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Crónica 69,

Australia II - La prehistoria del siglo XX

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Australia

Deambular por Coober Pedy es introducirse en un gigantesco termitero donde uno se siente reducido a la escala de una frenética hormiga con los pies llenos de polvo de tanto subir y bajar por montículos de tierra abrasados por el sol. En teoría nadie podría vivir en un lugar así.

La desolación es total, la existencia en este inusitado enclave está única y exclusivamente justificada por las minas de ópalo. Esa delicada piedra puede ofrecer un amplio espectro de colores irisados que van de un tenue blanco rosado a un azul-verdoso con reflejos rojizos. Es realmente una piedra "preciosa" aunque su precio no suele ser tan bonito como la belleza que irradia.

El subsuelo se vacía no solo por las minas, sus habitantes descubrieron que el único modo de sobrevivir era enterrándose ellos mismos en vida. El sol del verano convierte el lugar en una barbacoa gigante a pleno rendimiento y sus habitantes viven bajo la tierra. Casi desde el principio crearon las casas-minas, la entrada era un hogar con cocina, salón y dormitorios y al final de la misma nacía una galería donde se pasaban el día excavando con pequeños picos en busca de los ópalos. Según la profundidad del hogar troglodita se tenía una temperatura u otra, frente a los 45 ó 50ºC del exterior se vivía enterrado entre los 20 y 25ºC.

¡Pero ahora estamos en invierno, gracias al cielo! En esta estación el frío aprieta por la noche pero atempera el ambiente durante el día. Para muchos hace "frío" pero para nosotros, esos escalofríos repentinos que nos entran son una bendición tras año y medio de calor y humedad tropical. Quizás nos hayamos convertido en "calorfóbicos", esperemos que no y confiemos que se trate tan solo de la búsqueda del equilibrio emocional alterado por la climatología de Asia. Ahora vivimos por fin un invierno de verdad pero cuando salgamos de Australia nos enfrentaremos a la etapa calurosa de Sudamérica.

La comunidad de Coober Pedy tiene una pluralidad increíble: italianos, serbios y croatas (quienes respectivamente han excavado sus propias iglesias subterráneas), chilenos, ingleses, irlandeses, rusos, ... realmente para 4.000 habitantes que tiene el pueblo su variedad es portentosa. Pero existe un grupo que lleva mucho más tiempo que todos ellos, un grupo tan antiguo como lo pueden ser los ópalos que arrancan a las entrañas de la tierra, se trata de los aborígenes. Si Coober Pedy supone un shock visual causado por su insólita apariencia de desolación, el shock que produce la población aborigen es más traumático.

Habíamos tenido la escasa oportunidad de ver algún que otro aborigen por Fremantle o Ceduna de forma esporádica pero lo que vimos en Cobber Pedy nos impactó crudamente. Los aborígenes se amontonan a la sombra o por callejones con harapos sucios, dando tumbos borrachos o gritándose entre sí, da igual el sexo o la edad, todos se encuentran en tan inesperada situación. Lo que vemos no lo podemos creer. El problema aborigen en Australia es algo de lo que prácticamente no se habla en Europa o América. Nosotros mismos llegamos a Australia sabiendo que la colonización inglesa fue salvaje y casi exterminó de forma sistemática a la población autóctona que vivía en la edad de piedra "porque les molestaba ahí". Sabíamos que Australia ha reconocido su culpa y que pasa pensiones vitalicias, derechos sociales gratuitos y ha devuelto el control de ciertas partes del territorio a la sociedad aborigen. Pero la tragedia aborigen no es material, es espiritual. No es que le hayan quitado la tierra, es que ha perdido su alma. El encuentro aborigen con el hombre blanco fue trágico y cruel.

El aborigen vivía en la prehistoria, no conocía la rueda, el metal, el lenguaje escrito, no cultivaba la tierra, ...se encontraban realmente en la Edad de Piedra. Había una unión íntima y profunda con la tierra en la que se hallaban. De repente llegó el hombre blanco con sus máquinas, sus leyes, sus vehículos, sus trenes, el telégrafo, ...El shock fue brutal, no entendían nada, era imposible de asimilar. Al principio miraban curiosos y sabedores que sus tierras de caza son infinitas, no les preocupó compartir la caza con los recién llegados. Había tierra y caza para todos y tenían razón, eran unos 200.000 aborígenes para la desmesurada Australia cuando llegaron los primeros navíos ingleses. Pero el colonizador no venía a vivir de la caza, venía a apoderarse de una tierra enorme basándose en el concepto "terra nullius" (tierra de nadie) cuando realmente sí que tenía habitantes y propietarios, aunque no fuesen sedentarios.

