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Crónica 73,

Patagonia y Camino Austral Sur - El desierto verde

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Patagonia

- "Los días en Punta Arenas transcurrieron cómodos y placenteros en nuestro hospedaje. Tan solo se vio alterada esa tranquilidad con una visita al hospital por una gran quemadura que me hice en el antebrazo. Fue realmente mala suerte, cuando estábamos acampados en el estrecho de Magallanes me apoyé inadvertidamente en el soldador que estaba usando para reparar una conexión eléctrica. La quemadura fue profunda pero no excesivamente grande, unos dos centímetro de largo por uno de ancho, lo que es la punta del soldador. Marián me curó la herida con pasta antiquemaduras y me puso un gran apósito de diez centímetros de ancho para protegerla y que no se ensuciase. Con eso ya cerré el asunto pero a los cinco días, ya en el hospedaje Independencia, vi como la herida sobresalía del apósito cuando no debía de ser así. Entre la quemadura y el borde de la venda -por los cuatro lados- había un margen de cuatro centímetros. Retiré la venda y vi que la quemadura fue tan intensa que no solo quemó donde la piel contactó con el soldador sino que destruyó todos los tejidos cutáneos a su alrededor.

Poco a poco y día a día la piel se había descompuesto y aunque dolía -cosa lógica- no me di cuenta de la gravedad hasta que la carne comenzó a aparecer fuera de los márgenes del apósito. No soy nada escrupuloso pero la verdad es que ver la carne viva en un agujero de diez por siete centímetros me dejó impresionado y no sabía qué pensar de esa cosa tan "fea". Decidí ir al hospital de Punta Arenas, primera visita a un hospital desde que partimos de Ceuta aquel lejano mayo de 1.999; no está mal, no nos podemos quejar. Me atendieron enseguida y tras un concienzudo examen todo estaba bien, la doctora nos dijo que fue muy bien tratada en su momento (bien por Marián y sus mimosas manos), estaba limpia y sin infección de ningún tipo. Tan solo que era una quemadura grave y había que volver a tratarla porque había nuevas áreas afectadas. La doctora me esparció un ungüento blanco y volvió a vendar el brazo.

-Pues eso es todo. Sanará sin problemas pero le dejará marca en el brazo -me dice al terminar la cura.

-No se preocupe, voy coleccionando "marcas" de todos los continentes. Una más carece de importancia -la confirmo sonriendo mientras pasan por mi cabeza las marcas permanentes que se quedaron en la calva por el sol himalayo en el paso del Tanglang-La en Ladakh, las pequeñas manchas en los labios por el viento del Rajastán, un corte que me hice en Libia y alguno que otro más. Voy a parecer una colección de remiendos al regreso.

-No toque la venda en 10 días y no se la moje cuando se duche -concluye.

-Cuidaré el brazo ... me tiene que durar por lo menos hasta que regrese a España. Muchas gracias. -Le doy la mano y mi mejor cara de agradecimiento porque ha sido realmente un encanto.

Las duchas durante la siguiente semana y media incluyeron un envase al vacío del antebrazo a base de una bolsa de plástico y cinta de empaquetar en los extremos. Pero lo importante fue que ya sabíamos que la cura era cuestión de tiempo y que nuestra labor expedicionaria, el tiempo que nos restaba en Punta Arenas, era de "despacho". El brazo no tendría ningún esfuerzo físico ni había riesgo de que recibiese ningún golpe.

Nuestros ojos ya han dejado de estar fijos en las pantallas de los ordenadores y ahora se recrean en la mucho más agradable visión de los cisnes de cuello negro que sumergen afanosamente sus largos pescuezos en las aguas del canal Señoret. Estamos de nuevo en Puerto Natales, la ruta hacia el norte acaba de comenzar.

Miro a Marián pero casi no puedo ver su rostro. El tremendo viento ha convertido su larga melena castaña en una enmarañada cortina impenetrable (yo no tengo ese problema con mi pelo). Sus dedos se abren paso en esa jungla para despejar sus ojos antes de volverse hacia mi.

-Pues espero que este vendaval y esos nubarrones bravucones se tomen el día libre mañana para que podamos navegar tranquilos -me confiesa Marián a media voz mientras intenta domar los asilvestrados cabellos.

-Esto es la Patagonia, aquí se pueden tener las cuatro estaciones en el mismo día -le contesto recitando este famoso dicho sobre la Patagonia.

-¡Pues ojalá mañana toque verano todo el día porque hoy ya hemos tenido nuestra ración de otoño extremo! Mira los pobres cisnes, ¡si parece que se van a desplumar! Como suba la fuerza del viento van a parecerse a los pavos de Navidad antes de entrar en el horno.

-Bueno, no hay nada que hacer. Tan solo buscar un lugar resguardado para el campamento.

No encontramos ese lugar y nos dormimos notando el furor del viento en la tela de nuestra tienda sobre el techo del Montero. Su zumbido es lo último que oímos hasta que el dulce canturreo de los pájaros nos despierta poco después del amanecer.

La claridad que percibimos en el exterior inunda nuestra tienda cuando al abrir una de sus ventanas casi nos ciega por completo. El cielo se ha vestido de azul deslumbrante mientras el sol luce rabiosamente. ¿Y donde está el viento? El viento se había volatilizado junto a nuestros temores. Hemos amanecido en verano, Marián está pletórica. No podíamos haber imaginado un día más espléndido para vivir una nueva ruta marinera.

