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Crónica 36,

India VI - La reina de oriente

Ruta : Ruta de los Imperios | País : India

Seguimos apesadumbrados por el accidente de nuestro ordenador pero hemos de enfocarlo como una desventura que cualquier expedición tiene que asumir. El infortunio es otro de los factores contra los que hay que luchar en cualquier aventura ... y la nuestra no iba a ser una excepción. Y dentro de la desgracia hemos tenido suerte, el parte dado hace unos días se ha mantenido: el ordenador está seriamente dañado pero las funciones más importantes siguen operativas y podemos seguir trabajando y transmitiendo. La web no se verá afectada, eso es una buena noticia y nos anima. Pero nuestro ritmo de vida sí que se verá seriamente alterado porque tendremos que comenzar a recortar gastos para afrontar el pago del nuevo portátil y por la planificación de la logística de comprar otro ordenador y hacerlo llegar a nosotros. Y entre la compra y el envío hay que configurarlo, nuestros conocimientos de informática no son suficientes para realizarlo nosotros mismos, todo es realmente complicado y el ordenador, antes de partir hacia el punto donde nos hallemos en Asia, deberá de pasar unos días en el centro de Proceso de Datos de Ceuta para cargar los últimos programas y chequear que todo vaya bien. Lo que llamaríamos "simple contrariedad" cuando estamos en casa se puede transformar en una avalancha de problemas cuando estamos en una expedición. Y gracias al cielo tenemos unos amigos que no es que nos ayuden es que "están aquí", les sentimos con nosotros en cada momento. Yo creo que la única parte positiva de los problemas es que se vive muy de cerca el apoyo, el cariño y los desvelos por ayudar de los amigos de verdad.

Pero la ruta sigue, las palmeras de Goa arropan nuestro todo terreno hasta hacernos sentir en un túnel labrado por nuestro destino. Y por fin el mar, nuestro querido y ansiado mar. Ese conquistador nato que tiene ganado por excelencia el amor incondicional de los que hemos en su regazo y hace soñar con acariciarlo a todos aquellos que nunca han podido sumergirse en él. Llevamos más de seis meses sin atisbarlo, cuando en la ciudad costera de Badami, en Georgia, le perdimos de vista. Y por fin nos reencontramos de nuevo con el gran azul en el mar de Arabia. Detenemos nuestra montura frente a una playa, las palmeras son como manos que nos saludan con sus suaves movimientos, las redes de los pescadores se mecen con el viento y las olas bailan con su espuma blanca delante de nosotros.

El calor húmedo y pegajoso de la costa eclosiona por todo nuestro cuerpo como si un manantial hubiese brotado incontrolado en nuestro interior. Eclosiona tanto como la exuberante vegetación tropical que cada vez se hace más omnipresente a nuestro alrededor. La aridez del altiplano del Deccan, donde la maleza y los desarbolados bosques -frecuentemente carbonizados por incendios intempestivos- van desapareciendo de nuestras retinas al tiempo que reciben una explosión de color al zambullirnos en un mar esmeralda de cocoteros, bananos, mangos, papayas, anacardos, arbustos de pimienta, cardamomo, clavo, canela estamos en la costa tropical de las especias pero esto lo sabían muy bien los portugueses.

Lisboa. Año 1497. Vasco de Gama inicia su odisea marina hacia las Indias, descubriendo la ruta marítima que desde Europa le llevaba hasta el país de las especias por el cabo de Buena Esperanza. De esta forma, acaba con el monopolio de los árabes en el comercio de las especias entre Oriente y Europa. Los portugueses entran en juego ganándole una batalla al mar y siendo la primera potencia europea en llegar a la India.

Acampamos cuando el sol se ha escondido tras el brumoso horizonte que anuncia que los monzones se acercan imparables, fieles a su cita anual. Lentos pero seguros, un año más castigarán implacablemente durante meses esta zona del planeta. Acampamos cuando la brisa marina acaricia las ramas de los cocoteros rebosantes de enormes cocos cargados de su prodigiosa agua, una brisa que no puede sofocar el bochorno reinante. Acampamos mientras las olas se siguen rompiendo en las playas de arena blanca en la que hace cuatro siglos recalaron las carabelas portuguesas.

...en el año 1501 Alfonso de Albuquerque llega a las costas indias siguiendo la ruta abierta por su compatriota Vasco de Gama y le arrebata la ciudad de Panjim a Yusuf Adil Shah (el fundador de la dinastía musulmana de Bijapur), creando sobre aquella una nueva ciudad conocida como "Velha Goa", Vieja Goa. España, absorbida por completo en organizar sus territorios en el Nuevo Mundo (América), no se entromete en las posesiones asiáticas de los portugueses.

