clyde" huyendo de la policía.

UN MAR DE AGUA CALIENTE

Los montes Alatau quedaron atrás pero otro espectro montañoso comenzará a reflejar su rostro sobre las aguas del inmenso lago Isyk-Kul, la gran cordillera de Tian Shan, una de las cadenas montañosas menos exploradas del mundo. Pero si las más altas cimas del Tian Shan han conseguido ser alcanzadas en alguna ocasión, el abismal fondo de las aguas de su lago nunca ha sido explorado, las mediciones señalan ... ¡702 metros de profundidad! "El calor del centro de la tierra mantiene caliente al lago" dicen los lugareños cuando al tocar las aguas del lago Isyk-Kul (significa "mar caliente") compruebas que están templadas a pesar de hallarse a 1.600 m. de altitud. Jamás se ha congelado, para gran fascinación de los científicos. Tras el lago Titicaca de Sudamérica, este es el lago alpino más grande del mundo (6.200 km2, 170 km. de largo por 70 km. de ancho).

El agua, efectivamente, es cálida y ese calor no cabe duda que aloja en su seno el espíritu y el corazón de los kirguis, el lago es su orgullo nacional. A las afueras de las ciudades que bordean el lago hay cementerios, muchas de las tumbas que allí se elevan simulan yurtas. Probablemente estos "hombres libres" quisieron que sus almas siguiesen sintiendo el calor de su "mar" mientras contemplan como sus descendientes siguen cabalgando y sus grandes rebaños de caballos siguen pastando por las amplias orillas de su querido lago, como si el tiempo no hubiese pasado. Su memoria se inmortaliza generación tras generación. La noche borra la imagen que durante siglos se ha estado repitiendo ante este misterioso lago de agua caliente. Pero la temperatura sobre la tierra es estremecedora, estamos a 0º C, durante la noche ni nos atrevemos a movernos dentro de los sacos de dormir, tan sólo comenzamos a recobrar el pulso cuando los rayos de sol de la mañana caldean el día e inciden sobre nuestra tienda.

Y llegamos a Karakol, el corazón humano de toda la zona. Mientras entramos, Marián me indica que gire a la izquierda. Ha visto algo no habitual y me desvía hacia allí, me comenta que le ha parecido ver los rasgos de una pagoda. Y efectivamente, es arquitectura china, se trata de la mezquita más antigua de la ciudad, que fue diseñada por arquitectos chinos que le imprimieron la apariencia de una pagoda. También nos encontramos con la vieja catedral ortodoxa de madera con sus pequeñas cúpulas amarillas y aunque fue destruida por un terremoto, volvió a ser levantada sobre sus restos. Pero en 1930 los soviéticos la cerraron para albergar en ella un club. Sesenta y un años después los habitantes han vuelto a rezar en su interior al ser rehabilitada tras la independencia. Las "dashas" (villas) de los emigrantes rusos y ucranianos, brotan por toda la ciudad. Estos edificios tan solo reflejan la realidad multicultural de una población que convivió, no siempre pacíficamente, y refleja sus hábitos y estilos en su entorno inmediato. Al final comprendieron, tras intensas luchas, que es mejor vivir y dejar vivir.

Hemos llegado al ecuador del lago y emprendemos el recorrido de la cara opuesta del Isyk-Kul comprobando que ha perdido parte de la belleza y encanto de su homólogo de la otra orilla. Y tampoco ayudan los botes, baches y asfalto deteriorado que hay que sortear mientras avanzamos por una carretera donde estos obstáculos se han multiplicado en poco tiempo. Los árboles nos muestran la bella paleta de colores de rojos, amarillos y naranjas que solo el otoño es capaz de conseguir.

-¡Para!, ¡Para cuanto antes! -Me dice Marián, sin retirar la vista del retrovisor.

-¿Qué pasa? -Le pregunto preocupado mientras piso el freno.

-Algo chorrea detrás del coche. -Me contesta mientras sigue con la vista clavada en el retrovisor.

