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Crónica 52,

Pakistán V - Cantos de sirena

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Pakistán

Nunca podremos olvidar los días que pasamos en Srinagar, en nuestra casa- flotante, en nuestro Green Paradise. Las circunstancias que rodeaban esta visita han sido muy poco usuales por la complejidad de la situación que en este lugar del mundo impera. Nos despedimos de Hassan con un fuerte apretón de manos, ha sido nuestro Ángel de la Guarda. Como aves migratorias, levantamos una vez más el vuelo y en nuestro infinito peregrinar marcamos otro rumbo: Amristar. El camino no se presenta fácil. Nuevos controles, convoyes militares, un túnel sin fin, curvas interminables, el tráfico se intensifica a cada kilómetro que avanzamos. Vicente ha estado 12 horas conduciendo y tras 520 kilómetros llegamos sanos y salvos a la meta marcada. Mañana cruzaremos la frontera para volver a Pakistán. Nos reencontraremos de nuevo con los viejos amigos del pasado invierno, cuando los dejamos atrás atendiendo la llamada de otros parajes. Cenamos ligeros, apartamos lo justo para pagar la acampada y en el mercado negro transformamos las rupias indias en rupias pakistaníes. Volver a Pakistán nos entusiasma.

De nuevo cruzamos una frontera que nos resulta muy familiar pues hace tan sólo unos seis meses que la habíamos cruzado en sentido inverso. Hoy volvemos a reencontrarnos con ella. Un par de mochileros y nosotros éramos los únicos que nos disponíamos a cruzarla. El chico del bar, que hoy tiene 30 años, recuerda con nostalgia su adolescencia cuando esta frontera era un hervidero de viajeros occidentales y ahora pasamos con cuentagotas. "Podían pasar hasta 1.000 occidentales en un día y hoy es un milagro si llegan a 10", nos dice.

REENCUENTROS

Todo transcurrió con normalidad y sin perder el tiempo, al igual que en la frontera pakistaní. Y de nuevo en una tierra que tantas veces hemos tenido el gusto de saborear y recorrer descubriendo siempre algo nuevo. Los monzones nos cambiaron los planes y casi nos alegramos de ello, ahora teníamos la posibilidad de explorar aquellos valles que nos vetaron la entrada en 1.992 y el pasado otoño del 99, cuando en ambos casos las nieves cortaron las pistas de acceso a sus recónditos emplazamientos. Pero esta vuelta a Pakistán también nos da la oportunidad de otro reencuentro igual de deseado. Fue el país donde más amigos hicimos, fueron muchos los que despedimos con tristeza hace muchos meses y ahora de nuevo también volveríamos a abrazarles. Decenas de nombres acompañados de sonrientes rostros van dando vueltas en nuestra cabeza y nos alegran la mañana. De entre todos, la parada a cinco kilómetros de la aduana para marcar un número de teléfono delata quien es el más especial. El teléfono es descolgado tras el tercer sonido de llamada.

-¿Víctor, eres tu?

-Sí, soy yo, ¿quién es?

-Somos los "ceutiñas" -le responde Vicente entre risas con el cariñoso apelativo con el que nos llama Víctor.

-Hombre, ceutiñas, qué sorpresa, pero ¿dónde estáis en estos momentos? -nos pregunta intrigado ya que en el último e-mail que le enviamos era desde Srinagar pero sin dar fecha exacta de intento de entrada en Pakistán.

-Pues lo hemos conseguido, sobrevivimos a Cachemira y acabamos de cruzar la frontera. ¡Los hijos pródigos han regresado! -le responde Vicente exaltado por el inminente encuentro.

-Estupendo, ¡y tengo cava en la nevera! ... ¿entonces brindaremos juntos esta tarde, no?

-Así es, en unas seis horas estaremos por ahí. ¡Inch Allah!

-Inch Allah y con cuidadito, que ya no os queda nada para llegar.

Llegamos a Lahore enseguida y la cruzamos sin problemas, en 20 minutos ya estábamos fuera. Fue fácil, tan solo tuvimos que seguir el track que grabamos en el GPS durante nuestra anterior visita. Luego enfilamos la única autopista que existe en Pakistán, una obra extraordinaria de 390 kilómetros que resulta muy difícil de encuadrar en un país tan pobre como éste. Nada que envidiar a cualquier peaje de occidente, quizás incluso sea hasta superior porque el escaso tráfico que recibe (el peaje son 700 pts. -3.3 US$-, muy caro para Pakistán) la mantiene en perfecto estado. Qué emoción cuando salimos de la autopista y enfilamos la gran carretera arbolada que tantas veces recorrimos durante las semanas que permanecimos en Islamabad. No hacía falta GPS, era "nuestra" ciudad, la conocíamos al dedillo.

Cuando el cava frío terminó de deslizarse por las paredes de las tres copas que sacó Víctor, las alzamos en alto y un tintineo de amistad sonó en todo el salón mientras las burbujas fluían de la base y estallaban al llegar a la superficie. Todavía nos estábamos recuperando de los abrazos que nos dimos al cruzar la puerta. Miramos a nuestro alrededor, todo nos es familiar, a excepción de unos cuadros y pósters nuevos de montañas nada ha cambiado desde la última visita. No nos sentíamos en la casa de un amigo, su hospitalidad es tan desbordante que lograba lo que pocos consiguen: que sintamos su hogar como si también fuese el nuestro. Nos da las llaves y nos reitera que hagamos la vida como la haríamos en nuestra casa, que estemos el tiempo que necesitemos y que tenemos su coche para cuando dejemos nuestro apreciado todo terreno en la revisión general de varios días que le queremos hacer.

No paramos de hablar, especialmente Vicente, que no cesaba de contestar a las mil preguntas que Víctor es capaz de formular sin pestañear. Inquieto y curioso por naturaleza nunca es suficiente su interés por conocer todo lo que habíamos visto y vivido de primera mano, era insaciable. Gran amante de la montaña, Vicente le describía Ladakh con todo lujo de detalles. También el nos iba dando novedades. Su novia Reyes vendría en unos días, ¡qué bien, la íbamos a volver a ver! Tras la nochevieja de entrada al año 2.000 creímos que volveríamos a reencontrarnos con ella hasta ... el año 2.002, en Madrid. Nos íbamos a volver a ver en el mismo lugar que nos conocimos hace nueve meses. Increíble. Venía con amigos, bueno, más que un grupo de amigos parecía un viaje fin de curso porque iban a ser doce en total. Víctor había alquilado un minibus para poder moverse juntos y visitar la ruta Karakorum durante una semana, luego la mayoría se volverían a España mientras que cuatro irreductibles españoles -incluyéndole a él y Reyes- iban a realizar uno de los más hermosos trekings que se pueden hacer en Pakistán: 21 días para hacer una marcha a pie que parte de Skardu y se mueve entre gigantes del Himalaya pasando por el glaciar Baltoro, campamento base del K-2, el paso Gorongoro y terminando en el valle de Hushe. Víctor no oculta su desbordante impaciencia por pisar el gélido Baltoro, lleva meses preparando el proyecto y dedicándose a cuidar todos los detalles para que todo salga bien. La montaña no bromea, es inmisericorde con los imprudentes.

