Militares, kalashnikovs, alambradas, pequeños bunkers, sacos terreros
creando muros artificiales que miraban hacia Irán, altas torretas de vigilancia, ...
parecía que estuviésemos en una película antigua de intercambio de prisioneros al borde
de una de las fronteras de la "guerra fría". La fortificación de la época
soviética seguía intacta, eso no lo habían construido los armenios. Tras la
independencia y el caos firmaron su entrada en la C.I.S. para recibir ayudas de Rusia y
una de las cesiones fue que Rusia seguiría controlando las fronteras exteriores. Es
decir, que hay dos fronteras: la armenia y luego la rusa.
Avanzamos despacito, no hay ni un árbol. También el paisaje había
cambiado drásticamente desde K'arajan hasta Magrhi. Se acabó circular por valles, una
gran montaña apareció ante nosotros y la carretera que teníamos que seguir ascendía
por ella zigzagueando. La frondosa vegetación que nos acompañó toda la ruta armenia ...
desaparece de golpe. Como si una gigantesca cuchilla de afeitar hubiese rasurado esas
angulosas colinas. La cuesta de ascensión es muy pronunciada y vamos todo el rato en 2ª
y en 3ª, las curvas cerradas que bordean el precipicio nos impiden coger velocidad. Tan
sólo una parada antes de llegar a Magrhi, desmontamos el GPS -lo demás ya estaba
desmontado desde el monasterio de Tatev-, los iraníes tampoco son muy amigos de la
"tecnología satélite", tienen hasta prohibidas las antenas parabólicas para
la televisión.
Hemos llegado a una barrera. Paramos. Passport! Nos dice un oficial del
ejército con uniforme de camuflaje. Todo está en regla y también tenemos el visado de
Irán así que hace un gesto al soldado que está en la barrera y nos indica un gran
edificio blanco. Era una aduana gigantesca, nos quedamos sorprendidos. La carretera ni
figura en los mapas y esperábamos algo realmente "local" y nos encontramos con
una aduana impresionante. No sabíamos que Armenia tuviese tanto tránsito de camiones de
mercancías con Irán, creíamos que todo entraba por Georgia (Sus otras dos fronteras,
Turquía y Azerbayán, están cerradas a cal y canto). Al no tener salida al mar, siempre
depende de sus vecinos para los suministros y nos imaginamos que no querrá basar todo en
un vecino, no sea que se "tuerzan" las relaciones y se quede sin
abastecimientos. Con Irán tiene una segunda vía, eso sí, a los camioneros les espera un
"caminito divertido" hasta Yereván, las montañas son tremendas
Todo está muy nuevo y no hay ningún extranjero más en la aduana pero
la lentitud es sangrante. Cada papel se queda 25 minutos sin tocar en cada mesa. A veces
hay que rellenar papeles para los armenios y otras para los rusos, ya no sabíamos ni con
quién tratábamos. Dos horas y media después el papeleo está listo, registran el coche
y podemos marcharnos. Volvemos a pararnos un poco más allá, es el control ruso. Vuelven
a mirar el todo terreno y comprueban de nuevo todos los papeles. Seguimos avanzando y nos
paramos en "tierra de nadie", las banderas armenia y rusa han quedado detrás y
la bandera iraní está tan solo a 500 m. delante de
nosotros. Pero hay algo que todavía no está en regla,
antes de llegar ahí... ¡una pequeña formalidad islámica! Marián no puede presentarse
en la aduana de Irán con pantalones y el pelo suelto. Se enfunda una chilaba que va desde
el cuello a los tobillos y se cubre el pelo con un pañuelo. ¡Ahora si que está todo en
regla!
En la frontera iraní (donde sí estaban informatizados) rellenamos los
impresos de rigor, sellaron el Carnet de Passage del coche y procedieron al registro.
Éste, como en las anteriores ocasiones que pasamos por Irán (92 y 93), fue muy
exhaustivo pero correcto aunque tuvimos que desplegar hasta la Inesca, nuestra
tienda-techo. Nos inscribieron la cámara de vídeo en el pasaporte pero no nos la
precintaron como las anteriores veces (en el 92 y 93 estaba prohibido grabar en vídeo, ni
siquiera con vídeo doméstico), esta vez podríamos usarla sin problema.