Dos horas después, pertrechados de gorros y gafas de sol ya estamos navegando sobre las aguas del seno Última Esperanza a bordo del barco "Alberto de Agostini", bautizado así en honor al famoso jesuita italiano que exploró estas inhóspitas tierras. Conocemos a Víctor Álvarez, dueño del barco, que nos relata como su padre Joaquín Álvarez construyó la primera embarcación. Era el cúter "21 de Mayo", en 1965, y de este modo se convirtió en el pionero en este tipo de navegaciones en Puerto Natales. En ese mismo astillero familiar diseñaron y construyeron ellos mismos el "Alberto de Agostini" para tener la "parejita" y deleitar con ellos a todo aquel que desee una relación más íntima con los rincones furtivos de la Patagonia.

La quilla del Alberto de Agostini rompe esa inmensa y profunda masa de cielo líquido que se ha derramado desde el firmamento para que naveguemos sobre el. La brisa marina nos recuerda sus cercanos inquilinos glaciales con su hálito frígido aguijoneando nuestros rostros y manos, aunque mitigado tenuemente por el espléndido sol que nos cobija.

En el fiordo Eberhard encontramos el primer punto de la colonización ganadera en la Región de Última Esperanza, allá por el 1.887. Al pie del Cerro Ballena, la Cuadra de Estancia Margot nos recuerda otro de los avezados colonizadores que se atrevieron a adentrarse por este entorno tan riguroso. Comenzamos a detectar gran número de cormoranes adultos que intentan afianzar a sus pequeños pichones para emprender las tareas del vuelo, sólo tienen los tres meses de verano para aprender y emigrar cuando los fríos hielen hasta el pensamiento. Estamos en Punta Barrosa, su condominio. El fiordo se va angostando y las montañas parecen como si quisieran estrujarnos entre sus brazos. Las paredes de las montañas nos muestran sus facciones estratificadas con cuevas donde los lobos marinos tratan de enseñar a sus crías a nadar al tiempo que se entregan a la placentera pero trabajosa labor de perpetuar la especie.

Pero sobre todos ellos, a cientos de metros sobre nuestras cabezas se encuentra el rey de los cielos. Siniestras sombras de enorme envergadura realizan su ritual vuelo imperioso y altanero, planeando en círculos, eclipsando a todos los demás seres. Seguimos con la vista a los dos cóndores hasta que quedan ocultos por el baluarte rocoso. Y bajo nosotros la reina de sus frías aguas, la trucha asalmonada que se reproduce copiosamente para deleite de los amantes de la pesca. El agua se ha tornado más lechosa, las montañas de hielo tienen que estar cerca.

Avistamos finalmente la meta más lejana de la singladura: el monte Balmaceda con su imponente glaciar. La gélida lengua está en acelerado retroceso pero hace tan solo quince años la caída del hielo llegaba de forma continua hasta el mar. Hoy en día, aunque sus hielos no acaricien las aguas, sigue ofreciendo un espectáculo inolvidable. No muy lejos ... una pequeña pasarela de madera que permite desembarcar. Es hora de pisar tierra firme. Iniciamos una caminata por un estrecho sendero que se adentra en un bosque nativo flasheado por el fulgor rojo de la frutilla y el intenso amarillo de los zapatitos de la virgen. El intenso verdor de los coigües nos escolta hasta aproximarnos a un caprichoso museo flotante de esculturas de hielo. El glaciar Serrano va desprendiendo sus témpanos en la laguna de su base, conformando una singular recepción de danzarines multiformes helados. Sus semblantes azulados muestran las marcas descarnadas de los trozos que bruscamente se han desprendido de su creador para iniciar un rumbo itinerante e incierto.

Demasiado estaba durando este verano que nació a las 6 de la mañana de hoy. La ufana y límpida capa azulada de nuestro admirado caballero celeste se ha ataviado con unos broches albinos y ribetes grises. Estamos en el sur y no debemos extrañarnos. Como bien reza otro popular dicho sureño: "Si luce el sol, disfrútelo. Si llueve ... ¡está en el sur!" Pero no llovió, tan solo que el sol jugaba al escondite con nosotros.

Nos despedimos del Alberto de Agostini y de su tripulación porque vamos a regresar por otro camino, se puede remontar el río Serrano en zodiac y eso es lo que nos hemos propuesto. Para la lancha sí que es obligatorio la combinación impermeable y el chaleco salvavidas, mientras nos vestimos volvemos a recordar con cariño las salidas con el Terra Australis. Todo nuestro equipo nos retrasa y, como siempre, volvemos a ser los últimos en embarcar. La lancha "Río Arriba" suelta amarras tan pronto como estamos asentados con seguridad en la proa. El color lechoso de las aguas evidencia que son nutridas por la fundición de glaciares. El viento frío sigue hostigando sobre el rostro pero la sensación de libertad que sentimos en el alma al navegar veloces por el enérgico río es grandiosa. Las admiradas Torres del Paine, que tímidamente vislumbramos cuando nos introdujimos por el seno de Última Esperanza, comenzaban a agrandarse a medida que avanzábamos "río arriba". Una parada para almorzar bajo la sombra de longevas lengas. Contemplando el excepcional entorno que nos envuelve nos insufla nuevas fuerzas para seguir navegando contra viento y marea. Como la chapa ondulada que nuestro insufrible Montero tiene que padecer por los ripios australes, la zodiac se debate con la corriente revoltosa del Serrano con la misma sensación de vibración y soniquete ... ¡clac, clac, clac, clac, clac, ...! El bosque con cientos de árboles cubriendo las laderas se suceden ardorosamente ante nuestros ojos mientras sus ramas nos animan a seguir adentrándonos en su hogar. Cuando desembarcamos es como volver a despertar de un profundo e intenso sueño. Nos encontramos dentro del Parque Nacional Torres del Paine, contemplando con una claridad absoluta el férreo granito que esculpe las regias torres de este excepcional parque chileno.

