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Crónica 7,

Egipto I - Siwa, el paraiso perdido

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Egipto

Los últimos rayos de sol se ponían sobre las casetas de la aduana libia. Nos detenemos quinientos metros antes de llegar y Vicente para el motor.

-Qué piensas. ¿Intentamos cruzar la frontera o esperamos a mañana? -Pregunté a Vicente.

-Me estaba planteando el mismo dilema. La aduana está abierta y los libios son rápidos con los trámites pero a los egipcios les encanta la burocracia y la última vez tardamos 6 horas. Como hoy tarden lo mismo ... nos cierran los despachos a mitad del papeleo y nos toca dormir en tierra de nadie. Creo que lo mejor sería esperar a mañana e iniciar los trámites bien descansados.

-Me has leído el pensamiento. Aquí estamos bien para pasar la noche y ... ¡mira!, ahí tenemos un pequeño restaurante donde podríamos cenar. -Le contesté mientras señalaba un pequeño local al borde de la carretera.

-Perfecto. Nos quedamos aquí mismo y descansamos.

Cenamos en ese mismo restaurante, al lado del último puesto de policía anterior a la frontera. Una buena ración de chuletas de cordero que cortaban ante nosotros de la pieza que colgaba de un gancho a la entrada del local, con la precaución de tenerla envuelta convenientemente con una tela blanca que la protegiese del polvo y los insectos. Ensalada de tomate, pepino y perejil, bananas de postre y té. El cordero estaba delicioso y fue nuestra cena de despedida del sorprendente territorio libio.

Pedimos permiso al jefe del control policial para levantar a su lado la tienda Inesca sobre el techo del Montero. Les encantó tener huéspedes extranjeros y se desvivieron por encontrar un sitio llano y silencioso. Por la mañana vino la sorpresa, tras intercambiar los "salama" pertinentes con los agentes, el jefe del puesto se acercó con una bandeja que contenía una tetera, un par de vasitos, pan, queso y agua fresca. ¡Nos habían preparado el desayuno!, realmente la hospitalidad de este país no tiene límites.

Nos despedimos dando infinitas gracias a nuestros amables anfitriones y entramos en la aduana Libia.

Germani, italiani,... Nos preguntaban los aduaneros libios. No, somos españoles, le replicamos por enésima vez a una pregunta que se repite miles de veces. ¡Ah! Españoles, quais, quais (que significa bien, bueno, "guays") al mismo tiempo que nos daban la mano y esbozaban una enorme sonrisa. Hasta el último momento continúan siendo unos perfectos anfitriones. Los trámites libios apenas nos ocuparon media hora y comenzaba el cruce de la frontera egipcia.

La última vez, en el 93, cuando salimos de Aqaba (Jordania) y entramos a Egipto por Nuweiba el registro fue una pesadilla. Todo el equipaje tirado por el suelo durante horas y examinado exhaustivamente mientras Vicente, acompañado por un "Tourist Police", iba de ventanilla en ventanilla soltando dinero en cada una de ellas.

Esperábamos un episodio similar, pero para sorpresa nuestra el registro del coche fue mucho más sencillo y relajado, aunque el desembolso de dinero fue tremendo. El hecho de "desplumar" al extranjero será la práctica habitual mientras se visite Egipto. Abusan y tratan de sacar el máximo provecho de cualquier extranjero que vean, les da lo mismo que sea un mochilero o que lleve un Rolex de oro en la muñeca. Es un extranjero y eso basta, hay "tasas administrativas" del gobierno por cualquier cosa, muchos lugares arqueológicos los dividen en varias partes para así poner varias entradas y a ese "desplume" se apuntan taxistas, restaurantes, cafés, fruterías, supermercados, kioskos, ... ¡todos! y oiremos la "exigencia" de "bakshis"(propina) cada vez que paremos de andar. Es un país precioso, algo único e inolvidable pero parece que lo han construido para que se disfrute tan solo si se viene como turista en un tour organizado ya que eso suprime muchos de estos aspectos por los que hemos de pasar los viajeros "por libre".

Y si se viene con coche propio ... es el no va más de las "tasas". Creo que se frotan las manos cada vez que llega un automóvil extranjero. La amabilidad es incuestionable y siempre hay algún funcionario piadoso que invita a un té o a un refresco durante las horas que duran los trámites. Esta vez ... tan solo hemos tardado dos horas y media y fuimos muy mimados pero nos costó 50.000 pts. (300 US$) las tasas de entrada del vehículo, 1.250 pts. (8,5 US$) el seguro y otras 1.700 pts. (12 US$) por el alquiler de la matrícula egipcia. En total 53.000 pts. y todavía no habíamos hecho ni un kilómetro. Eso sin incluir los visados (7.400 pts. los dos, 50 US$) y el Carnet de Passage para el coche que ya traíamos de Madrid. En fin, es el precio por visitar un lugar único en el mundo por cuenta propia.

