El
significado internacional de la mano en alto que nos hace el militar no se presta a
confusiones. Nos detenemos suavemente sobre la arena cuando llegamos a su altura.
Estamos al lado del fuerte de Mogegarh pero el camino nos lo corta una
patrulla ranger que nos acaba de dar el alto. Un suboficial se adelanta. El ranger mira
ese vehículo extranjero tan inusitado y se dirige al asiento donde se supone que tiene
que estar el conductor -en Pakistán se conduce por la izquierda- y se encuentra con la
mirada de un pakistaní, Mahmud, y ... que no hay volante en ese lado. Abre de par en par
los ojos en señal de extrañeza. Mahmud se ríe, le encantan estas situaciones de
desconcierto. Baja el cristal y habla al suboficial con la naturalidad que le caracteriza.
Le explica que es una expedición española que explora los castillos del Cholistán. Le
pedirá los permisos, como siempre, y le dirá, como siempre, que no nos hacen falta
porque estamos autorizados por el comandante del sector y que con llamar por radio a Fort
Abbas se puede comprobar.
De repente, el semblante de Mahmud se ilumina de júbilo al ver a dos
nuevos rangers que se dirigían hacia nosotros. Casi deja al suboficial con la palabra en
la boca. Saluda muy respetuoso, pero con mucho cariño, a uno de esos hombres y da un
fuerte abrazo al segundo. Son antiguos compañeros suyos de cuando el mismo era ranger en
esta frontera. El primero fue su oficial durante uno de sus destinos y ahora es el militar
al mando de este puesto. El otro, es un amigo de la infancia y compañero de armas durante
su estancia en el ejército. La alegría del sorpresivo reencuentro es mutua, la euforia
es total, hace muchos años que no se ven y tienen muchas cosas que contarse. Nos indica
que podemos seguir sin problema hasta la fortaleza y que trabajemos a nuestras anchas. El
se iba a quedar con sus camaradas. Dicho y hecho.
Las espectaculares dimensiones del exterior de Mogegarh, con las altas
torres aún en pie, no hace sospechar que en su interior ya nada queda del lujo y grandeza
que alojaron en el pasado. Junto a él, un pueblo de adobe sobrevive gracias al pozo que
les abastece de agua. Las mujeres no cesan de extraer el agua que transportan en grandes y
pesados cántaros sobre sus cabezas, mientras se tapan azoradas la cara con los amplios
pañuelos de vivos colores que cubren sus cabezas. Los hombres, por su parte, reúnen a
los rebaños al tiempo que nos muestran un juego que practican con sus dromedarios.
Formando dos equipos se lanzan gritando y gesticulando contra los animales; éstos,
corriendo en desbandadas tratan de huir y el ganador será aquel que primero logre sujetar
uno y calmarlo. Una especie de rodeo pero con el genuino sabor pakistaní.
A las afueras del pueblo divisamos una construcción monolítica, se
trata de un antiquísimo mausoleo, para explorarlo de cerca nos acercamos surcando olas de
arena. Cuando entramos en su interior, las tumbas que allí encontramos están recubiertas
del polvo del desierto. Pasamos un trapo sobre una de ellas y los azulejos que las
recubren renacen en esplendor, agradecidos por haberles liberado del manto del olvido.
El sol se está poniendo e inunda de un tono rojizo todo su entorno.
Pero casi sin darnos cuenta la noche se ha abalanzado sobre el desierto como un fulminante
telón que pone punto final al día. Retomamos el camino para recoger a Mahmud, que se
quedó charlando con sus antiguos compañeros rangers. Pero parece que el fuerte de
Mogegarh nos ha lanzado una maldición y no quiere dejarnos partir. Intentando sobrepasar
el frente de dunas sin apenas luz acabamos empanzados sin remisión en la arena. Palas y
planchas de arena son el recurso más eficaz si queremos salir sin demora de la
traicionera trampa. Tras una hora, logramos recuperar de nuevo la movilidad.