SANGRE INOCENTE

Tampoco bromea Cachemira, cuyas trágicas noticias aparecen a diario en la prensa local e internacional. Hablamos con Víctor largo y tendido sobre el maravilloso Ladakh que tanto nos ha subyugado. "¿Y está tranquilo estando al lado de Cachemira?", nos llegó a preguntar. "Sí, el "efecto Cachemira" no le alcanza, vive a parte en su rincón perdido en el corazón de las montañas", le dijimos. Cual fue nuestra sorpresa cuando a los dos días de llegar a su casa nos encontramos por la mañana con el periódico del día encima de la mesa donde desayunamos. Normalmente Víctor se lo lleva pero ese día nos lo dejó, ... nos lo dejó con una noticia rodeada con bolígrafo y con una frase caligrafiada por él: "¿Con que tranquilo?"

La noticia nos impactó realmente, el titular decía: "Tres monjes asesinados a tiros en Leh". Lo leemos entero y es todavía peor. No era en Leh -la agencia de noticias era lo que estaba en Leh- era en Zanskar, exactamente en Rangdum. ¡En Rangdum!, se referían a monjes budistas del monasterio de Rangdum. Acampamos a su lado dos noches. Miramos la fecha de los hechos, todo ocurrió cinco días después de nuestra acampada forzosa en ese exacto lugar con el muelle roto, cuando estábamos inmovilizados hasta recibir los sabios consejos de Cándido. La cabeza es un torbellino, recordamos la conversación con el capitán de la patrulla cuyo camión nos dio gasoil en Padum (Crónica 50). Nos dijo que su patrulla es una sección solitaria que está comprobando la veracidad sobre la posible presencia en la zona de un grupo de "militantes musulmanes", expresión diplomática con la que denominan a los activistas separatistas y terroristas cachemiros. Recuerdo nuestra reacción de extrañeza con lo de la presencia de "militantes" porque Zanskar es una ratonera, tan al margen de todo que no hay ni guarniciones militares porque no hay nada contra lo que atentar, es un pacífico valle donde los budistas que ahí residen viven a su aire, sin molestar a nadie. Decidimos ignorar este hecho y proseguir la ruta con normalidad.

Ahora vemos en la prensa que era cierto, que de un modo aislado e incomprensible, ... había una célula terroristas en esa zona y estaban allí mismo. La noticia completa es realmente trágica, tres indefensos monjes del monasterio de Rangdum, parados al borde de la carretera, son abatidos a tiros a sangre fría. Recordamos lo escrito en la crónica 50 cuando tras levantar el campamento pasamos delante del monasterio: "Poco después, su gompa (de Rangdum) se eleva sobre un montículo del lecho del río Suru, ahora casi seco. La ausencia de agua lo convierte en una isla sobre un reguero de cantos rodados, un arrecife de arquitectura entre una naturaleza salvaje, cuarenta monjes y novicios simbolizando un brote de vida allí donde la soledad purifica las almas. "Julai", decimos mientras agitamos las manos para saludar a cuatro de ellos que están metiendo leña en el interior del pequeño monasterio. Nos hacen señas para que nos detengamos a tomar un te con ellos pero les explicamos que no puede ser, hemos de seguir. Cuando proseguimos nos devuelven el adiós con la mejor de sus sonrisas y sin parar de agitar la mano durante un largo rato. Que buena gente." ¿Sería alguno de esos cuatro monjes alguno de los asesinados? Contengo las lágrimas. Que vergüenza de mundo donde se asesina a los indefensos y pacíficos, que vergüenza de seres execrables los que cometen este tipo de acciones, más que seres son "entes" despreciables que habría que descatalogar de la raza humana y de los que también tenemos en España sembrando de dolor y sangre nuestras calles.

Pero la noticia sigue. Los terroristas huyen del lugar a pie a través de las montañas -Zanskar es una ratonera, una entrada, ninguna salida-, un alemán solitario, Rolf Harfurth, que se mueve por la zona es testigo de lo que ha ocurrido y le cogen de rehén para cubrir su huida. A medida que pasan los días la noticia se va cerrando sobre sí misma: primero se la da por muerto por el tipo de célula terrorista que es, luego esa hipótesis se confirma al encontrar su cuerpo, otro día la embajada alemana identifica el cuerpo y se inicia la expatriación. Una historia cercana realmente terrible.

Junto a la noticia de esta acción terrorista siguen más tragedias, otro titular pone "64 muertos en Bombay por riada de barro", los monzones siguen masacrando a la población de esa parte del mundo. Otro "La huelga paraliza Cachemira" y describe infinitos disturbios del lugar que acabamos de dejar hace nada. Los días pasan y Cachemira, un sangrante conflicto casi desconocido para occidente, está todos los días en los diarios: tras el secuestro del alemán, el lago Dal -donde unos días antes navegábamos nosotros- está más repleto de lanchas patrulleras militares; otro día, enfrentamientos en Cachemira dejan 13 muertos; la siguiente mañana, un coche bomba deja 12 muertos en Srinagar; al día siguiente, dos extranjeros -alemanes de nuevo- entre los cuatro heridos por la explosión de una bomba en Srinagar; así día tras día. Pobre Cachemira, pobre mundo.

LA GRAN FAMILIA DE ISLAMABAD

Pero tan solo la prensa trae tragedias en Islamabad y nos deprime, el resto del tiempo la moral es alta. Nosotros acabamos de llegar pero otros se van. En unos días, Javier -Primer Secretario de la embajada-, se irá destinado a Frankfurt y Víctor se ha animado a comprarle su todo terreno, vehículo imprescindible si de verdad se quiere conocer Pakistán y sentir las palpitaciones de este magnífico país. Y ...¡y era un Mitsubishi Montero como el nuestro pero en versión corta! En breve habría dos Monteros aparcados a la puerta de su casa, nuestro "Ceuta-2.000" va a tener un hermanito pequeño.