EL OTRO EGIPTO

El mítico río Nilo es la savia que da vida a un país donde más del 90% de su territorio está dominado por el imperio implacable del desierto. A sus orillas se desarrolló el imperio faraónico que tantas bellezas artísticas y arquitectónicas nos ha legado.. pero precisamente más allá de las fértiles aguas de la simbólica arteria regeneradora de vida, existen otros "imperios" que a su manera han marcado la historia de una zona más inhóspita. Hacia ellas nos encaminamos.

Desde el puesto fronterizo de Sallum seguimos dirección este hasta la ciudad costera de Marsa Matruh pero es aquí donde quebramos bruscamente el rumbo hacia el sur, emplazando la invitación que el Nilo nos hace para emprender la ruta de los oasis occidentales del gran desierto. Trescientos kilómetros nos separaban del histórico oasis de Siwa. Una carretera que cruza un monótono y desolado desierto, ralo, llano, sin vida. Dos o tres camiones se nos cruzan, nos saludan con sus escandalosas bocinas.

Pocos kilómetros antes de llegar a Siwa las formaciones rocosas de forma piramidal son los estandartes que delatan las estructuras pétreas que configuran el oasis y le convierten en sus señas de identidad geológica. No en balde, estas formaciones piramidales permitieron albergar las tumbas de egipcios de la época faraónica ptolemaica, realojadas más tarde por los romanos. Aun es posible penetrar en algunas de ellas para descubrir las pinturas que cubrían las paredes y techo de los antiquísimos nichos de los gobernadores faraónicos como las del jebel al-Mawta o Montaña de la Muerte.

Pero Siwa nos rebela un mundo aparte, un paraíso perdido, desde cualquier punto de vista. Es como si viviese al margen del turismo que invade el resto del país y donde la tradición bereber sigue estando vigente, pero en un ambiente muy conservador.

Sus habitantes son tranquilos, respetuosos, viven su vida sin inmiscuirse en la de los extranjeros que acuden a conocer su idílico rincón en el árido emplazamiento que le rodea, pero obviamente al mismo tiempo piden respeto. Sus mujeres cubiertas de pies a cabeza con sus tarfodit, mantos azulados y grises, se trasladan sobre los carros tirados por borriquillos, que son los que componen básicamente el tráfico de su "capital", Shali. En ella, por la "pirámide" rocosa que se eleva sobre la ciudad, trepa la antigua población fortificada. Erigida en el siglo XIII, se fortificó para defenderse de los ataques beduinos y de todos aquellos que ambicionan y envidiaban el lugar privilegiado que representa Siwa. Pero ya en nuestro siglo, unas lluvias torrenciales en 1920 "fundieron" sus muros de barro y sus habitantes se rindieron a la evidencia levantando una nueva ciudad a sus pies. La "vieja" continua sobre sus cabezas para que no olviden su historia.

Los carromatos dejan una estela de polvo que seguimos por las pistas que recorren el laberinto de sus fértiles palmerales. Dátiles, aceitunas, árboles frutales, higos, viñas, limoneros, tomamos un nuevo recodo y aparece... el llamado "baño de Cleopatra", una piscina natural de agua de manantial (una de las más de 280 que existen en el oasis aunque en la antigüedad contaron con más de 1.000) y uno de los lugares predilectos de los lugareños para darse un buen chapuzón... pero solo los hombres.

Las mujeres no pueden bañarse mientras haya hombres bañándose o en las cercanías y es difícil encontrar un momento solitario. Pero me negaba a marcharme del oasis con tan sólo meter las manos en estas piscinas naturales.

LA ISLA DE LA FANTASÍA

Estamos en el corazón del desierto pero ... estamos entre dos gigantescos lagos, son los milagros del sahara. Se trata de dos inmensos depósitos de agua salada y en el menor de ellos, Zituna, las salinas configuran al atardecer un precioso espectáculo de brillos arrancados por el sol a la espesa y abundante concentración salina de un blanco cegador, aunque en algunas zonas adquiere un color burdeos y en otras azul turquesa.

