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Crónica 51,

Cachemira - La ciudad flotante

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Cachemira

-Es muy tarde, se nos ha ido casi toda la mañana -me comenta Vicente contrariado.

-No importa, dormiremos en el camino y llegaremos mañana a Srinagar en vez de hoy. Lo importante es que salimos con el trabajo al día, hacía tiempo que no teníamos ... ¡electricidad! Había que aprovecharla -le digo para animarle.

La verdad es que salíamos bastante más tarde de lo previsto y era una faena porque la noche nos iba a pillar en plena zona militar "caliente"; aún así, preferíamos eso a quedarnos una noche más en Kargil. El motivo del retraso es que ayer el pueblo no tenía electricidad así que no pudimos hacer gran cosa pero al levantarnos esta mañana nos encontramos que había vuelto la luz. Teníamos pendientes el volcado al disco duro de las fotos digitales de nuestra Olympus así como el remate de la crónica y un montón de e-mails. Creíamos que serían un par de horas y al final fueron cinco. Y eso que ahora trabajamos cada uno con un ordenador.

LLUVIA MORTAL

Nos encontramos con el primer control al poco de dejar atrás la última casa de Kargil. Un militar nos da el alto.

-No se puede pasar, tienen que esperar a la noche para avanzar por esta carretera - nos dice muy amablemente uno de los centinelas que custodia la barrera blanca y roja que nos corta el paso. Era el momento de la verdad, sabíamos que la circulación diurna de los vehículos civiles estaba prohibida pero si el comandante Noronha había cumplido lo prometido ... se nos abrirían todas las barreras desde aquí a Sonamarg.

-El comandante Noronha del puesto de Gumari nos ha dado autorización, tiene que habérselo dicho al oficial de guardia -le explicamos.

-¿Pueden mostrarme sus pasaportes? -Un suboficial es ahora el que se ha adelantado y comprueba tranquila y afablemente nuestra documentación. Estamos con el alma en vilo en espera de saber si nos van a dejar pasar o no. -No hay problema, pueden pasar, el mayor me lo dijo personalmente -concluye mientras nos devuelve los pasaportes, nos sonríe y da la orden de levantar la barrera. Que peso se nos quitó de encima al oír esas palabras.

-Muchas gracias y buen servicio -le decimos a él y a sus dos soldados.

-Buen viaje y tengan cuidado. No se entretengan, vayan rápido, no es una zona segura -nos dice cuando pasamos a su lado.

Efectivamente, su "Be carefull!" -"tener cuidado"- quedó reforzado cuando al poco de reiniciar la ruta nos encontramos con un inquietante cartel que con enormes letras rojas avisa de una manera brutalmente sincera por dónde nos estamos adentrando: "CAUTION. You are passing through enemy effective fire zone. Keep space and drive carefully". Un mensaje terrible: "PRECAUCIÓN. Se adentra usted en una zona batida por fuego enemigo. Mantenga las distancias y conduzca con precaución". Realmente no se puede ser más claro. No es que seamos unos locos que desafiamos al destino tomando esta ruta es que es la única vía de comunicación entre el alto y el bajo Cachemira.

Debido a su condición estratégica, el año pasado, unos iluminados con afanes bélicos decidieron apoderarse de los altos de Kargil e iniciar una particular cruzada para salir en los diarios y poner en jaque a la India durante meses a base de ataques y bombardeos. El final fue el previsible y como siempre, todos cantaron victoria: la India recuperó las posiciones y cantó victoria, los mujaidines atacantes consiguieron su propósito de colapsar temporalmente Cachemira y mostrar su fuerza y reivindicaciones separatistas, ellos también cantaron victoria. Pero en realidad fue una nueva derrota para el género humano, que usa la violencia y la muerte como forma habitual de diálogo. Pero esos disparos no se iniciaron en el verano de 1.999, suenan desde ... desde hace demasiado, de cuando el Imperio Británico desaparece y se propone crear dos nuevas naciones, de cuando la India y Pakistán se constituyen como estados independientes, de cuando el maharajá de Cachemira -Hari Singh- no se decide por qué país inclinarse. Un gobernante hinduista con súbditos de mayoría musulmana desata el conflicto más antiguo que tienen en su cartera las Naciones Unidas. Los pakistaníes dieron por hecho que esa abrumadora mayoría musulmana haría que Cachemira se uniese al nuevo estado de Pakistán pero "por si acaso" comenzaron a enviar más habitantes a esta zona y finalmente lo invadieron antes del pronunciamiento oficial. El maharajá se asustó sobremanera ante esa acción -una auténtica "jihad"- y pidió automáticamente la anexión a la India. La India contraataca y se inicia la guerra, una cruel guerra, una interminable guerra que luego degeneraría en terrorismo indiscriminado en suelo indio, un doloroso y violento conflicto que más de 50 años después sigue enfrentando a dos países hermanos y los desangra en la sinrazón de la guerra y salvajes atentados terroristas.