Cuando nos reunimos con Mahmud, le encontramos intranquilo por nuestra
tardanza y porque durante esa hora de retraso se consumieron los últimos rayos de sol.
Sus antiguos compañeros nos aconsejan quedarnos a dormir con ellos. Se ha hecho de noche
y nos hallamos demasiado cerca de la "línea de vigilancia" de la frontera. Por
la noche las patrullas están más susceptibles y podríamos darnos más de un susto y...
buscarnos problemas en balde. Y más aún, cuando Mahmud y nosotros ya habíamos vivido
-en este mismo lugar- esa situación hace siete años. Ese día tan lejano, partimos de
Mogegarh justo antes de la puesta del sol pero ...
MEMORIAS DE ... ASIA
"15 de diciembre de 1.992.
Diario de viaje de la Ruta de Alejandro Magno.
Prácticamente de noche, nos disponemos a regresar desde Mogegarh al
puesto de Masura pero nuestros hábiles rastreadores se topan con la penumbra y terminamos
la jornada perdidos en el oscuro desierto. Le vencimos durante las horas solares pero,
dispuesto a no rendirse, éste nos devuelve el desafío para demostrarnos quién es el amo
de este enredado mar de arenas.
La cercanía de la frontera india inquieta a nuestros dos guías,
porque encontrarse con una patrulla hindú podría tener imprevisibles y trágicas
consecuencias. Con rumbo siempre oeste, para evitar este percance, divisamos un resplandor
y nos disponemos a alcanzarlo. Por fin, después de media hora, llegamos a él, se trata
de un pequeño campamento de pakistaníes que queman rastrojos del desierto, y que según
nos explican, les sirve de materia prima para elaborar jabón.
Al conocer nuestra situación, uno de ellos se encarama al exterior del
Montero e intenta guiarnos para sacarnos fuera de allí, pero el intento resulta
infructuoso y seguimos perdidos. Aparecemos en un minúsculo pueblo donde otro punjabí se
encarama al estribo con la sana intención de acercarnos a algún puesto militar.
Todos son expertos del desierto, pero la oscuridad de la noche vence al
más hábil de los guías y no hay forma de orientarse. Nos detenemos y apagamos todas las
luces para que nuestros ojos se aclimaten a la oscuridad. Buscamos algún resplandor que
nos sirva de referencia. Mahmud se sube a la rueda de repuesto para otear mejor la
lejanía. De nuevo, divisamos una ínfima luz en el horizonte que al alcanzarla se
convierte en la hoguera de un campamento nómada. Nos ofertan pernoctar con ellos, pero
Mahmud está preocupado porque si no aparecemos antes del amanecer en Fort Abbas se
iniciará nuestra búsqueda al alba, ya que nos movemos en una zona muy inestable y
notificamos que volveríamos hoy. Todavía contamos con mucho combustible, y la comida y
el agua no representa ningún problema, por lo tanto, intentamos llegar a algún punto
civilizado antes del amanecer. Los nómadas lo entienden y el que parece ser más experto
se encarama también al estribo. Nuestro todoterreno se va pareciendo cada vez más a un
autobús pakistaní, ya somos cuatro en los dos asientos de delante más tres colgados en
el exterior, en total siete personas para un biplaza.
Pero el nuevo guía, imperturbable ante la sombra que nos envuelve y
con tan sólo la claridad de la luna nos guía certeramente por el desierto hasta divisar
un pequeño puesto de policía fronteriza. La emoción al reconocer la silueta nos relajó
pero el destino nos quiso jugar una última mala pasada al entrar de lleno en lo que igual
es el único barrizal de la zona. El todoterreno se queda clavado con barro hasta la mitad
de las puertas y los tres guías colgados del exterior salen despedidos, cayendo de bruces
en el barro. Al menos somos suficientes brazos para sacar el coche del indeseable terreno
y llegar por fin hasta el puesto policial. Excepto Mahmud, los otros cuatro guías se
quedan a pernoctar allí y al día siguiente la ronda de patrulla se encarga de dejarles a
cada uno en su lugar de origen.