Cuando nos disponemos a marcharnos un hombre nos pregunta si podíamos
acercarle a su pueblo, Alamdar, a unos 70 km de la frontera. No pudo coger el autobús a
su hora y tendría que esperar otras dos horas para el siguiente. No había inconveniente,
para estos casos habíamos habilitado un pequeño asiento detrás del conductor, así que
se vino con nosotros.
De nuevo el problema del idioma nos impedía comunicarnos totalmente pero unas palabras en
inglés sirvieron para entendernos en lo básico. Antes de llegar al pueblo nos pregunta
dónde vamos a pasar la noche, le contestamos que buscaremos algún hotelito en Alamdar.
"Ni hablar, veniros a mi casa", fue su respuesta inmediata. La hospitalidad
iraní nos vuelve a dar la bienvenida.
Mohamed, nos presentó a toda su familia, en la casa paterna compartían hogar sus padres,
sus hermanos solteros, su mujer y su hijo. El recibimiento fue realmente acogedor. Los
más jóvenes sacaron sus libros de inglés y el diccionario para poder comunicarse con
nosotros y el resultado fue fantástico. Otro cambio respecto a las anteriores visitas,
antes el idioma inglés estaba maldito y ahora lo estudian en el colegio.
La casa, como todos los hogares tradicionales iraníes, está impecable
pero desprovista de muebles, tan solo un armario en el dormitorio para colgar la ropa. Ni
sillas, ni mesas, ni sofás, ni camas, ni cómodas, ni mesillas, nada de nada, como si el
camión de la mudanza no hubiese llegado todavía. Las alfombras y los almohadones son los
reyes. Nadie entra calzado a una casa iraní y alfombras de hermosos diseños cubren todos
los suelos y todas las paredes tienen almohadones apoyados.
Nos descalzamos a la entrada y nos instalaron en el salón. Ponen
música moderna en nuestro honor, son copias piratas de los benjamines de la familia, la
música moderna está prohibida. Mientras charlamos, las mujeres extienden un mantel sobre
la alfombra, ordenan los almohadones a su alrededor y ponen un montón de platos. Ni
siquiera con la ayuda de los almohadones cogemos posturas cómodas en el suelo pero nos
tendremos que ir acostumbrando a ello puesto que en Irán es normal ser invitado
constantemente, su hospitalidad no tiene límites.
Llega la hora de la cena pero las mujeres se retiran a otra habitación
y sólo aparecieron para ir cambiando los platos. Tan sólo se quedaron los hombres:
Mohamed, su padre, sus dos hermanos, su hijo, y Marián porque era una invitada
occidental. Tras la cena las mujeres pudieron incorporarse a la "mesa", es
decir, a la alfombra, y la velada continuó hasta tarde. Encuentros como este se fueron
repitiendo sin cesar a lo largo de la ruta iraní. Cada vez que tenemos vivencias de este
tipo y conocemos los países y las costumbres "desde dentro" es cuando pensamos:
"no importan las penalidades pasadas ni lo duro que es el camino, merece la
pena".
Por la mañana tras despedirnos de nuestros generosos anfitriones
dirigimos nuestros pasos hacia el corazón del Imperio Persa: la cautivadora ciudad de
Isfahán. Nos separan aun más de 1.200 km, para desde allí recorrer las principales
ciudades-oasis del territorio persa. Ni siquiera pensamos detenernos en la caótica y
carente de interés capital, Teherán.
Repostamos en la gasolinera a las afueras de Jolfa y comprobamos que el
gasoil ha ¡cuadruplicado su precio desde la última vez!, es decir, ahora cuesta la
astronómica cantidad de 1,8 pts. el litro (0,01 US$) ¡adónde vamos a llegar! ¡je, je!
;-D ¿Cuánto costará ahora en España?. Y la gasolina cuesta 6,5 pts./l. (0,04 US$).