Los aborígenes se encontraron con las vallas y que la caza se desplazaba de lugar huyendo de la estruendosa vida y costumbres del recién llegado. Saltaban las vallas y robaban gallinas u ovejas. Si se les cogía se les pegaba un tiro. Si unos aborígenes atacaban con sus lanzas a cualquier blanco se organizaba una cuadrilla de castigo que los matarían como a perros por decenas. Al poco, el genocidio se fue organizando concienzudamente, en vez de colonizar y esperar a ser robados o atacados para organizar otro exterminio se prefería primero "limpiar" de aborígenes la nueva zona con grupos de caza humana, envenenando los pozos, regalando comida contaminada, ... Todo ello hace menos de 150 años, incluso muchos de esos actos en pleno siglo XX. Ya no se trataba de un hombre blanco medieval y salvaje del siglo XV. Tampoco fue un enfrentamiento como ocurrió con los nativos americanos y los ingleses en Norteamérica porque los indios eran guerreros y el robo de sus tierras por el hombre blanco hizo que los colonos expoliadores también pagaran su tributo (aunque el resultado fue casi el mismo, al final casi borran de la faz de la tierra a sus habitantes originales).

En Australia todo es distinto, era un inglés "moderno" que vivía la revolución industrial en Europa y lo que tenía ante sí no eran tribus organizadas sino simples clanes (muchas veces enfrentados entre sí), no eran guerreros sino cazadores, no estaban en el siglo XVIII ni en el XIX sino en la prehistoria, no tenían armas sino bastones con punta y mazas. Ni siquiera podían aprender a manejar un arma de fuego si conseguían una. La ley permitía matar a un aborigen sin más si este estaba dentro de una propiedad de algún colono. Hubo grupos de aborígenes que se organizaron y dieron algunos quebraderos de cabeza a los granjeros y ganaderos pero se acabó con ellos rápidamente. No fue una guerra, fue una "limpieza étnica" que estuvo a punto de exterminarlos a todos. De los 200.000 aborígenes que poblaban Australia cuando comenzó la colonización tan solo quedaban a mediados del siglo XX unos 40.000 habitantes originarios.

Perdieron su identidad, sus tradiciones (trasmitidas oralmente y al matar a los ancianos se perdía esa rama), se profanaron sus lugares sagrados, ... perdieron su razón de vivir y al final ya se dejaban llevar de una reserva a otra y a comer lo que se les daba. Y si no había comida pues se dejaban morir porque no entendían lo que estaba pasando, no era asimilable por ellos.

Cuando el colono se humanizó un poco y se suspendió la masacre indiscriminada se intentó su integración en el siglo XX instalándoles en los suburbios de las ciudades y fue un fracaso, ellos no pertenecían al siglo XX y su filosofía de la vida y modo de pensar era totalmente dispar. Incluso se llegaron a retirar los hijos a sus padres para que recibiesen una educación "moderna" y no fuesen como sus progenitores. Cada decisión era más desafortunada que la precedente. Tan sólo a partir de los años 70 (¡1.970!) es cuando se ha comenzado a tener en cuenta de verdad la figura diferenciada del aborigen y germina el sentimiento de una nación con identidad propia y pacífica con derecho a sus raíces, opinión y tierras. Un sentimiento legítimo pues llevan en la isla 40.000 años. Se apoya su arte, se buscan sus raíces, sus tradiciones, ... pero quizás sea ya tarde.

El sentimiento de culpa hace que el gobierno australiano pague a todos y cada uno de los aborígenes una pensión vitalicia como "compensación" así como otros privilegios, casi todos sociales y educativos. Pero todo eso es muy reciente, algunos de los hechos trágicos datan de menos de 60 años. Existen gestos simbólicos como el día del "Sorry" ("perdón") o los cursillos de integración de las dos sociedades. Todavía son como dos mundos distintos, los unos miran con rencor a los otros porque les han robado todo y los otros a los unos porque "estropean" la visión de sus lindas ciudades apareciendo tirados por doquier, gritando o tambaleándose borrachos, como ocurre en Coober Pedy o Alice Springs.

