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Crónica 3,

Túnez II - El gran sur

Ruta : Ruta de los Imperios | País : Túnez

Sahara ... un nombre evocador que erróneamente se asocia a la soledad y al vacío. No es así, el desierto tiene su propia vida ... pero mucho más oculta que los demás ecosistemas y tan sólo es evidente cuando llegamos a los oasis. Estamos en las lindes de ese gigantesco océano de arena, en los oasis de montaña de Tamerza, Midés y Chebika. Todos ellos con su propio pueblo fantasma encaramado a las rocas y ... abandonado por un emplazamiento más accesible cuando su carácter defensivo dejó de tener sentido.

Este Sahara es escenario de muchas producciones cinematográficas y la última vez que estuvimos aquí -en el otoño del 96-, fue imposible penetrar en el oasis de Midés ya que estaban grabando una película italiana. También algunas de las escenas de "El Paciente Inglés" fueron rodadas por esta zona, tal y como nos recordó un joven que regentaba un pequeño puesto de enormes rosas del desierto junto al cañón por donde discurren las aguas del oasis.

Estos oasis fueron antiguas poblaciones romanas de la retaguardia y siguen todavía habitadas por personas que viven de las palmeras datileras. Aquí el calor es más acuciante, rondando los 40º (¡es el verano sahariano!), afortunadamente podemos mitigarlo a la sombra de las palmeras y con el frescor del agua de manantial que brota de la roca. En cualquier punto del Sahara la palmera es la vida: "Honradla como a vuestra propia madre -se lee en el Corán- porque está hecha con el mismo barro que Adán". Con sus troncos se construyen y se arreglan viviendas, desde muebles hasta tazas, alfombras, escobas e incluso jabón. Con sus fibras se tejen prendas de vestir, se fabrican cuerdas, sedales, redes y embarcaciones ligeras. Con los huesos y los frutos se preparan combustibles y alimentos para el ganado. Pero los dátiles más dulces son destinados al consumo humano y en España podemos disfrutar de algunas de sus variedades, importadas directamente de esta zona del país tunecino.

Los cauces de sus wadis (ríos) ahora permanecen secos y tranquilos pero en épocas de lluvias pueden arrastrar torrentes de una fuerza devastadora que sus gentes conocen perfectamente adoptando las medidas adecuadas para evitar desgracias, o al menos el menor número posible de ellas.

En Chebika seguimos la senda que recorre el agua y las pequeñas cascadas que van surgiendo son utilizadas por los lugareños a modo de ducha que les permite pasar un rato fresco y divertido con los amigos. En una de ellas algunos se habían untado con barro a modo de mascarilla facial y capilar asegurándonos que tenían propiedades depurativas. Sea cierto o no, ellos estaban en la gloria y a Vicente y a mi se nos iban los ojos detrás de las cascadas donde no nos hubiera importado refrescarnos bajo su potente chorro.

Tras 70 km. conseguimos alcanzar Tozeur, serían las tres de la tarde y el calor era imposible de soportar. Nos metimos en un restaurante local donde nos comimos un plato de shawarma (carne de cordero asada girando verticalmente y cortada en pequeñas y finas lonchas) con ensalada, patatas fritas y una salsa no demasiado picante. Ésto, el ventilador que giraba sin cesar en el techo y el litro y medio de agua fría que tragamos sin pestañear nos proporcionó la energía suficiente para proseguir.

El casco antiguo de arquerías y ladrillos de adobe, sus mujeres vestidas de negro absoluto - tan sólo roto por una banda blanca - y el extenso palmeral de su oasis son el condimento ideal para fundirse con el ambiente.

EL IMPERIO DEL DESIERTO

En otros tiempos esta zona esteparia y predesértica, salpicada de pequeños emplazamientos romanos, era una ilimitada llanura verde cultivada de trigo y olivos. Hoy la aridez, los vientos abrasadores, el eterno avanzar de las dunas de arena, conquistan, sólo en África una hectárea de vegetación por día, arrasada por los vientos cálidos que soplan desde el sur. Entre 1959 y 1961 los jammés (campesinos de palmito) plantaron en la provincia del Sahara 7 millones de palmeras para levantar una inmensa barrera vegetal, húmeda y viva, que atrajese las lluvias. Sólo en Nefta se cuentan más de 400.000 palmeras datileras y en Tozeur más de 200.000. Resulta evocador pasear por estos palmerales, donde las higueras y granados compiten en desventaja con sus altivas vecinas que son las dueñas del lugar. Pocos kilómetros más allá, el viento del desierto sopla y comienza la interminable extensión de sal del Chott el Jerid.

Comenzamos a cruzarlo por la estrecha carretera de 80 kilómetros que, para evitar inundarse cuando llueve, se eleva dos metros por encima de este inmenso desierto de sal. La extensión a un lado y otro es infinita, y en las horas más castigadoras del sol vemos espejismos de extensiones de agua y palmerales en el horizonte. Nos vamos encontrando estanques - ¡reales!- y pequeñas lagunas de agua transparente ... roja, verde o turquesa ... según la composición química de la sal sobre la que se halle. Es un mundo inerte de salmuera y durante todo el rato que estuvimos andando por encima de ella o en los altos que hicimos para admirar sus coloridas piscinas no paró de soplar el siroco, arrastrando diminutas partículas de sal en suspensión que se adherían a nuestros cuerpos. El viento no solo no dejó de soplar sino que intensificó su fuerza y era increíble observar la arena cruzando constantemente la carretera de un lado a otro. Con este fenómeno es necesario extremar las precauciones porque se pueden formar lenguas de arena, que como auténticas dunas, cortan repentinamente el camino.