EL OASIS
DE LAS MIL Y UNA NOCHE
La historia del Imperio Persa en realmente fascinante. Si con los
Aqueménidas (559-330 a.C) y con los Sasánidas (224-537 d.C) vivieron dos de los más
importantes periodos de su densa historia con Shas Abbas I (de la dinastía Safávida)
iniciaron el Tercer Gran Imperio en la historia de Persia e Isfahán fue la joya de la
corona.
La construcción de mezquitas, puentes y palacios embelleció hasta tal
punto a la ciudad que comenzó a popularizarse la expresión de que Isfahán era "la
mitad del mundo" para expresar la grandiosidad de la urbe. La Plaza del Imán
Khomeini (o como todavía se la conoce Naghsh-e Jahan) concentra algunos de los edificios
que le dieron el sobrenombre a la ciudad así como uno de los lugares preferidos para
reunirse y pasearse la población local. Allí está la mezquita del Eman, sus
proporciones destacan sobre las demás porque su domo -cúpula- tiene 54 m de altura y sus
minaretes 42 m. cada uno. Y también está allí la mezquita de Sheikh Lotfollah, donde de
nuevo, su domo y sus azulejos son su principal atractivo porque a medida que avanza la luz
del sol transforma el color de los azulejos de la cúpula de tonos cremas a rosados y goza
de una nota original: ¡carece de minarete!. Seguimos dando la vuelta a la plaza: aparece
la medersa (escuela coránica) de Chahar Bagh y el Palacio de Ali Qapu, donde las fotos
los líderes espirituales, Khomeini y Khamenei, siguen presidiendo la fachada pero en
dimensiones más modestas que en 1.992, cuando eran gigantescas.
Nos introducimos bajo las arquerías que comunican toda la plaza y que
se extienden por todo el Gran Bazar. Casi todas las mujeres van cubiertas con el negro
chador pero las más modernas (o quizás inconformistas) prefieren llevar gabardinas
largas y pañuelos estampados en la cabeza, vestimenta que les permite una mayor libertad
de movimiento y lucir un poco de "moda" con diferentes modelos y diseños.
Nos paramos delante de una tienda de alfombras, se llama
"Nomad" y su nombre nos evoca el sobrenombre que lleva la RUTA DE LOS IMPERIOS:
"La Última Gran Ruta Nómada del Milenio". Casi al instante sale un joven de la
tienda hablando un perfecto inglés.
-¿Sois españoles? -Es evidente que nos ha oído hablar.
-Sí, hemos ...-No me dio tiempo a seguir hablando.
-¿No seréis los del Mitsubishi que pone Ceuta? -Siguió, casi sin dejar ocasión de
colar una palabra.
-Sí. -Le contesté.
-Mi jefe ha estado viajando constantemente a España durante 10 años y le encanta España
y los españoles. Estábamos pendientes del todo terreno para invitaros. -De repente cayó
en que ni se había presentado- Perdonad, me llamo Said, pero por favor, entrad en la
tienda y os presento a mi jefe. Se llama Hussein, quiere conoceros y además habla
español.
Dicho y hecho. Entramos y conocemos a Hussein, todo amabilidad y habla
un perfecto español. El té y unos dulces no tardan en aparecer. Se ha pasado su vida
viajando -de ahí que llamase a su tienda "Nomad"- por su negocio de
exportación de alfombras y le encantan los extranjeros pero tiene predilección por los
españoles. Conocía muy bien a la gente de Catai Tours, fueron pioneros en este destino,
y fue él mismo el que nos dijo que había un grupo en la ciudad. ¡Lo sabe todo! Otra de
las cosas que teníamos que hacer en Isfahán era contactar con el grupo que estuviese
aquí y enviar a España -con el guía que hubiese venido- todo el material de
diapositivas y vídeo realizado hasta el momento. Como no sabemos lo que nos vamos a
encontrar en Asia Central preferimos poner a resguardo todo el trabajo elaborado desde
Estambul. Todo fue más rápido gracias a Hussein y el material partiría para España con
el guía de Catai en unos días. Nómadas en el "Nomad", como si todo estuviese
escrito y tuviese que ocurrir así.