Ceuta, año 1640. Los reinos de Portugal y España tras una alianza de 60 años (1580-1640), se separan definitivamente. Ceuta había sido portuguesa desde 1415, durante más de doscientos años fue una ciudad lusitana y dada la relevancia del acontecimiento histórico -la ruptura de la alianza de los reinos peninsulares- se le deja total libertad al pueblo de Ceuta para decidir su futuro: unirse a Portugal o a España. Los ciudadanos, por plebiscito popular, deciden permanecer junto a España.

También Goa tuvo su plebiscito cuando cuando le tocó decidir su futuro. El 19 de enero de 1967, mediante un referéndum, la población goanesa rechaza su incorporación al estado indio de Maharashtra, prefiriendo conservar su idiosincrasia indo-portuguesa y ser ellos mismos.

No hemos podido evitar rememorar las similitudes de la historia de nuestra ciudad y la del territorio de Goa en el que acabamos de entrar. Ambas compartieron la presencia portuguesa en una época en que en el mundo vio competir dos poderosos imperios, el Imperio Español y el Imperio Portugués, los cuales se disputaban la supremacía marítima de las principales rutas comerciales.

LA BUENA ESTRELLA

Nos paseamos por las cercanías del fuerte de Aguada, todo es muy turístico, los hoteles, restaurantes, chiringuitos y tiendas de recuerdos se suceden sin descanso pero nos llama la atención el complejo turístico Aldea Santa Rita. Es distinto, es como un pequeño pueblo portugués inmerso entre lujuriante vegetación autóctona, cada casita independiente tiene dos pisos y está pintada de un color pastel distinto a las de alrededor. Nos encanta ese toque romántico. Otros centros vacacionales casi me hacen sentir cerca de mi tierra, se asemejan a los más esmerados y cuidados complejos de la Costa del Sol con su arquitectura de blanco reluciente, repletos de arcos, terrazas y barandas, no les falta ni un detalle y el mantenimiento es impecable. Todo está pensado para el turismo de ocio y descanso.

Por azar nos detenemos delante de unas oficinas, un empleado nos empieza a hacer preguntas sobre el coche y nosotros, no es habitual ver vehículos de matrícula europea en Goa. Nos invita a un té y entramos en las oficinas. Allí conocemos a Mario da Rocha y a los hermanos De Souza, Norman y Ralph, los dueños del grupo empresarial De Souza Group. Todos ellos son la amabilidad personificada, se interesan en conocer los objetivos y entresijos de nuestra expedición y nos brindan su ayuda incondicional, conquistados con el proyecto que hemos forjado y estamos haciendo realidad día a día.

Su ofrecimiento no pudo llegar en mejor momento, su cordialidad nos levantó un poco la moral -que andaba bastante baja- y sus ordenadores y conexión a internet nos permitieron dar un gran salto en el trabajo que se iba amontonando. Durante días, los e-mails iban y venía de España sin descanso, desde sus oficinas enviamos informes y centenares de fotos para el Centro de Proceso de Datos de Ceuta, para la prensa y para José Enrique. Conseguimos que esta crónica llegase en la fecha estimada, salvaguardamos lo más importante de nuestro trabajo y lo enviamos a España, con esta operación ya nos quedábamos más tranquilos. Nos sentimos un poco mejor.

Y con Mario da Rocha compartimos momentos relajantes tras el cansancio y la tensión vivida las jornadas anteriores. Su extrovertida y simpática personalidad nos arranca más de una carcajada que nos alivia la tensión cuando descansamos tras la labor en "nuestro" despacho. Nos descubre rincones que solo un lugareño conoce para la diversión (las noches de Goa son legendarias entre los viajeros desde los 60) y también rincones para dejarse llevar por la magia de la costa de las especias mientras se contempla plácidamente una puesta de sol desde un promontorio rocoso.

Goa. Año 1553. El aventurero escritor Camoëns desembarca en este prodigioso rincón del mundo exaltando en su poema épico de "Lusiadas" los descubrimientos y enclaves portugueses en el mundo, bautizando a la ciudad como la Reina de Oriente. No en vano cuentan que Velha Goa llegó a rivalizar con Lisboa en esplendor.

Goa. Año 2.000. Las casas coloniales lusitanas nos acompañan dejándose entrever por la abundante vegetación tropical en nuestro camino hacia el mar de Arabia. Algunas familias siguen habitando en las viejas mansiones coloniales desde que las levantaron sus antepasados y en otras ocasiones, personalidades locales recuperan del olvido una herencia histórica que no desean perder y que les hace sentir singulares. La familia De Souza nos brindó la oportunidad de conocer una de estas mansiones coloniales desde dentro. Ralph de Souza se preocupó en restaurar a lo largo de cinco años una vieja mansión que ahora se ha convertido en su hogar.

