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Crónica 68,

Australia I - Tierra australis incógnita

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Australia

A nuestra mochila le ha salido un novio. Un perro se ha quedado enamorado de nuestro gran macuto azul, no se aparta de él ni cesa de olisquearlo. El sabueso no está buscando un sitio para hacer un pipí, se trata de un perro muy especial. El hombre de uniforme que está al otro lado de la correa nos pregunta si llevamos comida o algún producto prohibido de una larga lista que acabamos de entregar firmada con todos los apartados en "no".

-No tenemos ninguna cosa de la lista, ¿por qué?

-¿Seguro?

-No, no creemos tener nada de nada.

-Lo tenemos que comprobar.

Nos ata a la mochila una llamativa etiqueta roja que pone lo mismo que el escudo que luce en su camisa: "Quarantaine". Nos cambia de cola para que nuestro equipaje sea revisado. El perrillo enamorado del macuto es uno de los muchísimos que tiene el cuerpo sanitario aduanero "Quarantaine" ("Cuarentena"). Se trata del departamento que controla todo lo relativo a la entrada de animales, productos orgánicos y vegetales que pueden introducir enfermedades o alterar el delicado sistema insular australiano. Tienen perros que detectan fruta, carne o verduras, algo realmente increíble. Tiene que ser complicado entrenar un perro para que detecte lechuga o similares.

La cuestión es que el can nos ha señalado y una vez llegado nuestro turno nos revisan todo de arriba abajo. Analizan las tallas de madera que traíamos de Indonesia ...todo bien, ningún bichillo dentro-, nos rociaron todas las suelas de los zapatos con desinfectante para evitar que microorganismos contaminantes entrasen con la tierra de la suela, examinan el cuero, el mimbre, un paquete de spaguetis que nos sobró de Singapur, ... y aparece lo que creemos que detectó el perro: un pequeño extremo del salchichón de Jabugo que nos trajo Vicente Bellés y Arlette ..., que se nos olvidó terminar en Indonesia y que allí estaba envuelto en seis bolsas de plástico. Era un pedazo pequeño, no excedería los 7 centímetros pero ... ¡era carne y eso es pecado en Australia! ¡Menudo olfato que tuvo el lindo perrito!

Todo transcurrió muy natural porque vieron que era una minucia y que realmente era algo olvidado, no una violación con alevosía de la ley australiana. Primero nos explican la pedazo de multa que nos correspondería por entrar ese pizca de carne prohibida porque no es sólo un tema de sanción administrativa ... ¡es que es un tema judicial, se va a juicio por delincuente y se dicta sentencia! No es una broma, en Australia la cuarentena es algo muy serio. Luego nos dicen que "cuidado con esas cosas", que hoy no va a pasar nada pero que "podría haber pasado". Al final, el último bocadito de Jabugo se quedó en la aduana. ¿Se lo darían al perrillo chivato?

La puerta corredera automática del aeropuerto de Perth se abre, la traspasamos y ya estamos oficialmente en el cuarto continente de la Ruta de los Imperios. Entramos en la isla-continente, en la tantas veces llamada "Terra Australis Incognita". Estamos en Australia tras más de dos años de ruta desde que partimos , nos resulta increíble ... y fascinante.

Reorganizamos todos nuestros bultos en los dos carros y una persona se abalanza sobre nosotros. Es el pasajero de otro vuelo que acaba de aterrizar, un viajero que hace quince días estuvo durante horas en una agencia de viajes para conseguir llegar al aeropuerto de Perth casi a la vez que nosotros. Tras sortear infinidad de vuelos completos consiguió la conexión Madrid-Amsterdam-Kuala Lumpur-Perth para aterrizar casi simultáneamente a nuestro vuelo proveniente de Bali. Fue una auténtica odisea pues los vuelos completos le obligaron a realizar escalas de pesadilla de 16 horas en Amsterdam y 13 en Kuala Lumpur. Han sido tres días viajando y todavía tiene fuerzas para darnos un gigantesco abrazo. Nuestro apreciado José Enrique se vuelve a reunir con la Ruta, tras cruzar el Rajastán indio hace casi un año y medio se ha desplazado esta vez hasta Australia para compartir juntos la experiencia del Novísimo Continente.

Nosotros llegamos por aire pero nuestra montura llega por mar. Ayer mismo atracó en el puerto de Fremantle el barco que hace tres semanas partió de Singapur, transportó a nuestro infatigable compañero de viaje en un largo periplo que le hizo dar toda la vuelta a la gigantesca Australia ...haciendo paradas en todos los grandes puertos- antes de desembarcar finalmente en Perth.