Siguiendo las indicaciones de los policías llegamos sin problemas al
puesto de Masura y finalmente alcanzamos Fort Abbas."
EL FUERTE EMBRUJADO
Febrero del año 2.000. Ninguno de los tres habíamos olvidado esa
rocambolesca ruta nocturna y fue la única vez que vimos a Mahmud realmente serio y
preocupado. En aquella ocasión todo salió bien, pero es de sabios no ofrecer al destino
la posibilidad de desquitarse así que nos replegamos y acabamos durmiendo junto al puesto
de los rangers.
Pero Mogegarh siempre nos hace sudar: nos perdemos en sus dominios en
el 92, nos ha atrapado en sus arenas en el 2.000 y ahora ... tenemos que mandar y recoger
e-mails desde un acuartelamiento ranger. La situación podía haber sido extraída de una
novela de misterio y espionaje. Esa noche teníamos que hacer una conexión satélite y no
nos tenía que ver nadie. Mahmud sabía que llevábamos un ordenador para trabajar, hasta
conocía ya lo que era el GPS y sus funciones, pero no le hablamos del teléfono
satélite, no por desconfianza -nuestra confianza en él es total- sino para no crearle un
problema de conciencia si alguien le preguntaba sobre si teníamos teléfono o no. Este
tipo de comunicación sin fronteras tiene unas legislaciones muy extrañas y se presta a
arbitrariedades.
Como siempre estaba pendiente de nosotros, para que no nos faltase de
nada, era muy difícil hacer la transmisión. ¡Y teníamos que hacerla! Nuestro querido
amigo José Enrique estaba intentando reunirse en breve con nosotros en Delhi y teníamos
que mandarle los últimos detalles que necesitaba saber. Al mismo tiempo nos tenía que
enviar información sobre el material que tenía que traernos.
Para hacerlo todo discreto aparcamos el Montero de tal modo que la
puerta de la tienda techo tuviese orientación sur, donde se ubica el satélite que cubre
esta zona del mundo, el IOR (Indian Oriental). Subimos todo el material a la tienda, dimos
las buenas noches a todo el mundo y nos fuimos a "dormir". Acoplamos el
ordenador al teléfono y lo preparamos todo para transmitir. Nos asomamos, el centinela
está haciendo su ronda lejos de nosotros. Que se encuentre en la otra punta nos viene
bien porque nunca sabemos lo que dura la transmisión, depende del volumen de entrada de
e-mails. Hoy también tenemos que enviar material al Centro de Proceso de Datos de Ceuta,
la conexión y nuestros mensajes de salida lo habíamos calculado en unos 25 minutos, pero
hay que añadir el tiempo que ocupan los mensajes de entrada ... siempre es un misterio.
-"Ya está, el centinela ha desaparecido detrás del
torreón", le aviso a Vicente. Era el pistoletazo de salida. Sacamos la pequeña
antena parabólica por la puerta de la tienda, el enganche con el satélite es inmediato,
la conexión ... un minuto y medio, enviar nuestros mensajes ... 22 minutos, pulso
"Enviar y recibir", cruzamos los dedos. El ordenador nos indica que hay siete
mensajes en proceso de entrada. Tenemos por lo menos para cuatro minutos más. Asomo de
nuevo la cabeza por la tienda ... nadie a la vista. Todo va bien. Uno, dos, tres, ... ,
¡siete! Todos los mensajes han entrado. ¡Podemos cortar ya! Pulsamos desconectar y
metemos rápidamente la antena. En total ... veintiocho minutos de conexión.