Cuando el coche se detiene, nos bajamos y corremos hacia atrás. Uno de los bidones metálicos de 20 litros de gasoil se ha rajado con tanto bote y el combustible se salía sin control. Nos ponemos en acción para no perder todo el preciado líquido. Marián corre para coger el embudo y yo comienzo a descinchar los bidones. Tardamos un minuto y logramos salvar más de la mitad del contenido de esa petaca. Comprobamos el resto de los bidones, están bien. Aprovechamos el alto para llenar el depósito con otros dos bidones. La parte de atrás del todo terreno ha quedado hecha una pena, aceitosa y totalmente cubierta del polvo que se ha pegado al gasoil, no se puede ni tocar. Lo limpiamos con papel, reiniciamos la marcha y salimos de la zona del lago por la ruta grabada en el GPS.

En la ruta hacia Naryn aparece otro control pero ... no tiene barrera, les pillamos de sorpresa y cuando levantan la mano para pararnos ya estamos a su altura y pasamos de largo. Un problema menos.

EL FRÍO DE LA SOLEDAD

Son pocas jornadas las que nos quedan por Kirguizistán y nos hemos propuesto encontrar un caravanserai del s.XIX, Tash Rabat. Efectivamente, el camino es solitario, un manto amarillo a un lado y otro de la pista rugosa y polvorienta es tan sólo animado por los jinetes al galope que divisamos a lo lejos. Grandes planicies esteparias entre las siempre presentes montañas. Pero la pista que hacia el este nos conduciría hasta el caravanserai no hay manera de localizarla. Preguntamos a algunos jinetes kirguis pero su sentido de la distancia es bastante "aleatorio", finalmente uno de ellos se ofrece a guiarnos, seguimos la estela de polvo que levanta su montura y nos deja enfilados por un valle. Su gesto no se presta a confusión, hay que seguir recto hasta el final del valle. Sonríe, nos saluda con la mano y pone su corcel al galope para regresar con su manada de caballos. Le vemos alejarse y nos tiene capturada la vista hasta que desaparece. Son imágenes que no nos cansamos nunca de ver.

La estrecha pista de 15 kilómetros está encajada en una garganta, las montañas tan solo permite un angosto paso. Estamos a 2.500 m., la pista se acaba y el caravanserai, camuflado y aislado en medio de las colinas aparece ante nosotros. La dureza del entorno permitió que se convirtiera en un afortunado lugar de avituallamiento. Precisamente su recóndito y hostil enclave le permitió protegerse de ataques indeseados. Su imagen es muy diferente a los que hasta ahora hemos conocido. Se construyó semienterrado para soportar las bajas temperaturas a las cuales le somete el despiadado invierno, tan solo se utilizó la piedra volcánica que le confiere un color antracita y no hay ni una sola ventana en todos los compartimentos interiores. Tan solo la cúpula tiene unas pequeñas aperturas para tener algo de luz cenital. Todo estaba pensado para la lucha contra el frío y la lucha contra los bandidos ... se haría desde el techo.

LA ÚLTIMA FRONTERA.

Ha llegado el gran día, mañana tenemos que estar en la frontera China. No podemos asumir ningún riesgo a estas alturas, por ese motivo decidimos seguir ascendiendo por la cordillera Tian Shan para acercarnos al paso de Torugar. Ya en el caravanserai hemos padecido un frío tremendo y estábamos "sólo" a 2.500 m. de altura. Deberíamos haber pernoctado allí porque seguir subiendo es una locura pero ... no nos atrevimos. Estamos a 6 horas de la frontera pero ... si ocurre "algo imprevisto" y no logramos llegar mañana a la frontera ... perderemos el visado y los permisos de entrada que tan difícilmente hemos obtenido. Es un riesgo que no estamos dispuestos a asumir, sobre todo estando tan cerca de la meta y habiendo superado todas las pruebas a las que el destino nos ha sometido. Ya improvisaremos algo para pernoctar.

Estamos cada vez más cerca, controlamos el kilometraje, faltan 60 km. para llegar al Paso de Torugar. Aparecen torres de vigilancia, un enorme recinto amurallado repleto de barracones y una triple valla de alambradas corta el camino. Es el ejercito ruso, comparte con Kirguizistán la custodia de las fronteras exteriores. El control kirguis está en la misma frontera.