EL IMPERIO DE LA DESINFECCIÓN

Fremantle es un precioso y tranquilo pueblo costero a pocos kilómetros de Perth. El día nos obsequia con un radiante e intenso cielo azul, como no veíamos desde nuestro ya lejano y querido Himalaya, casi nos entra hasta un poco de nostalgia porque parecía que de un momento a otro íbamos a ver de nuevo los afilados picos de la más alta cordillera del mundo. Salimos a la calle y el frío nos hace encogernos, que delicia sentir de nuevo una gélida brisa envolviéndonos y saber que no vamos a sudar. ¡Durante meses hemos estando deseando cambiar de estación!, un año y medio de eterno verano es demasiado para nosotros. Recordamos con cariño cuando nos refugiábamos en las montañas de la India o de Malasia para descansar del calor. Estamos en pleno agosto, lo más crudo del invierno Australiano. Un momento muy deseado.

El primer día en Australia es duro, casi estresante. El aterrizaje a las dos y media de la madrugada, la aventura con el perrillo chivato y el "salchichón escurridizo", el reencuentro con José Enrique tras tanto tiempo y una charla que no concluyó hasta las 6 de la mañana provocó que con tan sólo dos horas de sueño nos presentásemos en la naviera NYK para liberar a nuestro Mitsubishi Montero. Nos dan todas las indicaciones, las direcciones y teléfonos para hacer nosotros mismos los trámites.

La primera batalla fue con la aduana, le dicen a Vicente que "hoy no, que tendrá que ser mañana". Pero claro, Vicente no es de los que aceptan un "no" así como así. Todavía recuerdo a José Enrique y su traviesa sonrisa diciéndome: "le han dicho que no ... a "él", lo que es no conocerle". José Enrique sí que le conoce bien.

Vicente insiste en hacerlo hoy pero el funcionario insiste: "No es posible porque ... ". Da una ristra de explicaciones que no convencen a Vicente, que por otro lado nunca se queda cojo con argumentos convincentes para rebartirlas. Vicente inicia un pugilato dialéctico combinando sentido común, piedad, lógica, hospitalidad y hacer ver al jefe de aduanas que estamos con lo puesto ... ¡qué no es mucho! Y era cierto, José Enrique tenía ropa de invierno pero nosotros estábamos en mangas de camisa porque veníamos de una larga estancia en el trópico y no consideramos oportuno cargar durante un mes con dos anoraks que nos iba a servir tan solo durante 24 horas. Tan solo reforzamos nuestra indumentaria llevando una camiseta debajo y un pañuelo para proteger el cuello del frío.

Dejamos a Vicente solo con el jefe de aduanas y al cabo de media hora se reúne de nuevo con nosotros. Nos dice todo sonriente: "tenemos cita a la una y media para pasar la aduana. También vienen a esa hora los de la Cuarentena para examinar el todo terreno, les han avisado para que todo se haga a la vez".

A la una y media en punto entramos en el área portuaria de Fremantle. La "cuadrilla de inspección" nos espera. ¡No quedó ni un solo rincón del coche sin escudriñar! Todas las cajas abiertas de par en par con todo desparramado, la ropa, los zapatos ¡qué obsesión por los zapatos usados! para ser desinfectados, la tienda desplegada. Todo, todo revisado. En la High Comision australiana de Singapur nos dijeron que los sobres de sopa deshidratada, liofilizada o soluble no representaban ningún problema porque no era orgánico pero ... los agentes de la Cuarentena tenían otro concepto sobre los alimentos. De los 23 sobres que nos quedaban de deliciosas sopas, pasta con exóticas salsas y cremas reservadas para ocasiones especiales no se salvó ni uno. Ni uno solo. Todos fueron directos a la basura sin contemplaciones. Vicente se resiste a ver toda esa comida tirada puesto que muchos de los sobres no tienen ningún ingrediente prohibido.

-Es que no viene en inglés y podría tener algún componente de huevo o carne y eso está prohibido -nos dice el funcionario de la "Quarantaine".

-Se lo traducimos nosotros, comprueban las palabras claves en los componentes y arreglado -le propone Vicente, muy apegado a sus provisiones y pensando en las latas españolas que hay en otra caja y que seguro que requisan. Quería salvar por lo menos los sobres de comida.

-No, tiene que estar en inglés. El reglamento es tajante, si no está en inglés se tira como medida preventiva.

Y así fue. Tortellinis salsa venus, sopa francesa de cebolla, harira marroquí, cremas de pescado, cintas a los cuatro quesos ... todo fue a la basura. ¡Con el hambre que hay en el mundo! Y pensamos: pues menuda la que le espera a nuestra "reserva espiritual gastronómica" de magro, fabada asturiana, cocido madrileño y lentejas con chorizo que protegemos cómo si fuesen las joyas de la corona. Pero al final había tal desbarajuste de latas que confundieron las latas de magro con las de atún (el pescado en conserva está permitido) y las de fabada, cocido y lentejas con las de legumbres a palo seco. Que alivio cuando no las apartaronn como hicieran con los sobres. Hubiera sido un duro golpe "moral" realmente difícil de superar. Pero la prueba fue superada con éxito, lo más valioso de las "delicatessen españolas" se salvaron. La verdad es que no tenemos intención de usarlas en Australia porque la gran variedad de conservas y productos alimenticios de larga duración nos hace prescindir de nuestras provisiones cuando nos metamos en áreas remotas. Pensamos principalmente en Sudamérica, donde en ciertos países la variedad de conservas es casi nula y nuestras provisiones españolas nos permitirán variar los menús cuando estemos lejos de todo.

