x
post 1488x702

Crónica 34,

India IV - Senderos de leyendas

Ruta : Ruta de los Imperios | País : India

De nuevo el camino al aeropuerto está vacío, no en vano son las tres de la madrugada, ni nos hemos acostado, hemos preferido quedarnos charlando las últimas horas que estaríamos juntos. Recorremos los últimos kilómetros hacia el aeropuerto Indira Gandhi en silencio. En nuestras mentes, los nervios de la despedida se entremezclan con las sensaciones y emociones vividas en la estrecha convivencia de las pasadas semanas por el Rajastán. En nuestros cuerpos, el cansancio de las pocas horas dormidas ayer y la vigilia de hoy se agolpa con el intenso trabajo de los días anteriores a la partida.

Son las cinco de la mañana, la megafonía de los altavoces interrumpe nuestra conversación en el hall del aeropuerto.

-Este es el mío. Está en hora -se está anunciando el embarque de un vuelo a Oriente Medio. Es la ruta inversa a la venida, primer aterrizaje en Oriente Medio, luego escala técnica en Centroeuropa y finalmente, toma de tierra en Madrid. Allí le estarán esperando unos amigos, su mujer y sus cuatro hijos, todo un comité de recepción que le dará su más cariñosa bienvenida.

Nos damos la mano. Nos damos un fortísimo abrazo. Las miradas intercambian nuestros mejores deseos y mucha suerte, no hacen falta palabras. Cruza el arco de seguridad del aeropuerto y desaparece en el tumulto de los pasajeros que se dirigen a sus respectivas salas de embarque. Las próximas noticias... a través del e-mail, ese cordón umbilical que nos mantiene comunicados con todos los rincones del mundo.

Una aeronave intenta alcanzar las estrellas, un todo terreno aparca en un gran jardín en el corazón de Delhi. Hemos regresado al camping, nos acostamos para dormir unas pocas horas.

NUEVOS AMANECERES

Es un día extraño, de esos en que uno se siente raro. Nos dedicamos a ordenar todo el material y a reorganizar nuestro equipaje, todo estaba manga por hombro. Los dos últimos días fueron de trabajo intenso: minutamos horas y horas de imágenes grabadas en vídeo durante los últimos seis meses, la grabadora HP no paró de trabajar haciendo varias copias en CD ROM de las miles de fotos digitales e informes, embalamos decenas de carretes de diapositivas, los nuevos carretes AGFA que trajo José Enrique ocupan el lugar de los ya emulsionados, nuevos libros y planos tienen que reubicarse donde antes estaba la documentación de las etapas anteriores, la impresora portátil Olivetti va imprimiendo documentos y poderes que José Enrique se tenía que llevar firmados, cartas e instrucciones para nuestra muy querida, imprescindible y "sufridora" amiga Reyes sobre lo que debe hacer con todo este material, ... su vital labor en la logística de la RUTA DE LOS IMPERIOS la ha convertido en un miembro más de la expedición. Todo ello y nuestros mejores deseos y agradecimientos a todos los que se desviven desde España por ayudarnos ... han partido en un ave de metal que emigra hacia poniente.

Dos semanas más estuvimos en Delhi y los amaneceres se suceden sobre el río Yamuna, ajenos a lo que pasa en su orilla derecha. Allí están asentadas Delhi y Nueva Delhi, unidas geográficamente pero individualizadas por la función social y política, formando una única e individual aglomeración de dos caras que darán lugar a la capital de la India.

La antigua Delhi, varias veces dominada por invasores musulmanes -ya fuesen turcos o afganos- y dos veces imperial por voluntad de los Grandes Mogoles, goza de mucha más tradición musulmana que hindú. Esa herencia imperial es uno de los mayores atractivos de Delhi y nos ofrece una ciudad amurallada del s. XVII, con sus callejones estrechos, el gran Fuerte Rojo, la hermosísima Mezquita Jami, templos, minaretes y todo tipo de exóticos bazares. Entre todo ello se mueve un gentío formado por obreros, funcionarios, mujeres con sus saris de seda, hippies trasnochados, turistas o desheredados que buscan aquí su última oportunidad, la de su supervivencia.

El camino que conduce hacia la Mezquita del Viernes no puede ser más elocuente. Está repleto de puestecillos de subsistencia que se reproducen sin cesar paralelos a un canal de agua que solo contiene basura y hedor. Chiringuitos humeantes y grasientos con comida rápida india a los pies de la escalinata, pobres mendigando a los fieles y los visitantes que se acercan al sagrado lugar, hombres mutilados de nacimiento, sin brazos y sin piernas, sólo la cabeza unida al tronco bajo una sombrilla que le protege del sol... es un espectáculo amargo. Una realidad tan tangible como la horrible valla de uralita (urinario público en su amplia extensión) que sigue tangente los históricos muros del corpulento Fuerte Rojo, el Lal Quila.