Mensajes de Reyes, Michel y Marie Laure, José Enrique, ... Todo buenas
noticias, ningún contratiempo. Nuestros apreciados e incombustibles amigos, ellos siguen
siendo el alma de la RUTA DE LOS IMPERIOS en España, nos comunicaban que todos los
encargos realizados se han efectuado y listos para ser entregados en la India. También
pudimos respirar tranquilos cuando leemos que José Enrique por fin tiene confirmado su
billete, ¡ha permanecido en lista de espera durante tres semanas! Hasta ahora mismo no
sabíamos si podría venir o no, todos los vuelos a Delhi estaban llenos. Esta noche
dormiríamos tranquilos.
Guardamos todo el equipo y Vicente baja discretamente de la tienda,
disimula que tiene una "necesidad" e inspecciona que no haya nadie. El momento
es serio y lo hace muy bien pero la situación me lo hace imaginar silbando, con gabardina
y gorro ... ¡era el inspector Cluseau en acción! A este particular "Clusó"
sólo le faltaba darse de bruces con el retén de guardia y preguntarles "¿Toilet,
please?" ... cuando estábamos en mitad del desierto.
-No hay nadie. Dame el equipo -me dice- ¿Qué pasa? -prosigue al verme
riendo. Una de esas risas que una no controla.
-Nada, nada, tonterías mías, creo que deliro -le contesto, mientras
intento controlar la risa y le doy el material. Vicente mueve la cabeza como pensando
"menudo momento para que le dé la risa".
En un visto no visto mete todo el equipo en su sitio. ¡Misión
cumplida! Ahora ... a dormir.
El día renace de sus cenizas y tomamos rumbo hacia el último de los
centinelas del desierto, el fuerte de Derawar. Lo que parece un camino fácil se torna en
un salto de obstáculos cuando comienzan a aparecer los múltiples canales secos por donde
transcurren las aguas cuando llueve en las lindes del desierto. Hay que ir buscando los
accesos practicables para sortearlos. Algunos canales excavados en la tierra son
artificiales, hechos por los agricultores que reconducen parte del agua de las
canalizaciones principales hacia nuevas tierras de cultivo y ... la simpleza y fragilidad
de esos canales de tierra provoca desbordamientos incontrolados que convierten sus
alrededores en peligrosos barrizales donde quedar atrapados. ¡Inundaciones en el
desierto! Lo que nos faltaba por ver. Pero con paciencia y cuidado ... alcanzamos el
ansiado fuerte.
Su colosal exterior revela el excelente estado de conservación y son
impresionantes sus numerosos e imponentes bastiones. El actual Nawab (señor feudal,
príncipe o rajá) de la dinastía Abasi acude con frecuencia a su antigua posesión
familiar. Frente al castillo, una espectacular mezquita de estilo mogol y pasado el
palmeral: el cementerio Abasida. Los panteones familiares, recubiertos de bellísimos
azulejos, siguen impecables después de más de 300 años, impertérritos, albergan los
cuerpos de los antepasados del Nawab. Mientras, a los pies de la fortaleza, agonizan las
ruinas del pueblo fantasma que hace mucho tiempo dejó de estar habitado. Los minaretes y
bastiones de Derawar nos anuncian el punto y final de este inédito prodigio de castillos
y fortalezas que tan significativo y valiosa posición ocuparon hace siglos y ahora lo
hacen en la historia y la memoria.
MORADAS DE SANTIDAD EN "LOS CINCO RÍOS"
Recorrer de nuevo el desierto del Cholistán nos ha permitido rememorar
con Mahmud nuestra anterior exploración, además de posicionar con el GPS sus
emplazamientos y las rutas para acceder a toda esta cadena de castillos medievales, en
aquella ocasión no llevábamos ningún tipo de navegación por satélite.
