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Crónica 11,

Jordania I - El desierto rojo

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Jordania

Delante de nosotros veíamos el portón abierto de la bodega del barco que nos llevaría de Nuweiba (Egipto) a Aqaba (Jordania). El Sinaí, la parte asiática de Egipto, había sido la península de transición entre el continente africano y Asia pero ahora íbamos a entrar de lleno en un nuevo continente y estábamos absortos en los pensamientos de lo que nos iba a ofrecer este fascinante continente durante los meses -quizás hasta un año- que estaríamos recorriéndolo. Una voz a nuestras espaldas nos devolvió al puerto de Nuweiba.

-¿Podría ver el permiso de tráfico, por favor? - Nos dijo la voz. Nos volvimos y vimos a un aduanero egipcio con una carpeta donde figuraban todos los vehículos que iban a subir a bordo.

-¿Qué permiso de tráfico? Ya hemos pasado inmigración, el registro de aduana y me han sellado el Carnet de Passage del coche. Nadie me ha dicho nada de ir a tráfico. Nos dijeron que ya estaba todo.

-Se referirían a sus departamentos, lo relativo a policía y aduana pero no a tráfico, también necesitan la autorización de tráfico para entrar en el barco a Jordania. -Prosiguió el agente.

-¿Dónde está tráfico? -Le preguntó Vicente.

El funcionario egipcio señaló un edificio blanco al otro extremo del puerto. Cada trámite estaba en un lado distinto del puerto, tardábamos más en las caminatas de un lado a otro que en el propio papeleo, un papeleo que no se acababa nunca.

Al entrar en el puerto nos dijeron que no había que pagar tasas así que gastamos las últimas libras egipcias en provisiones para el viaje. Ahora resultaba que había que pagar 2 tasas más de 5 libras cada una (250 pts., 1,7 US$ cada una), eran tasas minúsculas pero ya teníamos que volver a cambiar dinero, otro paseo a otra parte del puerto y de nuevo con libras egipcias sobrantes. Devolvemos las placas de matrícula pero no nos devuelven la fianza (20 libras) porque para ello hay que salir por el mismo sitio que se entra. Estamos ya en un punto que no nos importa lo que cobren o dejen de devolver. Tan solo queremos terminar los trámites cuanto antes.

Por fin todo terminó y nuestro Montero superó la rampa que nos permitió entrar en este inmenso pez de acero que nos trasladaría a Jordania. (Tras pagar otros 4 dólares en tasas, por yo que sé, al subir al barco). Pero ya éramos felices, el barco se movía. Subimos a la cubierta y nos instalamos en la popa. El barco era una curiosa mezcolanza de gente, árabes modernos o con chilaba, niñas vestidas con rimbombantes vestiditos de gigantescos vuelos, desde mujeres totalmente cubiertas de pies a cabeza con chadores negros hasta extranjeras con pantalones cortos y camisetas. Egipcios, jordanos, sauditas, kuwaitíes, iraquíes,... y algunos europeos con mochila configuraban este curioso conglomerado de culturas. Unos beben refrescos, otros charlan animadamente, otros miran las vistas de la costa que se va alejando y otros extienden la esterilla en dirección a la Meca y se ponen a rezar.

Ya era de noche cuando atracamos en el puerto de Aqaba, el único trozo de mar del cual dispone el territorio jordano. Nos comentaron que la aduana jordana era muy quisquillosa con los trámites... pero fue una auténtica gozada. Las ventanillas para tramitar los diversos trámites del coche y nuestros visados (que pueden ser expedidos en la misma frontera) estaban agrupadas en un mismo edificio y seguían un orden lógico y eficiente, desarrollándose rápidamente todo el papeleo con la indiscutible amabilidad y buen hacer de los jordanos. Después de una hora dejábamos tras nosotros la aduana, ni siquiera nos abrieron el coche, tan solo el hospitalario "welcome to Jordan" y un gesto suave con la mano para indicarnos que podíamos franquear la barrera del puerto.

CASTILLOS DE PIEDRA

Completamente de noche pusimos rumbo al legendario Wadi Rum. A nuestra memoria viene uno de los más conocidos capítulos de la historia de la revuelta árabe contra el Imperio Otomano. En este escenario el inescrutable oficial inglés T.E. Lawrence, describe en su libro "Los Siete Pilares de la Sabiduría" su paso con las tropas árabes (1917-1918), de cómo quedó impresionado al moverse entre la descomunal majestuosidad de estas fantásticas formaciones rocosas que componen este singular desierto. Rocas gigantescas donde la acción del aire y la arena han castigado su faz ocasionándoles unas marcas singulares como estigmas geológicos perennes, erosionándola allí donde la piedra no ponía resistencia.

Llegamos de noche. No hay luna. Las altas paredes rocosas configuran cortinas más negras que el propio cielo. Estamos agotados de todo el viaje y de la conducción nocturna. Cenamos frío de una de nuestras latas, una última mirada al espectacular cielo estrellado y nos metemos en nuestra tienda. Antes de cerrar los ojos sentimos un pequeño escalofrío, miramos el termómetro ... ¡21º C! Era la primera vez que veíamos esa temperatura nocturna desde hacía dos meses. Bendecimos los 900 m. de altitud de este desierto.