En estados como Queensland la situación es muy diferente a lugares como el oeste, sur y norte de Australia. La integración es más real y fructífera, las relaciones y los intercambios son más numerosos y constantes. Los esfuerzos por respetarse, conocerse y avanzar junto son más reales pero lo que vimos en Coober Pedy y más adelante veríamos en Alice Springs, en Katherine, ...fue desconsolador. Era una población rendida, sin ganas de nada, gastándose la pensión del gobierno en alcohol, dejando pasar los días tirados en un banco o en una explanada, gritando y pegando a sus mujeres, ... No se puede hablar de generalización pero sí de un gravísimo problema que tiene un amplio sector que vive atormentado por una historia que no ha podido nunca asimilar. Tenemos la esperanza que ese pueblo salga de ese martirio interno y recupere sus ganas de vivir. Tras lo padecido en los últimos 150 años es una labor dura porque no se puede hablar de cicatrices porque las heridas todavía sangran pero tenemos la esperanza que podrán conseguirlo con la ayuda de todos.

También es complicado acercarse a los asentamientos aborígenes puesto que requiere un permiso previo de las autoridades, no se puede presentar uno con un "hola, aquí estoy". Habíamos leído mucho sobre la historia aborigen pero no fuimos conscientes de que era el "presente" lo que estábamos leyendo hasta que lo vimos con nuestros propios ojos. También nos resulta muy llamativo que existiendo debates, foros y programas de información sobre casi todas las étnias víctimas de la colonización o de la "modernidad" (nativos americanos de Norteamérica, indígenas de Sudamérica, las generaciones que siguieron al esclavismo, los esquimales, etc.) pero ... no se habla nunca de la tremenda crisis de identidad y sufrimiento de los aborígenes de Australia.

Coober Pedy nos ofreció el terrible contraste del brillo de su precioso tesoro oculto en las entrañas de la tierra y la lóbrega imagen de una amarga realidad por resolver, aspecto que nos dejó meditabundos sobre este crudo aspecto de la actualidad australiana.

LA BALLENA DEL DESIERTO ROJO

Partimos de Coober Pedy y tras varios días de recorridos menores y un día de trabajo con los ordenadores en el oasis de Curtin Springs nos encontramos con el cuerpo varado de una corpulenta ballena despistada y muy tostada por el sol. Nos hallamos en tierra aborigen y ante la imagen sempiterna de Australia, la roca más famosa del mundo: Ayers Rock, o mejor dicho "Uluru" como la llaman los aborígenes Anangu que han recuperado su propiedad.

El parque nacional de Uluru-Kata Tjuta pertenece y es administrado por aborígenes, es un lugar extremadamente sagrado para ellos desde tiempos inmemoriales. Tras pagar los 16 dólares (1.600 pesetas, 8 US$) por persona para entrar a ver la roca sagrada penetrábamos en el Parque Nacional de Uluru-Kata Tjuta. Ulluru es un monolito de formas redondeadas que emerge súbitamente de una llanura rala y lisa rompiendo totalmente con su monotonía. El Monte Connor y los Montes Olgas, son las únicas formaciones en varios kilómetros a la redonda que le hacen compañía en tan desolada localización.

Uluru es sagrada. Uluru es escalada. Los aborígenes piden a los visitantes que por favor no escalen un lugar para ellos lleno de contenido divino. Aquí se produce una curiosa contradicción que no logramos dilucidar: si Ulluru pertenece a los aborígenes y los aborígenes no quieren que se escale, ¿por qué no lo prohiben directamente? ¿prima el derecho de entrada y prefieren que sea "voluntario"? Es una incógnita que nos ha quedado.

Otros carteles insisten, desde el punto de vista físico, en las dificultades que entrañaba subir a la roca debido a su altura, inclinación, el calor, ...factores que no hay que tomar a broma puesto que dan las estadísticas de desmayos, caídas y una muerte al año durante la subida. Por un motivo u otro cada uno es libre de hacer lo que su conciencia le dicte. La posibilidad, a pesar de las advertencias, de encaramarse a ella no está prohibida. Nosotros nos limitamos a recorrerla en su base y eso ya nos proporcionó el placer suficiente por encontrarnos junto a uno de los símbolos más carismáticos de Australia y repleto de significado para los aborígenes.

Los 30 kilómetros de desierto rojo que separan Uluru de las Olgas merecen la pena ser recorridos. El Monte Olga, con sus 546 metros de altura, forma parte de Kata Tjuta ("muchas cabezas"). La obviedad del término aborigen queda claro cuando te sitúas frente a ellas. La visita no es tan solo una admirable panorámica, va mucho más allá. Penetrando en las grietas entre las grandes cabezas nos encontramos con un oasis encajado entre las altas paredes verticales y se pueden realizar impresionantes paseos rodeándolas por varios sitios. Si bien Uluru es monolítica, las Olgas permiten un contacto más íntimo y personal con esta curiosa y caprichosa naturaleza.