Pero la cosa no se paró ahí. Said se hizo cargo de nosotros y con él
descubrimos todos los entresijos del bazar. En nuestra anterior visita lo vimos desde
fuera y esta vez desde dentro.
Vamos por callejones, subimos al segundo piso de un pequeño local,
unos viejos artesanos se encuentran en plena tarea de decoración de los famosos azulejos
que le valieron a Isfahán la fama de su incomparable belleza artística. En otro sector,
los reparadores de alfombras no separan la vista de los tapices que están restaurando; al
lado están tejiendo los nuevos con fantásticos diseños. Entramos en un oscuro almacén
de especias donde enormes sacos de pimienta, azafrán, clavo y todo tipo de condimentos se
muelen para ser repartidos por las tiendas del bazar, los comerciantes se presentan con
las especies en bruto y se las llevan molidas. En el callejón de los caldereros y
herreros, el ruido de los martillos y mazas golpeando el metal repiquetea en nuestros
oídos, son los latidos del corazón del bazar. Los miniaturistas se concentraban en su
minucioso trabajo pictórico sobre huesos de camellos y nos mostraban orgullosos el
resultado de sus obras... todo es realmente fascinante. Sería una lista interminable de
vivencias relatarlas todas.
Acabamos comiendo en una antiquísima casa del té, cuyo nombre era
"Azadegan". Fundada hace 150 años por el abuelo del actual dueño, fue uno de
los pocos locales de esta índole que consiguió mantenerse abierto durante la revolución
islámica del 79, cuando Khomeini mandó cerrar todas las casas de té por considerarlas
antros de perversión por reunirse en ella hombres y mujeres. El paso de los años ha
permitido que sus paredes y techos estén completamente recubiertos de motivos decorativos
de lo más inesperados: tazas, platillos, puñales, monedas, collares, cafeteras, fusiles
antiguos, lámparas de todo tipo, jarrones, cuadros, dibujos, billetes, cojines... una
auténtica oda barroca, ya no queda ni un solo hueco libre. Los hombres (nunca entran
mujeres ahora, salvo las extranjeras) se fuman las pipas de agua o se beben un té tras
una sabrosa comida.
Said se despide, el canto del almuecín le recuerda que es la hora de
la oración de la tarde, nosotros nos volvemos a perder por las callejuelas del interior
del bazar para seguir percibiendo las sensaciones de este mundo subterráneo de 5 km. de
largo.
Cuando volvemos al exterior es completamente de noche pero los
edificios que durante el día son iluminados por la luz solar ahora se encuentran
expuestos a la luz de potentes focos que nos transportan a un mágico episodio oriental de
las Mil y Una Noches. Los intensos azules y verdes que destellaban durante el día se
transforman con el manto del crepúsculo en un juego centelleante de luces anaranjadas y
doradas.
Muchas mezquitas asoman sus minaretes como faros en mitad de la noche
por toda la ciudad y siempre recubiertas por los magníficos azulejos que son el
distintivo de uno de los oasis más sorprendentes y hermosos que tuvo el Imperio Persa. A
las afueras, las tierras secas y baldías acosan a la ciudad.
Un nuevo día amanece, hemos de proseguir nuestro avance. La
circulación sigue siendo una locura y nos movemos intentado no colisionar en medio del
nervioso y acelerado tráfico iraní.
Cruzamos el río Zayandé, la esencia que dio vida a este oasis. Sobre él son muchos los
puentes que lo cruzan: el Puente Sé, el Khaju o el Shahrestan reflejan sus arcos sobre el
tranquilo río mientras los hombres se beben un té o se fuman un pipa de agua en las
"casas del té" que se alojan al abrigo de los arcos que lo configuran. Todas
ellas fueron cerradas por la euforia puritana de los primeros años de la revolución
islámica pero poco a poco la reapertura de las mismas han activado la vida social de la
ciudad.