Ellas serán las que durante una semana nos darán los buenos días cada mañana durante las jornadas que con nuestro Montero desarrollamos entre sus lagos y valles.

FORTALEZA DE PIEDRA

"Las extraordinarias bellezas naturales que Dios ha prodigado en el extremo sur de Chile, en la salvaje majestad de los montes, glaciares, lagos, fiordos, canales y en el misterioso encanto de las selvas, no pueden dejar de atraer a numerosos amantes de lo bello, que gozarán de visiones encantadoras e inolvidables". Estas son las palabras con las que el padre Alberto M. De Agostini en el prólogo de su libro "Magallanes y Canales Fueguinos" reflejan todo lo que podemos encontrar por los parajes donde ahora nos hallamos.

Pero mucho antes que referirnos a Magallanes o al Padre De Agostini tenemos que remontarnos 12 millones de años atrás para situarnos en el momento en el que se formó el gran castillo natural que es el macizo del Paine. Cuando se formó una gruesa capa de roca sedimentaria bajo la cual se introdujo el tórrido magma volcánico. Cuando a lo largo de los siglos el magma se enfrió para dar lugar al sólido granito. Cuando las fuertes presiones tectónicas provocaron un levantamiento del macizo para que la gélida época glacial modelase a su antojo la piedra que cubría.

El escultor glacial fue agonizando poco a poco, los hielos se iban derritiendo y mostraban su obra tras milenios de trabajo en la sombra. Quedó al descubierto el granito gris repujado bajo un virgen sombrero oscuro de rocas sedimentarias que nunca entraron en el estudio del artista de hielo. La galería del maestro expone su magna obra y el horizonte se ve ensartado por el Cerro del Indio, Cerro la Máscara, sus famosos Cuernos, Nido Negro de Cóndores, Cerro La Espada, ... Siempre moviéndose entre los 2.000 y 3.000 metros de altura constituyen, entre la cordillera de los Andes y la estepa Patagónica, un hito geológico que fue declarado en 1.978 Reserva Mundial de la Biosfera por la UNESCO.

Las caminatas para adentrarse por los rincones más recónditos del parque son abundantes y muchas de ellas duras. Apenas llueve, apenas nieva a lo largo del año pero sus vientos, sus fuertes vientos, pueden llegar a embestir a 120 kilómetros por hora. De sus terribles acometidas fuimos testigos y víctimas.

Pero sus bellezas naturales también pueden palparse por pistas ripiadas que te acercan a lugares tan singulares como la Laguna Amarga, con sus orillas blanquecinas por la alta concentración de sales ferruginosas que resaltan aún más el color azul de sus aguas. O la Laguna Azul, las más apartada y tranquila con un lecho morado de flores silvestres. El río Paine es el collar que engarza cinco turquesas con nombres propios: Dickson, Paine, Nordenskjöld, Pehoe y Toro. Cinco lagos a distintas alturas que ensartan tres nuevas joyas al collar Paine: tres límpidos diamantes sin tallar llamados Cascada Paine, Salto Grande y el discreto Salto Chico.

Lagunas grandes, lagunas chicas, mil matices de aguas. Bosques densos y praderas despobladas, mil colores de vegetación. Por todos ellos habitan los inquietos guanacos, un camélido que forma parte de la familia americana que completa las alpacas, llamas y vicuñas. Estuvieron en peligro de extinción pero un denodado esfuerzo ha conseguido recuperar su población y ahora podemos verles corretear ágilmente por los cerros, revolcándose en la arena o pastando lánguidamente junto a los lagos. Les vemos con sus tiernos chulangos, las crías que nacieron el pasado mes de diciembre y no pierden de vista a sus celosas madres. Los chulangos se convierten en un bocado exquisito para los pumas que habitan por el parque pero rara vez es posible, para sosiego de uno, divisar al fiero y voraz mamífero que suele merendarse el 40% de las crías de los guanacos (el puma seguro que ha bautizado a los chulangos como "canapé"). Los huemules, cérvidos nativos, son otro plato suculento para el puma pero al contrario que sus vecinos los guanacos, viven en la espesura del bosque y aunque no huyen del hombre hay que tener paciencia y una buena dosis de suerte para divisarlos.

Sobre los lagos, decenas de especies de aves entre las que destacan los flamencos, cisnes de cuello negro o caiquenes (ganso de Magallanes), los más numerosos. Tratan de mantenerse lejos de los zorrillos que abundan por el parque y que les tienen incluido en su menú ... cuando se dejan coger. Las cuadrillas de ñandués -avestruz americana más parecida al emu australiano- son también fáciles de ver pero no de cerca, son muy huidizos ante la presencia humana. También acaban de tener crías y es divertido ver corretear algunos de ellos con sus más de diez polluelos que fielmente siguen raudas a sus desconfiadas madres. Realmente el Parque Nacional parece estar proyectando escenas de Bambi.

VELEROS DE HIELO

Y por todo este prodigioso rosario de lagos y lagunas que se diseminan a los pies del insigne macizo hubo entre todos ellos uno que nos causó una especial y mayor admiración: el lago Grey. Los gigantescos icebergs que habían conseguido liberarse del glacial que los concibió cientos de metros más atrás, finalmente quedan varados como albinas ballenas en la orilla del lago. Atrapados sin poder escapar sólo les queda el consuelo de que serán admirados gozosamente por los que allí nos congregamos. Contemplamos absortos cómo el viento y el sol van esculpiendo formas inverosímiles a su efímera figura, arrancando cegadores destellos a esas montañas de miles de brillantes ensamblados en perfecta armonía.