El atardecer concentra a la mayoría de los visitantes en el "Sunset Point" (punto de la puesta de sol) porque en Uluru todo está controlado, nada de pararse en cualquier lugar y pasear por doquier. Hay que seguir las instrucciones del Parque Nacional y detener los vehículos únicamente en los lugares especificados. El mayor de todos los parquings es el Sunset Point, donde se produce la mayor aglomeración simultánea de visitantes para poder disfrutar de los famosos cambios de tonos de la insigne roca durante el crepúsculo vespertino, como si revelaran su cambio de carácter mientras el día transcurre.

LAS CARCAJADAS DE LA TIERRA

La ruta hacia Kings Canyon es una ruta fácil, cómoda, sin complicaciones y la realizamos durante el día, cuando el sol luce espléndidamente. La fuerza roja de la tierra sigue extendiendo su imperio escarlata por los escarpados precipicios del Cañón de los Reyes.

Ascendemos por las rocas que nos elevan al lomo del cañón con un júbilo y optimismo elogiable. Pero casi al final ya me falta el aliento para seguir con el alborozo que comencé. Y eso que José Enrique me lleva siempre el trípode que he amputado temporalmente de mi habitual equipo de mortificación, he querido decir de carga. Vicente y José Enrique ya estaban arriba y yo disimulé de la forma más digna mi precaria situación, insuflándome al mismo tiempo -con cierto sonrojo por ese tipo de sentimiento- una placentera satisfacción viendo que otros llegaban peor que yo, resoplando y dejándose caer de cualquier forma allí donde se paraban y preguntado todo congestionados: "¿queda mucho?" Pero el esfuerzo nuevamente mereció la pena.

El sendero que marca la propia naturaleza discurre entre rocas y árboles firmemente enraizados que manifiestan su caprichosa ubicación con cierto orgullo. El lugar nos sorprendía en cada nueva vista: primero las vistas generales sobre el conjunto, luego el gran palmeral, las rocas en equilibrio y finalmente, entre los dos brazos de cañón, una escarpada caída de impresionante calado no apta para personas con vértigo. La garganta que la recorre está tapizada por abundantes árboles, arbustos y esconde en su interior lagunas de agua pura, cristalina y fría, muy fría. Lo llaman el Jardín del Eden y no es para menos, está totalmente escondido en medio de la aridez circundante, encajado entre paredes totalmente verticales de cientos de metros, repleto de aves y rebosando vida vegetal. Ante este sugestivo espectáculo dan ganas de lanzarse a una de las lagunas desde lo más alto para sentirse completamente fundido con esa poderosa naturaleza. La prudencia y el sentido común hacen que sencillamente disfrutemos del regalo visual que el entorno nos ofrece.

El Kings Canyon tiene también un atardecer encantador, se despide a lo grande. Nos dejó realmente entusiasmados, muy cansados pero entusiasmados. Creíamos que el Cañón de los Reyes iba a ser un cañón más y resulto ser un lugar realmente único.

La maravillosa carretera asfaltada que tan gratamente habíamos recorrido durante el día se transforma en un infierno de rebufos infectos cuando entramos en la Mereenie Loop Road. Por esta pista, de tan solo siete años de vida, tenemos que soportar 200 kilómetros de "corrugations", como llaman por aquí al endiablado firme con perfil de chapa ondulada de la peor clase. El coche, a pesar de ir a una velocidad muy lenta que se adapte a las rugosidades del camino, se sacude como si fuera el centrifugado de una lavadora, como si la tierra se carcajease a gusto y sus espasmos nos sacudieran sin contemplaciones. Al hecho de haber pasado todo el día saltando entre rocas se une este infierno con el que acabamos todos doloridos y machacados. La pista es tan nueva que tiene todavía los montículos de tierra a los lados y no podemos ni siquiera salirnos de la pista. Hasta 150 kilómetros del Kings Canyon no encontramos una salida que nos permita abandonar ese pasillo-carcel y montar el campamento en un claro del bush. Hay mucha leña pero el agotamiento nos impide encontrar fuerzas para hacer una hoguera. Hace un frío glacial pero ante nuestro estado de extenuación decidimos por primera vez irnos a dormir sin nada caliente en el cuerpo. Unas rebanadas de pan con salchichón y una manzana es nuestra frugal cena.