Nuestra montura rebasa el cartel y sigue avanzando por una estrecha carretera que se halla encajada entre una montaña que se desmorona y el río Dras. A nuestra derecha, a unos cinco kilómetros, los picos que configuran la línea de "alto el fuego". A nuestra izquierda, a unos veinte metros, líneas de baterías de artillería que sabemos que no son sólo disuasorias sino que son usadas con regularidad. A veces para responder un bombardeo pakistaní del otro lado de las montañas y otras veces sin ningún tipo de razón, simplemente para "recordar" a sus vecinos que están ahí. Los ataques son imprevisibles, cuando uno menos se lo espera empiezan a caer obuses del otro lado de la frontera, de ahí la decisión de poner carteles recordatorios de la posibilidad de "lluvia mortal", bien sea en forma de metralla o bien en forma de avalancha de rocas provocada por una explosión.

Un nuevo cartel aparece ante nosotros, letras rojas sobre fondo blanco: "RELAX. Now you are out of danger", "RELÁJESE. Ahora está fuera de peligro". Por lo visto esos tramos no pueden ser alcanzados desde el otro lado de la frontera, estamos a resguardo de las bombas pero no de la locura de esta situación. Los carteles que anuncian una nueva entrada en zona de posibles bombardeos se suceden uno tras otro, siempre intercalados con los de "relájese". También los controles se suceden. Primero un "¡Alto, no se puede pasar!" y al igual que Alí Babá usaba su "Abracadabra" para abrir la montaña, nosotros usamos las palabras mágicas "Mayor Noronha" para que se vayan levantando todas las barreras metálicas. Algunas veces nos inscriben en un libro, otras tan solo nos saludan y desean buen viaje. No nos cruzamos con ningún vehículo civil pero sí con centenares de vehículos militares que se mueven en su coto privado de la franja horaria asignada. Los centinelas están en todos los emplazamientos estratégicos.

NOCHE DE BRUJAS

La oscuridad nos envuelve totalmente cuando alcanzamos el más importante de los controles, el que marca el inicio de la ascensión al histórico paso de Zoji-La. Un puente altamente custodiado es el cuello de botella de este nuevo valle. Los militares intentan que este punto sea el final de viaje para el día de hoy. Nos sugieren que durmamos ahí y que nos unamos a las tres de la mañana al convoy civil que parte hacia Srinagar. Lo de parar de conducir era una buena idea pero lo de unirnos al convoy a las tres de la mañana ya no nos hacía tanta gracia. Y menos aún dormir en la inmensa explanada con decenas y decenas de camiones que deben esperar turno para reiniciar el camino cuando comience el ciclo asignado. El panorama de pernoctar en este lugar no era muy prometedor: ronroneo de motores, entrada y salida constante de camiones, música india a todo volumen, parloteo incontrolado a base de gritos, apertura y cierre de puertas constantes ... y yo soy la única mujer entre centenares de hombres. No, no era mi idea del "descanso". Preferíamos seguir avanzando un poco más y salirnos de la pista para acampar en un lugar discreto y silencioso. También nuestro protector había dejado instrucciones para dejarnos pasar pero al ser ya de noche y adentrarnos en solitario por las montañas llamaron al acuartelamiento de Gumari. Tras treinta minutos llegó el visto bueno y tras inscribirnos en un nuevo libro, nos dejaron pasar. La luz plata del firmamento nos revela a los pocos kilómetros un lugar perfecto para montar el campamento a nuestro aire, sin ruidos ni intromisiones molestas.