Pero siempre hay una de cal y otra de arena. Una botella de whisky (regalo de Navidad de la Embajadora de España en Pakistán sin saber que no bebemos alcoholes fuertes) y una botella de Rioja para nuestro aniversario que venían en el coche son requisadas también. La ley dicta que se puede pasar una botella de alcohol por persona pero al venir éstas en el coche se trata de una "importación de mercancía" y hay que pagar alrededor de unas 13.000 ptas. en impuestos si queremos conservarlas. Con todo el dolor de nuestro corazón allí se quedaron, porque al final nos iba a salir más caro el collar que el perro.

Cuando finalizan su completa inspección por fin pudimos rearmar de nuevo a nuestro pobre Montero que ha sido revisado hasta en sus partes más íntimas. Menudo recibimiento que ha tenido nuestra pobrecita montura. Ha sido el paso aduanero más duro de todos cuantos hemos cruzado hasta ahora en el largo camino recorrido por la Ruta de los Imperios. Ni en Irán nos revisaron así. Menudo son los australianos con sus reglas de importación y sanidad. Pero es que además ... el control de aduana pasa también otro tipo factura.

-Tiene que pagar 80 dólares por la inspección de la Cuarentena -nos dice el oficial. Aquí tienes que pagar hasta para que te expolien.

-¿Se lo puedo pagar en comida? -les contesta un Vicente jocoso mientras señala la enorme bolsa llena de nuestras provisiones requisadas. Los tres funcionarios se ríen a carcajada limpia.

-Vemos que no pierde el sentido del humor -le dice el más mayor-, eso está bien.

La verdad es que lo hemos llevado bastante bien y no montamos ningún número ni insistencia en "amnistiar" algunos sobres que se podían entrar sin problemas por sus componentes. Quizás intuimos que era una batalla perdida de antemano y la verdad es que con nuestra reserva de latas intacta nos dábamos con un canto en los dientes. Vicente pagó las 8.000 pesetas (16 US$) de la inspección con la tarjeta Visa porque no prosperó su sugerencia de pagar con tortellinis salsa venus.

El broche final es cuando los agente de la Cuarentena dicen que nuestra montura no está "suficientemente" limpia. Un insulto a la minuciosidad de Vicente en el cuidado del todo terreno cuando el mismo lo lavó a mano, aspiró, petroleó el motor y frotó con espátula todos los bajos en Singapur. Pero tampoco merecía la pena discutir ese matiz sobre la "limpieza" y aceptamos su dictamen de llevarlo al lavadero de desinfección donde le dieron unos manguerazos simbólicos en los bajos y un baño de desinfectante ... que costaba 32 dólares (3.200 pesetas, 16 US$).

Puros y limpios ... tres expedicionarios y un esterilizado Mitsubishi Montero están listos para la aventura australiana.

HOLA CERVANTES

El equipo australiano está reunido al completo. El Montero ha sido el último en incorporarse, tras sus intensos avatares, y necesita remodelarse para acoplar al tercer miembro en la nave. José Enrique no cuenta con demasiado espacio pero el Montero es como la chistera de un mago. Si del mágico y reducido habitáculo pueden aparecer cosas inverosímiles, el Montero va a ser capaz de adaptarse al equipaje y al nuevo ocupante perfectamente. Lo que parece una misión imposible va tomando forma y el equipaje de nuestro amigo se va ajustando a su temporal ubicación.

Disfrutamos especialmente el momento entrañable de sacar los polartec de la caja de ropa de invierno. Soñábamos con ese momento porque eso significaba que no hacía calor, que no estaríamos sudando todo el día. Lo acaricio con suavidad, ya ni me acordaba de su tacto, y me lo pongo con un gusto indescriptible.

Todo está de nuevo listo tras unos breves días de adaptación al nuevo horario, a la nueva estación y al nuevo continente. Durante estos días vamos compartiendo tertulias bajo el intenso frío (disfrutado tan solo por nosotros porque al final José Enrique agarró un tremendo catarro que le duró dos semanas) y la lluvia (no deseada pero imposible de desterrar). Pero ya estamos los tres, mejor dicho los cuatro, en carretera.

La brújula señala al norte siguiendo la costa oeste, paralelos a la senda que marca el océano Índico hacia la ciudad de Cervantes. Esta ciudad con tan hispánico nombre nos sirve de entrada al insólito paraje que nos ha traído hasta aquí.

