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Crónica 64,

Tailandia Norte - El triángulo de oro

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Tailandia

La frontera está abierta sin problemas, los enfrentamientos de los ejércitos tailandés y birmano en la línea divisoria norte de sus respectivos países tan solo cerraron este puesto fronterizo al principio de las hostilidades. Fue una medida precautoria porque el epicentro del enfrentamiento está a escasos kilómetros de Chiang Saeng (en Tailandia) y Huay Xai (al otro lado del Mekong, en Laos), donde nos encontramos ahora. Cuando el ardor guerrero de ambos bandos se sosegó lo reabrieron. El ejército tailandés se ha limitado a cortar el acceso a las zonas calientes pero no ha cerrado esa frontera con Laos, un alivio para nosotros, pero la cercanía de la zona en conflicto Mae Sai- podría cerrarla repentinamente.

Lo importante para nosotros es que hoy todo está tranquilo y que tenemos la barcaza que nos cruzará el Mekong justo delante de nosotros. Los trámites laosianos de aduana e inmigración se hacen en 10 minutos y avanzamos hasta pararnos detrás de un camión que también espera para cruzar.-¡Pase, pase primero! -nos dice enérgico el encargado de la barcaza que nos va a cruzar el impresionante Mekong.

-No tenemos prisa, si el camión estaba primero ya entramos nosotros tras él -le contesta Vicente, en parte porque era verdad que el camión había llegado antes que nosotros y en parte porque no nos gusta entrar los primeros en una plataforma flotante de esas características.

-No importa. Suba, suba.

-No hay prisa, que embarque él.

-Primero ustedes.

-Primero él.

-¡Que entre, tenemos prisa!

-Pues entonces que entre él, está delante.

Pues ganó el barquero a cabezota. No hubo nada que hacer. Arrancamos, adelantamos al camión y una vez dentro seguimos las indicaciones y voces del barquero.

-Siga ... siga ... siga.

-Pero si ya cabe el camión.

-Siga, siga. -ratifica el barquero y Vicente sigue, sigue.

-Aquí ya está bien.

-No, más, más. -Y Vicente más y más adelante a velocidad de tortuga ya que no hay barandilla que haga de tope al final de la plataforma.

-¡Qué ya está aquí el agua, me va a tirar por la borda!

-No, queda un poco, siga, siga.

-Ya vale, me paro aquí, no sigo -le dice Vicente tras avanzar los últimos treinta centímetros y girar la llave para cortar el contacto.

El barquero ve que ya no hay nada que hacer y va corriendo a la otra punta de la barcaza para indicar la maniobra al gran mastodonte que está esperando al borde mismo de la rampa. Ahora lo entendemos todo, no era galantería eso de pasar los primeros " ¡nos estaban usando de contrapeso para que entrase el camión con mayor facilidad! Estaba cargado hasta arriba de madera y para evitar que la rampa se hundiese demasiado al notar su peso " nos mandaron a la otra punta, hasta casi tirarnos por la borda.

Cuando zarpamos, Vicente arrancó el Montero y lo retrocedió un metro ya que realmente nuestro todo terreno estaba demasiado al borde del agua. El suelo estaba muy estriado y en principio los vehículos no se tienen por qué mover pero por si viene una sacudida fuerte del agua, o se suelta el cable que sujeta esa segunda rampa - hay una a cada lado- mejor no estar tan cerca del líquido elemento.

La batalla que ganó el barquero para hacernos subir primero nos salvó de una buena. Al desembarcar salimos sin problemas pero el camión cuando bajó por la rampa sufrió un deslizamiento de carga, se le cayeron las maderas hacia atrás con un estruendo tremendo, se le levantó el eje delantero, su morro apuntó al cielo y se quedó atascado con medio cuerpo en volandas sobre la tierra y medio sobre la barcaza que danzaba al ritmo del Mekong. Si llegamos a estar justo detrás todas las maderas nos hubiesen caído encima atravesando el parabrisas. Menudo final más tonto. Realmente uno nunca sabe donde está la fatalidad. Nosotros preocupados por el enfrentamiento bélico y al final el peligro real estaba en la carga de un camión. También nos libramos de ésta. Siendo positivos –sin ser aplastados- habríamos estado horas y horas atascados, que era la pinta que tenía la situación, el procedimiento estaba claro: encontrar un grupo de trabajo, descender todas las maderas a la plataforma flotante para que el camión recuperase su centro de gravedad y entonces cargarlas a pulso y llevarlas a tierra firme.

