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Crónica 8,

País Somba y Vudú (Togo y Benín)

Ruta : Reinos Perdidos de Africa | País : Togo

Aunque la frontera parece despejada y todo parece indicar que vamos a pasar rápido... las apariencias nos engañan.

Oficialmente la frontera entre Ghana y Togo están cerradas, nunca ha existido una relación demasiado cordial entre estos países vecinos desde la Independencia y la creación artificial de sus estados. Durante más de dos horas nos vemos inmersos en un maremagnum de papeleos y casetas aduaneras junto a un ayudante espontáneo para llegar a la conclusión de que hace falta un "salvoconducto" del que nunca nadie nos ha hablado hasta ahora, ni siquiera en la Embajada.

Las contradicciones africanas no dejan de sorprendernos pues para obtener el salvoconducto Vicente tiene que cruzar la frontera sin él, gracias a otro "salvoconducto" que si le permite ir a Lomé por unas horas. Ir en taxi hasta el Ministerio del Interior de Togo y tras tres horas de espera obtenerlo, de esta forma ya puede regresar a la aduana para entregar el nuevo salvoconducto "ministerial".

Yo mientras tanto me encuentro junto al Montero viendo desfilar a mi alrededor todo un rosario de "mordidas" para que el paso fronterizo no represente un obstáculo. Los "contra" son puestos por los aduaneros con una imaginación muy perspicaz pero los "pro" son rápidas y ágiles "propinas" que viajan en un visto y no visto de un bolsillo a otro. Varias horas de esta repetitiva y ajada actividad... y por fin aparece Vicente con el salvoconducto que nos permitirá cruzar a Togo... pero antes dos horas más de paseos por las casetas aduaneras.Finalmente pisamos Togo, el país pasillo como se apoda a esta pequeña ex-colonia alemana, uno de los países más pequeños de África.

Como su nombre indica en lengua ewé -"borde del mar"-, circulamos bordeando el mar y una extensión enorme de cocoteros nos flanquean a medida que avanzamos por el cordón litoral. En este punto del planeta conviven una variedad de pueblos extremadamente rica y en su mercado, centro neurálgico de Lomé es donde se dan cita representantes de su variado y numeroso mundo étnico. Un mercado pleno de colorido y que varía a cada paso según la naturaleza de los productos, todo lo que está expuesto está a la venta.

Pero nos parece más intrigante y mágico el poder acceder a otro mercado con una mercancía muy singular que no siempre es fácil de encontrar. En el mercado de fetiches de Akodessewa nos dejamos inundar por las escalofriantes imágenes que allí se exponen. Los más variados y sorprendentes entes forman parte de un mágico y complejo universo fetichista que se extienden a nuestros pies: cráneos de todo tipo de animales, desde pequeñas ranas, pájaros y monos hasta las voluminosas cabezas de hipopótamos, pasando por la piel de puercoespines, huesos de todo tipo de animales y dientes de jabalí entre otros muchos extraños objetos que sirven como amuletos.

No menos sorprendente resulta pasar a la trastienda de los tenderetes y ver como ante un altar vudú repleto de símbolos se realizan una serie de rogativas para conseguir desde las más simples soluciones a un dolor de cabeza hasta conseguir que el marido recupere cierta fuerza varonil perdida. La variedad de los amuletos y fetiches resulta infinita, realmente sería inagotable las vivencias que se podrían experimentar sumergidos en este intrincado e insólito universo paralelo.

FUSIÓN DEL ESPÍRITU Y ARTE

Nos alejamos del singular e inusual mercado de fetiches todavía con las imágenes frescas en nuestra mente y nos encontramos entre los tenderetes del mercado de artesanía. Para el arte no existen fronteras e igual podemos encontrar una máscara bambara junto a un busto fulani o entre figuras de la fertilidad ashanti, todos los estilos que representan a tantas y tantas etnias se dan cita en este apacible mercado.

El arte y las religiones se entremezclan y es difícil encontrar los límites entre el uno y el otro. Ambos están íntimamente ligados pues el artista puro cuando crea una obra no sólo trata de plasmar el aspecto físico de las cosas sino la "fuerza vital" que en ellas se esconden y que activa a través de los espíritus. Las almas de los antepasados poseen una forma especial de fuerza vital y el objeto artístico ha de perpetuar al ancestro y asegurar la protección del clan. Cuidado a la hora de adquirir una de las múltiples máscaras que configuran su amplio y variado espectro de representaciones benignas o ... malignas. Hay que asegurarse de cual es su significado exacto.

Nos refrescamos de nuevo con la brisa del mar paseando por las playas de una costa que tan sólo cuenta con poco más de 50 km acotados por los países vecinos de Ghana y Benín. Recorrer la playa tiene el valor añadido cuando observamos la vuelta de los pescadores al caer la tarde, el espectáculo es admirable pero no lo es tanto cuando algunos aprovechados pescadores tratan de "autoregalarse" nuestro equipo de fotografía a base de sujetarnos y zarandearnos sin contemplaciones para arrancarnos todo lo que llevamos a la vista.