Ha amanecido. Desayunamos algo rápido y frugal para iniciar la ruta. La gran cortina negra de ayer se ha transformado en una monumental pared de roca rojiza y está sesgada por una enorme grieta que nos intriga desde que la vimos al levantarnos. Nos dirigimos a ella sin más demora y vemos como la propia naturaleza ha creado un camino en su interior. Vamos encontrando grabados rupestres de seres humanos con trazados muy simples: hombres, mujeres dando a luz, gacelas, la huella de un pie. Inscripciones nabateas y árabes arañan la roca desde hace centurias. Si seguimos avanzando por la angosta hendidura llegamos hasta una pared de unos 3 metros donde los beduinos han colocado una cuerda para escalarla. La han puesto para poder seguir ascendiendo y acceder a un pequeño guelta (agua acumulada por las lluvias en una piscina natural).

Volvemos a la luz del exterior, la enorme roca da la impresión de estar derritiéndose como un inmenso pastel de chocolate pero el tacto es duro y firme. La intensa arena rojiza lo invade todo, el calor bajo el sol se hace notar pero no es tan extremo como el que padecimos por lugares que ahora ya nos parecen lejanos y quedaron atrás en África.

ENCUENTROS EN LAS ARENAS

Hay cientos de pistas arenosas que se pierden entre los valles que discurren entre las grandes rocas. Rutas que se abrieron hace muchos siglos cuando el incienso, la mirra y los perfumes más delicados eran trasladados en caravanas hacia Yemen, la Arabia Feliz. El viento y la arena han seguido esculpiendo a su antojo entre las rocas, a veces crean un arco que parecen señalar un punto estratégico.

La arena sobre la que circulamos es compacta y más fácil cuando seguimos las rodadas de los todo terrenos de los beduinos, permitiendo velocidades de hasta 40 ó 50 km/h. Un montículo tremendo corta la rodada y no podemos salirnos de ella, cuando son profundas son como vías de ferrocarril. Freno en seco. Es algo amorfo, no distinguimos los contornos, nos bajamos. El hedor es repulsivo y ya vemos lo que es: un dromedario muerto, que por su aspecto no parece que haga mucho tiempo que suspiró por última vez. El sol y el resto de los habitantes del desierto se encargaran de él. Metemos la reductora y con un poco de impulso trepamos las rodadas y esquivamos el macabro obstáculo.

La siguiente sorpresa, es un desierto repleto de sorpresas, sobrevino cuando en plena admiración de uno de los arcos de roca se acercan a nosotros dos todo terrenos locales y se paran a nuestro lado. De su interior se bajan ...¡españoles!, habían alquilado los servicios de esas dos pick-up 4x4 para recorrer el Wadi Rum de norte a sur, sentido inverso al nuestro. Una animada charla, intercambio de impresiones, anotaciones de nuestra web y unas fotos de grupo (¡y el regalo de un enorme racimo de uvas por parte de uno de los conductores jordanos!) concluyó este breve pero simpático encuentro. Ellos se fueron primero y nosotros les dijimos adiós con la mano. Miramos el racimo de uvas y nos damos cuenta que no hemos probado bocado desde el desayuno y ya eran las 6 de la tarde. Las uvas cayeron ahí mismo.

La luz del atardecer intensifica el color rojizo de las rocas, las sombras empiezan a alargarse con la luz del ocaso compitiendo en volumen con las propias montañas rocosas, pero ellas continuaran sólidas en el mismo sitio cuando las sombras se hayan fundido con la oscuridad de la noche.

Algunas tiendas de pelo de cabra de los beduinos se dispersan a los pies de algunos de estos gigantes pétreos, sus rebaños de cabras son cercados en un corralillo. Se comienza a ver los fuegos que auguran los preparativos de la cena.

Acampamos arropados por otro de estos "castillos de piedra. Nos sentamos sobre una piedra y cocinamos, el fuego de la leña que recogimos por el camino nos relaja mientras el aire fresco nos despeja la mente y nos acaricia el rostro.

Salimos de esta escultura natural por la población de Rum. Ha crecido mucho desde la última vez que estuvimos, hace seis años. Los restaurantes, las tiendas de comestibles, las casas, muchos todo terrenos y dromedarios esperando turistas, ... Muy cerca de ella, a los pies del Yebel Rum, vislumbramos unas ruinas que no percibimos en nuestra anterior visita. Nos acercamos y nos encontramos con los restos de un templo nabateo del s. I d.C. Es modesto pero da idea de la extensión de las fronteras de este poderoso imperio y nos hace pensar en los tesoros nabateos que se encuentran más al norte, en la fastuosa Petra, nuestra próxima etapa.

Unos dromedarios se revuelcan en la arena levantando nubes de polvo. Arrancamos de nuevo el motor y enfilamos la proa de nuestra nave del desierto hacia el este hasta encontrarnos con el asfalto. Wadi Rum empieza a alejarse, echamos un último vistazo por el retrovisor y avanzamos hacia la Ruta del Rey.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.