Junto a ella, Nueva Delhi, la otra cara de la capital de la India. La conocimos principalmente de tanto ir y venir a la embajada de España. En nuestra primera visita, el Consejero de la Embajada, Emilio Vilanova, nos acoge en la legación como se recibe a un amigo. Nos invita a cenar en su casa, nos presenta a su encantadora mujer -Isabel-, nos reímos intercambiando anécdotas mutuas por países "extraños" y nos ofrece la ayuda de la embajada en lo que pudiesen colaborar con la RUTA DE LOS IMPERIOS. Así conocimos a sus compañeras de trabajo: Alicia, Isabel y Rita, que también como amigas, atienden y solucionan todas nuestras consultas y envíos hacia España de documentos de última hora. Gracias a su ayuda, terminamos el trabajo que nos quedaba "pendiente" ya que cuando partamos de Delhi ... estaremos durante meses sin pasar por ninguna embajada española.

Cada vez que nos abren la verja de la embajada, entramos en la gran avenida arbolada Shajahan. La Moderna Delhi, en hora punta, funciona como un colosal acelerador de partículas donde los átomos han sido sustituidos por una alocada circulación de automóviles. Edificios de estilo colonial se alternan con edificios modernos y los restaurantes, night-clubs, despachos, oficinas y "boutiques" se alternan con las cestas de los vendedores ambulantes que ofrecen guayabas, manzanas del Himalaya, mango, frascos de sustancias "mágicas", recuerdos para turistas o cualquier producto que pueda ser susceptible de ser vendido.

BALADA DE AMOR

Corre el año 1.648, el gran emperador mogol Shah Jahan ve como se apaga su aura del "Rey del Mundo". Las lágrimas que empeñan sus ojos apenas le permiten distinguir la figura difuminada de su último deseo. Desde su forzosa residencia, confinado en el también espectacular Fuerte Rojo de Agra, contempla inconsolable la última morada de su adorada esposa Mumtaz Mahal. Como un espectro inalcanzable observa el colosal mausoleo de resplandeciente mármol blanco que mandó erigir a orillas del río Yamuna ... el Taj Mahal.

Diecisiete años estuvo casado con su amada y se le rompió el corazón cuando falleció al dar a luz a su decimocuarto hijo en 1629. Trastornado por su muerte quiso rendirle una última prueba de su pasión, pero su locura de amor le costó los últimos años de su vida en reclusión. Sha Jahan tenía intención de construir un segundo Taj -su propio mausoleo- hecho en mármol negro, un negativo del blanco Taj de Mumtaz Mahal, justo enfrente, en la otra orilla del Yamuna. Su hijo, Aurangzeb, cansado de los cuantiosos gastos arquitectónicos llevados a cabo por el monarca en Lahore, Delhi, Agra y otras ciudades, decidió derrocarle y el segundo mausoleo nunca se erigió. El ex-emperador quedó recluido para el resto de sus días en el Fuerte de Agra. Finalmente sus cuerpos acabaron uno junto a otro en un edificio que durante siglos ha simbolizado el amor eterno.

Han pasado más de tres siglos, corre el año 2.000. Repetimos la cola que hicimos con José Enrique hace unas semanas, el objetivo con él era el Rajastán pero hicimos una escapada rápida desde Delhi para que no se fuese de la India sin ver el Taj Mahal. De nuevo, tras una larga cola de cientos de personas y ser cacheados por la guardia de seguridad del mausoleo, conseguimos entrar al archifamoso enclave. El encanto del precioso mausoleo nos seduce no solo sabedores de su romántica historia también es innegable su indiscutible imponente presencia. El cambio de matices del mármol que recubre su paredes no pasa desapercibido al espectador que a medida que transcurre el día puede observar como la luz del sol le transforma el rostro a la inmortal obra.

Pero la contaminación que sufre la ciudad de Agra está poniendo en peligro a esta maravilla arquitectónica y que sus "inmortales" días comiencen a estar contados. Son varias las medidas que se han tomado para protegerle pero la realidad que evoluciona a su alrededor (fábricas que han contaminado el río Yamuna, altísima contaminación atmosférica) deja serias dudas sobre la efectividad de tales medidas adoptadas. El sol del crepúsculo se ha vuelto lóbrego por la espesa capa de nubes unidas a la de la devastadora contaminación, malos tiempos para la exhibición de la belleza.