Poco después del alba nos levantamos y tras un par de horas más, la horrenda pista por fin se acaba al entrar en Hermannsburg, que debe su existencia y nombre a una antigua misión de luteranos alemanes. El asfalto se nos presenta ante nosotros liso, suave, sin ruidos, sin vibraciones pero... apenas nos da tiempo a poner las ruedas del Montero sobre el asfalto azabache cuando viramos hacia una pista al sur. Esta pista, aunque cuenta con un nivel de ondulaciones menos recalcitrantes que su compañera, nos hostigó en sus últimos 4 kilómetros con un rosario de pedruscos y rocas prominentes realmente amenazantes para los bajos del coche. Treinta minutos tardamos en superar esos cuatro kilómetros. Pero llegamos al corazón de "Palm Valley", el Valle de las Palmeras, otro Edén perdido que nos recuerda inmediatamente a los oasis del sur de Argelia. Lo recorremos a pie y nos encontramos con las "palmeras rojas" (Livistona mariae), una vieja reliquia de la flora tropical que sólo es posible encontrar en este rincón del mundo. El ecosistema australiano es tan singular en su flora como con su fauna.

Cuando llegamos a Alice Springs de nuevo nos reincorporamos al tronco vertebral de la Stuart Highway, que une el sur y el norte del país durante miles y miles de kilómetros. Llevamos recorridos sobre nuestras espaldas unos 6.000 kilómetros desde que dejamos Fremantle hace ya algunas semanas.

El explorador Stuart tuvo que enfrentarse a esos kilómetros y muchos más hace más de un siglo. Tras varias tentativas de cruzar el continente de sur a norte, abortadas por diversos motivos como los ataques de las tribus aborígenes, la hostilidad del terreno o la falta de agua, por fin entre 1.861 y 1.862 lo consiguió. No fue fácil ni todos los que le acompañaron lograron ver culminada su hazaña pero ese camino que consiguió abrir ha sido inmortalizado con su nombre y se ha convertido en la espina dorsal del país.

HERENCIA DE PIONEROS

Alice Springs nos sirvió para descansar durante varios días tras las duras jornadas precedentes. Elegimos un caravan-park de los muchos que existen en la ciudad. Los caravan-park en Australia pueden dar mucho de sí, es el equivalente a los campings pero con una organización y servicios remarcables. Disponen de unos excelentes baños y duchas con vestidores individuales. Muchos tienen cocinas comunes gratis equipadas de tostadoras, teteras eléctricas, fuegos eléctricos o de gas, horno, microondas, etc. e incluso neveras. Las barbacoas son sagradas en Australia, no hay ni un solo caravan-park que no disponga de ellas en su recinto, normalmente de gas o eléctricas, unas veces gratuitas y otras por monedas (pero muy barato, 6 minutos por 20 pesetas). Y no nos olvidemos de la lavandería para campistas, con lavadoras y secadoras por monedas. Bien es cierto que algunos están excesivamente masificados y los vecinos están demasiado cerca pero otros te permiten una intimidad muy cómoda, hasta se pueden encender hogueras para combatir el frío o hacerse una barbacoa de verdad con las brasas.

La amabilidad y simpatía es innata al carácter australiano, del mismo modo que lo es el amor por la vida al aire libre. Son también un pueblo "duro" que no teme a las dificultades, herederos directos de los pioneros, nietos y biznietos de hombres duros que luchaban y morían conquistando y explorando las tierras. Unas veces para saber "qué había ahí", otras para hacerlas habitables. Ese espíritu de avance por la naturaleza, a veces amistosa, a veces muy hostil, sigue estando presente en todos los australianos. La isla-continente se ve surcada por los cuatro costados por todo terrenos que se meten por las áreas remotas o por coches casas y autocaravanas que recorren sitios más accesibles. Los más duros siguen utilizando caballos o la exploración personal de su país a pie y cargados con pesadas mochilas. La naturaleza es muy importante para los australianos. El camping y las barbacoas no son actividades, forman parte de la cultura del país. Las propias tiendas de "material para el outback" tienen un rosario de productos para la aventura y la vida al aire libre que es impensable en Europa, donde dar con algo fuera de lo habitual es una ardua labor. Nosotros nos equipamos de material que nunca antes habíamos encontrado.