En la otra orilla vamos a visitar el barrio armenio, una isla cristiana
dentro de un océano musulmán. Los cristianos armenios siempre han sido respetados en
Irán, incluso durante la revolución de Khomeini no se les tocó. Se les permite incluso
elaborar alcohol para consumo propio pero no pueden ni importarlo de fuera (no se permite
la entrada de alcohol en Irán bajo ningún concepto) ni vender lo que producen. Todo
tiene que quedar en la casa, tanto la elaboración como el consumo.
Nos vamos paseando y vemos que las iglesias siguen la arquitectura
tradicional iraní de cúpulas y que tan solo se saben que son iglesias por una discreta
cruz que corona cada una de las cúpulas. Entre todas ellas destaca la catedral de Vank
(s.XVII), el exterior no sigue la arquitectura tradicional persa pero no destaca
especialmente por su belleza. La joya es el interior, sus paredes totalmente recubiertas
de espectaculares frescos, a la par impresionantes y... aterradores, hay una secuencia de
condenados en el infierno y de santos siendo martirizados que pone los pelos de punta.
EL TRONO
DEL REY
Los cielos grises y la lluvia quedaron muy atrás en Armenia. Sobre
nuestras cabezas todo está completamente azul, limpio, sin rastros de nubes que presagien
de nuevo lluvias. A nuestro alrededor todo está árido, yermo, sin vida. La carretera
avanza por una desolación paisajística. Llevamos recorridos más de 400 km desde que
abandonamos "la mitad del mundo", Isfahán. Estamos en la provincia de Fars,
cada vez sentimos más cerca el espíritu de Persépolis. Pero antes, entramos en Shiraz,
capital de Fars en la actualidad y capital de Persia durante la época de las dinastías
islámicas. Los admirados y queridos poetas Hafez y Saadi convirtieron a Shiraz en
sinónimo de sapiencia, ruiseñor, poesía y rosas. Dos mausoleos rodeados de hermosos
jardines se levantaron en su honor, convirtiéndose en importantes centros de
peregrinación.
El romanticismo y el alma de poeta de Shiraz da paso a la historia
cuando a tan solo unos pocos kilómetros comenzamos a divisar la pared rocosa de color
dorado de Naghsh-e Rostam. El sol apunta directo sobre las cuatro solitarias tumbas
cruciformes que se encuentran excavadas en la fachada de la colina. El aura mazda
(símbolo divino de la religión zoroastra, los adoradores del fuego) está esculpido
sobre las moradas inmortales de los grandes emperadores persas: Darío I el Grande,
Artajerjes, Jerjes I y Darío II. Son la huella irrefutable que recuerda la grandeza de
una época de esplendor. Frente a ellos un templo del fuego aqueménida, reflejo de sus
creencias religiosas donde el fuego ardía eternamente en memoria de los caídos. Los
gigantescos bajorrelieves de la posterior dinastía sasánida, aumenta el valor histórico
y artístico de este especial Valle de los Reyes.
Y poco después entramos en Persépolis, se acerca la puesta de sol.
Las columnas de los suntuosos palacios que Ciro II el Grande mandó construir (aunque
algunos historiadores lo atribuyen a Darío I) tan sólo son la sombra de lo que debió
contemplar Alejandro Magno cuando consiguió derrotar a los persas. El lujoso complejo
estaba rodeado de unas murallas de 18 metros de altura, en su intramuros: la Sala de
Audiencias de los Reyes (la Aspadana), los palacios de Darío y Jerjes, el palacio de las
100 columnas, la tesorería de Darío,...los ojos se nos van hacia todos los lados y las
emociones son difíciles de controlar.
Los bajorrelieves son ahora sus verdaderos protagonistas aunque
debieron proporcionar un soberbio espectáculo cuando se encontraron decorados con
brillantes y vivos colores. El "Desfile de las Naciones" se convierte en un
valioso documento histórico al reflejar a los personajes que en procesión se dirigían
al rey con tributos y ofrendas desde los más variados y diversos lugares del vasto
Imperio Persa. Artistas de todo el imperio venían a participar en la ampliación y
embellecimiento de la capital. El ocaso sigue su imparable espectáculo y el sol va
alargando las sombras de las columnas como espectros del pasado... ahora Persépolis es
conocida como Takht-e Jamshid, o el Trono del rey Jamshid sobreviviendo 24 siglos después
a su propia leyenda.