Las acampadas libres eran ya nuestro modo de vida en cuanto iniciamos el recorrido por el Imperio del Desierto. En los pequeños pueblos nos aprovisionábamos de comida, en pozos o en fuentes íbamos reponiendo el agua consumida y por las noches aprovechábamos las temperaturas más benignas para cenar y escribir el diario de viaje ... tras una reparadora ducha que parte de un bidón de agua instalado a tal efecto en la baca del todo terreno. Por lo menos, tras pasar todo el día sudando tenemos el placer de irnos a dormir limpios.

Durante el día, el sol empuja al termómetro hasta los 48º a la sombra y lo peor ... es que no hay sombra. Cerca de Douz, en las lindes de la vasta superficie sahariana quedaron las palmeras y los camellos reposando lánguidamente y nos adentramos entre las dunas.

El desierto, que siempre nos fascina (pero al que siempre acudimos -¡y con razón!- en otoño, primavera o invierno) nos ofrece su cara más cruel y devastadora en el verano -¡como es de ley!-... y con un constante viento abrasador que no nos da tregua ni un sólo instante. Afortunadamente, y por una vez, las arenas no nos atraparon en ningún momento ... lo que nos evitó tener que trabajar con las palas y las planchas de arena bajo el implacable sol.

EL LEGADO BEREBER

Dejamos atrás el Imperio del Desierto y desde el borde del círculo de montañas desnudas del Dahar, el suelo de la población de Matmata aparece sembrado de una serie de cráteres circulares dándole un aspecto lunar. Se trata de las villas bereberes, viviendas trogloditas excavadas en la tierra para luchar contra el calor. A 6 metros de profundidad, las habitaciones abovedadas giran alrededor de un patio abierto que alberga su vital pozo. En una de estas viviendas ... se rodó la escena de la discoteca de la película "La Guerra de las Galaxias".

A través de polvorientas pistas, y con paradas constantes para echar mano de nuestra provisión de agua, seguimos adentrándonos más al sur, donde encontraremos otra de las construcciones más significativas de la cultura bereber: las ghorfas. Los bereberes sedentarios para defenderse de las incursiones de los árabes se refugiaron en el jebel Dahar, la larga cadena montañosa que divide en dos el sur del país y allí erigieron sus villas fortificadas, los ksours, en posiciones inconquistables. Se trata de graneros fortificados formados por las ghorfas, células de estructuras abovedada que se superponen con una altura de tres o más pisos con el propósito de almacenar en seguridad el grano y el aceite.

Nuestro todo terreno se zarandea como un velero en una tormenta mientras trepa por el pedregoso camino de un jebel. Por fin, en la cima de la colina, entramos en el ksar de Jouma, uno de los ejemplos más representativos de ghorfas. Fuera de las rutas habituales, se encuentra abandonado pero en buen estado y es perfectamente visible la disposición de su estructura, tanto exterior como interior. Y en Ksar Hadada una de ellas se ha transformado en un hotel, sencillo y austero, pero que no deja de ser una magnífica idea que rinde culto al pasado.

Nuestra etapa por Túnez está llegando a su fin, tan sólo nos queda realizar los últimos kilómetros que desde Ksar Hadada nos conduzcan a la Isla de Jerba. La isla de los comedores de loto que entretuvieron a Ulises cuando volvía de la guerra de Troya.

Accedemos a la isla por la calzada que los romanos construyeron para unir por tierra la isla al continente. Dentro del cinturón dorado que forman sus playas, esta isla se halla sembrada de más de 300 pequeñas mezquitas de un blanco radiante sumergido en el esmeralda de los palmerales. Un pequeño paraíso donde los menzels, casas bereberes encaladas y con aspecto de pequeñas fortalezas, rinden un silencioso homenaje a unos tiempos lejanos ... cuando se instalaron en esta isla.

Todo a lo largo de su costa se hallan hoteles de todas las categorías o incluso complejos que constituyen en sí mismos auténticos pueblos autónomos como el de Dar Jerba, con sus 70 hectáreas de extensión. Al norte de la isla se encuentra su capital Houmt Souk. En ella existen unos antiguos caravanserais, lugares de descanso para las antiguas caravanas, un auténtico Edén en sus largas y duras travesías. Con un patio central con vegetación y pozo disponía de habitaciones abovedadas en dos pisos, arriba descansaban los camelleros y abajo sus monturas. En la actualidad, algunos de esos inmemoriales caravanserais están acondicionados como austeros albergues... pero preservan su encanto con un hermoso patio interior ajardinado rodeado de arquerías. Una genuina reliquia que a los amantes de las antiguas tradiciones nos permite vivir una experiencia muy especial. Desde este peculiar emplazamiento enviamos esta crónica y rememorando un viejo episodio de las leyendas caravaneras preparamos nuestra próxima etapa: Libia.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.