Sale un soldado de la garita, tiene facciones caucasianas, solicita los papeles, se asegura que no haya nadie más dentro del coche y nos pide que le acompañemos. Cuando bajamos del coche casi nos quedamos congelados al instante, el frío es glacial y el viento es como una cuchilla en nuestros rostros. El altímetro del Montero señala 3.000 metros ... ¿qué ocurrirá cuando estemos a más 3.700? Nos refugiamos en la caseta del militar, comprueba los documentos y nos inscribe en un gigantesco libro. No sonríe pero es extremadamente correcto. Todo en regla, podemos seguir.

Llevamos decenas de kilómetros sin ver ni un alma, ni un animal, ni una simple caseta. Se pone el sol, el viento arrecia más, es una locura acampar a la intemperie, podemos congelarnos si la temperatura sigue bajando. Ya estamos a 3.650 m. y la soledad sigue siendo absoluta. Torugar está a tan solo 10 km. y no queremos llegar a la frontera, pernoctar con los aduaneros puede ser una pesadilla. Comenzamos a dudar sobre si fue correcta la idea de no pernoctar en el caravanserai de Tash Rabat. De repente, ¡el milagro! Vemos el contorno de unos edificios a lo lejos. Un hombre se acerca a la carretera acompañado de un perro. Paramos y le saludamos. Le pedimos permiso para acampar allí, por lo menos los edificios cortaran el viento. El lugar está lleno de máquinas de trabajo de carretera muy oxidadas, un hangar de 4 plazas que se cae a trozos y 3 barracones que parecen pertenecer al decorado de "El día después". Todo parece abandonado.

El hombre se llama Sha y es el guarda de esas máquinas oxidadas. Se supone que esos mastodontes de herrumbre -excavadora, motoniveladora y bulldozer- están operativos y son los que se encargan de mantener abierta la ruta a China. Nos invita a pasar dentro y a tomar un té. Su "refugio" son dos habitaciones del barracón principal y lo ha convertido en un pequeño hogar con un fuego de leña que revive a un muerto. Allí están su mujer y su hija de dos años, que en ese momento duerme. Sha nos invita a cenar. Se ausenta por unos segundos y regresa con un enorme trozo de carne muy roja, nos intenta explicar que animal es pero no hay manera de entenderle porque nosotros no hablamos ni kirguis ni ruso, los dos idiomas que él domina. Es evidente que es algo con cuernos (hace el gesto) y no es ni vaca, ni cabra, ni buey, ... Vuelve a desaparecer y esta vez regresa con la cabeza del "bicho" agarrado por los cuernos y con los ojos abiertos. ¡Es un Ibex Siberiano!, una especie de cabra montesa de enormes cuernos que abunda por estas tierras. Con gestos muy elocuentes nos explica que el mismo ha cazado la pieza, nos enseña también el fusil, un mosquetón de cierre fijo que permite tiros certeros a gran distancia.

Preparan la carne mientras nosotros les ofrecemos vegetales, especias, verdura, fruta, pasta y mantequilla para completar el menú. Conseguimos una cena muy sabrosa y suculenta. La carne está realmente deliciosa. Acabamos compartiendo una dulce taza de té hasta que llega la hora de dormir. Nos hace entender que es una locura acampar fuera y nos ofrece dormir dentro. Quizás estemos locos por haber llegado hasta aquí por tierra pero no estamos locos del todo, aceptamos la invitación. Mañana es el día D. El guía obligatorio y toda la documentación china ... "tienen que" estar esperándonos al otro lado de la frontera. Cruzamos los dedos. Prácticamente nos encontramos en China. Estamos al filo de la medianoche, el termómetro del todo terreno señala ya 7º bajo cero, la noche va a ser terrible en el exterior. Volvemos a nuestro cálido refugio y nos dormimos mientras el viento glacial sopla golpeando las ventanas y las estalactitas parecen espadas de hielo al otro lado de los cristales.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.