Y en el gigantesco lago Siwa existe también un rincón privilegiado: la isla Fatnas ("Isla de la Fantasía"). Nosotros la conocimos justo antes de la puesta de sol y accedimos a ella ... ¡por tierra!, puesto que los lugareños la han unido a tierra firme con una corta y estrecha carretera. Es uno de los lugares más paradisíacos de este oasis: su propio manantial con piscina natural, una lujuriante vegetación, infinitas palmeras datileras, unos pocos cultivos a la sombra de los árboles y las más espectaculares puestas de sol sobre el gran lago. Las palmeras parecen querer estirarse para alcanzar el sol. Nos sentamos en la orilla mientras el astro solar ríela sobre las aguas de la laguna ocultándose tras el jebel Jafaral, en la otra orilla, como si fuese una bola de fuego incandescente. Con su intenso color rojizo nos hipnotiza y nuestra vista se queda clavada en el horizonte hasta su último suspiro.

El manantial está lleno de lugareños bañándose, casi siempre hay alguien dándose un chapuzón pero este es el momento predilecto para la población local. Hay tres chicas extranjeras que tan solo se remojan los pies pero yo sigo con la idea de darme un baño ... Durante la semana que estuvimos en este Edén estuvimos observando las costumbres de los pobladores de este oasis y al poco nos dimos cuenta que entre las 2 y las 5 de la tarde, hora del almuerzo, del extremo calor y de la siesta ... nadie se mueve de sus casas. Era el momento perfecto. Así, Vicente y yo pudimos disfrutar de baños en toda regla en las cristalinas y fresca aguas del manantial de la isla de Fatnas. Parecía más una operación de espías que un simple baño en un oasis.

Paseando por la ciudad nos paramos en un puesto de enormes aceitunas, uno de las producciones más abundantes del oasis. Su dueño un egipcio de mediana edad con unos enormes y risueños ojos azules se encuentra triturando limones para preparar el aliño de las renombradas aceitunas de Siwa, no en balde en el Antiguo Imperio se le conocía como el "País del Olivo". Nos invita a pasar a su almacén. Rafah y yo conversamos, dentro de un limitado inglés, sobre su trabajo y España, Al-Andalus para él por la historia que conoce de nuestro país. Las "zitunas", como se dice en árabe y de donde proviene nuestra denominación de tal producto, estaban buenísimas y tras un apretón de manos, sin un intento de querer venderme una de las enormes garrafas para hacer negocio, nos despedimos, "salama, Rafah" "salama, Marián ". Así da gusto.

ALEJANDRO MAGNO, REY DE REYES

Uno de los personajes más insignes que visitaron este paradisiaco rincón fue Alejandro Magno. En la colina de Aghurmi, arropado por una antigua villa-fortificada (abandonada en 1926) se halla el antaño reputado Templo del Oráculo. Alejandro recibió la confirmación como hijo del dios Zeus y de Amón de dicho Oráculo, lo cual le supuso ser reconocido como rey de Egipto. El Templo ya no rezuma de la grandeza que ostento en su época de máximo esplendor pero allí seguía en pie, entre las murallas y paredes de la vieja medina de ladrillos de adobe, después de más de dos milenios de larga historia.

En el año 95 una arqueóloga griega creyó haber encontrado la tumba de Alejandro, uno de los desafíos arqueológicos más fascinantes de la historia pero... fue una falsa alarma, el reto aun sigue en pie. El macedonio no se deja encontrar fácilmente poniendo constantemente a prueba nuestra insaciable curiosidad histórica, tras 25 siglos de misterio.

Vamos explorando los alrededores, todo es desierto. Es como pasar por un agujero negro que nos traslada a otra dimensión. Ahí están las necrópolis de Duheiba y de Bilad al Rom , ahora son una infinidad de cuevas vacías en sus respectivos jebeles. Donde hay agua hay vida, surgen las palmeras y ahí nace un pueblo de casas de adobe, la tierra se ve enriquecida por canales y por cultivos ... es casi mágico. Llegamos al jebel Jafaral dando toda la vuelta al lago, desde este enclave insular divisamos con toda claridad el inmenso mar de dunas que se extiende ampliamente hasta Libia, pues la frontera se encuentra cerca. Cuenta una leyenda que cuando los persas invadieron Egipto, Cambyse, hijo de Cyrus, marchó a la cabeza de un ejército de 35.000 hombres hacia el oasis de Siwa pero... nunca llegó a alcanzarlo desapareciendo entre las arenas y como el fantasma de un castillo que acude a su cita puntualmente, todos las atardeceres los lugareños dicen atisbar sobre las dunas del desierto las tropas del persa Cambyse vagando por las arenas.

Como el Loto de la Isla de Jerba, los misterios y las leyendas de Siwa envueltas entre la sombra de las palmeras e inagotables manantiales nos provocan el mismo efecto hipnotizador de la ya lejana isla tunecina. Dejarnos atrapar por esta relajante quietud y reconfortante belleza natural durante mucho, mucho tiempo es una tentación muy placentera pero tras una semana... nuestro espíritu de nómadas nos recuerda que debemos continuar camino hacia las otras "islas del sahara".

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.