Nos relata el padre De Agostini: "los dos brazos del glaciar Grey son como dos enormes bastiones flotantes, erizados de fantásticos pináculos y agujas de hielo. Los témpanos soplados por el viento flotan como veleros sobre las aguas del lago". No es posible describirlo con mayor exactitud, poesía y sentimiento. Así es, esos veleros congelados tratan de navegar hacia otros horizontes pero están atrapados, no hay salida. Sólo cuando su cuerpo se funda con el agua del lago, entonces podrán liberarse pero mientras luzcan esas imponentes figuras serán prisioneros de sí mismos y del lago que los acoge... para nuestro deleite.

Los veteranos del parque recuerdan a nuestro amigo Pablo de cuando fue guardaparque en Torres del Paine y reciben con cariño sus recuerdos. Fue uno de sus antiguos compañeros, Juan Toro, el que nos entusiasma con muchas historias del parque, fruto de su experiencia y media vida residiendo en él. Ahora destinado en la guardería de laguna Azul se reconoce apartado del mundo pero feliz de vivir con su familia en este privilegiado lugar de paz y cautivador entorno. Fauna, flora y geología pura y dura es lo que les rodea en este escenario natural. Junto a la estufa-cocina de leña su voz se confunde con los crujidos que los troncos emiten al ser devorados por el fuego. El asado de cordero y las "papas" cocidas están listas y entre bocado y bocado seguimos absortos con sus historias sobre el bello parque. Hacemos un último brindis por la naturaleza y por su conservación, es nuestra última noche en Torres del Paine.

EL TERCER POLO

En Cerro Castillo debemos entrar en Argentina para sortear una barrera insalvable por tierra: el inmenso e impenetrable Campo de Hielo Sur, que ha sido calificado junto con el Campo de Hielo Norte, como el "Tercer Polo".

Los trámites aduaneros son una sencilla y rápida formalidad que nos permite en pocos minutos adentrarnos en la infinita y solitaria Pampa argentina. Nuestro flamante nuevo pasaporte ya comienza a tener demasiados sellos para estar todavía en los territorios australes de América. Con el segundo pasaporte que gastamos en esta expedición llegamos por los pelos a Australia, el sello de entrada a la isla de los canguros se llevó el último pequeño hueco que nos quedaba. Allí mismo, en las antípodas de España tuvimos que hacernos pasaportes nuevos. Ese pasaporte es el que ya tiene tres páginas menos, lo usamos en nuestra escala de Singapur, la entrada en Chile; posteriormente tuvimos que sellar la salida de Chile y entrada en Argentina en nuestro desembarque del Terra Australis en Ushuaia y de nuevo hacer formalidades de inmigración al regresar al barco. Ahora de nuevo salimos de Chile para reingresar en breve al otro lado del Campo de Hielo Sur. A este paso vamos a necesitar otro antes de finalizar la ruta. ¡Si es que termina algún día porque salimos para dos años y lo más pronto que lo terminamos es a finales de este año ... tres años y medio después! Hasta nuestras familias nos han enviado un e-mail con un "¿pensáis regresar algún día?". Pero sí, algún día regresaremos. Palabra.

Durante cientos de kilómetros las esporádicas y aisladas haciendas ganaderas son los únicos oasis de vida en un monótono y reiterativo paisaje de tierra yerma y pastos color pajizo. Pocos son los vehículos que nos cruzamos pero uno de ellos nos da un buen saludo. No hay asfalto, todo son pistas de ripio y la gran velocidad que lleva un vehículo en dirección contraria hace que una enorme piedra que despide se estrelle estrepitosamente contar el parabrisas. Menudo cantazo. Justo delante de mis ojos. En mitad de la frente como quien dice. Dejó una enorme marca circular al romper la primera capa del parabrisas pero no llegó a la segunda así que se une a los otros tres impactos (estos pequeños) que recibimos en Australia. Menos mal que no cambiamos el parabrisas, igual esperamos a salir de Centroamérica en previsión de más impactos. Donde habría que cambiarlo sería en Estados Unidos, donde nos podrían multar por ir con tantos impactos en el parabrisas. Ningún agente se creería que acaban de ocurrir y no ha dado tiempo a cambiarlo. Una quizás, dos roturas ... podrían colar como mala suerte en las últimas 24 horas pero cuatro o más sería considerado como un intento de burla al agente ...y eso nunca gusta a las patrullas de carretera.

Con el recuerdo argentino seguimos avanzando y nos centramos en la naturaleza que nos rodea. La pampa es monótona pero posee unos hitos remarcables en nuestra ascensión hacia el norte. En el podium de los ganadores comparten la medalla de oro el Glaciar Perito Moreno y el Lago Argentino. El Perito Moreno tuve el placer de conocerlo y deleitarme con su grandeza hace 12 años, cuando en mi periplo por todo el territorio argentino me dejó impresionado con su sobrecogedora masa de hielo vivo, que ruge, gime y nos hace estremecer cuando se rasga para caer por sectores al abismo. Las calmas aguas de su base se convierten repentinamente en maremoto. A su vera, las profundas aguas turquesas del lago Argentino devuelven el sosiego tras la excitación producida por el titánico glacial y conducen en barco a nuevos glaciares y bosque nativos aislados en remotas bahías.

El viento es lo que nos está volviendo locos. Es como un huracán que sopla incansablemente, día y noche, mañana y tarde. Imposible acostumbrarse a él, es una lucha perdida de antemano. Intentar fotografiar, grabar, comer, simplemente lavarse la cara sin que el viento se lleve el agua que sale de los bidones es tarea ardua. Hasta nuestra montura de 3 toneladas se ve en ocasiones zarandeada por tan energúmeno ventarrón.