Y todavía tenemos pendiente el tema del muelle roto, el "truco" de Cándido había funcionado de maravilla y el taco de madera como tope había conseguido salvar el amortiguador, realizando así 1.500 kilómetros sin dificultad. Pero había llegado el momento de cambiarlos. Tampoco la llegada de los nuevos muelles a Islamabad van a suponer un problema ... Reyes los puede traer. Y ya que viene ... le hacemos una lista de material que necesitamos traer de España. Nuestra lista ... unido a lo que Víctor le encarga a su vez ... le va a atraer de cabeza los días previos a la salida. En esta ocasión es la protagonista absoluta de la "Operación Islamabad", la cuarta operación de recepción y envío de material a España.

Los primeros días fueron tranquilos. Algo de relax y muchas visitas a los viejos conocidos que cuando partimos no teníamos ni idea si los volveríamos a ver algún día. Saludos a la embajadora Aurora que nos invitó a una cena de bienvenida. El reencuentro con Gabriel y Juanjo- también de la embajada- y sus respectivas mujeres, Mari Carmen y Gabriela. Más y más reencuentros, Allan y Naima, Raza, Mubashir, Hassan del club Planet X, con Zahid de nuestra queridísima y auxiliadora Ciber City, donde pasamos tantas horas el pasado invierno... recuerdos, risas, fotos y charlas interminables. Eran nuestra gran familia de Islamabad.

La despedida de Javier, que regresa a la civilizada Europa, precedió en muy pocos días a la llegada de Reyes y su "gran grupo". Fue otro gratísimo reencuentro aunque ... duró poco, ese mismo día todos partieron hacia las montañas. El nuevo juego de muelles, un cargamento de diapositivas Agfa así como infinidad de otros pequeños detalles que encargamos a Reyes se quedaron en Islamabad. Preparamos otro paquete con todo lo que se tenía que llevar a España ... ¡26 kilos pesaba la cajita de marras! Un vuelo de la British Airways con tan solo una escala en Londres llevaría a nuestros tres amigos y todo ese material de la Ruta de los Imperios hacia España.

Pero no es la llamada de España lo que hace sentir inquietos a nuestros corazones, el material que ha llegado ... vuelve a despertar el carácter nómada de la Ruta de los Imperios. Tras instalar los nuevos muelles ... ya estamos listos para acometer la nueva empresa. Quizás esta vez consigamos lo que no pudimos en el 92 ni en el 99. Quizás ahora nos quitemos esa espina que se clavó suave en el 92 pero que se hundió más profundamente con la imposibilidad de realizarla -¡por segunda vez!- en el 99. Quizás a la tercera sí que sea la vencida. Es el momento climatológico oportuno, tras las lluvias de los destructores monzones y justo antes de que se cierren por las nieves. Los monzones han pasado pero cómo las nieves vengan antes de tiempo ... tampoco podremos realizar este triple sueño lejano: el valle de Kaghan, los altiplanos del Deosai y la ruta del río Gilgit hasta Chitral para concluir en las tierras de los legendarios Kalash.

CANTO DE SIRENAS

La nueva ruta nos atrae como un canto de sirenas desde ese "mar" de agua dulce congelado en las cimas himalayas. No nos resistimos a su seductora, persuasiva, insinuante llamada y en unas horas de carretera nos encontramos recorriendo el inestable valle de Kaghan por su azarosa pista. Balakot es la capital del valle donde tuvo lugar una violenta batalla entre musulmanes y sijs allá por el año 1831. Pero no fue una batalla lo que ocho años antes nos impidió avanzar por el histórico valle. Fue un violento desprendimiento a las puertas de la población que recibe el nombre del valle lo que el 12 de octubre de 1992 detuvo nuestro avance en seco y nos obligó a dar media vuelta. El Malika Parbat, la "Reina de las Montañas", desde su alcoba real a 5.291 metros de altitud fue el mudo e impasible testigo de esa ira que nos cortó las alas no hace tanto tiempo. Esta vez la pista está despejada y los 4.175 metros de altura del Paso de Babusar nos vuelven a retar. Aceptamos el desafío que nos lanza con fuerzas renovadas. No son pocas las trampas que nos va a colocar maquiavélicamente por el camino.

La temperatura es fresca pero bienvenida a nuestro cuerpos como un reparador elixir que nos tonifica saludablemente. La pista muestra la huella indeleble de las lluvias que la han sacudido los días precedentes y han creado barrizales que ocultan las irregularidades y los pedruscos del terreno. En Naran nos advierten que el resplandeciente y despejado cielo azul no es más que una tregua de las nubes, si se rompe y comienza de nuevo a llover... será imposible cruzar el Babusar Pass hasta que la pista cuaje de nuevo, proceso que suele durar unos tres días ... si no vuelve a llover en ese tiempo.

Pero seguimos camino, el entorno rezuma un esplendor boscoso abrumador mientras seguimos el curso del río Kunhar. Nos cruzamos con las familias que comienzan a abandonar sus asentamientos montañosos para pasar el invierno en latitudes menos gélidas. Sus caballos, mulas o burros cargan con sus reducidos enseres, niños, crías recién nacidas de ganado y algunas gallinas desplumadas resignadas al emplazamiento que les han asignado a lomos de los inquebrantables cuadrúpedos.

UN PUENTE DEMASIADO CERCANO

En Besal, un minúsculo villorrio con algunas lóbregas tiendas que se reparten deshilachadas por la pequeña y única calle que posee, unos aldeanos nos indican el camino hacia el Babusar. Este es el lugar donde nos advirtieron que debíamos preguntar porque la pista principal va directa al frente de Cachemira y la del Babusar es casi imperceptible porque está prácticamente abandonada. Y era cierto todo lo dicho, miramos incrédulos la "pista" que señalan, una especie de hijo natural de las relaciones entre la delgadísima señora senda y el bruto señor pedregal. En cuatro ocasiones nos dijeron que un todo terreno de nuestras dimensiones no cabría por ese sendero, que tan solo los vehículos cortos podrían tomar esas curvas cerradas al borde de precipicios. Vicente no se rinde fácilmente y me dijo que donde cabe un corto cabe un largo, que es solo cuestión de maniobras ... "casi siempre", añadió en voz bajita al terminar.