El desierto de Pinnacles (en el Parque Nacional de Nambung) es un precioso enclave que los primeros exploradores que se acercaron a sus costas tomaron por las ruinas de una antigua ciudad. La sistemática y obstinada intervención del viento y la arena han labrado un inmenso campo de columnas calcáreas. Su resplandeciente brillo dorado irradia una luz muy especial que compite con la intensidad azulada del océano y el cielo. Realmente los 270 kilómetros que nos hemos separado de Fremantle han sido suficientes para escapar de la lluvia y la recompensa ha merecido la pena. Entre estos bellos pilares que pueden llegar a alcanzar hasta los 5 metros de altura, Vicente fue el primero en divisar nuestro primer canguro. Al reunirnos los tres dijimos: "¿A ver quién ve el primer canguro?". Al final ganó Vicente, que parece tener ojos en el cogote. Las huellas que dejaron las patas de su corpulento y brincador cuerpo quedaron hendidas en la dorada arena de Pinnacles. "Bienvenidos a Kangurolandia", parecía escribirnos en ellas.

Al atardecer, hay uno de los indicadores del todo terreno que cobra un especial protagonismo. Nosotros lo controlamos desde nuestros asientos pero José Enrique no alcanza a verlo desde su transportín.

-¿Cuántos grados marca el termómetro del Montero? -pregunta alarmado el acatarrado José Enrique a Vicente mientras este último apunta el kilometraje realizado durante la etapa de hoy.

-Cinco grados.

-No me lo puedo creer, es que hoy está bajando todavía más rápido que los otros días. Tendrás que pasarme más mantas porque ayer tuve frío y ya no puedo ponerme más camisetas. ¡Pensar que en España se están asando de calor!

Y así fue, la temperatura llegó a bajar esa noche hasta 7º bajo cero. José Enrique casi se nos congela en su tienda de campaña, a nosotros nos afecta algo menos porque estamos más protegidos de la tierra helada al dormir encima del techo del Montero. Las decenas de acampadas que vivimos en el "bush" (campo abierto) australiano siempre estarían amenizadas por un "saludable" y "tonificante" frescor de unas temperaturas que caen en picado desde el mismo instante que el sol abandona a sus criaturas en la oscuridad.

Preparar las cenas es un suplicio y todos parecemos tener Parkinson por los temblores que nos genera el gélido viento que nos abofetea sin cesar. Además, la comida se nos queda helada al minuto de estar en el plato y optamos por cambiar el sistema de cena. Decidimos hacer las cenas en dos sesiones, preparamos la mitad de la ración de cada uno y mientras nos la comemos sin dirigirnos la palabra para ganar tiempo se va cocinando la segunda y mientras nos comemos ésta, se va calentando el agua para hacernos un café o un chocolate para tomarlo justo antes de meternos en nuestro escarchado dormitorio. Es el único modo de cenar caliente y tener un poco de temperatura corporal antes de caer en los brazos de Morfeo.

CIUDADES FANTASMAS

-¡Oro, oro! ...gritaría Paddy Hannan en 1.893 cuando encontró este precioso metal tras grandes sacrificios. Este ambicioso minero encontró oro suficiente como para atraer a grupos ingentes de buscavidas ansiosos por hacer fortuna.

Hemos llegado a Kalgoorlie, un pequeño pueblo minero con poco más de 100 años de antigüedad. Paddy, congelado en bronce delante del ayuntamiento, nos ofrece agua de su cantimplora. Bebemos, nos refrescamos y seguimos recorriendo la ciudad que nació de su semilla y que aún realiza prospecciones de oro a cielo abierto. Con la breve historia que tiene Australia cualquier evento es explotado con gran fanfarria. Una cosa tan sencilla como una ciudad minera aquí es un "monumento" y es arropado con una poderosa maquinaria turística. Todo ha sido impresionantemente restaurado: hoteles, pubs y restaurantes de finales de siglo aun abren sus puertas a toda clase de clientela como en sus mejores tiempos. Las "skimpies" (camareras en top-less) son la cara renovada de aquellas antecesoras que bien sabían entretener entonces a los rudos y hoscos mineros. Si bien este tipo de "servicio minero" está prohibido en toda Australia, Kargoorlie goza de cierta permisividad porque es producto de su "historia" y nada que sea historia es borrado de Australia.

Desde la estructura metálica roja de la cabeza de mina del museo aurífero contemplamos todo el pueblo y las cicatrices a cielo abierto que se han perforado en la tierra desde hace un siglo. En el árido y ralo desierto occidental se encuentran diseminadas otras muchas ciudades fantasmas que no han corrido la suerte de su hermana mayor, Kal, como la llaman cariñosamente sus habitantes.