Buscamos montar los campamentos en depresiones del terreno pero Eolo juega siempre con los viajeros y cambia la dirección de sus huestes para convertir lo que considerábamos muros de protección en tremendos pasillos de aire irreprimible. Los fundos (granjas) abandonados resultan ser la mejor protección. Situados normalmente en quebradas resguardadas, sus ruinas cortan el viento y siempre hay alguna estancia abierta con cuatro paredes y techo que nos permite instalarnos al resguardo de los elementos. Cocinar sin que se vuelen los macarrones al intentar escurrirlos y poder trabajar sin que los papeles se conviertan en pájaros.

La inestable y caótica situación de Argentina con el desplome económico causado por la desmesurada corrupción de sus líderes nos hizo ser prudentes. La situación variaba día a día y el cambio de moneda fluctúa cada hora. Imposible prever lo que ocurriría la jornada siguiente. Ni siquiera era previsible el abastecimiento de comida o combustible. Preferimos no arriesgarnos y decidimos ser totalmente autónomos durante las jornadas que dedicaríamos a recorrer los cientos y cientos de kilómetros por la pampa argentina hasta nuestro reingreso en Chile. Llevábamos de todo cuando partimos de Chile: combustible para unos mil doscientos kilómetros y tampoco nos faltaría comida y agua.

Llegó el momento de girar hacia el oeste para dirigirnos al paso Roballos, la entrada natural más cercana para reingresar a Chile. Nos hubiera encantado seguir recorriendo el suelo argentino para reencontrarnos con aquellos viejos y hermosos lugares que antaño recorrí pero esta vez nuestro corazón está en deuda con Chile puesto que en la anterior ruta la protagonista fue Argentina y tan solo pudimos dedicar a Chile diez días. En esta ocasión se han invertido las prioridades.

La Pampa se va torneando sinuosamente a medida que nos aproximamos a los Andes. Aparecen ríos, lagos y la orografía adopta formas más voluptuosas y sugerentes cuya máxima expresión se produce en el cañón que cobija la hacienda "Sol de Mayo" con su oasis y su cogollo de árboles. El viento sigue soplando por desquiciadas rachas, los cerros se han agrandado, los valles se han estrechado, algunos árboles emergen de la tierra, el cielo nuboso se ha aclarado. Un panorama realmente bello para despedir a Argentina y desear lo mejor a los argentinos, cuyos gobernantes han sumido su moderno, próspero y hermoso país en el caos.

Un atento carabinero chileno revisa nuestro todo terreno para comprobar que no llevamos ningún producto fresco como verduras, frutas, derivados lácteos, miel, carne, ... Chile es el único país de toda Sudamérica que no sufre la fiebre aftosa y el estricto control del Servicio Agrícola Ganadero quiere que siga siendo así. También han cortado por lo sano en lo que respecta a insectos o larvas que puedan acarrear los demás productos frescos. Todo está prohibido.

Una jovencita guanaca se pasea por el puesto fronterizo como si fuese un cachorillo. Meses atrás un ganadero la entregó en el puesto aduanero herida de una pata y decidieron cuidarla hasta que sanó. Tras los mimos humanos se negó a reunirse con un rebaño y se ha convertido en la mascota del puesto por voluntad propia. Mientras el carabinero nos inspecciona el Montero ella no para de husmear por todos los rincones, como un auténtico sabueso. El chulango es increíblemente tierno y Marián, que no puede evitar acariciar cualquier tipo de bicho viviente, le acaricia suavemente el lomo. El guanaco se vuelve hacia ella, infla sus mofletes y ... ¡zas! Marián recibe un escupitajo en plena cara. El carabinero y yo nos morimos de risa al ver su cara de incredulidad impregnada de puntitos verdes -de hierba rumiada por el animal- mezclada con saliva. Recordamos en ese momento las palabras de Juan Toro cuando nos comentó la curiosa animadversión de las hembras guanaco hacia las hembras humanas. Marián se aparta para retirarse los restos de hierba y saliva de su cara y ropa mientras le lanza miradas incisivas a la orgullosa guanaquita que estira su cuello.

Con todo en orden, sellado y con Marián "limpita" de nuevo nos lanzamos al ripio para recorrer uno de los caminos más legendarios de la Patagonia chilena, la emblemática Carretera Austral. El símbolo del desafío y esfuerzo por abrir camino allí donde parece imposible que el ser humano pueda avanzar un solo paso.

LA ÚLTIMA FRONTERA

La navegación a bordo del Magallanes que el mes pasado realizamos entre Puerto Montt y Puerto Natales nos bajó por una ruta marítima a través de canales y fiordos paralela a su homónima terrestre. Por ella comenzamos ahora a deslizar nuestro Mitsubishi Montero que va a probar durante miles de kilómetros el ripio chileno.

La pista alcanza poblaciones aisladas que hasta hace muy pocos meses era imposible llegar. La más representativa de todas ellas es Villa O'Higgins, la última frontera de la Carretera Austral. ¡¡Eso fue lo que aprendimos con aquel ejemplar de Geo que nos regaló mi tía Dominique en su paso por Singapur!! (Crónica 72) El reportaje central era Chile y en él anunciaba que la Carretera Austral había llegado por fin a Villa O´Higgins. ¡Qué increíbles son los caminos cómo nos llega la información! Esa noticia varió nuestros planes en Chile y nos propusimos llegar hasta la ignota Villa O'Higgins. Si lo conseguíamos seríamos el primer vehículo español en llegar a la "Última Frontera" de la Carretera Austral, justo a los pies del Campo de Hielo Sur.