Había llegado la hora de la verdad. No podemos por menos que bajarnos del Montero para comprobar que efectivamente el coche "podría" pasar por ese pedregoso y enjuto camino de cabras. Engranamos la reductora y enfilamos el 4x4 hacia la inaudita pista y comenzamos a remontar el camino. La angostura de la pista es increíble, nunca habíamos recorrido una pista tan extremadamente estrecha y peligrosa. Había rocas que caídas de la propia ladera obstaculizaban el paso y había que retirarlas. En otras ocasiones lo hacían las propias piedras atrincheradas a conciencia en mitad de la dura pista e imposibles de retirar. Muchas veces, cuando quería bajar del coche y poner un pie a tierra para retirar piedras, no podía porque ... no había tierra, cuando abría la puerta ... ésta colgaba en el vacío, tan solo se veía la enorme caída libre del precipicio. Cuantas veces le tuve que decir a Vicente ante su petición de retirar una roca: "no puedo salir, no hago pie". Tantas como las que tuvo que retroceder unos metros en una peligrosa marcha atrás para que yo tuviese un saliente. Luego me surgió la horrible duda, "¿Qué pasa si nos encontramos de frente con un jeep?", le pregunto a Vicente. El se encoge de hombros, no quiere saber nada del tema. Era evidente que si hacia delante nos jugábamos el tipo ... el tomar una curva marcha atrás ... era algo que no entraba en sus planes. Su ceño fruncido y su silencio -tan solo roto por el escueto "hay que quitar esa roca"- dejan claro donde está puesta toda su concentración. "¿Y si había una caída de rocas que cortara la pista?", eso ya no lo pregunté en voz alta, se quedó en mi cabeza.

Fueron diez kilómetros de auténtico calvario, a veces las ruedas de la izquierda tenían que subir por la casi pared vertical del lado de Vicente para que las ruedas del lado derecho tuviesen algo bajo ellas. Los bajos rozaron en muchas ocasiones pero fueron sólo eso: roces, Vicente se encargaba de que no hubiese golpes. Los siguientes veinte kilómetros ya no fueron bordeando el precipicio pero si la tensión se relajó el cansancio físico se disparó. La pista estaba esculpida sobre la roca viva y los laterales casi rozaban las enormes piedras de los márgenes. Retiramos infinidad de piedras del camino, otras formaban parte de la pista y no se podían retirar, teníamos que hacer rampas con otras piedras para poder pasar por encima sin perder el cárter. Fueron quince kilómetros más.

-¿Pero qué es esto? No me lo puedo creer, ¡mira el puente! -me dice Vicente.

Iba a decir "¿Qué le pasa?", pero cuando lo miré era tan evidente que nada salió de mi boca. No había puente, o mejor dicho, estaba el esqueleto del puente pero faltaban más de la mitad de las traviesas. ¡No se podía pasar! Vicente se bajó del coche y miró la escena perplejo. Su comentario me dejó de una forma contundentemente clara su determinación.

-Yo no vuelvo hacia atrás, hay que pasarlo como sea. Creo que con los tablones que quedan, separándolos entre sí, dan la longitud del coche. Si meto el Montero en el puente y los tablones que dejo atrás los paso hacia delante ... avanzando tablón a tablón ... podríamos llegar al otro lado.

Y era cierto, tenía razón, era posible ... pero tendríamos que construir nosotros mismos el puente tablón a tablón, ... llevando los tablones usados de atrás hacia delante, haciendo equilibrios en el estrecho espacio que quedaba entre el todo terreno y el final de las traviesas -colgando sobre las aguas- que quedaban entre el eje delantero y el trasero. Eso sin contar que como los maderos no estaban fijos ... si se pisaba demasiado en el extremo ... se levantaban por el otro lado y ... al agua ceutíes.

El río discurría bajo nuestros pies, impasible a nuestros avatares. El sol estaba a punto de ponerse e íbamos a intentar avanzar el trabajo lo más posible. ¿"Íbamos", dije? Tuvo que hacer todo el trabajo él solo. Eran maderos muy pesados y yo casi no podía levantarlos por mi lado ... y menos caminar haciendo equilibrios en el estrecho pasillo de tambaleantes extremos de tablones que quedaban entre el todo terreno y la caída a las frías aguas. Estaba realmente fastidiada de no poder ayudar pero es que físicamente no podía con el peso de mi lado. El frescor del día atemperado por los rayos del brillante sol que nos acompañó toda la jornada se transformó en un fuerte frío que nos comenzaba a helar los dedos de los pies y las manos, el viento no mejoraba la situación.

La noche se extendió por el pasillo montañoso en el que nos encontrábamos como una ráfaga imparable y no teníamos más opción que acampar ahí mismo, a la entrada del puente, bloqueando la pista. La sola idea de pensar que podía aparecer un vehículo pidiendo paso nos hacía reír, ¿quién se iba aventurar por este infierno ... y menos de noche? Y además, ¿adonde iba a ir ... si no había puente? El altímetro señala 3.520 metros de altura, fue una noche muy, muy fría. La soledad no fue total, sufrimos la compañía de la inquietud, cuando a las tres de la mañana nos despertó el repiquetear de violentas gotas de agua contra el techo de fibra de nuestra tienda. Pero afortunadamente se trató tan solo de una tormenta fugaz, si llega a ser una tormenta de varias horas habríamos quedado atrapados en este lugar hasta que el valle se hubiese "secado", los dos o tres días de los que siempre hablan los lugareños.

Pero se hizo el deseado día. Las altas montañas que nos rodeaban provocaron que nuestro amanecer se retrasase más de lo debido, hasta dos horas después no apareció el haz luminoso que alumbró todo el valle. Los tablones del puente se habían helado durante la noche, una capa de escarcha los cubría y tuvimos que esperar a que los rayos del sol derritiesen el hielo y secasen los tablones. Nada de derrapes a estas alturas. Cuando todo estuvo a punto llegó la prueba de fuego, las casi 3 toneladas del Montero iban a colocarse sobre aquellos tablones y lo peor de todo es que deberían permanecer allí durante un largo periodo de tiempo, desplazándose de un tablón a otro. Fueron 45 minutos de duro trabajo para Vicente, venga a desplazar maderos de un lado a otro del coche, venga a encajar piedras, venga a hacer equilibrios entre los troncos desnudos sin travesaños o por el estrecho pasillo entre el Montero y el chapuzón en el pedregoso río. A veces se echaba tres minutos para recuperar el aliento y volvía a la faena. Yo le iba trayendo las piedras y hacía la fijación definitiva de los tablones de delante. La salida del puente también fue apoteósica, el escalón era enorme y tuvimos que amontonar muchas piedras, al rodar sobre ellas algunas se desplazaban y otras hasta salían despedidas con violencia.

Diez minutos después, cuando nos encontrábamos contemplado el lago de Lulusar que reflejaba las montañas colindantes, era tal la paz que se respiraba que nada hacía sospechar el calvario vivido hacía tan solo unos momentos. Bueno, los brazos y la espalda de Vicente estaban lejos de olvidar lo acaecido, se resintió durante varios días.

Los lagos que salpican el valle de Kaghan son depositarios de románticas o arrebatadoras historias que les aportan ese halo de vida tan singular. Cuenta una leyenda que en las aguas de Lulusar se bañó la hija de uno de los emperadores más grandes del Imperio Mogol, Akbar. Su hija era ciega pero las prodigiosas aguas del bello lago consiguieron devolverle la vista. Cierto o no, la visión que en esos momentos contemplábamos de los picos nevados reflejados sobre las apacibles aguas eran portentosas hasta que un violento soplo de aire frío desdibujó las imágenes reflejadas.