Abandonamos la pista principal y tras 200 metros alcanzamos el río Dras, que discurría a buen ritmo por la senda que con el paso de los siglos ha hendido a conciencia. Durante la larga espera del último control nos habíamos comido los emparedados que cumplían la función de cena de hoy así que no había motivo para retrasar nuestro ansiado descanso.

Los sacos de dormir nos envuelven con su cálido abrazo, nos dejamos llevar por esa placentera sensación que precede al sueño. Fueron diez minutos muy agradables, tan solo diez minutos porque pasado ese tiempo desde que nos encerramos en nuestro hogar nómada ... unos tremendos gritos nos sobresaltan. Alguien grita al lado del todo terreno y al poco comienza a golpear la tienda. No sabemos que hacer, son uno de esos momentos en lo que uno piensa en que si se ignora lo que pasa ... igual la situación desaparece sola. Quizás me fuera a despertar en ese mismo momento envuelta en sudor porque se trataba simplemente de un mal sueño. Pero la situación no desaparece al ignorarla, tampoco es un sueño; los gritos continúan y los golpes en la tienda se suceden con más violencia, Vicente abre la cremallera y se asoma por la puerta. Yo ni me muevo, no digo ni una palabra, ni el más mínimo sonido, mi obsesión es que no sepan que hay una mujer dentro.

Imposible entender lo que dice ese hombre pero resulta muy fácil distinguir que los destellos de las estrellas perfilan un fusil de asalto en sus manos. La situación se relaja un poco cuando descubren que la cabeza que se asoma es la de un occidental. El hombre sigue hablando, pero ya no se dirige a Vicente. Otras voces parten del suelo y le contestan, cinco oscuras siluetas con los mismos destellos entre sus manos se yerguen alrededor del vehículo, estaban parapetados rodeando el vehículo. Dos se acercan, tres permanecen en sus posiciones. Ni idea de quiénes son, su indumentaria tampoco les define claramente porque cada uno lleva calzado y prendas de abrigo distintas, uno con botas negras de cordones y su compañero con botas blancas de agua (sin comentario), uno lleva una especie de tabardo oscuro y otro se envuelve con una manta (también sin comentario). Parecen las tropas de Pancho Villa. Pueden ser tanto soldados indios con una uniformidad muy "relajada" o bien mujaidines infiltrados del otro lado de la frontera. Si son mujaidines tenemos un problema gordo encima pero si son soldados no es aparentemente tan grave, ya hemos pasado ese "momento crítico", cuando los soldados disparan primero y preguntan después si eres o no un terrorista infiltrado. Nosotros ya estamos identificados como extranjeros, ahora sólo nos resta saber quienes son ellos. Realmente es poco probable que sean mujaidines por los gritos que dieron al principio, no es lógico armar ese escándalo en territorio enemigo ... a menos que buscasen rehenes para usarles de escudo en su regreso a la base. Pero eso tampoco es muy inteligente porque los indios están tan hartos del terrorismo cachemiro que no tenemos muy claro que dejen escapar a nadie que esté a mano, aunque tengan rehenes.