Pero hay mucho camino por medio. Las pistas son muy polvorientas cuando no llueve y cuando algún jeep pasa junto a nosotros una enorme nube de polvo nos hace perder la visibilidad. Cochrane es la primera población que nos encontramos. Fue creada en 1.930 aunque realmente no fue hasta 1.954 cuando comenzó a contar con servicios públicos. Se levantó sobre terrenos arrendados a la Sociedad Explotadora del Río Baker, que años atrás se había abierto paso por la zona. Una zona por donde, salvo el río más caudaloso de Chile, no se había aventurado casi nadie. Las costas de esta intrincada zona fueron descubiertas y recorridas por navegantes españoles al comienzo del Imperio Español en América bautizándola como Trapananda. Pero pronto los ibéricos llegaron a la conclusión que jamás poblarían estas tierras pues no disponía de entradas y salidas satisfactorias, se enfrentaban a un bosque impenetrable. Incluso tras la independencia chilena el propio gobierno no les prestó demasiada atención considerándolas "tierras de entre medio" y fueron olvidadas. Pero a principios del siglo XIX Chile y Argentina comenzaron a tener serias disputas para delimitar las fronteras de sus nuevos países y enviaron diversas expediciones para explorar y tomar soberanía de estos desconocidos territorios. Era casi un "el primero que llegue para él".

Se inician tímidos intentos de poblarlas para ejercer la posesión física pero la misión de encontrar "voluntarios" para colonizarlas era muy complicada. Chilenos, argentinos e ingleses realizaron algunas expediciones pero fue a finales de siglo cuando el gobierno chileno le encargó al alemán Hans Steffen, un profesor de Historia y Geografía del Instituto Pedagógico de Santiago explorar toda la zona. En 1.902 el Rey de Inglaterra arbitró los límites territoriales entre Chile y Argentina y a lo largo del siglo XX ha habido muchos otros litigios que se han intentado solucionar con comisiones arbitrales. Y no es de extrañarse porque esta inmensa e intrincada Patagonia es un jeroglífico de ríos, canales, fiordos, montañas, lagos, lagunas y glaciares. Las estancias ganaderas particulares fueron los primeros asentamientos que por este "desierto verde", como muy acertadamente lo denominó Charles Darwin en 1828 al ver lo compacto que era ese mar de espeso bosque. Pero para abrirse paso por él y conseguir pasto para el ganado fue el fósforo la solución que adoptaron. Miles y miles de hectáreas fueron pasto de las llamas durante años creando un lamentable desastre ecológico, incendios descomunales cuyos humos llegaron a alcanzar el Atlántico.

Nos aprovisionamos de combustible (a un precio carísimo) y víveres. La sinuosa pista que parte de Cochrane se enreda entre lagos y lagunas que disponen de coronas naturales de juncos delimitando sus orillas. No cabe duda que el sol es el que viste de gala a la naturaleza y en esta ocasión el intenso color azul de los lagos que nos encontramos están sombríos por su ausencia. El cielo nuboso llora sobre nosotros con una tenue llovizna.

Los bosques son abundantes pero también los amplios claros debido a las acciones ganaderas que en décadas anteriores se abrieron paso mediante salvajes incendios para conseguir pastos para sus animales. Era el modo como se abrían hueco los fundos ganaderos, las únicas empresas que consiguieron asentarse entre estos compactos bosques. La pista a partir de Puerto Vagabundo comienza a ascender y se estrecha dejando a la izquierda del camino precipicios que se estrellan contra las rocas y aguas de los torrentes que deslizan a nuestros pies.

El terreno se ha humedecido bastante, la lluvia se ha intensificado y desde hace un buen rato se ha convertido en una compañera inseparable para nuestro desagrado. Las acampadas son siempre húmedas pero afortunadamente la calidad de la tela de nuestra tienda permite que, mientras desayunamos, se seque rápidamente con la brisa puesto que el sol no hace el menor esfuerzo por colaborar.

Puerto Yungay es tan solo un embarcadero y sus únicos habitantes son el destacamento del ejército que se encarga de ese tramo de la Carretera Austral. Nos reciben muy amablemente y nos instalamos con ellos mientras esperamos la barcaza "Lago General Carrera", el único medio que permite superar el caudaloso río Bravo y llegar a Villa O'Higgins. Está habilitada por el Cuerpo Militar del Trabajo -artífice de toda la Carretra Austral- y pilotada por el diestro capitán Abelardo Díaz Lemus. En la cantina nos invitan a unos mates amargos al calor de la estufa. Media hora de travesía es suficiente para situarnos en la otra orilla del río Bravo y comenzar a recorrer el último tramo para alcanzar por tierra la lejana Villa O'Higgins.

El camino aún muestra las llagas descarnadas en las paredes rocosas entre las que avanzamos. Nos recuerda en muchos momentos a la Karakorum Highway de Pakistán recorrida en esta expedición en 1.999 o a la ruta este de entrada a Ladakh en la India durante el 2.000. Al igual que esas otras dos grandes obras faraónicas, en el camino aparecen carteles con los nombres de las víctimas mortales de esta magna vía. La naturaleza no hace distinción entre los profanadores de sus carnes y pasa factura por igual a soldados, suboficiales, oficiales y hasta a dos coroneles. Incluso la prensa sigue reportando accidentes mortales de viajeros que se salen de la carretera y mueren al fondo de un barranco o ahogados en las aguas. El último de ellos se cobró la vida de dos personas de Villa O'Higgings. El todo terreno conducido por un residente de ese pueblo y acompañado por un carabinero con su mujer y sus dos hijos se salió de la carretera y se precipitó al río Bravo. El carabinero logró sacar a su esposa y al menor de sus dos hijos, de dos años de edad, pero no pudo rescatar ni al conductor ni a su otro hijo de tres años. Ambos murieron ahogados en las aguas del torrente. Terribles tragedias que siguen demostrando que la naturaleza siempre tiene la última palabra en estas latitudes australes del mundo.