Eso sí, el camionero no perdió "la cara" como dicen por aquí. "Perder la cara" implica perder los papeles y si te irritas o enfadas en público tu prestigio queda por los suelos. Así que te tragas las bilis y sonríes como si no pasará nada. Me resulta tan difícil imaginar esta actitud en nuestra querida España con lo temperamentales que somos. Tras el conato de infarto contemplando la escena e imaginándonos debajo salimos raudos para que nos sellen los pasaportes, la aduana tailandesa siempre es un paseo pero en treinta minutos cierran inmigración y no nos apetece dormir acampados en el minúsculo, húmedo y caluroso muelle.

Las carreteras son estupendas, es como un cambio de canal cuando se pulsa el mando a distancia y aparece en la pantalla un programa que no tiene nada que ver con el que estábamos viendo hace un segundo. Nos parece lejano lo vivido hace tan solo unas horas, dando brincos, vadeando riachuelos y acelerando en barrizales para no quedarnos atascados en las pistas de la empobrecida pero encantadora Laos.

Llegamos por la noche a Chiang Rai, el tráfico es reposado y nos orientamos muy bien hasta llegar a la guest house que habíamos elegido: un viejo caserón no muy lejos del río Kok. Dispone de un amplio jardín donde podemos dejar reposar seguro a nuestro Montero. La casera nos recibe rodeada de más de media docena de perros salchichas bastante escandalosos y juguetones que van dando resbalones por el suelo, debido a sus largas uñas, cuando se persiguen los unos a los otros.

Salimos a cenar al mercado nocturno, siempre hay un mercado nocturno, es la temperatura más suave del día, que no quiere decir que haga "fresco" sino "menos calor". Los puestos de verduras y frutas se repiten idénticamente unos junto a los otros, entre un bullicio dialéctico bastante animado entre vendedores y compradores. En uno de los puestecillos ambulantes vemos humear nuestra debilidad: pinchitos tostántose sobre brasas. No hay nada más que pensar, allí mismo rendimos buena cuenta de ellos, alternando el pollo y el cerdo del mismo modo que a veces eran naturales y otras con salsa agridulce. También sirven sopas pero no nos apetece, demasiado calor para variar. La vista se nos va hacia los manojos de patas fritas de pollo que se dejan escurrir sobre la estraza el aceite donde las han churruscado, otras patas fueron hervidas en un perolo y una de ellas ahora flota en un tazón de sopa donde, como náufraga desesperada, se ha agarrado a un trozo de nabo a la deriva. Un helado de postre nos permite sofocar el bochorno mientras nos dirigimos a la guest house. Un buena ducha fría antes de meternos en la cama es el toque definitivo, ni nos secamos, nos dejamos caer bajo el ventilador de techo que apunta directo a nuestros cuerpos.

La mañana amanece potente con un sol de justicia pero los fieles no parecen muy madrugadores. Sólo un par de monjes rezan ante la imagen de un Buda de jade que alberga el templo más venerado de la ciudad, el Phra Kaew, bautizado en su origen como Paa Yia ("Bosque de Bambú"). En cambio, en el templo de madera Phra Sing -erigido allá por el s. XIV- rebosa de actividad, los monjes están atareados componiendo un collage con las fotos de las fiestas del último Pimai que tanta actividad (¡y guerras de agua!) generó entre la comunidad budista. Desde Chiang Rai es posible acercarse a las tribus del norte pero nos decantamos por Chiang Mai como punto de partida. Esta última es un enclave más interesante desde el punto de vista artístico e histórico con su emplazamiento cuajado de artesanos, templos y estupas budistas.

CARAVANAS DE ORIENTE

Chiang Mai fue rodeada por las murallas que el rey tai Mengrai, su fundador, levantara a finales del siglo XIII. Siglos después concretamente en 1.800 el rey Kavila erigiría las murallas de ladrillos interiores que rodean al casco antiguo. Los birmanos arrebataron la ciudad a los tais en el siglo XVI pero ya en el siglo XV su sólida fortificación comenzó a ser frecuentada por las caravanas de los chinos musulmanes procedentes de la provincia china de Yunnan, transportando sus productos hacia el puerto de Mawlamyine en Birmania (actual Myanmar). Ponies y mulas pululaban por la ciudad cargadas de los objetos más deseados y preciados: hacia el sur iban cargados de oro, plata, seda, opio, té, objetos lacados y frutos secos. Hacia el norte cobre, algodón, betel, tabaco, marfil y nidos comestibles de pájaros. El uso de los ponies y las mulas en lugar de emplear los elefantes, búfalos y bueyes, como era lo usual en el Sudeste Asiático, fue debido a la tradición heredada de las invasiones mongolas.