Un 4x4 y un camión-casa inglés aparcan frente al histórico complejo,
nos causa gran alegría volver a verles, nos conocimos en Isfahán. Allí mismo decidimos
montar campamento, hicimos un cuadrado con el bosque por un lado y los vehículos por los
otros tres. Cenamos juntos bajo la mirada inmortal de Persépolis y a la luz de unas velas
nos contamos que rutas vamos a seguir por la antigua Persia ... y más allá. Ellos iban a
Pakistán por la ruta directa, nosotros también pero ... por la antigua Ruta de la Seda
que pasa por Samarkanda. Somos los "raros" de las rutas trans-asiáticas,
todavía casi nadie se adentra en Asia Central. Todo es demasiado confuso y arriesgado.
ADORADORES DEL FUEGO
Yazd, el desierto de Dasht-e Kavir (Desierto de Sal) por un lado y del
Kavir-e Lut (Desierto de Arena) por el otro. Una ubicación que la convierte en un
tórrido infierno durante el verano pero que a la vez la confiere una peculiaridad muy
singular. La ciudad vieja es un todo de barro y adobe con altos muros que preservan su
intimidad pero sobre ellos despuntan una especie de campanarios de mil diseños. Los
habitantes de Yazd, desde tiempo inmemoriales, han desarrollado un sistema que combate el
asfixiante bochorno estival, son las "torres captadoras de brisas", los
"badgir". Se elevan sobre sus casas como mástiles de un barco y, orientadas
hacia los cuatro puntos cardinales, tienen por misión atrapar cualquier brisa de aire que
se mueva para refrescar el interior de los hogares durante el sofocante verano que
padecen.
Pero el cielo de Yazd es también conquistado por los esbeltos y bellos
minaretes de las fantásticas mezquitas que invaden toda la ciudad, penetran en el cielo
como agujas estilizadas recubiertas por los bellísimos azulejos policromados, custodiando
las entradas arqueadas y las descomunales cúpulas de los templos musulmanes, su altura
invita a alzar la vista hacia el cielo constantemente.
A las afueras de la ciudad hay un tercer elemento, que mucho más
atrás en el tiempo, estiró sus brazos hacia el cielo para rendir culto al dios que
adoraban. Los zoroastras (o parsis) adoran al fuego pero sus creencias se iniciaron en el
año 550 a.C., más de mil años antes que el Islam extendiera sus creencias. Su culto se
propagó desde La India hasta el Mediterráneo y los Aqueménidas lo adoptaron como
religión oficial. Pero siglos después el Islam les persiguió y fueron dispersándose
hasta reducirse a grupos muy localizados que han continuado preservando su culto hasta la
actualidad. Uno de estos grupos se encuentran en esta región.
Las Torres del Silencio son su distintivo histórico más visible y
coronan varias colinas a las afueras de la ciudad. Hasta hace relativamente poco tiempo
los difuntos eran todavía depositados en las torres para que los buitres se hicieran
cargo de ellos. Creían en la pureza de los elementos y no querían contaminar ni el agua
(antiguos rituales), ni la tierra (enterramientos) ni el aire (incineración). Pero
tuvieron que cambiar la tradición cuando los buitres se fueron y los cuerpos se iban
amontonando y ... Finalmente optaron por el enterramiento como mal menor. Ahora, las
Torres del Silencio son unos centinelas de piedra que rinden homenaje a una de las más
antiguas civilizaciones.