Todas las dudas se disiparon cuando aparece el jefe, luce un turbante sij y un uniforme de verdad. Son indios. La situación se relaja pero no hay modo de entenderles porque no hablan inglés. Medio entendemos que debemos marcharnos de aquel lugar porque es peligroso, por lo visto es línea de fuego y debemos desplazarnos unos cientos de metros. También nos preguntan si tenemos algo de whisky o tabaco pero no tenemos nada de eso. Pero quieren algo más y no hay modo de saberlo, un soldado quiere conducir el coche para sacarlo de ahí pero Vicente le deja bien claro que ese vehículo sólo lo conduce él, ¡no es nadie Vicente con el tema del coche! Al final se sube un soldado al asiento del copiloto -yo sigo arriba sin moverme, no me gusta cuando un soldado pide whisky estando de patrulla- y va dirigiendo a Vicente. Su fusil se queda cruzado hacia la izquierda y el cañón se queda delante de la cara de Vicente, le dice que así no puede conducir, que de la vuelta al fusil y que saque el cañón por la ventanilla. El soldado se da cuenta de la situación y tras un "sorry, sorry", lo gira y saca por la ventana. "Stop, stop!", se le oye decir nada más hacer esa acción. Vicente tiene que parar porque al apoyar el arma en el marco de la ventana ... se le desengancha el cargador y se cae por la parte de fuera del coche. La situación comienza a tener un tinte surrealista. Se baja del todo terreno, corre hacia atrás, recoge el cargador del suelo, lo monta, se sube de nuevo. "Go!, Go!", exclama señalando un roquedal.

uego le indica que se pare, que gire hacia un lado, luego hacia el otro, que vaya a otro lugar, que alumbre allí, ahora aquí, ... Sus compañeros avanzan a la vez que el Montero pero amparados por la oscuridad. Por fin Vicente entiende lo que intentaban decirle hace quince minutos. Cuando nos identificaron como "inofensivos" se les ocurrió la brillante idea de ... ¡usar nuestro vehículo y sus faros para rastrear una zona donde habían visto algo raro! ¡Estamos de patrulla con ese pelotón! Con la tienda desplegada en el techo y yo dentro aguantando todos los bamboleos. Ya es lo único que nos hace falta para terminar el día. La situación no puede ser más disparatada.

Cuando Vicente se da cuenta de lo que pasa, y aprovechando que quieren que pasemos por un tremendo pedregal, le dice al suboficial que nuestro todo terreno no es una tanque y que debemos volver a la pista. Comprende que no nos podemos meter por ahí pero nos ruega mantener un momento las luces encendidas en esa dirección. Dos de los soldados salen corriendo hacia el terreno alumbrado y desaparecen en una zanja. Pasados un par de minutos vuelven e indican que todo está bien.

Yo ya no aguantaba más. Le digo a Vicente que me ponga la escalera, que voy a bajar y que tenemos que plegar la tienda para largarnos de allí. "My wife" -"Mi mujer"-, les dice Vicente de un modo natural cuando aparezco en escena. En esos momentos son ellos los sorprendidos. Mientras recogemos insisten para que nos quedemos acampando con ellos, que estaremos más protegidos y que si llevamos unas cervezas para entrar en calor, que la noche es muy fría. Les echo una mirada asesina y le digo a Vicente "hay que largarse de aquí YA mismo, esto podría desmandarse por muy buenas intenciones que puedan tener". Demasiado hemos tentado a la suerte. Les dejamos caer que el comandante Noronha nos espera en Gumari e intentamos hacer entender que nos había dado un bajón de sueño y habíamos decidido dormir un poco antes de seguir, por eso acampamos... y que como ya estamos "despejados" vamos a seguir hasta el cuartel de Gumari. Aquí se acabaron las tonterías y nos pudimos ir tranquilamente.

Es imposible llegar a Gumari porque la pista es complicada para hacerla de noche y no nos hace gracia ir tan lentos con los faros encendidos ... tan cerca de la frontera. Volvemos a encontrar una discreta explanada pero tras el incidente ocurrido nos metemos dentro de un volantazo y apagamos las luces casi al instante. Abrimos las puertas y escuchamos durante un largo minuto. Nada, ni un ruido ni una luz, nada que se mueva. El lugar es perfecto y parece que nadie nos ha visto, levantamos de nuevo la tienda y por fin podemos dormir unas horas sin ninguna visita sorpresa e inoportuna. Tan solo de vez en cuando oía relinchar unos caballos y ladrar perros pero el cansancio consiguió vencernos y los ruidos que emitían los animales comenzaron a formar parte de nuestros más profundos sueños.