Ahora vamos a dar un giro a la faz de la ruta y vamos a reemplazar las
vetustas fortalezas medievales de las arenas por mausoleos y santuarios musulmanes en la
ruta de "los cinco ríos", significado de la palabra "Punjab", la
provincia pakistaní por la que nos movemos para llegar a Lahore. Salir a la carretera
nacional fue fácil, muy fácil, el Nawab había conseguido fondos para asfaltar el camino
al fuerte, era una carretera estrecha pero en perfecto estado porque tiene muy poco
tráfico. Fue una sorpresa para los tres porque nadie nos había hablado de esa carretera
y no existía en el 92. En aquella ocasión resultó ser una epopeya porque muchos canales
se habían roto y las aguas habían llegado muy lejos. Tuvimos que sortear gran cantidad
de barrizales e ir improvisando la ruta.
Llegamos a la carretera nacional, sobrellevamos como podemos el
carrusel emocional que produce la conducción por estas carreteras y alcanzamos la ciudad
santa de Uch. Conquistada cuando comenzaba a extenderse el Imperio Musulmán por Mohammed
ibn al-Qasim en el 711, vivió su máximo apogeo entre los siglos XIII y XIV. A partir de
entonces se convirtió en un centro cultural y religioso con incontables medersas de
teología y los venerados mausoleos que comenzaron a embellecer la ciudad.
Callejeamos por la población, sus angostas callejuelas parecen querer
encajar el vehículo a medida que avanzamos lentamente por ellas. Algunos animales se nos
cruzan, parecen de goma cuando pasan por el estrecho espacio que queda entre nuestro
todoterreno y las paredes de las casas. Finalmente nos topamos con un muro que nos indica
el cerco de la preciosa tumba de Bibi Jaiwindi, una princesa del s. XV reconocida por su
gran humanidad. Los azulejos que recubren su voluminoso entorno nos saludan con su
resplandor chispeante bajo los potentes rayos del sol, que hoy sigue brillando para
nuestro deleite. Los brillos de toda su gama azulada intenta competir con el intenso cielo
azul que hoy nos cubre. Los niños del pueblo juegan entre las pequeñas tumbas, que a los
pies de Bibi Jaiwindi descansan eternamente. Sin embargo, el mausoleo no está indemne, se
halla sesgado en dos, pero esa herida lo hace todavía más misterioso y atractivo. De
frente parece intacto y cuando lo vemos de perfil es como si un cuchillo hubiese cortado
en dos ese pastel de azulejos y ... un poder divino se hubiese llevado la mitad que falta
para su propio goce.
Pero los mausoleos de Bibi Jaiwindi y la del santo Jalal-ud-din Surkh
Bukhari, muy cerca de ella -en cuya mezquita se supone que Gengis Khan se convirtió al
islamismo- sólo son una muestra de lo que nos vamos a encontrar en la capital del sur del
Punjab, Multán, conocida como la ciudad de los mausoleos.
Al igual que Uch, en el s.XIII Multán alcanzó su gran esplendor. Por
ella pasaron los grandes emperadores de grandes imperios como el de Maurya, Kushan, los
Hunos, peregrinos budistas chinos, el imparable Alejandro Magno, el ambicioso Tamerlan, el
hiperreligioso Mahmud Ghazni de Afganistán, el emperador mogol Aurangzeb, ...
A la tumba de mosaicos turquesas de Rukn-i-Alam (el pilar del mundo)
entran sin descanso decenas y decenas de peregrinos llegados de todo el país. Mientras
nos descalzamos para entrar al santo lugar, un músico qawwali toca un instrumento
parecido a un acordeón mientras entona un quejumbroso cántico. También está la tumba
del Sheikh Baha-ud-din-Zakharia con su enorme domo blanco, que hoy se confunde con un
cielo completamente encapotado que ha querido contradecir a la racha de preciosos días
azules que le precedieron. En otro mausoleo descansa el santo más popular: Shams-ud-din
Sabzwari. Sus milagros y las leyendas que le rodean son incontables. Curiosos personajes
van desfilando a nuestro alrededor. Llega un peregrino sufí, ataviado con una
indumentaria de fuertes colores rojos y fucsias, un gran gorro de lana con mil colores
así como de cascabeles en los tobillos y una gran espada. Poco después nos retiramos
para dejar pasar a un afgano que acaba de llegar acompañado de más de media docenas de
mujeres ataviadas con el típico burqa (el vestido sin mangas que las cubre por entero y
por el que tan solo pueden ver a través de una tupida rejilla) y se sientan en el pasillo
que rodea la tumba del santo a rezar. Otra de las mujeres se queda fuera encendiendo
barritas de incienso en honor a tan legendario personaje.