Cuando la dejamos tras nosotros, el pasado minero se va diluyendo como espectros fantasmales mientras nuestro Montero avanza por las solitarias carreteras australianas del estado occidental.

Los buscadores de oro o piedras preciosas, son junto a los desventurados exploradores del pasado siglo los que irán sembrando con sus nombres las carreteras, ríos y montañas de este sorprendente país.

EL IMPERIO DE LA SOLEDAD

Corre el año 1840. Un intrépido joven de 25 años, John Eyre se dispone a recorrer el camino que bordea la costa de la gran llanura de Nullarbor. Del equipo que partió junto a él sólo continuó John Baxter, su asistente, y tres aborígenes. Al resto del equipo les hizo regresar al comprobar la dureza del recorrido. Sólo Eyre y uno de los aborígenes llamado Wylie, sobrevivieron. Los otros dos aborígenes asesinaron a Baxter por motivos nunca aclarados y huyeron. Cuando te paras a leer las aventuras y desventuras de la expediciones australianas comienzas a descubrir lo trágica y desventuradas que fueron casi todas ellas ... fruto de mala organización, decisiones impulsivas, excesiva juventud e inexperiencia de sus líderes y de lanzarse a la aventura "sin más". Eyre y Wylie sobrevivieron porque tuvieron la suerte de encontrarse un ballenero francés calado en la bahía de Rossiter. Eyre hizo grandes descubrimientos en otras zonas de Australia pero esta ruta fue declarada sin valor porque no aportó nada nuevo, no se apartó de la costa y su información fue la misma que la reportada por los navíos exploradores.

Han pasado 30 años y en 1870 John Forrest, nacido en Australia, decide hacer una exploración real de esta Terra Incognita. Parte de Perth con la intención de cruzar el país de la costa oeste a la costa este para localizar posibles puntos acuíferos. La desolación desértica que encontró le hizo comprender y experimentar en sus propias carnes la verdadera dimensión de la hostil tierra a la que se estaba enfrentando, pero tuvo mejor suerte que sus antecesores, a pesar de estar muy cerca de la muerte ningún miembro de su expedición traspasó esa tenue línea entre la vida y el más allá. Esa gigantesca franja de terreno australiano fue declarada sin futuro, su nombre lo dice todo: Nullarbor, proveniente de una mala derivación del latín "Sin Arbol".

Han pasado 161 años desde la aventura de Eyre. El pueblo de Norseman se presenta como la puerta de los 1.500 kilómetros de ruta a través de la gran llanura del Nullarbor. Es una ruta impactante por su desolación pero con el encanto de los lugares perdidos y vírgenes. El primer vehículo que la cruzó fue en 1.912 y tan solo tres más la surcaron en los siguientes doce años. Llegamos al año 2.001, setenta y nueve años después de la primera travesía motorizada. Es un todo terreno español el que seguirá la ruta de Eyre, un camino muy, muy largo y solitario. Permanecen ciertos elementos del pasado pero el presente aporta sus tributos. Dos tipos antagónicos de "peregrinos" se cruzarán con nosotros por estos desérticos y despoblados caminos.

Uno de ellos se materializa en los famosos "road train", el producto del presente. Son los camiones llamados "trenes de carretera" por su infinita largura. Con sus tres "vagones" y la titánica cabina pueden llegar a medir una longitud de ¡¡ 63 metros !! Estas serpientes metálicas articuladas se tragan lo que haga falta de kilómetros y todo lo que se le cruce en el camino, con un morro blindado mediante gigantescas defensas en previsión de la fauna que se cruce, llevan tal inercia que necesitan cientos de metros para detenerse. El "trucky" (camionero) siempre es bien recibido en las "road house" ("casas de carretera", las zonas de descanso en las áreas inhóspitas australiana) donde siempre disponen de sus propias salas y café y té gratuito. Por la inmensa y solitaria llanura de Nullarbor los únicos "oasis de vida" son estas viejas "road house", nacidas de un pozo de agua que generó una granja, una estación telegráfica o un puesto de observación. Eso sí, no abundan, puede haber cientos de kilómetros entre una y otra ... y tan sólo encontraremos rastrojos y arbustos sedientos que salpican esta inmensa soledad. O todo lo más, algún monolito con una placa en honor a las proezas de sus exploradores.

El segundo "viajero" que suele cruzarse en el camino no suele desplazarse por el carril contrario con luces y conociendo las reglas de circulación. No. Este "peregrino" del pasado que sigue su camino en el presente, suele saltar a la carretera sin previo aviso cuando menos te lo esperas, preferentemente por la noche. El no puede entender que su "gran hogar" esté cruzado ahora por una fauna blindada sobre ruedas. Los canguros no entienden de todo eso. Como buen marsupial tiene una intensa vida nocturna y es por eso que las carreteras se hacen especialmente peligrosas por las noches, para ellos y para los humanos. Su repentino brinco de entre la maleza que lo mantiene invisible provoca gran número de accidentes. Si se trata de un road train tan solo el canguro será la víctima porque el coloso lo fulmina al instante pero para los turismos y todo terrenos es otra historia, el choque puede tener resultados imprevisibles (el canguro rojo puede llegar a medir 2 metros de alto y pesar más de 100 kilos).