Pero el esplendor y leyendas del Imperio Mogol tienen más manifestaciones en las cercanías de Agra.

Año 973 de la Hégira, 1568 de la era cristiana. El emperador Akbar realiza una peregrinación a Sikri, atormentado por la ausencia de un heredero varón vino a consultar al santo sufí Shaik Salim Chishti. Se marchó feliz cuando oyó de la boca del piadoso asceta que le nacerían tres varones. Y efectivamente, al año nació el príncipe Salim, futuro Jahangir. Tres años después de su primer encuentro con el Sheik volvió a visitarle y decidió construir ahí la capital imperial, acaba de nacer Fatehpur. Hoy en día, los fieles siguen peregrinando y haciendo colas para pedir descendencia ante la tumba de este santo. Yo no entré "por si acaso", que todavía quedan dos años de ruta.

Deambulamos por Fatehpur Sikri, una extraña y costosa fantasía arquitectónica realizada por el emperador Akbar. Extraña, porque resulta la síntesis de estilos muy variados, indo-musulman, hindú, elementos de los vihara (monasterios) budistas, e incluso detalles influenciados por el arte de Europa occidental. Costosa, porque este enclave, hoy una ciudad fantasma, se creó con todos los fastos que requería la nueva capital del Imperio Mogol, aunque tan solo lo fue durante 10 años. Ante esta opulencia imperial y de juegos estilísticos, no podemos evitar pensar que los que la diseñaron, incluyendo al mismo emperador, tuvieron que divertirse mucho imaginándose todas esas formas arquitectónicas de un barroquismo que a veces aturde.

EL ÚLTIMO SACRIFICIO

"La cabeza no para de gotear sangre. El guerrero rajput tiene en una mano, enredados entre sus dedos, los intensos cabellos negros de la cabeza de su esposa, en la otra la espada con la que cortó su cuello. La misma espada con la que luchará hasta que su vida se esfume como la de su fiel y desdichada esposa. Se cuelga del cuello la cabeza decapitada y se lanza hacia el combate final". Los trágicos y desgarradores finales de la historia rajput escriben una nueva leyenda entre las murallas del fuerte de Gwalior. El sultán de Delhi conquista este enclave rajput en 1.232 ... no queda nadie con vida después de la batalla. Y una vez más, la "jauhar" se ha cumplido, el gran pozo todavía humea con los restos de las mujeres de los guerreros que se han autoinmolado en sacrificio colectivo antes que caer en manos de su enemigo. De nuevo el conquistador se encuentra con esa pasional y salvaje intransigencia del particular sentido del honor rajput.

Nos envuelve una atmósfera gris y húmeda. El viento arrecia y por fin estalla la tormenta. Un intenso aguacero era lo que menos falta nos hacía para conducir por la India. Los accidentes se manifiestan a lo largo del camino hacia Gwalior en sus versiones más dantescas. El demonio va sobre ruedas en la India. En un e-mail a nuestro apreciado Víctor de Islamabad se lo explicamos muy explícitamente: "... conducir por aquí, es como practicar la ruleta rusa. El tambor tiene 5 espacios vacíos ... y una bala. Ya hemos tenido dos gatillazos sin bala ... confiemos que no salga el tiro la próxima vez." Eso es, confiemos, confiemos, ... Pero logramos alcanzar el último bastión de los guerreros rajpures de la Edad Media.

La tormenta vespertina caída ayer nos despeja todo el horizonte de nubes y la enorme fortaleza de Gwalior se distingue perfectamente silueteada sobre la colina que corona la ciudad... pero antes hay que llegar a ella. Esta ciudad, como todas, sigue invadida por esos gremlins malignos reencarnados en máquina: los rickshaws. Y mientras vamos esquivando estas insensatas cuadrillas motorizadas, sin olvidar las imprevisibles apariciones de las eternas vacas errantes con sus vacías miradas, nos vamos acercando al estrecho camino que asciende hacia el fuerte.

Por las paredes rocosas que flanquean la angosta ascensión, los jainistas -y posteriormente los budistas- se dedicaron hace 500 años a penetrar en las rocas para moldearle imponentes esculturas. Y como si la roca cobrara vida nos sorprenden esos ojos de piedra que nos vigilan en cada recodo del sendero que avanza en lento peregrinar hacia el cielo.