EL VALLE DE LA FELICIDAD

Como siempre, la luz diáfana y revitalizante del amanecer espanta todos los fantasmas y pesadillas. Lo ocurrido la pasada noche se nos aparecía como un mal sueño surrealista. Divisamos, no muy lejos, un pequeño refugio de piedras amontonadas y un gran rebaño de ovejas. Un hombre se aleja a caballo mientras una mujer y unos niños rodeados de perros se sientan al sol. Los animales de esos pastores fueron los últimos sonidos que anoche conseguimos distinguir y los primeros en oír hoy.

Gumari no resultó ni siquiera un pueblo, era un gran acuartelamiento de tiendas militares y edificios prefabricados a orillas del río. Una nueva barrera nos corta el paso, un sargento perfectamente uniformado y acompañado de dos soldados nos dan el alto.

-¿Cómo han llegado hasta aquí a estas horas? No se puede circular de día, tendrán que esperar a la noche para proseguir -nos dice el sargento con cara de sorpresa y perfecto inglés.

-Hemos venido a ver al mayor Noronha, tenemos permiso para circular durante el día.

-Un momento. -El sargento se dirige a la caseta y llama por radio. Regresa al poco.

-Lo siento, el mayor está de patrulla. No está en la base.

Fue una decepción, nos apetecía el reencuentro y darle las gracias por abrirnos las puertas diurnas de la ruta a Srinagar. El problema añadido es que el sargento no sabe nada de nuestro paso y sus oficiales superiores tampoco. Sin la orden del comandante en jefe del acuartelamiento nadie puede dejarnos proseguir la ruta. Supusimos que el comandante no dijo nada en su propia base porque contaría con vernos de nuevo, tomar algo juntos y dar la orden en el momento de nuestra partida definitiva. Sea como fuere, el hecho es que está fuera y nosotros bloqueados. El propio sargento se encuentra también contrariado porque sabe que la historia del permiso diurno es cierta pero no puede dejarnos pasar sin la debida comprobación. "Un momento, igual puedo contactarle por radio", nos dice con ánimo de ayudar en todo lo que esté en su mano. Regresa al cabo de 15 minutos.

-He logrado contactar con el comandante. No hay problema, pueden pasar. Les desea buen viaje y lamenta no haber estado en la base.

La última barrera de acceso al paso de Zoji-La se acaba de abrir, Gumari es el último control, el centro de operaciones de este lado del valle, el centinela de este vital paso que une la Cachemira septentrional con la meridional. Le damos las gracias al sargento y le rogamos que entregue una breve carta de agradecimiento al mayor Noronha. Gracias a él pudimos viajar con la protectora seguridad que genera el resplandor del astro rey a la par que disfrutar de los bellos paisajes que suelen estar vetados a los viajeros de la noche.

La ruta fue muy dura, la pista estaba hecha trizas debido a desprendimientos de rocas, grietas provocadas por la erosión de las fuertes lluvias y una tierra que difícilmente se mantiene en equilibrio. Había pelotones de soldados de ingenieros haciendo reparaciones en los tramos más dañados pero la labor de mantenimiento es un obra sin fin. El trazado estará siempre a merced de los caprichos de la montaña y la climatología, alcanzando su culmen de poder durante el invierno, cuando haga lo que haga el hombre ... Cachemira queda cortada en dos al confabularse los altos riscos y la nieve.

El paso de Zoji-La con sus 3.529 metros de altura nos marca el punto donde la naturaleza comienza a transfigurarse. Su faz de estratos desnudos y desgarrados, sus fuertes y poderosas murallas pétreas comienzan a ceder paso a laderas plagadas de pinos y abetos y a copiosas terrazas de cultivos de maíz, tabaco y arroz.

