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Crónica 48,

Ladakh IV - ¡Cumbre!

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Ladakh

Son las ocho de la mañana de un radiante día de verano. Hoy hemos llegado nosotros los primeros al lugar de encuentro en Leh pero Marcus, Cathy y Faulner tienen que estar al caer. Vamos a intentar por segunda vez cruzar el paso Chang de 5.290 metros y alcanzar el lago Pangong. Hemos dejado para el final la "joya de la corona", el rey de todos los pasos: el Kardung-La.

Recuerdo los pensamientos que nos asaltaron antes de entrar por primera vez en el Himalaya, cuando leíamos libros y nos asombrábamos de cómo el hombre puede desafiar tan peligrosamente un medio tan hostil y accidental como son estos lares montañosos de tan impredecible metamorfosis. Pero lo comprendimos en cuanto penetramos en el seno de esta cordillera, allá en el año 1.992. Entonces, como ahora, como cada vez que nos hemos adentrado en las entrañas de estas montañas vivientes ... hemos sentido sus palpitaciones. Ahora como entonces estamos hipnotizados, embrujados, subyugados al encantamiento que estas cumbres llenas de extraño vigor proyectan sobre nosotros. Estamos atrapados por esa extraña fascinación que siente el hombre por adentrarse en lo desconocido, por superarse a sí mismo. Bajo esta posesión, las derrotas sirven para dar más energías, ayer no conseguimos la meta propuesta ... hoy salimos con fuerzas redobladas dispuestos a llegar hasta el final.

-Ya están aquí. -Vicente me saca del trance y las dos motos se paran junto a nosotros. Ni se quitan el casco. Nos preguntan si estamos listos, les decimos que sí y partimos inmediatamente hacia Karu y luego hacia Sakti. Todos estamos impacientes.

LA PISCINA DE LOS ÁNGELES

Comenzamos a deshacer el entuerto del día anterior y ya no nos equivocamos al llegar a Sakti. El paisaje de ayer fue espectacular pero el de hoy no se queda a la zaga. La ruta es sin lugar a dudas la correcta, así lo ratifican los sucesivos controles militares que van comprobando el permiso para transitar por las altas tierras hacia el lago.

La ascensión al Chang-La impresiona cuando se ve desde abajo el pequeño arañazo superficial que se le ha hecho a la montaña y que los humanos llamamos "carretera". El zigzag convierte cada kilómetro en diez, cada curva en un riesgo y cada encuentro con otro vehículo en una inquietud. Pero el firme es bueno, incluso los largos tramos de pista son excelentes.

"Chang-La. Basanther Batallion 6 Madras welcome to Chang-La", el batallón Basanther 6 de Madras les da la bienvenida al paso de Chang. Seguimos un poco más y un gran hito en medio de la pista señala el lugar exacto de la máxima altura del paso: 17.350 pies, 5.290 metros. Hemos llegado. Los soldados se acercan a nosotros, curiosos por el extraño grupo formado por dos motos y un singular todo terreno extranjero repleto de pegatinas. Son muy naturales, nos dan la mano unos veinte pero tan solo tres hablan un poco de inglés. Nos traen unos tés con leche y no los rechazamos, la brisa de este paso es suave pero gélida y esta cálida y agradable bebida me recompone el cuerpo. Consultamos datos con los tres soldados que hablan un poco de inglés y nos vamos enterando del estado de la carretera hasta el lago, de las distancias kilométricas, los desvíos que merecen la pena y otra serie de pequeños detalles que siempre vienen bien cuando nos adentramos en un territorio nuevo y con muy pocas referencias.

El descenso fue sublime, superó en magnificencia a la ascensión de ayer y a la de hoy. Nos costaba creer que cada día fuese tan distinto a los anteriores, uno se imagina que tras tanto tiempo entre montañas, los paisajes comienzan a repetirse pero es un gran error. Las montañas, como ocurre con los desiertos, son como las personas, unas mejores que otras, unas más hermosas que otras, unas más sociables que otras, ... todas distintas, todas únicas.