El ripio húmedo nos hace derrapar ligeramente cuando giramos, los altos en el camino nos permiten ver los densos bosques solitarios. Un hermoso huemul nos mira con curiosidad cuando hacemos un alto para almorzar. El tumultuoso río Bravo pone la música al valle inferior. Nos pegamos a la pared rocosa cuando bordeamos precipicios y el gran lago Cisnes allana el horizonte justo antes de Villa O'Higgins.

Finalmente hemos llegado. Entramos en la "Última Frontera" de la Carretera Austral. Un enclave al que hasta hace poco tan solo se podía llegar en avión ... ha llegado por primera vez un vehículo español tras más de cien mil kilómetros por cinco continentes desde que inició su andadura desde Ceuta. Estamos eufóricos y esta llegada se une a la ruta del Cáucaso al Himalaya por Asia Central, el cruce del Kardung-La con sus 5.602 metros de altura y la llegada a Angkor. Las mayores primicias de nuestra infatigable montura.

Villa O'Higgins ha tenido un nuevo amanecer en su historia con este enlace terrestre, han dejado de ser una isla en un océano de montañas y hielo. Tienen una climatología extrema de vientos, lluvias y terribles inviernos nevados, el avión no era una garantía de enlace con el mundo exterior. La tierra sí. Es toda una sensación de alivio para los residentes.

La casualidad quiso que llegásemos en plena ceremonia de presentación del primer refugio de exploración científica que se iba a instalar en el Campo de Hielo Sur. El arquitecto Emilio Armstrong ganó el concurso público convocado por el Instituto Chileno de Campos de Hielo para su primera base científica. Está en la grada exponiendo concienzudamente todas las características del refugio y de la vida que llevarán un máximo de ocho personas rodeadas de un mundo de hielo con vientos que pueden alcanzar 200 kilómetros por hora. Lo que tenemos ante nuestros ojos se instalará mediante helicópteros del ejército el próximo septiembre en uno de los cerros blancos del Campo de Hielo Sur. Todo un desafío para Chile, la ciencia ... y el ser humano.

Sigue lloviendo en esta isla convertida en península gracias al Cuerpo Militar del Trabajo. Entre los asistentes al acto está Humberto Pizarro, miembro de la Municipalidad que nos dio la bienvenida a nuestra llegada con nuestro vehículo y nos hizo mil cuestiones sobre la ruta. Le preguntamos donde podríamos montar el campamento pero la lluvia le hace buscar una solución más cómoda que acampar bajo la tormenta. Nos presenta a Nora, compañera de la Municipalidad, y ésta nos ofrece la pequeña casa de sus padres, que se encuentran ausentes. Lo agradecimos infinitamente pues la lluvia y el viento no eran buenos aliados para las acampadas que pretendíamos realizar. La cabaña cuenta con una gran cama y una rústica estufa-horno de leña que nos facilita las tareas de cocina y nos calienta los días que allí pasamos.

Villa O'Higgings fue fundada hace tan sólo 36 años, el 20 de septiembre de 1.966. Habitado por ganaderos, campesinos forestales y funcionarios públicos como una muestra de la soberanía chilena en unas zonas donde los límites fronterizos entre Chile y Argentina siempre han vivido episodios muy críticos. De hecho, en el año 1.994 -tras años de serias disputas- un tribunal de arbitraje latinoamericano decidió finalmente entregar a Argentina la soberanía del territorio laguna del Desierto próximo al Lago O'Higgins, que en la parte argentina se llama lago San Martín.

Las vistas desde el mirador sobre la cabaña de CONAF (Corporación Nacional Forestal, a cargo de todos los parques nacionales) nos permite contemplar las panorámicas del pueblo que aparece diminuto ante las grandes montañas de cumbres níveas que los rodean. El encargado de CONAF, John Bahamondez, es una gran ayuda para recibir consejos y rutas sobre las muchas actividades de senderismo, rutas a caballo, pesca o navegación que se pueden realizar en los alrededores. Se puede incluso llegar a un glaciar con una marcha de cuatro horas. Eso sí, incluso en verano hay que ir muy abrigado.

Este poblado de apenas quinientos habitantes está en la única gran extensión llana de la zona. Sus habitantes miman su villa, el pueblo está impecable, todas las casitas son unifamiliares con un terrenito que les rodea y la estructura es de cuadrícula bien ordenada. A algunas casas se las ve viejas y algo destartaladas pero hay otras muchas que son una belleza pintadas de vivos colores, ya se trate de una encantadora construcción de madera con tejuelas o la funcional de chapa. El cariño a su villa hace que la municipalidad esté estudiando una ordenanza que regule a las nuevas construcciones para que se levanten de tejuelas de madera, una sabia decisión pero que todavía no ha sido aprobada por el costo extra que supone para los vecinos. Las hermosísimas casas de tejuelas son obviamente más caras que las de chapa pero también es evidente que el pueblo quedaría mucho más hermoso, no hay más que ver los rincones de Villa O'Higgins donde se han levantado ese tipo de construcción tradicional.

Su parque público para pasear, hacer picnics y los imprescindibles asados comunales así como su zona de juegos para niños -entera de troncos de madera- son una delicia. Nos acercamos a Puerto Bahamonde con Nora, es el embarcadero del lago O'Higgins y desde donde parte cada sábado la barcaza "Soberanía". Su recorrido es sencillo y su misión clara: llegar hasta un minúsculo puerto argentino (desde donde se puede entrar y salir de Chile a pie, caballo o bicicleta tan solo) haciendo escala en todos los pequeños asentamientos ribereños cercados por la naturaleza para comunicares con el mundo exterior.