También es en Australia donde nos encontramos por primera vez con el nomadismo sistemático de los hombres modernos del siglo XXI. No hablamos de etnias que han heredado el nomadismo de sus ancestros (tuaregs, beduinos, gitanos, pastores del himalaya, y un larguísimo etcétera), se trata de parejas normales y corrientes que lo han vendido todo, desde su casa hasta el último cubierto, se han comprado un remolque-caravana, un auto-caravana o han convertido un autobús en vivienda rodante. Incluso algunos autobuses-casa llevan un remolque con un pequeño todo terreno para cuando quieran adentrarse en áreas complicadas. Todo ello para recorrer in eternum su país, viven en la carretera. Esto lo hemos visto en otros países modernos pero era una actividad aislada y para los amigos y familiares eran simplemente unos "locos": "mira que dejarlo todo para tener una vida itinerante", les dicen. Aquí no, en Australia es algo normal que un sedentario se convierta en nómada perenne, es incluso el sueño de muchas parejas cuando llegan a la jubilación. Se pasan años y años deambulando por su gigantesca isla, jugando con las estaciones, evitando la temporada de las lluvias en las zonas más castigadas, instalándose en las costas más remotas y paradisíacas, pescando en lagos perdidos, ... Nunca antes habíamos visto nada igual.

La verdad es que la isla incita a este tipo de vida en los espacios abiertos infinitos, Australia es tan grande como Estados Unidos y más de 15 veces España pero con tan solo 18 millones de habitantes. Nos encontraremos con desiertos y junglas, playas de ensueño y peligrosos acantilados, buceo, pesca, caza, trekkings, raftings, hogueras bajo cielos estrellados, vida tranquila o excitante según los gustos, disfrutar de la soledad total o de las aglomeraciones según apetezca en ese momento, ... ¡y todo en un mismo país! No hay una actividad o paisaje que no se dé en Australia. Todos llevan emisoras y algunos hasta teléfonos por satélite porque saben que cualquiera de esas tierras perdidas por las que se mueven sigue siendo su país y si ocurre algo, al otro lado de la línea tienen un siglo XXI moderno y auxiliador que ellos han ayudado a construir con su trabajo y sus impuestos. Después de conocer este país a fondo ya veremos si dentro de muchos años no acabamos aquí nosotros también.

Nuestro regreso a la civilización en Alice Springs y una temperatura más benigna nos permite también cambiar de menú. Las deliciosas barbacoas que José Enrique goza preparar sustituyen a los noodles, pasta o a las alubias con carne que solíamos preparar en el bush a toda prisa.

Nuestro nomadismo arranca de nuevo unos días después de llegar a Alice Springs. Al poco, un monumento construido por el hombre señala a los viajeros que estamos atravesando una línea imaginaria del globo terráqueo. Hemos llegado al Trópico de Capricornio, un momento emocionante para mi. Es el último de los grandes paralelos que me queda por cruzar por tierra y además ... todos ellos en diferentes rutas pero siempre a bordo del mismo tipo de montura: un Mitsubishi Montero, igual que nos ocurre hoy con la llegada al Trópico de Capricornio a bordo del "Ceuta 2.000". El Círculo Polar Ártico lo cruzamos dos veces (en Noruega y en Suecia) en la Ruta de los Vikingos, el Trópico de Cáncer tres veces (en la República Árabe Saharahui con la ruta Reinos Perdidos de África y dos en Argelia cuando retornábamos de la Ruta de Alejandro Magno), el Ecuador tres veces (dos en Uganda y una en Kenia) con la Ruta Reina de Saba y hoy ... el Trópico de Capricornio con la Ruta de los Imperios. Queda, evidentemente, el quinto: el Círculo Polar Antártico pero ... está en su 90% sobre el Océano y el resto se halla sobre áreas remotas de los extremos periféricos de la gran placa de hielo eterno que cubre este continente ... con una temperatura media de 50ºC bajo cero y los vientos más fuertes de la tierra. No es una meta apetecible ... ni realizable para esta norteafricana a la que ya le entran espasmos a los 7ºC bajo cero que hemos tenido en el Nullarbor.

La ruta hacia el norte es tan fácil como agotadora, fácil porque está asfaltada y agotadora porque son 2.000 kilómetros de monotonía absoluta. Tan solo dos enclaves nos sacan del tedio de nuestra éxodo al norte. El primero que nos llama es el "demonio", pasamos al lado de los "Devil’s Marbles" ("Mármoles del Demonio"). Según los aborígenes volvemos a estar en tierra sagrada, es el lugar donde la Serpiente del Arco Iris depositó sus huevos y por el tamaño de los mismos más vale que nunca salgan serpientes de ahí porque habría que correr lo suyo. Nos rodean unas insólitas y desmedidas esferas que se reparten aleatoriamente por un área muy extensa, amenizando una tierra rala con tan solo rastrojos y algún que otro solitario eucalipto.