No hay granjas, no hay pueblos pero sí que hay vida, una vida muy especial. Los habitantes más enraizados en las cimas nos sorprenden en el camino, nos detenemos al instante. ¡Cuánto tiempo hacía que no les veíamos! Habían pasado 10 meses desde ese guiño que nos dimos en el lago Karakul en China. Ante nosotros teníamos de nuevo una de las imágenes más románticas de las tierras que rozan el cielo: yaks. Allí estaban, a escasos 50 metros de la pista, pastando a sus anchas en las orillas del riachuelo que discurría paralelo al camino. Eran enormes, con voluminosos cuernos y el pelo muy largo, algunos con mechones blancos que se abrían paso sobre el oscuro pelaje del espinazo o la frente. Mucho más hermosos y grandes que los del lago Karakul pero también de mirada y gestos más desconfiados y agresivos. Vicente cruzó el río dando saltos sobre las piedras que emergían y llegó a estar a escasos dos metros de alguno de ellos, le encantan los primeros planos. Lo que no le hizo tanta gracia fue cuando un gran macho arañó hostilmente la tierra con la pezuña e inclinó desairadamente la cabeza, haciendo alarde de su prominente cornamenta, dando muestras inequívocas de qué estaba dispuesto a hacer si invadíamos su territorio. Al yak se le supone un animal pacífico pero estos tenían malas pulgas. Estos morlacos con espesos gabanes reproducían un gesto muy familiar, pero en muy diferente escenario, al de unos viejos conocidos indisolubles a la cultura española.

Un último control chequea de nuevo los permisos y nos da las últimas consignas antes de penetrar en la zona lacustre. "Van a entrar en una zona fronteriza con China, no se puede acampar, no se puede pernoctar, tan solo pueden circular por la pista sur del lago, no pueden rebasar el pueblo de Spangmik y a las cinco cerramos la barrera y tienen que estar fuera del sector, eso les da ... dos horas de margen", nos dice el suboficial, que tras mirar el reloj nos inscribe en un gran libro.

Cuando arribamos, el viento rizaba las vivas aguas de este lago turquesa custodiado por una empalizada de picos de más de 6.500 metros de altitud. Pero estos centinelas no son carceleros y dejan deslizarse sin fronteras a sus fulgurantes aguas, como si éstas siguieran hipnotizadas bajo la persistente llamada de una voz lejana pero persuasiva que las conduce hasta el corazón del mismísimo Tíbet. Llegamos hasta Spangmik y aún nos sobra tiempo, nos sentamos en la orilla, jugueteando con los cantos planos que hacíamos cabalgar sobre un agua que nos mantenía en éxtasis contemplativo. ¿Vendrán los ángeles a bañarse aquí? Esta encumbrada y deslumbrante piscina natural tiene que ser una tentación para los inquilinos celestiales. Con sus 4.343 metros es lago más alto de Asia pero este enclave va mucho más allá de un simple número, por muy espectacular que éste sea, nos hallamos ante un pedazo de cielo acunado por las montañas. Cuando metemos la mano en el Pangong y tratamos de retener este gélido cielo en la palma de la mano, el sol genera un baile de brillantes estrellas que juguetean y se escabullen, como si fuese el mismísimo firmamento lo que se estuviese escurriendo entre los dedos. También el tiempo se nos ha escurrido entre los dedos y hemos de partir, conviene ser respetuoso con las consignas, si se violan y se crean quebraderos de cabeza al ejército quizás consideren que es mejor volver a cerrar esta área fronteriza. Hemos gozado de un gran privilegio, nuestra montura es el primer vehículo español que avanza por estos maravillosos parajes y hemos de dejar la puerta abierta para que otros viajeros también se deleiten con este regalo de la naturaleza.

La noche fue fría, muy fría pero las imágenes grabadas en la retina estaban llenas de las más cálidas fantasías sobre este remoto y asombroso lugar.

TOQUE DE QUEDA

Ladakh fue abierta al extranjero hace tan solo 25 años, desde entonces hay muchas cosas que han cambiado pero otras muchas siguen inalterables. Es cierto que los hoteles, restaurantes y tiendas de atractiva artesanía se han multiplicado sin descanso en Leh pero los ladakhis siguen siendo ellos mismos. Los ojos se nos quedan cautivos cuando aparecen mujeres con sus largos trajes de lana, los altos gorros y su intenso pelo negro recogido en dos largas trenzas unidas al final entre sí. Es realmente encomiable que sigan conservando la tradición cuando la mayoría de los hombres la han perdido desde hace tiempo. Tan solo los monjes con sus túnicas carmesí y los más mayores con una especie de bata marrón larga cerrada en la cintura por un cordón largo de colores siguen haciendo honores a la memoria de sus antepasados.

La ciudad de Leh no tiene nada en especial salvo la propia gente que lo habita: musulmanes, hinduistas y budistas así como sus respectivos templos ubicados por la capital. Pero sobre ella planea constantemente la sombra de las cuestiones que les enfrentan, añejas en el tiempo pero de una aplastante realidad cotidiana. La convivencia es muy tranquila, todo se desarrolla con normalidad pero de vez en cuando las brasas vuelven a soltar chispas. Algunas de esas chispas prendieron el Leh durante nuestra estancia y se generaron huelgas generales que nos mantuvieron en varias ocasiones bloqueados en nuestro hotel.