En nuestro caso, y con el frío que hace, no creo que si Vicente se bañase se le fuesen los dolores, me imagino más bien recuperándole de las aguas con un palo, ... y completamente tieso.

BABUSHAR HA MUERTO. LARGA VIDA A BATOGAH NALA

El camino hasta el Babusar no estuvo ausente de contrariedades, el camino empedrado se encargaba de no dejarnos un respiro. Botes y más botes, por rocas y más rocas entre curvas y más curvas. Observar como los obstinados humanos nos empeñamos en superar tantas dificultades impuestas por la tiranía geológica himalaya debe ser un pasatiempo de lo más entretenido para las ánimas de las montañas más altas de la tierra.

Por fin alcanzamos Gittidas, un valle ocupado por los Chilasi, de los cuales nunca se han oído historias favorables. Convenientemente armados no se cortan ni un pelo en intimidar o asaltar a los que se proponen dirigirse al paso en solitario. Pero ya sabíamos que habían emigrado para pasar el invierno en latitudes más cálidas. Sus pequeñas casas de piedras se muestran como un pueblo fantasma donde no desean cobijarse ni las lagartijas.

Gittidas es su asentamiento de verano y marca la encrucijada hacia el paso de Babusar a 4.175 metros y hacia el reciente paso abierto de Batogah Nala, hacia el oeste. La pista hacia el Babusar se convirtió en un pedregal impracticable a los 500 metros de Gittidas y descubrimos la cruda realidad a base de golpes y obstáculos imposibles de superar ni rodear. El paso de Babusar es historia, lleva tres años abandonado y sin mantenimiento por parte de los lugareños, el paso de Batogah Nala es el nuevo paso de montaña para los aldeanos. Los días de gloria del Babusar han depositado el relevo en el Batogah, aunque a esa ruta la siguen llamando "del Babusar" ya nadie pasa por ahí ... ¡y se nota desde el principio! Lo intentamos pero tras una hora para avanzar 300 metros nos tuvimos que rendir a la evidencia de que era imposible. Y después de lo vivido, "imposible" significa "imposible".

Estábamos a 8 kilómetros del Babusar y tras una milagrosa media vuelta entre rocas nos dirigimos hacia la pista que nos llevaría al paso Batogah. Un camino duro y también muy zigzagueante entre bruscas curvas pero nada que ver con lo vivido en la primera etapa. Una fuerte ventisca de nieve nos atrapa en la subida pero estábamos tan cerca del paso que la nieve ya no nos podría detener, tan solo consiguió frenar nuestro avance. En un instante todo se cubrió de blanco y el viento estrellaba con furia incontables copos helados en la luna delantera de nuestro infatigable Montero. Nos quedamos perplejos cuando llegamos a la cima, el altímetro señala 4.315 metros y le sitúa por encima de su abandonado homólogo. Imposible detenerse ahí, unas fotos de rigor en un minuto e iniciamos el descenso. La ventisca desaparece al instante y queda atrás como un lejano mal recuerdo.

El paisaje tórrido y desnudo de rocas infinitas en delicado equilibrio comienza a dar paso a pinos y abetos. Muchos de ellos caían por las empinadas laderas separados de sus raíces. Nos deslizábamos por una zona maderera que nos dio la alarmante impresión de estar deforestándose a una velocidad superior a la de la ausente repoblación. La ventisca contagió al resto del cielo con su palidez y tristeza que se fueron fundiendo en la negrura de la noche. Sí, una vez más la noche nos atrapó en ruta, la maldita pista no consiguió mejorar ni tan siquiera con la intensa actividad maderera que la zona suscita. Y vapuleados sin piedad por el torturador e inestable camino llegamos a Chilas exhaustos ... pero orgullosos, habíamos superado el desafío de recorrer en su integridad el valle de Kaghan ... y llegado a Chilas a través de las montañas.

El dueño del pequeño restaurante donde encargamos una frugal cena no se podía creer que un todo terreno de esas dimensiones hubiese podido hacer la ruta. Y cuando regresó y puso los platos en la mesa nos preguntó "¿Y el puente, si nos han dicho que no hay puente?". Vicente le explicó que quedaban la mitad de los tablones y cómo se las apañó para cruzar. "Good", añadió el mesonero antes de retirarse para permitirnos tomar la cena caliente. Por primera vez en mi vida vi a Vicente dormirse a mitad de comida, apoyó la cara en la palma de sus manos para descansar un momento y se quedó dormido. Le desperté suavemente y le sugerí que terminase rápido para ir cuanto antes a dormir. Así lo hizo, pero antes de caer rendido le oí decir: "la ruta desde Besal a Chilas es preciosa pero el esfuerzo físico y el peligro para realizarla es desproporcionado, no la volvería a hacer". También es la primera vez que le oigo "no la volvería a hacer". Pero ya es tarde, "lo hemos hecho" digo para mis adentros, esbozando una sonrisa. Lo hemos hecho.

Es una ruta histórica, hasta hace 20 años -cuando se terminó la carretera Karakorum- tan solo se podía llegar a las tierras del norte por el Babusar, una ruta extremadamente dura y peligrosa que únicamente estaba abierta unos pocos meses al año. Muchos conquistadores y varios imperios pasaron por él. Ese complicado acceso era lo que provocaba que en el Himalaya, a pesar de pertenecer territorialmente a Pakistán, hubiese muchos "Mir" independientes, reyes que gobernaban con sus propias leyes a recónditos reinos que se regían todavía por sistemas feudales. Eran los Reinos Perdidos del Himalaya. Con la apertura de la Karakorum se convirtió en una pista para los lugareños de la zona que no querían dar la vuelta por Balakot y así sigue hoy en día, aunque por un paso muy cercano, el Batogah Nala.

LA LLANURA DE LAS NUBES

Nos saluda el nuevo día con una mañana radiante. Un largo y profundo sueño reparador que nos ha predispuesto, más si cabe, a lanzarnos al nuevo reto: las llanuras de Deosai. En Chilas nos hemos unimos a la carretera Karakorum y avanzamos bajo ese soñado cielo azul himalayo en el que penetran los perfiles silueteados de las montañas más altivas de la tierra.

En una curva un cartel nos advierte que si alzamos la vista y contemplamos una montaña de 8.125 metros del altitud nos hallaremos frente a la "Montaña Asesina", el Nanga Parbat. No es la más alta del mundo pero si la más corpulenta. Gran número de la expediciones que se han propuesto escalarla han terminado trágicamente. Fue Hermann Buhl el primero en alcanzar su cima en 1.953 consiguiendo trepar los últimos mil setecientos metros en solitario y en un solo día. Una asombrosa proeza teniendo en cuenta el mortífero balance que recopila el insaciable macizo.