Fue a finales del siglo XIX cuando muchos de los artesanos de China, del norte de Birmania y de Laos se establecieron en la región para producir los objetos que tanto se solicitaban y de esta forma participar regularmente en el comercio regional, menguando el trasiego caravanero de los cuatro siglos precedentes. Hoy en día, a tan solo unos pocos kilómetros de Chiang Mai, es posible adentrarse en pueblos de artesanos que han heredado la técnica de antaño. Vamos a Baw Sang, donde los artesanos confeccionan las sombrillas de papel y algodón pintadas con una variedad de colores y tamaños extraordinario. Callejeamos por San Kamphaeng, entre soberbias manufacturas de seda, plata y los objetos lacados con un resultado tan logrado como en la época de las caravanas. En Ban Wan, Hang Dong y Ban Thawai prefirieron especializarse en el exquisito moldeaje de la madera, haciendo brotar de los troncos figuras y formas excepcionales.

El mercado de noche de Chiang Mai está al lado del antiguo bazar. Desde luego que en animación no le envidiará mucho a su vetusto predecesor. Pero en realidad se ha convertido en un mercado destinado al turismo. Atractivos no les falta porque realmente tiene una variedad y cantidad de productos increíbles mezclados -¡cómo no!- con los típicos recuerdos horteras y kirsh que nunca faltan en los mercadillos. Sin duda alguna la mezcla de rostros y procedencias seguro que también es tan diversa y ecléctica como lo fue antaño. Ahora no son los ponies y mulas los que aguardan en los aledaños sino los inconfundibles tuk-tuk (motocarro-taxi de tres ruedas) que esperan transportar a los turistas cargados a sus hoteles con figuras de Budas esculpidos en madera o en cobre, faldas de algodón, sombrillas de papel pintado o productos provenientes de las diversas etnias tribales que pueblan sus montañas cercanas.

Chiang Mai es la ciudad preferida de los tailandeses por su rica historia, su floreciente comercio y sus bellos y numerosos templos. Emprendimos el descubrimiento de la ciudad diurna con un ánimo que se fue empapando de sudor a medida que avanzaban las horas. Los templos se sucedían sin cesar así como el trasiego de los fieles con sus ofrendas a su idolatrado Buda y sus incondicionales guardianes: las serpientes-dragón Nagas y los monjes. En las tiendas y supermercados se habilitan unos cubos de color azafrán para donar a los templos donde encontrará el kit del perfecto "donante devoto": una linterna, un repuesto de pilas (en su versión modesta velas y cerillas), un paquete de arroz, un bote de leche condensada, un bote de Nescafé, un par de paquetes de noodles, jabón, cepillos de dientes y pasta dentífrica entre otras cosas de primera necesidad. Todo ello en un barreño o cubo a juego con el color azafrán que visten los monjes. La sobria vida monacal sabrá sacarle partido a la práctica donación. La sonrisa nunca les falta en los rostros a fieles y monjes siempre que te diriges a ellos. Los feligreses depositan sus donaciones en una tarima dispuesta en un rincón del santuario y luego se postran ante la figura imponente de su líder espiritual al que habrán obsequiado con flores de loto y frutas. Y siempre la imagen de Buda que todos y cada uno de sus templos guardan como el mejor tesoro.

El recinto amurallado el wat Phra Singh contiene una estatua de Buda idéntica a otras dos figuras que descansan en Bangkok y en Nakhon Si Thammarat. Dicha figura se supone venida de Sri Lanka y al haber viajado tanto de un templo a otro por todo el país ya no sabe si es la auténtica o la copia. En el wat Chian Man otra polémica se cierne en torno a la figura de Buda que dicen tener 2.500 años pero es que no existe una imagen de Buda más antigua a los dos mil años. En la primera época budista estaba prohibida la representación de su imagen y siempre se realizaba a través de motivos alegóricos. Otras figuras se albergan en este templo, como un bajorrelieve de Buda de pié, un Buda sentado de cristal con 1.800 años de edad y otro Buda de plata forman parte de la vetusta congregación de estos sagrados inquilinos.