El estado de Jammu-Cachemira se compone de tres partes: Cachemira con mayoría musulmana, Jammu con mayoría hinduista y Ladakh -enorme pero con tan solo 140.000 habitantes- de mayoría budista. El terrorismo, que a veces degenera en guerra abierta, de los secesionistas musulmanes ha provocado que el gobierno indio considere dar una mayor autonomía a ese estado para intentar conseguir la paz. La realidad hoy por hoy es que en la prensa nacional aparecen diariamente noticias sobre el número de muertos caídos por actos terroristas o acciones militares en la zona de Cachemira, que muchas veces llega a Jammu y casi nunca a Ladakh. Un referendum en el estado de Jammu-Cachemira daría el poder a los musulmanes ya que son la aplastante mayoría pero Ladakh no quiere saber nada de esa autonomía y no desea ser gobernada desde Srinagar por un partido musulmán. Ellos -al igual que Jammu- quieren seguir dependiendo de la administración India, apoyarse en Delhi, no de Srinagar. Nadie sabe como acabará esto pero por ahora, cuando alguna medida es considerada dañina para Ladakh, los ladakhis manifiestan su descontento en forma de huelgas generales. Cuando eso ocurre, y para evitar enfrentamientos con la minoría musulmana, el ejército toma las calles y controla cada centímetro de la capital.

La posibilidad de una ampliación de los poderes al gobierno de este estado hizo temblar, una vez más, a los ladakhis y se declaró una huelga general durante dos días. Todo quedó colapsado, desde la capital hasta el más recóndito de los valles, los comercios quedaron sellados, los restaurantes cerraron sus puertas, ningún vehículo -ni público ni privado- podía circular. El ejército y la policía patrullaba constantemente pero no se notaba ningún tipo de tensión, se podía pasear tranquilamente por cualquier calle mientras durase la luz. Al caer la noche se impone el toque de queda y Leh se convierte en una ciudad fantasma, se sume en un sobrecogedor silencio tan solo roto por los vehículos militares que se movían como espectros en pena por las solitarias calles.

Encerrados en K-Sar Palace no pudimos por menos que comentar cómo se nos estaban resistiendo las zonas restringidas, intentamos ir al Pangong-Tso y aparecemos en el Wari-La, intentamos ir al ansiado paso de Kardung y hay toque de queda en Leh y nos quedamos atrapados. Todo final genera un nuevo principio y la conclusión de la huelga propició nuestra salida al paso de montaña más alto del mundo transitable por vehículos.

¡ CUMBRE !

Dentro del coche el protagonista es el altímetro, que avanza sin esfuerzo señalando con su flecha inmutable los metros que nos van encumbrando y nos acercan al firmamento. Fuera del coche la corona plateada de los descomunales picos himalayos que nos rodean nos observan sigilosos en cada curva que nos acerca más y más a nuestro objetivo.

Miramos por la ventanilla observando como quedan a lo lejos los oasis de vegetación que menguan cuanto más nos elevamos. A los 5.000 metros ya sólo se vislumbran como diluidas manchas esmeraldas en la lontananza. El mal de altura ya no nos afecta, han sido muchos días viviendo a más de tres mil y cuatro mil metros para acoplarnos al ritmo que marcan las etéreas alturas celestiales.

Las paredes rocosas se dejan marcar por el hombre, se disfrazan de una frágil y débil apariencia pero todos sabemos que el sueño de las montañas es como el de un bebé, angelical mientras duerme y un demonio cuando reclama algo. Una pataleta o un simple bostezo de la tierra podría provocar un infierno de consecuencias ... muy previsibles. Es un doble y pérfido juego en el que nos tenemos que involucrar a conciencia si queremos penetrar en este indómito reino natural. Pero hoy el bebé duerme plácidamente, y acabamos de sortear una curva muy especial de este castillo de naipes. Las ruedas de nuestra infatigable montura ruedan pausada y ceremonialmente sobre la pista más alta del mundo: el Kardung-La, 5.602 metros de altitud, pero mucho más alta es nuestra emoción y alegría. La Ruta de los Imperios ha llegado al punto más alto de la expedición y nuestro Mitsubishi Montero se ha convertido en el primer vehículo español en alcanzar este mítico punto. Nos da la sensación que si nos pusiéramos de puntillas y estiráramos los brazos podríamos tocar con la punta de los dedos las efímeras nubes que nos sobrepasan con su incierto destino. Una ráfaga de aire fresco nos envuelven por sorpresa y un escalofrío nos hace vibrar hasta lo más profundo. Miramos de nuevo hacia la corona imperial himalaya con sus impertérritas y mayestáticas nieves y nos cruzamos una honda e íntima mirada. Sus brillos, arrancados por los rayos del sol, son recibidos como un guiño de complicidad y se lo devolvemos con una pícara sonrisa. ¡Lo hemos conseguido! Habíamos reservado el paso más importante de todos para el final, como la guinda que corona un delicioso pastel. Si los escaladores himalayistas contabilizan sus cimas en "ochomiles" nuestro Mitsubishi Montero comienza a coleccionar "cincomiles" por las carreteras más altas del mundo. ¡Cinco cincomiles! Ningún otro vehículo español lo ha conseguido.