Seguimos culebreando por la Karakorum hasta que un largo puente colgante nos invita a cruzar sobre el río Indo a la altura de Jaglot. Este puente se erige como el guardián de la entrada al valle de Astor, la antesala para alcanzar las excelsas llanuras que nos hemos propuesto recorrer. De nuevo nos hallamos en territorio balti. El Baltistán fue el último bastión de los Dogras (tribu que dominaba Cachemira) del marajá cachemiro cuando se produjeron los acontecimientos de 1947, es decir, la partición de la India y Pakistán. Continuaron presentado lucha hasta 1948 cuando fueron definitivamente expulsados. En enero de 1949 se estableció la línea de alto el fuego. Fueron los británicos durante el Imperio los que construyeron un fuerte en Bunji, un punto estratégico para el control de la zona como así lo sentenció el coronel Hasan Khan tras tomar la plaza en el episodio menos sangriento de la guerra. No se disparó ni un solo tiro, era tal el miedo que tenían a los Chilas Scouts que las fuerzas del marajá desertaron durante la noche y pudieron hacerse con la plaza sin derramar ni una gota de sangre. Y así Bunji continua representado hoy en día un punto estratégicamente militar para el soporte de las tropas pakistaníes asentadas en el glaciar de Siachen.

La histórica división no sólo supuso la ruptura de una unidad geográfica y cultural sino también el fin de una ruta comercial de vital importancia entre Cachemira y el Punjab a través de Baltistán, ahora atrapada bajo las garras de la guerra. Pero la guerra no puede velar una realidad tangente como es la supremacía de la naturaleza imponente de esta zona del mundo.

"Tampoco podemos alcanzar el altiplano de Deosai (al sur de Skardu), una gigantesca llanura a 4.000 metros de altura, ... el invierno ha establecido su imperio y el resto de los valles están bloqueados por las nieves hasta la próxima primavera, cuando el deshielo les devuelva la libertad. Quizás podamos alcanzarlo...¿la próxima vez? ¿quizás nunca? Quién sabe. No nos queda otra opción que aceptar la realidad que nos rodea ya que las nieves y el frío extremo con temperaturas bajo cero se han convertido en nuestros compañeros durante las noches himalayas. Debemos continuar hasta la capital, Islamabab". Cuando llegamos a Astor, puerta del Deosai, no pudimos por menos que rememorar el dolor que supuso teclear este párrafo en la crónica 27. Quien iba a pensar entonces que menos de un año después íbamos a tener una segunda oportunidad con nuestra montura española Ceuta-2.000. Cuando perdemos una oportunidad, la damos por perdida totalmente y lo asumimos como tal, casi siempre con tanta resignación como fastidio. No solemos creer en segundas oportunidades. No es nada fácil regresar a estos lugares con un todo terreno español pero la Ruta de los Imperios nos ha demostrado que lo poco probable a veces se hace real cuando fue levantando una a una las "espinitas" que se quedaron clavadas durante la Ruta de Alejandro Magno. Ahora ha rizado el rizo, la propia ruta saca sus propias espinas menos de un año después. Algo impensable cuando partimos de Pakistán ... y que tan solo está siendo posible debido a que los monzones nos han expulsado del sur de Asia y nos ha hecho regresar al Himalaya.

Cuando tras dejar el valle de Astor nos encaminábamos al puerto de Chhachor a 4.230 metros notamos de nuevo la impaciencia del invierno pero esta vez hemos llegado antes que tu, amigo. En cada giro de rueda el párrafo de la crónica 27 se iba diluyendo más y más, en breve se convertiría en una mera anécdota, íbamos a concluir ahora esta etapa antigua de la Ruta de los Imperios. Al entrar todo estaba teñido de color pardo pero al poco los elementos se desataron y la nieve lo cubrió todo marcando la llegada al dominio de las inclemencias glaciares. El lago Sheosar reposa tranquilo entre los altos colosos que se levantan en la lontananza. No me sorprende que la palabra china "deosai" signifique literalmente la morada de los gigantes. De pronto el sol consigue zafarse del acoso del velo sombrío de la nubosidad y de nuevo como un potente faro esclarecedor ilumina el escenario. Aun tiene la fuerza suficiente para conseguir hacer desaparecer la nieve que se desvanece por segundos, la ausencia del manto blanco del invierno nos permite contemplar los últimos latigazos del otoño agonizante.

La llanura que se dilata a los pies de los gigantes se encuentra ahora cautiva por una vasta capa dorada de una hierba y flores que durante todo el verano han ido siendo tostadas pacientemente por los rayos del sol. Es en verano cuando esta inmensa llanura de 400 km2 a 4.000 metros de altitud está rebosante de florecillas silvestres que tapizan su lozano rostro. A las puertas del invierno todo se ha transformado. Somos los espectadores del inmenso escenario que se ha instalado para que las estaciones manifiesten de una forma tan grandiosa la fuerza de sus atributos sobre el lienzo que la tierra les proporciona incondicionalmente. El privilegio de presenciar el transcurso tan evidente y natural de las estaciones en un marco natural tan grandioso nos inunda de una extraordinaria satisfacción.

EL PUENTE SOBRE EL RÍO BARA PANI

Estamos completamente solos pero eso es debido a que el frío, la nieve, los juegos caprichosos de las nubes y el sol incitan ya a la hibernación. El altiplano reúne una interesante fauna que brilla por su ausencia porque este galimatías climatológico probablemente les ha confinado a sus guaridas. Es imposible divisar ninguno de los poquísimos osos marrones del Himalaya, ningún ejemplar de zorro rojo tibetano o ni tan siquiera una rechoncha y voluminosa marmota dorada, que son las con más alegría parecen reproducirse por este paraje himalayo. Por fin vida, un halcón planea sobre nuestras cabezas intentando avizorar algo para echarse al buche pero el desguarnecido entorno que ahora nos rodea se lo está poniendo difícil.

Llegamos al temido puente sobre el río Bara Pani, a las puertas de la Reserva Natural de Deosai Planes. En Hunza, vimos en octubre del 99 una postal de un todo terreno ligero cruzando un puente colgante de cables oxidados y con retazos de maderos sueltos y desiguales puestos como firme. Daba pavor, recuerdo le frase de Vicente, "un puente así no aguantaría el peso de nuestro todo terreno". Lo peor era que debajo ponía "Adventure in Deosai Planes. Pakistan". Inquietos, preguntamos al dependiente por el lugar exacto donde se hallaba el puente y nos dijo que era el paso obligado sobre el río Bara Pani para surcar el altiplano Deosai.