Nos sumergimos en "El valle de la felicidad", como conocen en Cachemira a esta rica y fértil tierra que el río Jhelum fecunda. También los lugareños son totalmente distintos a los de Ladakh, ya todos visten chaluar camis, sus rostros están por lo general poblados de espesas barbas al tiempo que coronan su cabeza con abultados turbantes diestramente enrollados. Por un momento nos da la sensación de haber cruzado la frontera sin darnos cuenta y hallarnos en el vecino país Pakistán. Es un día tranquilo, con una temperatura agradable y una suave brisa. Por su lado, las montañas ya nos van acercando de nuevo a la tierra. El cielo que casi rozamos con los dedos en Ladakh comenzaba a alejarse. Bajamos a 1.900 metros de altitud, a 1.500 metros, a 1.000 metros, ... La tierra cada vez estaba más colmada de frutos y flores. La intensa luz solar reaviva todos los matices de la lozana flora que nos rodea y consigue arrancarle al río miles de brillos irisados, nada hace sospechar que en este paisaje, de donde parece que va a salir Heidi retozando, sigue palpitando un ambiente tenso y desconfiado.

Reincorporados a la carretera y acercándonos a la capital de Cachemira, la realidad se hace patente en cada kilómetro. Los soldados con cascos y chalecos antibalas se prodigan por los márgenes de la calzada e irrumpen en el idílico entorno. Cuando alcanzamos Srinagar un férreo control militar dirigía el abigarrado tráfico y los sacos terreros, nidos de ametralladoras, vehículos blindados y soldados con el dedo en el gatillo cada pocos metros ... nos devuelve a la tragedia de Cachemira.

UN MUNDO DE AGUA

La vieja fortaleza afgana, Hari Parbhat, corona la mayor colina y siluetea perfectamente sus contornos para que todos la contemplen como la reina del lugar. El casco antiguo nos cautiva con su particular arquitectura de madera, su estado de conservación deja mucho que desear pero con un poco de buena voluntad es fácil vislumbrar el encanto y exotismo de antaño. En su corazón, la mezquita Sha Hamadani, la más hermosa e histórica de la capital, sí que conserva el fausto de otros tiempos y perpetua el recuerdo del santo sufí Sayyid Ali Hamadani, héroe centroasiático que en 1.372 creó un gran movimiento para la conversión al Islam de la población del valle de Cachemira. Nuestra incursión por la ciudad continua y en ningún lugar se relaja la presencia militar, camiones caquis con torretas dotadas de ametralladoras vigilan los cruces, los chalecos antibalas y cascos generan un robocop cada 10 metros, las puertas de todos los edificios oficiales están protegidas por alambradas y soldados parapetados tras barricadas, ... Nos cachean cuando entramos en correos a echar una carta, pasamos por un arco de seguridad cuando entramos en las mezquitas, en la coqueta mezquita Nabi nos vacían las bolsas de vídeo y fotografía para chequearlo todo, se comprueba lo que llevan visitantes y feligreses obligándoles a depositar en la entrada hasta las cerillas y mecheros, ... No es un ambiente que se disfrute, la tensión se palpa.

Las escenas en las que nos vemos inmersos en los mercados, en las calles, con la gente, son una evocación constante al caos de las grandes ciudades. Mujeres cubiertas con mantos negros y rostros ocultos, hombres con chaluar camis, pobladas barbas, abultados turbantes cruzando despistadamente la carretera aluden al otro lado de la frontera y se unen a los pitidos continuos de los vehículos, niños vendiendo trozos de coco en los semáforos, roces entre rickshaws suicidas, ... pero todo se desvanece cuando por fin alcanzamos el lago de reflejos dorados. El lago Dal, la joya de la corona, el alma de la ciudad. Srinagar fue fundada por el gran emperador Ashoka (s.III a.C.) y el budismo fue la esencia de la urbe. Los Hunos entraron en escena varios siglos después (s.V-VII d.C.) y emplearon una sádica tozudez en destruir los templos budistas y masacrar a los monjes. Un odio que el rey Mihirakula (s.VI d.C.) llevó a sus últimas consecuencias con un cruel ensañamiento basado en su firme deseo de extirparlo de esta zona de la tierra. Esta persecución contra los budistas favoreció la instauración del hinduismo (concretamente el shivaismo) en los siglos siguientes. Pero en el siglo XIV el gran visir musulmán Amir Shah asesinó al rey hindú Udiana Deva y se instauró una dinastía musulmana. Mogoles, afganos, sijs e ingleses se hicieron con la ciudad sucesivamente. Hasta que los últimos vencedores, los británicos, reconocieron a Gulab Singh como marajá de Jammu y Cachemira, extendiendo su autoridad hasta Gilgit y Ladakh (s.XIX). Los marajás gobernaron esta zona durante el Imperio Británico hasta que se produjo la partición en 1947. Por entonces gobernaba Hari Singh, cuya determinación de último momento desencadenó la situación que ha sumergido a este territorio en una pesadilla.