La mezquita de Eidgah es el último de los santuarios islámicos de
Multan que visitamos antes de poner rumbo al segundo hogar de Mahmud. Mientras nos
alejamos, tras nosotros queda los largos pasillos del templo musulmán y un murmullo
incesante de las decenas de recitadores del Corán en su repetitiva labor de memorizar los
pasajes de su libro sagrado.
PASAJE A LA INDIA
Los días que hemos pasado junto a Mahmud han sido inolvidables: la
localización de los castillos perdidos del Cholistán, el encuentro con su realidad
cotidiana, el hecho de que juntos conociésemos Multan (el nunca había estado aquí
antes), así como los últimos días viviendo con él y su familia junto a Chichawatni.
Nos regaló dos chaluar camis (la vestimenta típica pakistaní), uno de mujer para mi y
otro de hombre para Vicente, nos presentó a todos sus amigos y vecinos, nos enseñó sus
nuevas tierras, donde todos trabajan con esfuerzo y cariño. Todo ha sido emocionante y
reconfortante, cada momento en su justa medida. Y ahora toca el momento de la desagradable
y triste despedida y de nuevo la incertidumbre de si algún día volveremos a vernos ...
pero al menos, por esta vez, sí ha sido posible el encuentro. Un fuerte abrazo y un
"hasta pronto" con cara de tristeza. ¡Inch Alá!, nos responde, mientras
nuestro todo terreno sale de su granja y toda su familia y nosotros agitamos a un tiempo
la mano en señal de despedida. Hoy nos sentimos distintos que en la anterior separación,
hoy sí que nos da la sensación de que volveremos a vernos.
Lahore. Son las doce del día. Gritos, frenazos, imprecaciones,
imprevistos cambios de dirección y sobresaltos. Las calles están literalmente invadidas
por infinidad de rickshaws (esos infernales motocarro-taxis), automóviles antiguos,
carros tirados por animales, ruidosos camiones de increíbles colores, miles y miles de
bicicletas y ante todo ello una multitud vestida de blanco que se mueve frenéticamente...
pero lo que nadie puede discutir bajo ningún concepto sobre Lahore es que nos encontramos
en la ciudad más bella y que emana más encanto de Pakistán, el símbolo de la historia
del Imperio Mogol.
Sede de los sultanatos de los gaznavíes y de los ghoríes (s. XI y
XVI), la ciudad alcanzó la cima de su esplendor durante el periodo Mogol (s.XVI),
enriqueciéndose con fortificaciones de piedra, palacios de mármol, pabellones y salas de
espejos, fuentes con juegos de agua y jardines con la fragancia de mil flores exóticas.
La soberbia mezquita de Badshahi, una de las más grandes de Asia,
cuenta con unos minaretes de 50 metros de altura que despuntan sobre el firmamento como si
quisieran atravesarlo como una espada, y sus pequeñas cúpulas blancas parecen balcones
suspendidos en el cielo. Su patio es enorme y en él pueden llegar a congregrarse a rezar
60.000 personas, sus pomposos domos blancos dan fe de ello. El gran arco de su puerta de
entrada se sitúa cara a cara frente al Fuerte Rojo. El emperador mogol Akbar lo mandó
erigir. Pero es una delicia pasearse por el interior del fuerte y comprobar la evolución
de la arquitectura mogol en cada uno de los edificios que sus sucesores fueron añadiendo
en el transcurso de los siglos.