-¿Y por el río? Realmente parece poco profundo, ¿se puede vadear? -le pregunta Vicente.

-Creo que sí pero nadie lo hace, el puente aguanta.

-¿Aguantaría casi 3.000 kilos?

-¿Tres mil kilos? Eso no lo sé, nuestros jeeps son mucho más ligeros. Supongo que también los aguantaría. Pero no lo sé, no tengo ni idea.

En aquella fecha tampoco nos preocupaba mucho porque ya nos habíamos hecho a la idea que el Deosai iba a estar cerrado ... y si lográbamos entrar, antes cruzábamos por el río que poner a nuestro Mitsubishi sobre ese puente. Pero ahora era otra historia. El endeble puente estaba delante, balanceándose con el viento y las aguas a sus pies estaban tremendamente frías, crecidas y con unas rocas infranqueables. El puente nos lo describieron bien pero no así el río, que tras un minucioso examen vimos que no se podía vadear. Si queríamos ir al otro lado no quedaba más remedio que jugársela. Mientras comprobamos el ruinoso estado de su endeble y frágil estructura recorriéndolo a pie aparecieron tres jeeps con pasajeros. La escena es casi de precisión militar, siempre lo hacen así. Rápidamente todo el mundo se apea y comienzan a cruzar el basculante puente con su equipaje. Tenemos que agarrarnos a sus cuerdas para evitar deslizarnos dado el brusco balanceo que se produce con una treintena de personas cruzándolo a la vez. Los jeep sin pasajeros ni equipaje emprenden el desafío. El puente cruje, rechina se estremece estridentemente. Todos observamos expectantes el balanceo hasta que muy lentamente sale de la quebradiza pasarela. Así acometen la empresa el segundo y el tercer jeep. No pueden ir más rápidos, los tablones podrían deslizarse y si una rueda se encaja en el vacío podría provocar una situación seriamente comprometida para la integridad del conductor y vehículo.

Es nuestro turno. El peso es ostensiblemente mayor que la de los ligeros jeeps que han conseguido pasar, casi el doble. Yo cruzo a pie con todo el equipo de vídeo y fotografía, solo habrá una pasada. Instalo el vídeo en el trípode y lo dejo fijo, con la confianza de que lo que grabe sea la escena completa del paso y no la de un chapuzón que acabaría con la ruta. Al hombro me cuelgo la cámara reflex y por esta vez sacrificaremos la cámara digital porque no da tiempo a tantas cosas a la vez, ya sacaríamos la foto digital del vídeo. Vicente pasará solo y lo único que me anima es que si el puente se rompe la caída no es tan alta, el todo terreno es evidente que acabaría sus días ahí (a menos que lo sacasen con helicóptero) pero por lo menos Vicente, con el cinturón de seguridad y acolchado como está ... tendría que salir bien parado. Aunque el coche cayese mal y Vicente quedase atrapado, el nivel del agua no es suficientemente alto para ahogar a nadie, caiga como caiga el vehículo. Tan solo la incógnita de estar en las aguas heladas un tiempo demasiado prolongado. Los otros tres jeeps no se van para ver el final de la escena, cosa que nos viene muy bien porque si vienen mal dadas ... hay muchos brazos para ayudar a recuperar a mi Vicente.

Cuando las ruedas delanteras contactan con las desgastadas tablas de madera, todo se balancea inestablemente. Cuando toda la envergadura del vehículo entra en el puente ya no hay marcha atrás, o aguanta ... o para abajo. Se desliza muy lentamente sobre la vacilante plataforma mientras los chirridos se ahogan con el rumor de la corriente del río. Al llegar al centro veo que el puente se ha hundido varias decenas de centímetros a base de estirarse los cables herrumbrosos. A medida que se acerca al otro extremo los cables se van recuperando. Por fin, después de una eternidad, al menos así lo vivimos nosotros, el Montero consigue alcanzar la otra orilla. Unos aplausos de los improvisados espectadores y en un segundo se meten en sus jeeps y parten veloces. Parece que los puentes han querido restarle protagonismo a los imperturbables macizos y se han empeñado en torturarnos con su impredecible futuro.

Pero este puente se convirtió en la última pasarela que tuvimos que cruzar. Lo que vino después fue cruzar el río a pelo penetrando en sus frías aguas mientras el fondo sumergido constituido por cantos rodados se retorcían bajo las sorprendidas ruedas que no dejan de salir de su asombro tanto como nosotros. Atravesar este tramo fue bastante desconcertante pues no encontramos la pista de salida al otro lado. Doscientos metros siguiendo el río y nada. A Vicente no le hacía ni pizca de gracia quedarse atascado en el río así que encajó el coche en la orilla contraria y partió a pie a buscar la pista. Vuelve a los 15 minutos con una sonrisa, la ha encontrado y el camino por el río hasta ella es sencillo, ninguna complicación. Por fin algo fácil.

El paso de Ali Malik Mar, varias decenas de kilómetros después, nos recibía con una gélida ráfaga a 4.080 metros de altura, íbamos por el camino correcto y de nuevo pedacitos de hielo se estrellaban en los cristales. En los tres puertos de montaña que hemos cruzado en esta nueva etapa una invernal ventisca nos ha agredido en cada uno de ellos, posiblemente un bebé invierno que no controla sus rabietas pero que ya deja ver lo que pasará cuando sea "grande", cuando llegue a "mayor"... en tan solo un mes. Un último pasillo montañoso nos encamina por una angosta pista colgada en el vacío hacia el Lago Satpara, en las afueras de Skardu.

Allí llegamos completamente de noche pero un viejo amigo se encontraba al pie del cañón. El pasado otoño, Vicente fue el protagonista de lo que sigo considerando el mayor miedo que he pasado durante toda la expedición y posiblemente de mi vida. Cuando Vicente sufrió el alarmante y misterioso desvanecimiento en Skardu y que al recuperar la consciencia se quedó sin parte del habla y con las manos retorcidas, como en una hemiplejía. Afortunadamente se recuperó bien y no tuvo secuelas. Al día siguiente nos lo tomamos de relax y fuimos al lago Satpara en un acertado intento para que se recuperase de su brusco desmayo. Entablamos amistad con un cordial adolescente de 16 años, Iqbar, que lleva unas cabañitas extremadamente sencillas pero en un enclave de ensueño y que ha llamado Lake View Motel Satpara.