Cuando nos hizo pasar a la sala, el tiempo de pronto pareció volver atrás. Una amplísima estancia con numerosas lámparas de cristal en techos y paredes, muebles de maderas nobles -con un palanquín que bajo uno de los ventanales transportó algún noble de la época- una chaisselonge junto al aparador, las paredes de un blanco inmaculado y no demasiado recargadas era la moda-, macetas llenas de vida en el dormitorio una cama con dosel se refleja en el amplio espejo que porta el corpulento armario de época. Las ventanas ojivales estaban coronadas por cristales coloreados que jugueteaban con los rayos del sol de poniente sobre las pulidas baldosa pintadas del suelo. Contigua a ella no podía faltar un pequeño altar con la figura de un santo, el pasado y el presente cristiano de esta familia así lo exigía. Las vitrinas acristaladas muestran piezas de porcelana y cristal que en aquella época procedían de intercambios comerciales con la China. Sin duda alguna, una esmerada y exquisita restauración que ha conseguido reproducir fielmente el ambiente de la época, incluso los postigos de las ventanas fueron recuperados de un anticuario, están elaborados con caparazones de almejas desmenuzados.

CRUCES EN EL PARAISO

Las fachadas de las iglesias no dejan de emerger en cualquier curva o colina descrestando entre la desmesurada selva costera de extensos y profusos palmerales. A los conquistadores le siguieron los religiosos, sobre todo los jesuitas. El jesuita español San Francisco Xavier, discípulo de San Ignacio de Loyola, llegó a Goa en 1542. Organizando misiones apostólicas que personalmente dirigía por Malasia, las Molucas, Japón y China, donde murió. Su cuerpo fue depositado en la Basílica de Bom Jesus de Velha Goa siendo proclamado patrón de la ciudad.

Serían las tres de la tarde cuando entramos en la Basílica donde se encuentran los restos del cuerpo incorrupto de San Francisco Xavier. Recuerdo el momento porque el sol apretaba de lo lindo y mire el reloj en ese instante, para comprobar cuantas horas restaban para el ocaso mientras resoplaba cargando con la cámara de vídeo desplegada sobre el trípode. Dentro, entre las capillas barrocas de profusa decoración, nos recreamos en las escenas que por las paredes revelaban los viajes del santo. Los restos del cuerpo se encuentran dentro de un ataúd de plata y son expuestos cada 10 años (así se estableció en el siglo pasado) a millones de fervorosos peregrinos que desfilan ante él, un santo español patrón de un territorio de la India.

Cruzamos la calle y entramos en el jardín que rodea la Catedral de Se, la mayor iglesia de Goa, que alberga en su torre la "campana de oro" así llamada por su bello sonido. Contiguos a ella está el convento y la iglesia de San Francisco de Asís con el suelo hecho a base de tumbas esculpidas sobre la pequeña capilla que ocho frailes franciscanos construyeron en 1517 y son muchas otras pequeñas iglesias, ermitas o capillas las que brotan por cualquier rincón de un paraíso llamado Goa.

Es fácil ver mujeres con faldas y vestidos entremezcladas con los saris de sus vecinas hinduistas. El barroquismo portugués se conjuga con la extravagancia hindú y el resultado no puede ser más elocuente. Los ritos populares, hinduistas o cristianos, a veces se confunden en una sinfonía de color y sonido que indistintamente se despliegan en cada manifestación popular de ambas religiones. Es fascinante comprobar la mezcolanza que se produce cuando culturas tan diversas se encuentran y conviven. Aunque los portugueses no destacaron precisamente por su tolerancia religiosa (destruyeron muchos templos hindúes imponiendo convulsivamente la religión católica), sí que promovieron la mezcla de razas (para así afianzar más sólidamente su presencia en el futuro) empezando por el propio virrey Albuquerque... y el tiempo y la cohabitación han hecho el resto.

MIENTRAS CALIENTA EL SOL

... aquí en la playa. Las playas de Goa se extienden infinitas hacia el norte desde Aguada, Candolim, Calangute, Anjuna, Chapora, Vagator hasta Arambol y hacia el sur por Dona Paula, Vasco de Gama, Benaulim, Cavelossim hasta Palolem... y en muchas de ellas es fácil encontrar viejos fuertes defendiendo la desembocadura de un río o un cabo rocoso, algunos medio desmoronados, con sus características e inevitables estancias: mazmorras, fosos o faros.

Nuestra infatigable montura terrestre hoy va a descansar, es hora de navegar, rendiremos honores al medio que convirtió este cabo en Reina. En el embarcadero de Fuerte Aguada una pequeña balandra de madera nos permitirá ver Goa desde fuera, con las vistas que divisaban eufóricos los navegantes que desafiaban al océano y a los piratas. Atisbar este litoral significaba seguridad, descanso, diversión, ... tras semanas o meses de incertidumbre.