Los británicos no rompieron la armonía de la bella ciudad mogola y
los edificios que levantaron siguieron un estilo gótico-mogol con un resultado
afortunado. El Minar-e-Pakistan -"Minarete de Pakistán"- es un monumento que se
levantó en el lugar, el Parque de Iqbal, donde la Liga musulmana adoptó el manifiesto
para la creación del estado de Pakistán el 23 de marzo de 1.940. Siete años después su
sueño se vio cumplido aunque a costa de un dramático y doloroso derramamiento de sangre
por ambas partes, musulmana e hindú.
Rudyard Kipling inmortaliza la ciudad en una de sus novelas. Aunque
algunos de los lugares descritos ya han desaparecido, cuando llegamos junto al cañón
Zamzama es inevitable imaginarse a su legendario personaje, Kim de la India, subido a él,
tal y como narra Kipling al comienzo de la famosa novela. Hoy en día, el mítico cañón
se encuentra en medio de "The Mall", la avenida que discurre frente al Museo
Central de Lahore, donde el padre de Kipling trabajó como conservador durante los años
que allí vivieron.
Y nos adentramos en las callejuelas del casco histórico. El bazar
está repleto de mercancías de toda clase y las esencias de todo Oriente inundan el
ambiente. Por las aceras, los niños tratan de apartar las moscas de las pilas piramidales
de naranjas y guayabas, que se alternan con montones de plátanos y de dátiles. Más
allá, un grupo de escuálidas vacas detienen el tráfico, presintiendo tal vez la
santidad de la que gozan sus hermanas en la India, nuestra próxima etapa.
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Ruta de los Castillos
Perdidos. (Ampliación en link)
A los pies de las poderosas murallas de Mogegarh, un pueblo de adobe sobrevive gracias al
pozo que les abastece de agua. Las mujeres no cesan de extraer el agua que transportan en
grandes y pesados cántaros sobre sus cabezas, mientras los hombres reúnen sus ganados y
les dan de beber por riguroso turno. (Más fotos en link)
De nuevo en ruta, pero antes ... tomamos nota de posiciones y rumbos. Ha llegado el
momento de despedirnos de Mogegarh, el titánico bastión medieval que protegía la
retaguardia de conquistadores de una época donde la gloria y la tragedia entretejían los
destinos del hombre.
Vida en el Cholistán. Son
pueblos pequeños donde se sigue conservando la arquitectura tradicional de adobe y los
camastros de soga "multiuso", por la noche son camas y durante el día ...
mesas, sillas, sofás y ... traviesas para hacer una hamaca-cuna al bebé.
Y llegamos a la perla de los
castillos del Cholistán: el fuerte de Derawar. El único que está "vivo" y es
"propiedad real" de la familia Abasi. Su colosal exterior revela el excelente
estado de conservación y son impresionantes sus numerosos e imponentes bastiones. El
actual Nawab (señor feudal, príncipe o rajá) de la dinastía Abasi acude con frecuencia
a su antigua posesión familiar. Los minaretes y bastiones de Derawar nos anuncian el
punto y final de este inédito prodigio de castillos y fortalezas que tan significativa y
valiosa posición ocuparon hace siglos y ahora ...lo hacen en la historia y la memoria.
(Más fotos en link)
Derawar es realmente el
emplazamiento más completo del Cholistán, su mezquita de estilo mogol es otro
espectacular legado. Su fastuosa belleza se marchita, la que en otros tiempos era mezquita
real ahora tan solo recibe la visita de unos pocos lugareños y la ausencia de fieles
repercute en que no haya fondos para que este edificio santo derrote al paso del tiempo.