Los mogoles, admiradores del arte y la naturaleza, se encargaron de embellecer la ciudad con fastuosos jardines invadidos de mil fragancias y colores: el Shalimar Bagh (El Jardín del Amor) fue creado por el enamorado emperador Jahangir para su bella e inteligente esposa Nur Jahan (La Luz del Mundo). El otro Edén es el parque Nishat Bagh, con infinidad de cedros y cipreses bajo los cuales florecen bellísimas plantas entre danzantes surtidores y juguetonas caídas de agua. Y al otro lado del camino ... el lago Dal con su intrincada red de canales, jardines de nenúfares y flores de loto, islas-huertos, granjas acuáticas, palafitos, ... una auténtica ciudad flotante, una Venecia de Oriente.

El lago está repleto de las célebres casas flotantes que son las que finalmente han glorificado al lago. En tiempos del Imperio Británico, el marajá prohibió a los ingleses construir o comprar viviendas en Srinagar. Pero el temple y la flema británica no se vio perturbado para buscar una solución que les permitiera disfrutar de la idílica situación y las temperaturas benignas veraniegas de las que gozaba la tranquila ciudad. "Pues viviremos en el agua", se dirían. Ni cortos ni perezosos comenzaron a fletar barcos y en su interior reprodujeron fielmente un trozo de su venerada Inglaterra que hoy en día todavía es posible percibir en cada recoveco de estos reductos victorianos. Una shikara, la singular góndola del lago Dal, nos permite de nuevo sentir ese suave mecer de las aguas tranquilas cuando nos deslizamos por el enmarañado laberinto de canales acuíferos. A este microcosmos flotante no le falta un detalle: desde vendedores de ropa a domicilio, barqueros que no paran de remar voceando que tienen helados, una insólita shikara con un fuego en su interior porque ... ofrece maíces y pinchitos a la brasa recién hechos, barcazas de doble cuerpo con todo tipo de comestibles y bebidas, ... y es que cuando se vive en una barca, no es tan sencillo hacer las compras. Tampoco faltan las lanchas con soldados armados que patrullan por la Srinagar flotante, nos saludan agitando la mano y con su mejor sonrisa. Debemos de ser los únicos extranjeros en este infinito lago.

Donde hay un poco de tierra firme de levantan palafitos con embarcaderos para que los clientes puedan amarrar sus barcas e ir haciendo la cesta de la compra. Desde el canal se ve su mercancía, unos exponen en sus escaparates chales y ropitas de niños, otros cuelgan de ganchos la carne del día, las cajas de fruta y verdura se inclinan casi verticalmente para mostrar su stock, aparecen cabañas que anuncian que son laboratorios y que hacen fotos de carnet y retratos, librerías y quioscos, mercerías y sastres, es realmente un mundo acuático.

Salimos de la acua-ciudad y nos introducimos en el acua-campo. Nos movemos por estrechos pasillos entre profusos juncos, las bandadas de patos se apartan acompasadamente cuando la imparable proa de nuestra shikara llega a su altura. El verde de los nenúfares, el amarillo de los lirios y los rosas de las flores de loto tapizan las aguas creando jardines paradisíacos, en ocasiones forman una aglomeración tan compacta que da la sensación de que sería posible andar sobre ellas. Pequeños terruños que emergen de entre las aguas nos muestran cultivos de maíz, tomates, pepinos, calabazas y mil productos hortifrutícolas. Las mujeres recolectan todo tipo de plantas acuáticas para alimentar a sus animales. Se respira tanta paz que resulta difícil de creer lo que ocurre en el "mundo exterior". Nos recorre una amarga conmoción en lo más hondo.