La temperatura nocturna ha dejado de ser fría, se nota que nos acercamos a los tórridos dominios del "Top End" ("extremo norte"). Toda la zona de Darwin es un enclave que es mejor no visitar durante el verano austral (de diciembre a enero) para evitar la tortura combinada de temperaturas superiores a los 40ºC y las inundaciones que arrasan todo durante dos meses.

El verdadero relax espiritual y físico lo encontramos en el pequeño oasis de Elsey, otro nirvana australiano. El magno palmeral es fruto del río Roper y de una serie de paradisíacos manantiales de aguas termales donde nos pudimos bañar sin peligro. Hablamos de "peligro" porque ya estamos en el habitat de los dientes del agua, un animal prehistórico que sigue haciendo de las suyas en el norte de Australia: el cocodrilo. Y no es una fantasía o un temor infundado, es muy fácil verlos debido a la cantidad que hay pero obviamente ... los peligrosos serán siempre los que "no vemos". Este inquietante saurio que ha llegado hasta el siglo XXI puede estar hasta tres horas sin respirar, esperando sumergido a que algo se mueva y arrastrarlo al fondo.

Hay dos tipos de cocodrilos. Los de agua salada (que llaman familiarmente "salties" pero que también viven en el agua dulce), son los realmente peligrosos y mortales. Con sus hasta 7 metros de envergadura, el ser humano es una pecata minuta entre sus afilados colmillos, lo ataca sin contemplaciones arrastrándole hasta sus subacuáticos dominios. Los llamados de "agua dulce" ("freshies") no suelen atacar al hombre salvo que se les provoque o se sientan amenazados y con tan "sólo" dos metros no es tan feroz como el maligno tito Saltie. El "freshie", de una dentellada puede dejarte tullido para toda la vida y aunque no suele causar nunca la muerte a los humanos (no se ensaña cuando se está simplemente defendiendo) es evidente que la víctima puede morir desangrada si no se tiene asistencia e incluso ahogado si se pierde el sentido (cosa más que probable porque verse atacado por semejante bestia dentuda es para quedarse paralizado ... y no creo que nadie se tire al agua para sacarnos).

Disfrutamos bien a gusto de las templadas aguas de Elsey pues en Kakadu tendremos que extremar las precauciones si queremos darnos algún baño.

HUELLAS DE LA PREHISTORIA

El paisaje del Parque Nacional de Kakadu sigue la misma tónica que nos encontramos por los anteriores cientos de kilómetros recorridos hasta llegar a él. Tan solo las termiteras que se izan altivas dan un toque de originalidad a la repetitiva campiña. Unas son como dedos de la mano de la tierra señalando el firmamento, otras como chimeneas extintas, incluso algunas figuras parecen haber sido moldeadas por Botero. Tampoco hay homogeneidad en sus tamaños, desde dos palmos del suelo hasta los más de cinco metros que alcanzan las más hermosas.

Hace calor pero todavía es soportable. Lo que nos vuelve locos son las moscas, infinidad de moscas, de esas moscas tontas que se posan una y otra vez en el mismo sitio y que no respetan ni ojos ni bocas ni narices ni orejas. Nubes de moscas que envuelven todo lo que tenga vida. Y al atardecer y amanecer ... mosquitos, muchos mosquitos, demasiados mosquitos. Mucho más agradable es salir de la tienda y ver los wallabies (otro tipo de canguro pero más pequeño y con pelaje oscuro) retozando por nuestro campamento y acercándose con curiosidad a nosotros, las cacatúas de infinitos colores revoloteando por doquier o los pájaros exóticos sobre los ríos y las lagunas que nos rodean. En esos momentos todo es maravilloso.

Y hay ríos, caudalosos ríos. Y cascadas, altísimas cascadas. Ahora todo tiene una dimensión humana (incluso algunas cascadas están secas) pero cuando llegue el "Big Wet", la "Gran Lluvia", todas las aguas del parque adquirirán unos tintes desproporcionados y casi apocalípticos.

La laguna de la catarata de Gunlum es la tentación de Kakadu, nuestra manzana de Eva. Las aguas verdes, profundas y frías son una incitación a pecar ante los 30ºC que nos envuelven. La cascada, ahora muy decrecida, cayendo desde la cumbre de la alta pared rocosa vertical es la viva imagen que se genera en los ejercicios de relajación. Todo nos atrae como la luz a las polillas pero ... ¡ahí está ese maldito cartel!: "Esta zona es habitat de los cocodrilos "freshies" y si bien son pacíficos pueden atacar si interpretan sus movimientos como una amenaza, no haga movimientos violentos ni se cruce delante si aparece uno. También puede darse el caso de la llegada de un cocodrilo "saltie" no censado por los rangers. Si decide bañarse es bajo su propia responsabilidad". La verdad es que el cartel impresiona pero menos que otros que habíamos visto hasta ahora y que ponían ante el croquis de un cocodrilo con las fauces abiertas: "No arriesgue su vida". U otros carteles con las mismas mandíbulas repletas de dientes que ponían directamente: "Habitat de "salties", está prohibido bañarse y es muy peligroso acercarse a la orilla".