Nos quedamos impresionados por las decenas y decenas de canguros que aparecen atropellados por las carreteras. Una visión bastante dura de digerir pero los millones de canguros que pueblan la extensa tierra australiana y su itinerante actividad nocturna da lugar a su alto número de atropellos. Durante la primera etapa de la ruta por Australia vimos muchos más canguros muertos que vivos. Los choques con canguros son un peligro real para los automovilistas pero no hace peligrar la especie. Las cifras que el gobierno publicó recientemente indican que cada año deben de ser sacrificados 3 millones de estos prolíficos marsupiales. Su movilidad por todos los hábitat pone en peligro la supervivencia de otros animales de su entorno, además de causar graves trastornos a los granjeros y sus cultivos.

Y ¿qué decir del emu? Cuando se nos cruzó este pusilánime animal por primera vez en la carretera nos preguntamos ¿pero qué hace esa avestruz tan fea en medio de la carretera? No fueron términos muy científicos los que empleamos por el sobresalto que nos causó el desorientado animal pero el parentesco con su pariente africano es evidente, aunque más feo, algo más pequeño y con tan poca habilidad para volar como aquel. Tampoco faltan por el camino los cuerpos inertes del poco agraciado avechucho, aunque en un número muy inferior a los canguros.

La ruta de Eyre ha ido acercándose cada vez más al mar, nos salimos de la carretera general para poder experimentar lo que sintió este explorador hace siglo y medio. El viento es pavoroso, nos hace tambalear constantemente. Los carteles sobre las extremadas precauciones que se deben tomar los días ventosos para no ser arrojados al precipicio son insistentes. Advierten que son varias las personas que han sido arrastradas a los abismos marinos por Eolo. Muy fuertemente tenía que agarrar el tambaleante trípode mientras intentaba a duras penas grabar las imágenes del huracanado emplazamiento. Los colosales acantilados que recortan la accidentada costa no se quedan a la zaga en poderío pero no nos atrevemos a llegar al borde por temor a ser engullidos para siempre. Hicimos como pudimos un complicado campamento en las cercanías, teniendo que luchar contra el viento, encajar la tienda de José Enrique bajo unos arbustos cerrados para que no se convirtiese en una cometa y finalmente cocinamos encima del transportín metálico trasero. Una temeridad pero esta vez el frío vence al sentido común y queremos tomar algo caliente antes de irnos a dormir.

¡Y tuvimos nuestra recompensa! Ayer nos planteamos si seguir avanzando para huir del viento o montar el campamento ahí mismo y confiar que el viento aplacase su ira para permitirnos pisar el borde mismo del acantilado. Al final optamos padecer el viento con la secreta esperanza que se aplacase durante la noche y ... ¡así ocurrió!

Mereció realmente la pena, fue el mejor momento en el Nullarbor. Llegamos hasta el mismísimo borde del frente de acantilados, su espectacularidad sobrecoge. Miramos hacia abajo (no hay que tener ni una pizca de vértigo) y las olas feroces muerden y arañan la roca como un ser demoníaco poseído por un afán indescriptible de destrucción. La erosión es terrible y todos los años, este poderoso muro que parece inamovible, retrocede un poco. Estoy embelesada pero fijo la vista en algo que se mueve cerca de la base del acantilado, cuando me percato de lo que es no me lo puedo creer.

-¡Vicente, José Enrique, mirar ahí! -les grito totalmente eufórica.

-¿Dónde? -me contesta Vicente, más cercano a mí.

-¡Ahí, mira, son ballenas! ¡Una madre con su cría!

Era ya el colofón del Nullarbor. Teníamos ballenas a nuestros pies. Cada año estos enormes cetáceos se acercan a esta costa con sus crías, lo sabíamos pero la verdad es que no albergábamos ninguna esperanza de poder avistar alguna. Es un placer poder ver como retozan entre las olas con esa obligada parsimonia debida a su voluminosa envergadura.

Pero existe otro grupo itinerante, aunque éstos pertenecen a tierra firme, el que se reúne todos los años por el Nullabor muy cerca de donde lo hacen las titánicas ballenas. Una concentración sobre dos ruedas con solera se da cita desde hace 25 años entre las ciudades fronterizas del estado occidental y el estado meridional, Eucla y Border Village respectivamente. Motoristas de un estado y otro se reúnen en este emblemático lugar desde hace un cuarto de siglo para compartir jornadas con un fuerte sabor "aussie", termino que define y rememora el espíritu australiano más puro y auténtico de los inquebrantables pioneros del pasado siglo. José Enrique, motorista de vocación y corazón, y miembro activo del reputado "Club Pingüinos" www.lapinguinos.com no pudo resistir la tentación de intercambiar impresiones, anécdotas y por supuesto pins motorísticos de dichas concentraciones. Este grupo de veteranos fueron muy receptivos y animados e inmortalizaron el momento con la bandera pingüinera del afamado club español. Con estas últimas emociones comenzamos a dejar tras nosotros nuestro tránsito por esta simbólica tierra del Nullarbor.