El capataz de la barca hace señas a su único marinero para que vire, los dos delfines que nos acompañaban jugueteando con nuestra estela se alejan mar adentro. Hemos atracado en la playa de Anjuna, una mujer de la tribu de los lamani se acerca con una cesta de mimbre llena de piñas y bananas. Su vestimenta es de vivos colores rojos, azules y naranjas. Sus orejas, su nariz, su cuello, sus brazos, sus tobillos, los dedos de los pies y de las manos se encuentran profusamente atiborrados de pendientes, collares, anillos, pulseras y tobilleras que desencadenan al desplazarse un tintineo muy singular. Es la primera señal de que estamos en el día "especial" de Anjuna.

Hoy es miércoles, el "Mercado de las Pulgas" se ha desplegado cerca de la playa. Comerciantes de todos los rincones del país se dan cita para exponer a los lugareños y a los viajeros occidentales productos de uso cotidiano así como la artesanía más variada: marionetas de pasta de papel y bordados del Rajastán, instrumentos musicales budistas de Ladak, figuras y barritas de sándalo de Kerala... el espectro artesanal y étnico del país es de lo más seductor pero el calor es asfixiante. Es obvio que existe una época benévola para visitar la costa y no es precisamente la primavera. Justo entre octubre y febrero sí que podríamos hablar de encontrarnos en un auténtico paraíso climatológico donde se disfrutaría plenamente de las playas, las palmeras, el ambiente, la sabrosa comida costera... pero ahora... tan sólo la travesía en barca nos proporciona una brisa que alivia el sofocante calor.

Todas las falúas de los poblados pesqueros que vamos vislumbrando languidecen sobre la arena. La "siesta", herencia ibérica exportada por los portugueses a estas lejanas tierras, es sagrada y los pescadores brillan por su ausencia. Sus embarcaciones se tuestan en la playa esperando que refresque para cumplir una noche más su labor pesquera.

Los bosques de tierra adentro son de una rebosante fertilidad que bien le convirtieron en tan codiciada joya. Cardamomo, clavo, pimienta, canela, jengibre, nuez moscada... bananas, piñas, mangos, papayas, arrozales, limones, té, café... cuando Vasco de Gama volvió a Lisboa con dos de los cuatro barcos que le sobrevivieron cargados de especias obtuvo un beneficio de 60 veces más de lo que invirtió en su intrépida y venturosa expedición. Portugal no iba a desperdiciar este extraordinario descubrimiento.

AGUAS CON DIENTES

Goa es tierra de marineros incluso tierra adentro, los ríos se encargan de ello y convertían a aventureros, exploradores y viajeros en marineros de agua dulce. Salimos de Calangute por la mañana temprano, cruzando uno de los puentes que se extienden sobre el río Mandovi. De nuevo acoplados en un barco avanzamos por uno de los estuarios en busca de un huésped muy especial. Cuentan los viejos del lugar que los portugueses arrojaron cocodrilos traídos de África a las aguas del río Zuari para protegerse de las incursiones indígenas y desde entonces se justifica la extraña presencia del escurridizo animal por estas latitudes.

El lodo de las orillas y las raíces retorcidas de los árboles les brindan el camuflaje perfecto para casi pasar desapercibidos. Parecen estatuas de barro secadas por el sol pero su desconfianza les delata y cuando nos acercamos a las orillas para localizar algún ejemplar, sus convulsivos movimientos para lanzarse al agua les descubre irremediablemente. Su tamaño no es descomunal pero sus fauces siguen siendo tan eficaces y sobrecogedoras como las de cualquier otro espécimen. No hay ningún cartel pero es obvio que... "las autoridades desaconsejan los baños en estas aguas".

Pasamos bajo el puente de que une Panjim con la zona norte del pequeño territorio de Goa cuando de nuevo la puesta de sol se desluce bajo la copiosa calima vespertina y nos priva del espectáculo de ver como el sol como una bola de fuego incandescente ríela sobre el mar que baña la costa de las especias. Atraca el barco y nos bajamos en una atmósfera que huele fuertemente a pescado, un pescado que sus recolectores han secado al sol y ahora introducen en sacos para venderlo en el mercado. Los nombres lusitanos y algunos carteles en portugués se prodigan por todos los rincones: "Estrela do Mar, Casa Esmeralda, Paraiso de Praia, Lua Nova, Villa Fatima, Longuinhos Beach, Villa Rodrigues..." atestiguando una herencia de cuatro siglos y medio que no parecen querer olvidar.

Nuestro más sincero y cariñoso agradecimiento a Norman y Ralph de Souza así como a Mario da Rocha y a todo el De Souza Group por su afectuosa (nos trataron como si fuésemos familia), espontánea (no les conocíamos de nada), inapreciable (hay cosas que no se pueden valorar) y desinteresada (por su desbordante solidaridad) ayuda a la Ruta de los Imperios.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.