Srinagar no se merece este ostracismo al que los acontecimientos históricos y políticos le han condenado. ¿Cuánto tiempo deberá pasar para alcanzar la alegría y prosperidad de antaño? "Green Paradise", "Paraíso Verde". Dos palabras que definen este lugar y con el que certeramente han bautizado a una de las espectaculares casas-flotantes victorianas que se han convertido en mini-hotel. Desde afuera tiene un aspecto impecable y su nombre evoca lo que acabamos de ver desde la shikara. Un hombre de unos cuarenta años, enjuto, de corta estatura pero espigado nos hace amables señas desde la baranda y enfilamos la proa hacia la embarcación, atracando nuestra shikara en las escaleras de madera que mueren en el agua.

Hassan nos recibe muy afectuosamente mientras nos tiende su huesuda y madura mano para que desembarquemos y subamos por la escalinata. Nuestro anfitrión nos va explicando la historia de las casas-bote y nos introduce por la puerta de este balanceante hogar colonial. De la baranda al aire libre pasamos al salón, luego al comedor y vemos sus dos habitaciones. Es una maravilla, la han conservado magníficamente desde la época colonial, su mobiliario alterna la artesanía cachemira con lo inglés de época, los suelos están recubiertos de alfombras, los techos lucen la filigrana de madera original y el templado balanceo sobre el lago nos da la sensación de estar flotando ... en el pasado. Antaño, alojarse en estas casas-barco era un lujo pero con el hundimiento del turismo hace 11 años, casi todas están cerradas, añorando nostálgicamente esos tiempos llenos de esplendor y concurrencia. Otras casas-barco, como el romántico "Green Paradise", no se rinden y siguen manteniendo sus puertas abiertas, su estilo no admite el cartel de "cerrado". Sus propietarios aman esta tierra y saben que un día regresará la paz, hacen ofertas increíbles a los casi inexistentes viajeros para que su puntual presencia en la baranda, tomando un té al cardamomo, hagan sentir al espíritu del lago Dal que no está solo ni olvidado.

El especiado té cachemiro que nos ofrece Hassan dispersa su fragancia a nuestro alrededor. Se oye un chapoteo, las mujeres se apremian hundiendo sus remos con sobrada energía en las reposadas aguas para alcanzar sus viviendas flotantes. Llega la noche y no es bueno navegar en la oscuridad. Una mamá pato con siete pequeños avanzan en formación y se pierden entre los juncos. Las últimas imágenes que se desarrollan frente al porche de la casa acuática son las que nos ofrece un martín pescador de preciosas alas de un azulón eléctrico. Se empeña en pescar la cena del día y como un rayo se zambulle en el agua una y otra vez, con la determinación que su especie le ha conferido. Mala suerte, todas las piezas se le han escapado. Se marcha raudo a probar suerte en otro lugar de las pobladas aguas. Los mosquitos nos exilan al interior. Bajo la ventana con visillos del salón, una cómoda chaisselonge es perfecta para leer un rato. ¿Hace cuánto tiempo que no disfrutamos de unos momentos tan tranquilos? Ya ni nos acordamos, es increíble la paz que puede transmitir un lugar que realmente está en el ojo del huracán, el lago Dal es una isla intemporal, un rayo de sol que traspasa la negrura de las nubes de la tormenta y crea un arco iris de esperanza. La cerámica abandona la alacena del comedor para desplegarse sobre la mesa y mostrarnos aquello que Hassan ha cocinado para la cena. Los platos quedan vacíos, nuestros pasos hacen rechinar la madera que pisamos mientras avanzamos por el pasillo. El apacible movimiento giratorio del ventilador colonial colgado del techo neutraliza el soporífero calor del dormitorio. Nos dejamos caer sobre la cama. El imperceptible balanceo de nuestra fluctuante morada nos hace naufragar en apacibles sueños tras las excitantes y agotadoras etapas acaecidas por las montañas cachemiras.

Resto de crónicas de la ruta

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.