-Mira a tu derecha -me dice Vicente para que detenga el coche. Miro y quedo maravillada. Mi imaginación vuela. Es un gigante convertido en roca por el sortilegio de una hechicera alocada. Es Adinath, el primer Jina jainista, el que nos observa desde su ventana de piedra y nos hace sentir minúsculos con sus más de 17 metros de altura.

Una curva sigue a otra curva, una puerta a otra puerta. Los muros se van abriendo y el interior del fuerte nos va despejando la llegada hacia la perla de este complejo: el Palacio Pintado (Chit Mandir), una obra de arte refinada bajo el reinado del rajá Man Sing. Su fachada de azulejos resplandecientes en tonos verdes, azules y amarillo se combinan para dar forma a elefantes, tigres, pavos reales o patos. El mármol, la piedra y los mosaicos juegan con una premeditada combinación en el interior, donde sus únicos habitantes son legiones de murciélagos que compiten por colgarse de la mejor estalactita de piedra de los suntuosos techos del palacio.

Hacia los elegantes y profusamente esculpidos templos de Sas (la suegra) y de Bahu (la nuera) nos topamos con unos adolescentes de uniforme jugando al cricket. En el interior del fuerte se encuentran las instalaciones de un complejo educativo. No podían elegir un enclave más privilegiado para estudiar la historia al tiempo que practican un deporte heredado de otros colonizadores que pasaron por su tierra no hace mucho, los británicos.

Mausoleos, palacios, templos profusamente decorados con esculturas talladas salpican el espacio que se extiende entre las paredes fortificadas del antiguo enclave arrebatado por los mogoles a los orgulloso guerreros rajpures. La pira funeraria de su interior recuerda la diabólica inmolación de las mujeres rajputs.

ORGULLO DE MUJER

"El Imperio Británico se asienta en la India. Promulgan una ley por la cual si un rajá muere sin dejar un heredero varón se adueñaran del principado bajo su protección. En 1853 muere el rajá de Jhansi sin dejar descendencia. Su esposa, la rani, no está de acuerdo con está ley. Años después, en 1857, estalla un motín de levantamiento contra el poder británico que se extiende por casi toda la India y la rani aprovecha para ponerse a la cabeza del de Jhansi. Aunque consigue vencer a los británicos las luchas internas entre las fuerzas rebeldes debilitan su presión y en un último intento de defender lo que le pertenece por derecho, se lanza a un último combate en Gwalior. Vestida de hombre y a lomos de su caballo, la rani de Jhansi, luchó hombro con hombro junto a sus hombres hasta que murió con la espada en la mano en el campo de batalla. Eran otros tiempos, eran otros valores". Cada piedra de Gwalior puede hablar de leyendas con carácter propio.

Hemos recorrido más de cien kilómetros rumbo sur, hacia el reborde septentrional de la llanura del Deccán. Estamos en una isla, la aguas del río Betwa -afluente del Yamuna- nos rodean, como rodean desde hace siglos al complejo palaciego de Orchha, nos hallamos en el corazón de otra capital perdida, en otro enclave repleto de leyendas. Orchha ha postergado en su memoria las luchas y disputas territoriales para convertirse en un pacífico lugar inolvidable, en un sueño intemporal. Aquí la población sigue con su vida como si los forasteros que nos paseamos por sus calles en busca de su pasado no existiésemos, como si fuéramos ... lo que realmente somos, unos extraños de paso que hoy llegan y mañana se marchan, alguien por quién no merece la pena cambiar las costumbres. Continúan con su vida sin agobiar ni importunar al viajero que se pierde entre los muros de los suntuosos palacios de Raha Mahal o Jahangir Mahal, con sus pinturas murales que recrean escenas de la mitología de Krishna.

A los pies de los contrafuertes palaciegos montamos nuestro campamento. Sobre sus muros recibimos los primeros rayos del sol y desde uno de los balcones de sus palacios, vislumbramos el marchito -pero todavía espectacular- recuerdo del prodigioso edén que el río Betwa creó en sus dominios. Oteamos desde sus miradores lo que luego recorreremos a pie. Vislumbramos los templos de Chaturbhuj y de Ram Raja en el centro del pueblo y siguiendo con la vista un sendero de casi dos kilómetros detenemos los ojos en lo alto de un promontorio, un santuario nos llama poderosamente la atención. Es el templo de Laksmi Narayan, donde pinturas sobre la vida de dioses hindúes se entremezclan con escenas de batallas con los británicos. Seguimos avanzando por senderos de leyendas.