La infinita carretera Eyre que iniciamos en Norseman concluye en la ciudad que los aborígenes hicieron llamar Ceduna, "lugar para sentarse y descansar". Así lo hacemos nosotros también, pero para tomar impulso hasta Port Augusta y comenzar el recorrido de las Cordillera Flinders. De nuevo la brújula vira bruscamente pero esta vez hacia el norte.

LOS TRAZOS DEL SUEÑO

En el año 1973 murió el último Adnyamathanha puro, "la gente de la colina", una tribu aborigen que durante miles de años había poblado estas montañas ricas en lugares arqueológicos con importantes petroglifos. Los descendientes de otras tribus viven la mayoría en ciudades pero todavía les une un fuerte lazo a la tierra que habitaron sus ancestros durante milenios.

El hombre blanco no hizo aparición por sus dominios hasta que el marino Matthew Flinders atracara en 1.802 con su barco Investigator en el Golfo Spencer y oteara las montañas que han sido bautizadas con su nombre, a pesar de no haberlas pisado. Unas montañas con el nombre de un marino.

Poco después le seguiría el intrépido Jonh Eyre y las montañas acabaron convirtiéndose en el hogar de numerosas granjas de ovejas. Las famosas ovejas australianas tan prodigas en lana que aun pastan por la zona entre canguros y asustadizos emus. Las minas de zafiros, rubíes y uranio fueron descubiertas por muchos puntos y las Flinders se revelaron como una tierra generosa.

En las carreteras y pistas que cruzan las vaguadas vamos encontrando unas curiosas varas medidoras. Sin habernos hablado de ellas es fácil deducir de qué se trata: son los indicadores de profundidad para la época de lluvias. Estamos en la época seca y nos resulta increíble que esta tierra tan árida y desangelada se convierta durante meses en lagunas, fangales y marismas. Hasta su cierre total por inundaciones estos indicadores de hasta cuatro metros muestran la posibilidad o imposibilidad del vadeo a los todo terrenos y camiones que se aventuran por las desaparecidas pistas. Cada año, el cielo derrama su anual llanto inconsolable y engulle la obra de los humanos.

Las Flinders son para muchos australianos seudónimo del "outback" australiano, esas zonas salvajes del interior que les permiten rememorar los escenarios por donde se movieron los exploradores del siglo pasado. Hemos de volver a usar los bidones de emergencia para evitar el riesgo de quedarnos sin combustible, hemos regresado a los grandes espacios abiertos del desierto tras más de un año desde que abandonamos el último. Cuando los utilizamos por primera vez en este nuevo continente, rodeados de esa tierra roja tan australiana, se nos viene a la mente lo que escribimos de nuestro repostado de bidones en el último gran desierto que pisamos en Asia, el del Thar (Crónica 33): "Será el último repostado en el desierto durante mucho tiempo, es un acción repleta de significado ... nos surge la pregunta, ¿cuándo volveremos a utilizar los bidones de emergencia? Seguramente dentro de muchos, muchísimos meses, quizás más de un año. Tal vez sea en ... ¿Australia?" Así ha sido pero el hecho va mucho más lejos. José Enrique estaba con nosotros ese día en el Rajastán y ¿quién nos iba a decir que volvería a estar con nosotros en el siguiente repostado en un desierto de la otra punta del globo? La vida es realmente impredecible.

Trepamos por las colinas hasta alcanzar Arkaroo Rock, recorremos el estrecho Cañón Sagrado y seguimos el lecho del río por la garganta de Chambers para llegar a los rincones más emblemáticos de los pueblos aborígenes. En el transcurso de los siglos, los aborígenes han dejado señales que permitían avisar a sus congéneres sobre la existencia de un manantial, canguros y emus para comer, refugios contra el viento, reflejar los ritos de iniciación de aquellos impacientes niños deseosos de convertirse en verdaderos hombres o prosaicas escenas de su vida cotidiana. Las Flinders, un lugar aborigen en las montañas con nombre de un explorador del mar, no tiene un paisaje espectacular pero encierra pequeños grandes tesoros que pueden ayudar a comprender mejor su secretos.