Al final resulta que el cartel que tenemos delante era el más benigno de todos cuantos hemos visto y la laguna es una "luz" demasiado fuerte para estas tres "polillas" españolas. Acabamos los tres en el agua y Vicente hasta se pega la paliza de cruzar nadando toda la laguna para llegar a la cascada y sentir el agua cayendo por encima de él. Para mi el agua está demasiado fría y una vez quitado el calor arrastrado de todo el día regreso a la orilla a "cuidar la ropa". Además, como realmente aparezca un "saltie" ... mejor que quede uno para contarlo, ¿o no? ¿Quien no recuerda la escena de "Cocodrilo Dundee" cuando un cocodrilo casi arrastra a la "chica" que se acercó a la orilla a refrescarse y llenar la cantimplora? Pues aparte de haber sido grabada exactamente donde estamos ... los "salties" atacan así. De ahí los carteles de "Habitat de "salties", está prohibido bañarse y es muy peligroso acercarse a la orilla". Pero en la laguna de Gunlum se supone que no hay "salties", todo lo más un "freshie" despistado. La verdad es que a toro pasado algunas veces me planteo si realmente estamos un poco locos.

Otras cascadas riegan el parque como las Jim Jim Falls o las Twin Falls y muchos barcos permiten navegar por el río Alligator junto a los temibles saurios que tanto gustan de sus aguas y que pueden saltar hasta tres metros de altura.

Pero lo verdaderamente bello del parque son las magníficas pinturas aborígenes de Ubirr y Nourlangie. En las rocas donde los prehistóricos artistas dejaron sus huellas se recrean escenas de un colorido y trazado remarcable. Los grabados o pinturas en la roca son una de nuestras mayores debilidades pero realmente las pinturas de Kakadu son un tesoro de incalculable valor en todos los sentidos. Los danzantes de Nourlangie nos dejan hechizados y el relato gráfico de la historia de los peces robados en Ubirr nos ofrece la posibilidad de comprobar como aplicaban sus propias leyes, leyes duras con penas de muerte en la mayoría de los casos. El robo de peces a un pescador supuso en esa historia la muerte de toda la familia que se los comió. Los lienzos petrificados son utilizados generación tras generación. Junto a las pinturas más antiguas figuran otras más recientes, cuando los ingleses llegaron. Allí han inmortalizando sus historias, anhelos, miedos...la figura de un hombre con pipa en las rocas de Ubirr revela el primer contacto de los aborígenes con el hombre blanco.

Atardece mientras regresamos a nuestro rincón en el bush excitados por este impresionante despliegue pictórico. En el cielo se repite otra historia tan antigua como el sueño de los ancestros. Un intenso disco solar de un carmín encendido se resiste a esconderse por el oeste mientras una luna oronda y pálida anhela encontrarse con él y se apresura a salir por el este. Las dos esferas se ven, conviven durante minutos pero su destino no es encontrase, es una historia imposible. El sol acaba perdiéndose en el horizonte del oeste, hacia donde mañana partirá nuestro amigo en una larga sucesión de saltos a través de cinco aeropuertos de tres continentes. Nosotros partiremos hacia el este, hacia el rostro melancólico de la luna llena que nos recordará la noche en la que nuestros caminos volvieron a separarse, como ocurrió en la India hace tiempo.

El periodo de tiempo compartido ha sido largo e intenso. La próxima acampada en el "bush aussie" no contará con su curtida tienda izada junto a nuestra montura y el humo de su pipa no bailará para nosotros. La dureza del camino, los obstáculos superados, el agotamiento y el frío de las primeras semanas quedarán aliñados con la gran cantidad de mágicos momentos compartidos. El trazo que la ruta ha ido marcando en el camino y en nuestra memoria será imperecedero. Nosotros también tenemos "nuestra propia historia" y también deseamos preservarla. Brindamos con una buena copa de vino australiano por ella, por ellos, por todos, por su viaje de regreso junto a su gran familia, por nuestro nuevamente solitario rumbo hacia otras cautivadoras tierras australes.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.