Los impresionantes wat de Chedi Luang y Phan Tao encierran no menos tesoros que sus compañeros. El primero de ellos contiene una gran estupa del siglo XV que ha sido restaurada entre la UNESCO y el gobierno japonés. Y en el wat Phan Tao posee el más antiguo y grande "wihaan" (capilla central) en madera que forma parte de los tesoros sagrados de Chiang Mai, una ciudad moderna con un pasado recordado en sus templos y animados bazares.

También es una ciudad de desmesurados contrastes. En el centro de la ciudad bares y discotecas con un clara corriente decadente frívola de diversiones, alcohol y chicas jóvenes que no dejan muchas dudas sobre su modo de ganarse la vida. A las afueras de la ciudad los centros de meditación para acercarse al Nirvana y que no sólo atrae a los tailandeses. Los extranjeros de las procedencias más variadas también han encontrado en lugares como el wat Ram Poeng (conocido también como Tapotaram) el lugar perfecto para estudiar el "vipassana" (meditación budista). Los musulmanes, hindúes y sikhs también tienen sus lugares de culto en Chiang Mai para adorar a sus dioses. Sin lugar a dudas, se le podría denominar la ciudad de los mil y un templos.

Así es Chiang Mai, una ciudad que tiene cabida para todos, tanto los que buscan su perdición terrenal como los que buscan su salvación espiritual. Centro de decadencia y lujuria, hogar de artesanos y meca de muchas almas en búsqueda de la paz y felicidad.

LA NOCHE DE LAS SOMBRAS

Los 200 kilómetros de curvas y jungla frondosa que al noroeste de Chiang Mai nos escoltan durante el camino, nos acercan hasta la minúscula localidad de Soppong. Esta ascensión permite menguar un poco, aunque no todo lo que hubiésemos deseado, el sopor calorífico de la ciudad de los mil y un templos y Budas.

Soppong es una tranquila población, lindando con Birmania es el corazón de las montañas donde residen muchas minorías étnicas del norte de Tailandia. Llegamos a las 9 de la noche y el pueblo ya está aletargado por la ausencia de claridad. Comemos de nuestras provisiones y decidimos elegir como lugar de acampada el patio de un solitario y enorme monasterio budista que se muestra sosegado y sin ninguna actividad. Aparcamos en un discreto rincón, a los pies de la estupa y junto al muro que lo rodea. Todo muy rápido para no molestar en caso que hubiese monjes: llegar, localizar el lugar, silenciar el motor, apagar las luces y levantar la tienda sobre el techo. Diez minutos después Vicente ya dormía como un tronco (se había merendado doscientos kilómetros de curvas cerradas) y yo me quedé en esa duermevela previo al sueño..

-Vicente, despierta. Hay un coche que ha entrado.

-¿Qué pasa? ¿Qué dices? -contesta somnoliento sin haber entendido lo que decía.

-Hay un coche que se ha parado delante de nosotros y nos alumbra.

-Pues serán los monjes que han regresado y al ver el coche se han parado con el coche que les haya traído.

-Es que tienen las largas puestas sobre nosotros y no se mueven.

-Será para vernos mejor, ahora se irán a dormir en cuanto sacien su curiosidad.

-No se van. Se bajan y vienen hacia aquí -le digo preocupada al oír claramente las puertas abrirse y cerrarse.

-Serán los monjes, ¿Quién va a ser a estas horas y en este lugar? Si no nos asomamos se irán aburridos. Ya lo verás. Tranquila, si no hacemos ruido se creerán que estamos dormidos y se irán. No cuchicheemos más que nos van a oír. Ya les saludaremos mañana.

-Vicente, que nos están rodeando, no es broma. -Ya Vicente se reincorpora porque ha oído tan bien como yo el corretear alrededor del todo terreno ... y luego el silencio. Las luces siguen alumbrando con toda su potencia nuestro campamento. Abro unos milímetros la tela de una de las ventanas y asomo un ojo desde nuestra atalaya y no me lo puedo creer. Me tumbo otra vez y me dirijo a la oreja de Vicente.

-¡Hay gente armada! ¡Están armados con fusiles, veo los cañones! -le digo ya realmente preocupada.