POR LA
RUTA DE LA SEDA
Los desiertos acechan. Y al mismo tiempo marcan el camino de las
antiguas rutas caravaneras. La ciudadela fantasma de Bam, a los pies del Desierto de Lut
(el Gran Desierto de Arena) es un fuerte impacto visual que experimenta todo viajero
cuando se encuentra cara a cara con ella. Tres kilómetros de muros que albergaban en su
interior todo un micromundo: casas modestas, villas lujosas, bazares, un gran fuerte,
palacios, mezquitas, caravanserais... Este enclave fue una de las más importantes etapas
de la Ruta de la Seda y el propio Marco Polo se alojo en su interior en su camino a la
China Imperial. Esta joya es la mejor muestra actual de lo que tuvieron que ser las
grandes ciudades del desierto. Su estado de conservación es tal que casi nos parecía
oír el bullicio de antaño, cuando era el foco de vida más importante de todo el Dasht-e
Lut. El sol de poniente arranca a las casas de adobe unos suaves tonos ocres que la
convierten en una fantasía intemporal. El viento silba entre sus muros y tan sólo el eco
de nuestros pasos turba la mágica atmósfera que nos rodea.
Desde la torre del castillo miramos hacia el norte ... vemos... ¿qué
vemos? La nada, el infinito, la desolación, la aridez, ... al fondo, unas montañas
angulosas totalmente yermas... ¿y más allá? ... sabemos que está el Gran Desierto de
Sal, el Dasht-é Kavir. Una gran llanura de tierra compacta que a veces se torna en una
pétrea superficie de grava (dasht) para acto seguido transformarse en inmensas placas
costrosas de sal y yeso (kavir). Hemos de recorrer más de 900 km a través de él pero el
siglo del petróleo marca la nueva línea y una larga e infinita cinta de asfalto rompe
como una herida contundente el vasto terreno desértico.
Usamos esa carretera como la "columna vertebral" de este
"vacío" e íbamos explorando sus márgenes, algunas veces dicha exploración
nos alejaba hasta decenas de kilómetros de esa gran cicatriz negra. El GPS nos permitía
el lujo de perdernos por este infinito, viajar por el pasado con nuestro particular
"navío del desierto" y regresar al siglo XX un día después. Fue una gran ruta
nómada y ante nosotros aparecen los espectros de las antiguas rutas caravarenas: antiguos
fuertes estratégicos, viejas medinas abandonadas, llanuras de sal, pozos cubiertos por
bóvedas para ser protegidos de las tormentas de arena, oasis de palmeras y nuestros
"fantasmas del pasado" favoritos: los emblemáticos caravanserais, donde las
numerosas caravanas de antaño realizaban sus altos para protegerse de los bandidos y
aprovisionarse de agua y comida.
No pudimos resistirnos, montar el campamento dentro de los muros de uno
de estos antiguos caravanserais, fue, cuanto menos, un simbólico homenaje póstumo que
rendimos a todas estos enclaves que hace varios siglos salvaron muchas vidas. Posiblemente
existen formas más cómodas de alcanzar Turkmenistán pero ninguna tan auténtica y
sobrecogedora con las jornadas que vivimos por estos parajes tan peculiares y desoladores.
Es una noche muy estrellada, el cielo nos invita a tumbarnos boca
arriba para contemplarlo. Miramos el firmamento, nuestro teléfono va a enviar dentro de
unos instantes esta crónica a una estrella muy particular, una que ha puesto el hombre
para que no existan fronteras en las comunicaciones.
No vamos a ocultar que estamos algo intranquilos por lo que nos vayamos
a encontrar en Asia Central, todo es imprevisible pero hay una fuerza oculta que nos
arrastra a los lugares desconocidos. Ni siquiera sabemos si la frontera que hemos elegido,
Gaudán, estará abierta a los extranjeros, tenemos informes contradictorios. Cuando
cierre este texto, el ordenador nos pedirá la clave de conexión para transmitir a Ceuta.
Ya no volveremos a conectarlo hasta que estemos en otro paraje tranquilo y seguro,
posiblemente en el desierto de Karakám, al norte del país. Nos veremos en Turkmenistán.
Inch Alah!, como nos dirían todos los iraníes con los que hemos compartido casa y
vivencias.