UN PUEBLO SIN CALLES

Nace un nuevo desafío gracias a un cartel que aparece en la Carretera Austral:

Barcaza General Carrera

Tramo: Puerto Yungay - Tortel.

Fechas: días 15 y 30 de cada mes.

Zarpe: 14 horas.

¡Caleta Tortel! Resulta que la barcaza que nos cruzó desde Puerto Yungay a Río Bravo ... los días 15 y 30 de cada mes va a Caleta Tortel. Es estupendo, habíamos leído sobre ese remoto enclave pero lo consideramos fuera de ruta porque es inaccesible por tierra y requiere alquilar una lancha privada, dejar el coche solito en un embarcadero desamparado, pernoctar en el pueblo y regresar con otra larga navegación. Lo consideramos muy complicado y lo desechamos pero al ir una barcaza grande y pública la cosa cambia y nos da una gran alegría.

Pero, ¿por qué esa euforia? Caleta Tortel es realmente un lugar único y curioso. No se trata tan solo del hecho que no se puede llegar por tierra (hay muchos lugares así) es que el pueblo no tiene ni calles. Aunque un helicóptero depositase un vehículo ... este no se podría mover de donde ha sido depositado. Para ir de una casa a otra ni siquiera se puede circular en bicicleta, barca o caballo. Se trata de una aldea levantada sobre palafitos que trepan por las laderas de los cerros que la configuran. El río, las montañas y el bosque la impregnan de su seña de identidad, le da el sentido a su existencia. Toda ella está unida por pasarelas de madera y escaleras; para desplazarse tan solo queda el "coche de San Fernando": un ratito a pie y otro andando. Para sus "relaciones exteriores" tienen el caballo, compañero imprescindible, y las barcas. Estas últimas, ya sean en forma de botes, lanchas, balsas o chatas de ciprés (única de los habitantes de la zona del Baker y que no se dan en ninguna otra parte del país), son imprescindibles para su subsistencia: desplazarse, comerciar y pescar por los caudalosos ríos Bravo, Baker y Pascua.

-Es que hasta nos cuadran las fechas. La barcaza parte pasado mañana a Caleta Tortel. Ni siquiera tendríamos que esperar, es justo el día que llegamos a Puerto Yungay -le digo a Marián con satisfacción.

-Y regresa al día siguiente, tiempo suficiente para visitar el pueblo -me ratifica.

-Pero es que hay más. En esa barcaza cabe nuestro Montero, ¿te imaginas llegar con nuestro todo terreno a Tortel? Aunque no podamos circular sería estupendo llegar con todas nuestras cosas ...

- Y nuestra casa -me interrumpe Marián.

-Sí, tendríamos hasta un sitio donde dormir, los computadores, los cargadores de baterías, ... todo.

-Pues yo creo que si hay sitio ... el capitán puede dejarnos. Parecía muy majete.

-No perdemos nada por intentarlo.

Regresamos al minúsculo y solitario muelle de Río Bravo. Este punto de embarque es una aventura. Tan solo hay una barcaza ("Lago General Carrera") porque según nos contó el comandante en jefe del destacamento de Puerto Yungay ... ya costó Dios y ayuda traer esa pequeña nave hasta aquí. En Puerto Yungay (el otro extremo, a 30 minutos de navegación) está el destacamento militar y se sabe qué pasa con la barcaza y dónde está; incluso en caso de emergencia tienen comunicaciones, comida, agua, víveres ... y hasta televisión satélite con 50 canales nacionales e internacionales. Todo a disposición de los viajeros necesitados porque los carabineros y militares de Chile tienen una hospitalidad desmedida. Pero en el embarcadero de Río Bravo no se sabe un colín. No se puede divisar desde ningún lugar el lejano embarcadero de Puerto Yungay y se está allí más sólo que la una, no hay nadie, ni un triste refugio, ni un teléfono, nada de nada. Si la barcaza se ha estropeado al otro lado puedes pasarte días sin saber qué pasa. Nosotros nos lo tomamos con calma, teníamos todo el día por delante así que nos instalamos en una alta curva de la pista, nos preparamos el almuerzo, pusimos música y a esperar con los prismáticos para ver si divisábamos un puntito negro sobre las aguas acercándose.

Y el puntito apareció. Acercándose, acercándose, acercándose ... hasta convertirse en la General Carrera. Llegamos solos y nos embarcamos solos, ningún otro vehículo apareció en las dos horas de espera. Partimos al instante. Saludamos de nuevo al capitán Díaz y tras las maniobras de desatraque y cuando ya estábamos enfilados hacia Puerto Yungay en medio del anchísimo canal le proponemos nuestra idea de irnos mañana con él ... y nuestra montura. Tal y como esperábamos no puso ningún impedimento ... si hay sitio. El jarro de agua fría fue su siguiente frase: "Pero creo que no va a caber, llevamos harta carga a Tortel. No sólo provisiones, que van en la bodega, también hartos bidones de combustible y bombonas de gas que han de viajar obligatoriamente en cubierta y casi seguro que la llenan. Esta barcaza es muy chica." Le agradecimos su predisposición y ... mañana se verá si cabe o no.

El resto de la tarde y la mañana siguiente hasta la partida de la barcaza son tranquilas. Trabajamos en una de las cabañas del ejército, nos vimos una película por la noche en uno de los canales del Ski Chanel y hasta cocinamos cómodamente en su cocina. Desde la ventana vemos en el horizonte al "General Carrera" que regresa. Llegó la hora de la verdad."

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.