Con el mundo a nuestros pies -y al igual que en todas las ocasiones especiales de la Ruta de los Imperios- desplegamos la bandera de Ceuta, que se deja hacer por la suave brisa himalaya que acaricia cada uno de los pliegues. La agarramos con fuerza e inmortalizamos este significativo momento, el mítico paso de montaña permite que congelemos el instante con nuestras cámaras.

José Enrique también estuvo con nosotros en la ascensión, aunque no físicamente. Apasionado de los viajes en todo terreno también lleva en la sangre el mundo de las motos. Cuando vino a vernos a la India nos entregó, al amparo de la solemnidad del Taj Mahal, el emblema de los "Pingüinos", toda una institución para los moteros españoles y de toda Europa (www.ctv.es/USERS/turismoto).. "Que dé la vuelta al mundo con vosotros, nos lo traes de vuelta cuando regreses a España", nos dijo. Justo antes de emprender la subida al Kardung-La, como un rayo que cae fulgurante durante la tormenta, se nos vino a la cabeza el símbolo de los Pingüinos ... ¡y estábamos con motoristas! Sí, la situación era perfecta, teníamos en nuestras manos la posibilidad de que el símbolo de los Pingüinos llegase a la pista más alta del planeta ... de manos de motoristas. ¿Qué mejor homenaje al símbolo motero que con tanto cariño nos entregó nuestro amigo? Paramos a los motoristas, les explicamos lo que queríamos hacer y les encantó la idea. Faulner lo subiría en su moto BMW, Marcus y Cathy lo bajarían a bordo de su Guzzy y arriba nos sacaríamos la foto todos juntos, una foto que representaría una curiosa historia de unos motoristas australianos que van de este a oeste y se encuentran con una expedición española que va de oeste a este. Los primeros dan media vuelta al mundo, nosotros la vuelta completa. Dos rutas independientes que se conocieron a más de 5.000 metros de altura (en el Lachlung-La a Faulner y en el Taglang-La a Marcus y Cathy). Dos direcciones opuestas que la magia de Ladakh logra unir para ascender juntos al "Everest" de los automóviles. Luego ellos seguirán su ruta hacia el crepúsculo y nosotros hacia el amanecer. Una curiosa historia, una historia inolvidable.

DUNAS ENTRE EL HIELO

El prominente puerto nos ha hecho vivir momentos emocionantes y entrañables pero el Kardung-La no es tan solo una meta, hemos coronado nuestra larga escalada por la espina dorsal de Asia pero como buena escalera ... ofrece un descenso por el otro lado, un descenso que nos conducirá a un escurridizo valle que tan solo abre sus puertas unos pocos meses al año: el valle de Nubra. Escurridizo sí, quizás misterioso, sin lugar a dudas remoto ... pero nunca olvidado. Con nombres como el "Valle de las Flores" o "Valle Verde" -Nubra significa verde-, este codiciado valle era transitado desde tiempos inmemoriales por las caravanas comerciales que comunicaban Tíbet con Turquistán, en Asia Central. Aislado por las nieves la mayor parte del año, resguardado de las ventiscas asesinas del invierno por un ciclópeo muro natural y un clima perfecto para el cultivo de cereales y frutas crearon un vergel entre los ríos Nubra y Shyok. Estamos inmersos en los dominios de otro de los Shangri-La que tantas ensoñaciones han provocado, en otro de esos parajes que si se aislara del mundo seguiría derivando libremente por su propia historia, lenta y felizmente. Como si el tiempo se hubiese detenido.

En Khalsar nos chequean pasaportes y permisos. Nos vuelven advertir cuales son los límites para seguir nuestro camino. Por la orilla del río Nubra solo pueden ir hasta Panamik y por la orilla del río Shyok hasta Hunder, "¿lo han entendido?" nos advierte un oficial incómodo por haber interrumpido el té que se estaba tomando.