Casi un año después volvemos a encontrarle allí, exactamente donde le dejamos, pero esta vez acompañado de su hermano pequeño, que aprende el "negocio" familiar. Los suyos fueron de los pocos oídos que oyeron nuestros lamentos cuando no pudimos adentrarnos en el Deosai, aquí se dio la media vuelta oficial, era la puerta del Deosai. Nos reconoció sin dudarlo y nos abrazamos amistosamente. "Habéis vuelto. Y desde el Deosai, al final lo habéis hecho", nos dijo exaltado. Es un chico realmente encantador que rápidamente nos reconfortó con unas cálidas tazas de "milk tea" (té con leche) a la luz de un quinqué. Charlamos sobre como han transcurrido nuestras vidas en el último año. Ellos pasaron el invierno con sus padres, la primavera ayudando en las duras tareas del campo y regresaron en verano a atender su minúsculo hotelito. Se ausenta unos minutos y nos trae una trucha que intenta inútilmente escapar de sus manos, esto nos demostraba que era realmente pescado fresco, del mismísimo lago que a pocos metros reposaba plácidamente frente a nosotros. "¿Os apetece pescado frito?" "Claro que sí", y junto a una bandeja inmensa de patatas fritas compartimos cena y risas hasta que el cansancio nos aconsejó prudentemente retirarnos a nuestra pequeña y reconfortante tienda para reponer fuerzas. La etapa por una de las llanuras más altas de la tierra había sido dura e intensa, no exenta de emociones debido a la soberbia de los celosos puentes.

UN NUEVO SHANGRI-LA

De nuevo la magia del Himalaya. A pocos kilómetros de Skardu nos encontramos, como ya nos ocurrió con el Valle de Nubra en Ladakh, un contraste que siempre nos provoca intensas emociones por acoger dos de los territorios que más admiramos y amamos. En un lugar que no le corresponde pero que lo hace todavía más atractivo, a nada menos que 2.300 metros de altura, siempre espiado por las eternas nieves, aparece un menguado desierto que extiende discretamente sus granos de arena, como no queriendo molestar a los auténticos dueños del lugar. El desierto, que con su poder y arrogancia en otros lugares hace temblar hasta a los más valientes habitantes de las arenas, en este emplazamiento es una delicada e inusitada flor exótica nacida por un encantamiento geográfico. Las suaves ondulaciones de las dunas intentan competir modestamente con las bruscas sinuosidades de la cordillera más alta de la tierra. Arriba la sempiterna corona helada de las cimas, abajo la tibieza de las arenas tostadas tenuemente por el sol.

Cuando cruzamos el puente colgante que nos aproxima al pequeño poblado de Shigar a través del valle del mismo nombre, las rocas se abren de un modo espectacular para conjugar arena, agua, rocas, hielo y el verdor del oasis. Cuesta creer que esto sea fruto de la combinación aleatoria de orografía y climatología, cuesta creer que no sea una legión de artistas celestiales los que hayan modelado el Himalaya para poder decir con orgullo: "esto no lo supera nadie". Si esa legión de Ángeles existe, tras recorrer el Himalaya en China, India, Nepal, Sikkim, Ladakh y Pakistán, podemos decirles mirándoles a los ojos: "lo habéis conseguido, no hay un lugar en la tierra como el Himalaya".

Es nuestra tercera visita a la zona de Skardu pero todavía quedan algunos rincones que nos permanecen desconocidos. La anterior me dejó el consabido mal sabor de boca con el percance que Vicente sufrió y nos desanimó con el invierno casi encima para llegar a rincones como Khapulu. Ubicado a 2.600 metros es un sugestivo enclave que ahora sí que estamos dispuestos a alcanzar.

Un nuevo puente colgante, esta vez de una solidez contundente, nos obliga a inscribirnos en el libro de registro de la policía. Es justo el punto donde, en su certera carrera hacia el Mar Arábigo, se unen los ríos Indo y el Shyok. ¡Shyok, viejo amigo, cuanto tiempo sin verte! Tienes que acordarte de nosotros, tocamos tus aguas en Ladakh, viajamos juntos por el valle de Nubra. Que alegría volver a verte, en cuanto podamos te saludaremos introduciendo de nuevo nuestras manos en tus frías aguas.

Y así fue, cuando la carretera se puso al nivel del río introdujimos nuestras manos para sentir las palpitaciones de este poderoso sesgador de montañas. Y Khapulu estaba también ahí mismo. Rodeado de un generoso bosque, un oasis surcado por numerosos canales que dan vida a campos de orquídeas, manzanos, albaricoqueros, nogales e incluso naranjos. ¡Y qué emplazamiento, qué picos, qué vistas! Un nuevo Shangri-La se abre ante nosotros, otro edén del Himalaya. Nos llamamos "tontos" a nosotros mismos por no haber venido antes, estamos a tan solo 100 kilómetros de Skardu y ninguna de las dos veces que estuvimos allí encontramos "energías" para acercarnos a Khapulu. Bien es cierto que los libros no le rinden justicia, el emplazamiento es soberbio, un tesoro furtivo rodeado de belleza salvaje.

Desde el palacio del rajá, concebido por prestigiosos artesanos cachemires hace 400 años, podemos contemplar este precioso panorama siempre presidido por las sempiternas montañas de picos nacarados. Son como la guinda que nunca falta en un pastel. Sus pobladores se diferencian de sus vecinos de Skardu -casi integristas-porque pertenecen al grupo de los Nurbakshi, una secta del Islam similar a los ismaelitas del Valle de Hunza y Chitral, que viven acorde con una idea más progresista que la del resto de sus hermanos islámicos. Por sus tortuosas callejuelas se encuentran salpicadas sus pequeñas y antiguas mezquitas, su minucioso trabajo en madera queda diluido por la humildad de sus casas y gentes.

El Shyok nos marca el principio del camino para dirigirnos a Machilu pero será su colega fluvial, el río Hushe, el que no lleve hasta sus puertas. En Machilu, el Himalaya consigue de nuevo sorprendernos y agasajarnos con su prodigioso entorno y con una vista directa hacia el Masherbrum, uno de los titanes himalayos que cuenta con 7.821 metros de altitud.

La belleza y la armonía que transmiten estas montañas es infinita. Hemos pasado mucho tiempo arropados por estas espléndidas grandezas geológicas. ¡Cuánto vamos a añorarlas cuando de nuevo recuperemos la cordura del nivel del mar! Pero lo que sí es cierto es que su fuerza y su vigor seguirán susurrando su canto de sirenas que solo podrán oír aquellos que anhelen abrazarlas, aunque al final solo se dejen acariciar fugazmente por el calor del alma.

Escuchad, no oís un nuevo canto. Nosotros lo oímos, es el paso de Shandur, ... no nos podemos resistir. Hoy nuestros corazones parten hacia allí, mañana serán nuestros cuerpos los que acudan a esa llamada.

Resto de crónicas de la ruta

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.