(Más fotos en link)
Frente al castillo, y pasado el palmeral del oasis, nos encontramos la tercera joya de
Derawar: el cementerio Abasida. Los panteones familiares, recubiertos de bellísimos
azulejos, siguen impecables después de más de 300 años, impertérritos, siguen
albergando los cuerpos de los antepasados del Nawab. La población es tranquila pero se
acercan a curiosear mientras trabajamos. Las chicas extranjeras "distintas" son
la fascinación de las niñas y de las mujeres de estos remotos lugares pero tan solo las
más jóvenes se atreven a aproximarse para hacer a Marián mil y una preguntas, que si
bien eran incomprensibles para nosotros, podían ser contestadas gracias a la ayuda de
Mahmud. (Más fotos en link)
Salimos del Cholistán dando un giro a la faz de la ruta, las vetustas y sobrias
fortalezas perdidas han sido reemplazadas por mausoleos y santuarios musulmanes en la ruta
hacia Lahore. Entramos en Uch y arribamos a la preciosa tumba de Bibi Jaiwindi, una
princesa del s. XV reconocida por su gran humanidad. Los azulejos que recubren su
voluminoso entorno nos saludan con su resplandor chispeante bajo los potentes rayos del
sol, que hoy sigue brillando para nuestro deleite. Los brillos de toda su gama azulada
intenta competir con el intenso cielo azul que hoy nos cubre. Los niños del pueblo juegan
entre las pequeñas tumbas, que a los pies de Bibi Jaiwindi descansan eternamente.
(Detalle en link)
El mausoleo de Bibi Jaiwindi no está indemne, el panteón se halla sesgado en dos, pero
esa herida lo hace todavía más misterioso y atractivo. De frente parece intacto y cuando
lo vemos de perfil es como si un cuchillo hubiese cortado en dos ese pastel de azulejos y
... un poder divino se hubiese llevado la mitad que falta para su propio goce.
Multan, mausoleo de
Rukn-i-Alam. El ardor guerrero de las fortificaciones del desierto ha dado paso a la
santidad de uno los más importantes centros de peregrinación de Pakistán. (Más fotos
en link)
Multan, mausoleo de Sheikh
Baha-ud-din-Zakharia. El mausoleo siempre alberga un gran hombre santo musulmán pero
alrededor de ese sacro edificio hay toda una serie de tumbas engalanadas con hermosos
mantos bordados con citas del Corán. Son el hogar eterno de otros santos menores que
también son objeto de peregrinación y devoción. (Más fotos en link)
Llegada ante el impactante fuerte de Lahore. Nos hallamos en la ciudad más bella y que
emana más encanto de Pakistán, el símbolo de la historia del Imperio Mogol. Sede de los
sultanatos de los gaznavíes y de los ghoríes (s. XI y XVI), la ciudad alcanzó la cima
de su esplendor durante el periodo Mogol (s.XVI), enriqueciéndose con fortificaciones de
piedra, palacios de mármol, pabellones y salas de espejos, fuentes con juegos de agua y
jardines con la fragancia de mil flores exóticas.
Rostros y más rostros, hasta
en las grandes ciudades como Lahore cada persona es única, la galería de rostros y
vestimentas es un desfile inagotable de exotismo que nos fascina.
La soberbia mezquita de
Badshahi, una de las más grandes de Asia, cuenta con unos minaretes de 50 metros de
altura que despuntan sobre el firmamento como si quisieran atravesarlo como una espada, y
sus pequeñas cúpulas blancas parecen balcones suspendidos en el cielo. Su patio interior
es enorme y en él pueden llegar a congregrarse a rezar 60.000 personas.
Sueños de oriente. Con una
puesta de sol así ... parece que Aladino y su amada Jasmine van a aparecer abrazados en
lo más alto de la torre. Quizás lo hagan, quizás venga su alfombra mágica a
recogerles. Nos sentaremos, nos recostaremos el uno en el otro y esperaremos el milagro.
La magia existe en determinados lugares.
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