De nuevo el río, y por él surgen los personajes más inesperados. Aparece un sadhu, un místico que en su búsqueda espiritual se desplaza como un alma en pena. Con sus ropajes amarillo azafrán se sienta sobre una de las rocas de la orilla y entona una oración. Nos quedamos contemplándole y oyendo sus incesantes cánticos. Hemos visto muchos sadhus pero ninguno así, hemos oído muchos cánticos pero ninguno así. Tiene el pelo recogido en un moño, un barba enmarañada y la cara pintada del mismo amarillo que el de sus ropajes. Bendiciendo a viajeros autóctonos o foráneos obtiene la ayuda necesaria para comer y dormir. No pide más pues han abandonado todo lo material.

Hoy es martes, tenemos que conectar el teléfono satélite, todos los martes y jueves, de 10 a 10.15 de la mañana hora local española, orientamos la parabólica de nuestro Inmarsat Ibérica y establecemos conexión. Si hubiese algo urgente que notificarnos, es el momento en que se puede enlazar con nosotros, aunque estemos en el lugar más remoto e inaccesible de nuestra ruta. Nos paramos bajo la sombra de un árbol, colocamos el teléfono sobre el capó de nuestro todo terreno, enlazamos con el satélite y vuelve aparecer el sadhu. Ahora somos nosotros los contemplados, el mundo al revés, el cazador "cazado". Ha visto muchos coches pero ninguno así, ha visto muchos teléfonos pero ninguno así. Se llama Gautam, nos entendemos por señas.

Aprovechábamos el alto forzoso de 15 minutos para picotear un poco, le ofrecemos agua y compartimos las galletas. Nos sonríe, lo acepta y cuando acaba se sube a la rama de uno de los árboles que nos rodea. Parece un druida ahí encaramado. Escucha el ruido del claxon de un autobús que cruza a todo tren el estrecho puente del río Betwa. Pega un brinco desde su rama, detiene al autobús, se acerca a las ventanillas y bendice a los pasajeros. Le dan algunas rupias. El conductor se impacienta y vuelve a tocar el pito irritantemente para seguir su camino. Gautam también sigue el suyo.

EL IMPERIO DE LA PIEDRA

Así es la historia indostánica, una sucesión de imperios y creencias que se entremezclan en un asombroso cóctel, un territorio donde puedes encontrar la más variada y diferente profusión de credos y costumbres. Si el sadhu de Orchha nos proporcionó una pincelada del folklore hinduista, será el emperador Ashoka el que nos permita citarnos con el budismo en Sanchi.

El emperador Ashoka es un viejo conocido con el que nos citamos en Pakistán. En el vecino país conocimos los revolucionarios edictos que promulgó cuando, horrorizado por sus propias guerras, se convirtió al budismo. Y fue ese mismo emperador el que introdujo esta creencia en tan apartado lugar en la India.

Por la mañana temprano el calor no aprieta demasiado ... todavía. Estamos solos cuando nos situamos frente a las toranas de la gran estupa. Son un imponente legado, espectaculares puertas de entrada que dan acceso a los santuarios budistas. Una auténtica "Biblia" ilustrada sobre las diversas reencarnaciones de Buda, muchas veces en un animal. El trabajo realizado a conciencia en la piedra vuelve a dejarnos impresionados, las miniaturas no parecen hechas por escultores sino por cirujanos. Allí están también las "yaksha", voluptuosas féminas, que escoltan uno de los más valiosos emblemas budistas: la Rueda de la Ley.

Escuchamos un murmullo y pasos sobre el suelo de piedra que empieza a calentarse por el sol que hoy va a ser guerrero. Comenzamos a girar en el sentido de las agujas del reloj por la gran estupa hasta que nos unimos a un grupo de budistas. Han llegado desde Sri Lanka para visitar todos aquellos lugares que en la India conservan la fe que ellos profesan. Mujeres, hombres, niños y monjes con sus inconfundibles túnicas naranjas y rojas siguen girando alrededor de la estupa mientras rezan. El emplazamiento deja de ser un muestrario de arte milenario para cobrar vida con sus auténticos fieles, que no lo observan como arte e historia sino con respeto y devoción.

El bochorno ya es insoportable, es el primer día de "gran calor" que tenemos este año. Las gotas de sudor que resbalan descontroladas por la frente y por la espalda son el indicativo de una presencia que nos va acompañar desde ahora en adelante en nuestro camino hacia Hyderabad, hacia Goa, hacia Kerala ... hacia el sur ... hacia el tórrido sur.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

about

Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.