-¡Déjate de tonterías! ¿Seguro? -Vicente empieza a abrir una esquina de la ventana de su lado para mirar a su vez y decirme bajito que el de su lado tiene un fusil de asalto. Casi ni respirábamos cuando unos tremendos golpetazos en la chapa nos dan un sobresalto que casi nos hace atravesar el techo de fibra del brinco que dimos.

Una voz enérgica grita algo ininteligible para nosotros, lo suponemos tailandés. Nos mantenemos en silencio. La voz vuelve a gritar, ésta vez más fuerte. "Dile algo", increpo a Vicente.

-Hello! Good night! -es lo primero que se le ocurre a Vicente poniendo voz de dormido. Un saludo nunca hace daño.

-Somebody, somebody here? -replica la voz con un "alguien, ¿hay alguien aquí?"

-Yes, hello.

-¡Police, police! Who are you? -respiro tranquila por un lado al oírles identificarse como policía, ahora sólo hace falta que ... sea cierto y que si tenemos la suerte que sea cierto ... que ni el gritón ni los que nos rodean se pongan nerviosos.

-Spain, we are travellers! -le contesta Vicente a la vez que abre la ventana para dejarse ver. Un tremendo haz de luz penetra en la tienda rodeando la cabeza de Vicente. Todo se ilumina dentro.

-Tourist? -pregunta cuando ve su cara, bastante diferente de la de un asiático.

-Yes, tourist.

-Where?

-From Spain. Tourist from Spain, Europe. Tourist. -Repite luego varias veces "tourist" porque de toda la frase, igual es lo único que entienden.

-Ok, ok. No problem. Police, police, no problem. Police.

Ahora la actitud era realmente opuesta, el gritón utilizaba una voz inquieta, se le notaba realmente preocupados por quitarnos de encima el susto. No paraban de repetir que eran policías, que todo iba bien, que no había ningún problema y que durmiésemos tranquilos que ellos vigilan toda la zona. Que no había peligro de ningún tipo. Dice algo en tailandés. Las sombras que nos rodeaban se levantan y la claridad de la luna perfila los fusiles de asalto con largos cargadores curvos. Eran tres en total, más el gritón, más un conductor que pasó las luces a menos potencia tras oír otra frase ininteligible. El coche, un todo terreno pick up, avanza, se pone en paralelo y las tres sombras silenciosas se suben a la parte trasera mientras la sombra con voz se introduce en la cabina. Desde dentro nos vuelve a repetir su "police, no problem". Menuda nochecita, dejo caer mi cabeza sobre la almohada mientras oigo a Vicente que me dice con sorna: "Ale, ale, a dormir. Ya les has oído, ellos "nos cuidan", son la police". Y el muy gamberro se ríe.

En la Cachemira india tuvimos una escena similar (crónica 51) pero mucho más preocupante porque era una acampada libre en zona de conflicto y hasta bastante avanzada la conversación no sabíamos quienes eran los que nos rodeaban con armas y gritaban. Eso sin contar que en aquella ocasión nos hicieron desmontar el campamento e irnos. En aquel momento era la guerra indo-pakistaní y la búsqueda de terroristas cachemiros musulmanes y en esta son los enfrentamientos armados entre el ejército birmano y tailandés todo a lo largo de la frontera norte, a escasos kilómetros de donde está enclavada Soppong. Por lo visto el ejército y la policía no cesan de patrullar por toda la zona y nuestra furtiva entrada al recinto del monasterio debió de provocar inquietud en algún aprensivo monje que avisó a la policía.

EL TRIÁNGULO DE ORO

A la mañana siguiente había un monje pendiente de todos los movimientos que hacíamos mientras plegábamos nuestra "habitación" al tiempo que tres novicios de no más de nueve años no paraban de jugar y reírse a nuestro alrededor. Menudo susto les debimos de dar anoche, aunque nosotros también nos llevamos nuestra ración. Eso no fue óbice para que las demás noches volviésemos al mismo sitio ya que nos conocíamos todos y tenían en el patio una ducha cerrada a base de calderos.

También es cierto que la policía y el ejército, aún sin enfrentamientos con sus vecinos, está siempre vigilante en el triángulo formado por la frontera norte con Laos y Birmania. Estamos cerca del famoso "Triángulo de Oro" y las fuerzas armadas se encuentran expectantes ante todo lo que se mueve y ocurre por la zona.