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Ruta por Irán
Cena en la casa
de Mohamed. Un nuevo país, nuevas costumbres y nuevas vivencias. Las mujeres se cubren de
pies a cabeza (Marián de celeste), las casas no tienen muebles, todos los suelos están
cubiertos de alfombras y almohadones y "la mesa" se pone directamente sobre un
mantel encima de los tapices.
Casa de té
"Azadegan" en Isfahán. Cuando se entra en un lugar así ... ¿es posible no
sucumbir a la seducción de sentarse en una de sus mesas?
Bazar de las
especias de Isfahán, un mundo de colores, sabores y olores que nos hace sentir las
palpitaciones de oriente.
Vista nocturna
de Isfahán: plaza de Naghsh-e Jahan con la mezquita del Eman. ¿Acaso no es ésta la
visión que todos tenemos cuando leemos las historias de las "Mil y Una Noches"?
(Más fotos en link)
Pueblo
Ziyaratgah. En la ruta del desierto de Isfahán a Shiraz aparecen muchos pueblos con
enigmáticos torreones pero al acercarnos comprobamos que no son defensivos sino grandes
palomares que se usan para recoger el guano de esas aves y usarlo como abono.
Naghsh-e
Rostam, un hechizante "Valle de los Reyes" esculpido en la roca es la morada
inmortal de los grandes emperadores persas: Darío I el Grande, Artajerjes, Jerjes I y
Darío II
Los gigantescos
bajorrelieves de la dinastía sasánida aumentan el valor histórico y artístico de las
paredes de rocosas de Naghsh-e Rostam.
Persépolis, la
mítica capital del Imperio Persa, nos ha dejado un impresionante legado arqueológico.
Campamento al
abrigo de la historia, los gratificantes encuentros entre viajeros. Cenamos juntos bajo la
mirada inmortal de Persépolis y a la luz de unas velas nos contamos que rutas vamos a
seguir por la antigua Persia... y más allá.
Entrada al
antiguo santuario zoroastriano de Yazd. Sobre nuestras cabezas se levantan las
"Torres del Silencio", donde se depositaban los cuerpos de los difuntos para ser
devorados por los buitres. Creían en la pureza de los elementos y no querían contaminar
ni el agua (antiguos rituales), ni la tierra (enterramientos) ni el aire (incineración).
Más fotos en link.
Llegada a Yazd,
una ciudad que en cada esquina nos hace vivir la magia de Persia. (Más fotos en link)
El pan iraní,
el nan, una gran torta de harina que se consume en grandes cantidades pero que solo se
encuentra a las horas de comer. En ese momento las panaderías los producen por millares y
se forman grandes colas ya que tiene que consumirse fresco, recién hecho, al poco se
endurece.
La fantástica
Bam, una ciudad fantasma casi intacta que es la mejor muestra actual de lo que tuvieron
que ser las grandes ciudades del desierto. Su estado de conservación es tal que casi nos
parecía oír el bullicio de antaño, cuando era el foco de vida más importante de todo
el Dasht-e Lut y etapa vital de la Ruta de la Seda.
Los pueblos del
Kavir-e Lut (Desierto de Arena), siempre coronados de cúpulas para combatir el asfixiante
calor estival.
Avanzando por
el Dasht-e Kavir, "Gran Desierto de Sal", nos vamos encontrando con los pozos
caravaneros, cubiertos con una cúpula para evitar ser sepultados por las espantosas
tormentas de arena y para proteger el agua de los animales que podrían contaminarla. Pero
los nómadas no privan a la fauna del desierto del agua, hacen una derivación del agua
hacia el exterior para que estos puedan beber libremente ... pero sin tocar la fuente para
uso humano. (Más fotos en link)
El hechizo del
Dasht-e Kavir. Alto para reponer fuerzas a los pies de nuestros "fantasmas del
pasado" favoritos: los emblemáticos caravanserais, donde las numerosas caravanas de
antaño realiaban sus altos para protegerse de los bandidos y aprovisionarse de agua y
comida. Un simbólico homenaje póstumo que rendimos a todos estos enclaves que hace
varios siglos salvaron muchas vidas. (Más fotos en link).
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