El frío disminuye ligeramente en las Flinders y aunque nos tenemos que abrigar bien la mayoría de las noches que se van sucediendo, ya podemos cenar con tiempo y charlar tranquilamente con la cálida bendición de una buena hoguera de campamento. Las llamas siempre nos embelesan, su hálito y el paisaje que nos rodea es exactamente el mismo que inspiraba los trazos difusos del sueño aborigen, de aquellos ancestros que concibieron este gran sueño creador de la vida pero también la muerte. Nos movemos entre las huellas que dejaron en las rocas las manos de los artistas prehistóricos, de un pueblo que saltó violenta y trágicamentemente del paleolítico a la edad moderna cuando hicieron su aparición unos barcos de una lejana isla del otro lado del globo.

EL PERRO QUE SE OLVIDÓ DE LADRAR

Las ondulantes pistas de las Flinders se funden con la rasa y monótona pista de Oodnadatta, nuestro inmediato punto de rodaje que nos permitirá pasar más jornadas a través del outback austral. A pesar de su aburrida monotonía existen por ellas hitos muy singulares. El primero de ellos nos lo topamos poco después de dejar atrás la población de Marree: la valla más larga de la tierra, ¡5.400 kilómetros de recorrido! Su misión es tener controlado a un animal que llegó a Australia de la mano del hombre hace 4.000 años: el dingo. La apariencia del dingo es la de un perro callejero normal y corriente, su primigenio carácter doméstico cuando fue introducido en la isla se perdió en la noche de los tiempos, sólo los aborígenes fueron capaces de domesticarlos para la caza y proteger sus campamentos. Pero ahora, el perro aullador, pues curiosamente no sabe ladrar, es un auténtico peligro para el ganado. Una pareja de dingos podría matar en una sola noche docenas de borregos incluso sin tener necesidad imperiosa de comer. La kilométrica valla se ha convertido en la barrera artificial más larga del mundo e intenta que (junto a medidas tan drásticas como el veneno y las trampas) el perro salvaje del norte y oeste del país no se vuelva a introducir en el sur, de donde ha sido expulsado.

Ahora estamos en territorio de dingos, que se une al pequeño detalle de que en Australia habitan cuatro de las serpientes mortales más peligrosas del mundo. Ninguna de ambas cosas le hace gracia a José Enrique ... que es el único de los tres que duerme a ras de suelo. Pero seguimos con buen humor y templanza durante las campadas nocturnas.

Bordeamos el magno lago Eyre, el sexto más gran del mundo, y llegamos al atardecer a la boca de los aislados manantiales de Bubbler y Blanches Cup. Mientras el sol tenuemente difumina en el horizonte su áureo resplandor, la noche se nos echa encima sin paliativos brindándonos un espectacular cielo estrellado. No hay luna, no hay árboles, no hay relieve de ningún tipo. La Vía Láctea aparece incólume, con un cosmos donde incontables estrellas se aprietan unas contra otras. Vemos la mítica Estrella del Sur, la que orientó y salvó la vida de los marineros que se han movido por el hemisferio sur durante siglos. Si no fuera porque al frío se le ha unido un gélido viento que nos deja ateridos, nos tumbaríamos en el suelo para dejarnos acunar por el fulgor de los noctámbulos astros.

El brillo de la inmensidad salina albina que nos rodea nos da la bienvenida a una mañana firme y despejada. El sol nos convida a salir de los sacos de dormir con sus madrugadores cálidos rayos y nos promete una buena jornada. Los dos manantiales de aguas termales han menguado poco a poco sus dimensiones originales desde que la tierra abrió sus fauces para regurgitarlos. Los aborígenes interpretan de una forma más romántica que la pura geología otro de los muchos sueños que sus ancestros vivieron en este escenario tan proclive a dejar correr la imaginación. Hace mucho, mucho tiempo un respetable ancestro cazó a la gran serpiente que vivía bajo tierra. Tras matarla la desenterró y en la tierra quedó marcada su cabeza (la forma circular de la Bubbler Springs) y su cuerpo (el ondulante y estrecho curso de la salida de aguas de la Bubbler Springs). Cavó un enorme agujero en la tierra, la enroscó y la cocinó (generando el círculo del manantial Blanches Cup, donde las burbujas gorgotean sin cesar). Su cabeza cortada fue arrojada a la salina cercana, donde fue cubierta por la tierra y la sal (la colina de Hamilton).

Los recuerdos de la Gran Línea de Ferrocarril del Norte y de la Línea de Telégrafos Overland son unos de los episodios más épicos de los esfuerzos de los pioneros por comunicar al nuevo país. Las diminutas y esporádicas poblaciones de la pista se cuidan de seguir rememorándolo y que no se destierre de la memoria. William Creek, con sus 10 habitantes, es el punto de inflexión que definitivamente nos separa de la Oodnadatta Track. A través de una pista castigada en varios tramos por la odiosa chapa ondulada nos acercamos tras 170 kilómetros de polvoriento camino a Coober Pedy, la ciudad troglodita, el termitero del hombre blanco.

Resto de crónicas de la ruta

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Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.