El llamado "Triángulo de Oro" engloba un territorio encajado entre Tailandia, Birmania y Laos, donde se cultiva y comercia lucrativamente con el opio. Desde los comienzos del Imperio Griego el opio se comenzó a usar con fines narcóticos. Los mercaderes árabes introdujeron su cultivo en China durante el reinado mongol de Kublai Khan (1.279-1.294). Las laderas en pendiente y los suelos escasos en nutrientes son la tierra favorita para el cultivo de esta singular planta. Las tribus de montaña, cuando huyeron de las persecuciones a las que eran sometidos en Birmania y China, llegaron a Tailandia y Laos con sus maletas llenas de semillas de opio. Pero fue durante los años 60 y 70, coincidiendo con la guerra del Vietnam (la CIA lo utilizaba para financiar operaciones secretas en Indochina), cuando el comercio del opio se volvió extremadamente lucrativo. Comenzaron a nacer los "Señores del Opio" en los lugares de máxima producción y acabó denominándose el "Triángulo de Oro", por las fortunas locales amasadas por los Señores del Opio (los bandidos, militares y hombres de negocios chinos y birmanos que controlaban el tráfico a través de esas tres fronteras internacionales). A mediados de los años 90 Tailandia comenzó a sustituir los campos de opio por campos de té, café y maíz para acabar con el negocio de la droga, no saben si esto va a funcionar o no pero en Laos y Birmania el tráfico de opio es todavía muy fructífero y extendido.

Como ya nos ocurrió en las montañas de Laos, donde mejor pudimos disfrutar de la rica miscelánea étnica fue en el mercado. A él llegaron las mujeres lahu con sus vestidos negros sobre faldas estrechas, en la cabeza cualquier cosa era buena para liarse si tenía bonitos colores: una toalla, un pañuelo, una bufanda. Los hombres con sus anchos pantalones verdes o azulones quedaban más deslucidos con las camisetas o cazadoras que rompían la armonía de su vestimenta tradicional. Las muchachas lisus, por el contrario, iban con largas túnicas de colores sobre pantalones y no muchas se adornaban la cabeza con su tradicional turbante negro como un pompón. Los hombres, al igual que sus vecinos lahus, solo era posible identificarles por los pantalones bombachos estrechados en el tobillo de color azul o verde con sus zurrones en bandolera. Ambas tribus proceden del Tíbet y pertrechados en poblados a 1.000 metros de altitud cultivan maíz, arroz y por supuesto opio. El consumo local de la legendaria droga es ancestral aunque también les gusta consumir el típico cigarro birmano, el "cherut", con esencias de tamarindo. Así nos lo confirma un paisano lahu del pueblo de Mae La Na que nos encontramos compartiendo descanso y unas caladas de dichos puros con un vecino tras un día improductivo de caza. El firme rojizo y polvoriento de las montañas son las alfombra de gala que nos dirigen a espectaculares y gigantescas cuevas, otro de los atractivos de Soppong. De entre todas ellas destaca la gruta calcárea de Tham Lot. La cueva presume de ser una de las más largas galerías subterráneas del Sudeste Asiático. El curso del río se filtra por las entrañas de unas rocas que cobijan las formas más caprichosas que la acción dilatada del tiempo y el agua han querido perpetuar en sus paredes. Las estalactitas y estalagmitas compiten desafiándose para modelar la figura más original e imaginativa. Cientos de carpas a la entrada de la cueva se empujan ansiosamente las unas a las otras para conseguir tragarse las bolitas de pescado seco que los visitantes le tiran al agua. "Food for holy fish" –"comida para peces sagrados"- nos gritan unas niñas que venden bolsitas con comida para las carpas sagradas. En el interior la luz de un gigantesco candil de gas, que los lugareños alquilan, hacen danzar dantescamente las formas labradas en el dúctil mineral por la estoica naturaleza. Los hombres con sus balsas de bambú esperan en la sombría orilla. Las barcazas están listas para dejarse deslizar por la osada corriente de agua que se adentra por la recóndita cueva. La intensa luz del exterior nos devuelve a la realidad, las extrañas formas titubeantes del interior se disipan con la arrolladora vitalidad del arrogante astro rey que le gana la partida, una vez más, a las lóbregas sombras ocultas.

Es hora de regresar a nuestro monasterio, mañana emprendemos ruta hacia una de las etnias más fascinantes del sudeste asiático.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.