Por ambos ramales los fértiles campos cultivados y los pueblos se extienden prolíficamente bajo el manto espiritual de centenarios gompas. Tras el río Nubra, seguimos las huellas que el Shyok ha dejado sobre la tierra, así alcanzamos el pueblo de Diskit y sobre él vislumbramos el monasterio budista más espléndido del valle.

"Julai", "julai", nos dicen en coro dos pequeños novicios de apenas siete años. "Julai", les respondemos y se dan una buena carrerilla para reunirse con nosotros, que nos habíamos detenido en la base del gompa para admirarlo. Iban al monasterio y les invitamos a subir al todo terreno para ahorrarles la tremenda caminata cuesta arriba -y bajo un sol sin piedad- que todavía les quedaba para alcanzar su monasterio. Ellos se sorprenden, se miran entre sí, lanzan unas sonrisillas mezcla de timidez y travesura y de un brinco se suben. Siento a uno de ellos sobre mis rodillas y al otro a mi lado. Estaban muy delgaditos, no pesaban nada, yo les sujetaba firmemente para que en las curvas no se me escurrieran y golpearan. Cuando llegamos arriba nos dieron sus pequeñas manitas y con sus ojillos rasgados pero abiertos como platos nos despidieron, "julai". Salieron corriendo entre risas hacia el monasterio, probablemente ansiosos por contar que unos extranjeros que no paraban de sonreír les habían subido en coche. El monasterio fue otra maravilla, otro rompecabezas de cubos engarzados en una flecha de roca, terrazas con vistas que cortaban la respiración y unos frescos interiores que reflejan el mundo interior budista.

El lecho seco y holgado sobre el cual avanzamos hacia el sol de poniente nos dirige hacia un paraje imprevisible. Entre Diskit y Hunder, rodeado de picos nevados, nuestros ojos reflejan unas olas inertes y de nuestros labios sale una palabra árabe que hace mucho que no pronunciamos: "sahara". Estamos a 3.200 metros de altura y nuestras botas se hunden en suaves y sinuosas dunas, Vicente se arrodilla y clava una mano en la arena para volver a sentir este atrayente elemento deslizándose para escapar de un imposible cautiverio.

No es un desierto como tal porque la vida está ahí mismo, no es la desolación porque el río Shyok lo surca, no es un océano de arena infranqueable porque su voluptuosidad es muy suave pero ... es imposible no evocar al Sahara cuando miramos hacia abajo, es imposible no sentirse en el Himalaya cuando miramos hacia arriba, es imposible no estremecerse cuando vemos los dos fenómenos juntos. Dunas entre gigantes de seis mil y siete mil metros de altura ... que en breve hibernarán bajo el hielo. Sí, es un pequeño desierto que parece haber sido abducido en algún momento y que a su regreso a la tierra acabó ubicado en el sitio equivocado.

Pero la estampa no sería completa sin las naves de las arenas. Y efectivamente, allí estaban los jorobados rumiantes, camellos bactrianos que merodeaban entre los rastrojos, paseando sus dos gibas y dándose un buen banquete. La mirada es la misma que vimos en Xin-Jiang, esa soberbia que les caracteriza al observarte con sus grandes ojos bajo las largas y rizadas pestañas que los protegen. Pero su aspecto no es tan apuesto como el de sus hermanos chinos que vimos en el invierno del 99, las estaciones marcan la diferencia entre la apariencia señorial de los abrigos de piel que lucen durante el invierno y el desaliñado garbo de hippie despeluchado a jirones de la época de muda durante el estío. A alguno de ellos les cuelgan de la cabeza largos restos de pelambrera, que a modo de melena de rizos deshilachados les hace parecer músicos fugados de un grupo de heavy metal.

En el recóndito e idílico valle de Nubra acabamos de vivir una nueva etapa, estamos totalmente seducidos por esta tierra que no nos da un respiro y nos lanza constantemente hacia insospechadas y vibrantes experiencias. Acampamos en su regazo, la noche se despide lanzándonos millones de guiños a través de las rutilantes estrellas que abarrotaban su inmensa estela sideral. Nos preguntábamos hace un mes qué sorpresas nos aguardarían en Ladakh ... ni en sueños nos hubiéramos podido imaginar lo que nos íbamos a encontrar. Durante la noche el subconsciente nos lleva por sus sueños, durante el día Ladakh nos lleva por los suyos. La vida es un sueño eterno.

Resto de crónicas de la ruta

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.