Unos gritos bien potentes llama la atención de otros lugareños que se acerca al lugar y piden explicaciones a los que nos tienen inmovilizados en el suelo, hechos una bola para proteger nuestro preciado material fotográfico. Una pelea verbal entre los dos grupos de pescadores, el abandono del lugar por parte de los "aprovechados" y las disculpas en nombre de todos los "honrados" es el final de este malogrado paseo costero. Este aislado incidente será la única mancha negra en un territorio repleto de experiencias positivas, unas experiencias que siguen apareciendo a medida que nos adentramos tierra adentro, donde conviven más de 40 grupos étnicos distribuidos por su mosaico ambiental.

La carretera que seguimos desde Lomé hacia Kpalimé, al suroeste, se desliza entre palmeras y mangos bordeando el macizo de Agu, donde se encuentra el monte Baumann, que con sus 1020 m de altura se convierte en el techo del país. Seguimos atravesando grandes plantaciones esta vez de café y cacao y por el camino empezamos a cruzarnos con decenas de mujeres y niños cargados con los más variados objetos, una imagen inconfundible del continente negro y señal inequívoca de que un mercado se esta desplegando en el pueblo.

Efectivamente, coincidimos con el día del mercado en Kpalimé, una mañana de sábado no demasiado calurosa, donde todos comienzan a montar sus sencillos tenderetes. Nada parece imposible de transportar sobre sus cabezas: vasijas de hasta medio metro de diámetro, troncos de madera, bandejas repletas de frutas tropicales, cestas de huevos, canastos de mimbre... todo es porteado con una maestría y habilidad impecable. Bien es cierto que es posible ver a niños con poco más de 6 ó 7 años cargar enormes paquetes sobre sus pequeñas cabecitas con lo cual no es de extrañar que la practica adquirida se refleje en la destreza y naturalidad de los adultos.

Dejamos atrás Kpalimé con un mercado que ve crecer su bullicio por segundos y tratamos de enlazar con la carretera principal. Literalmente se trata de la espina dorsal del país que lo cruza de norte a sur. Pero alcanzarla supone atravesar una infernal y polvorienta pista de tan sólo 60 km pero que con tantos obstáculos naturales ocasionados por las lluvias resulta infinita... interminable... casi imposible. Esto nos obliga a ir muy lentos porque entre la maleza y los cambios bruscos del terreno se convierte en una pista llena de sorpresas imprevisibles y peligrosas. Lo único grato del camino es la pequeña aldea que encontramos por un sendero paralelo al pavoroso camino. En ellas las mujeres, desnudas de cintura para arriba, se encuentran junto a unas grandes ollas preparando la comida y al mismo tiempo que cocinan dan el pecho a sus hijos que se agarran con afán a sus madres mientras el resto de la prole corretea por todos los sitios y ahora hacia nosotros después de romper con el recelo y la sorpresa inicial.

Los hombres se muestran muy amables y nos acompañan mientras estiramos las piernas y nos interesamos por su humilde aldea. Nos despedimos de nuestros inesperados amigos porque llega la hora de continuar nuestro camino, o mejor dicho nuestro martirio por la sangrante pista. Como oyendo nuestras plegarias por fin aparece el asfalto y aparecemos en Notsé, lo cual nos indica que estamos en el camino correcto hacia el norte. El asfalto no se queda atrás con unos enormes socavones pero no tiene comparación con la espantosa pista que dejamos tras nosotros.

HOGARES DE TRADICIÓN

Hacia Atakmé gozamos de bellos paisajes ente colinas y gargantas, al norte comenzamos a ascender por la falla de Alédjo, una zanja natural en la ladera de una montaña, con una carretera sinuosa y bordeada de rocas percibiendo las cumbres de los montes Tojo. Al llegar a Kara, situada en una llanura a la que se llega con cierta dificultad, nos sumergimos de nuevo en los dominios de una nueva étnia, la de los Kabré. Sus pobladores están considerados como los mejores agricultores de África pues han transformado el paisaje montañoso en una serie de cultivos en terrazas sembradas de productos alimenticios como el sorgo, el mijo y árboles frutales.

Gran parte de los Kabré viven en "sukalas" semejantes a las de los Lobi de Burkina Faso, pero que ellos le imprimen una forma más ovalada y característica. Recorriendo las pequeñas aldeas del país Kabré como Kétao, Landa Tchawinka y Farende conocemos a unos jóvenes que inmediatamente nos invitan a conocer su hogar y a su familia.

Una armoniosa melodía se oye a medida que nos acercamos al hogar, nos sorprende al comprobar que unas simples piedras de diferente tamaño y grosor son las causantes, junto a la destreza del intérprete, de producir ese agradable y rítmico sonido musical. Nos lo enseñan todo, desde el gallinero (donde las gallinas ni sospechan que pronto serán empleadas no sólo como manjar sino como sacrificio para los espíritus), el granero y el espacio reservado al fetiche, que aún presenta sobre su rostro las huellas sanguinolientas del último sacrificio. Aunque muchos practican la religión cristiana o alguna de sus variantes, se presenta un sincretismo entre la tradición ancestral y las creencias religiosas llegadas con la colonización.

La mejor manera de captar su sencilla pero ancestral forma de vida, sus costumbres y folclore es compartir esos momentos que ellos mismos nos ofrecen de forma natural. Prácticamente ha oscurecido y nos ofrecen compartir el ocaso del día con ellos. A la mañana siguiente nos despedimos con ganas de haber permanecido más tiempo descubriéndonos mutuamente pero el tiempo no se detiene y nuestros próximos desconocidos no están muy lejos. Como en el resto de los países africanos que hemos recorrido sus moradores tienen una especial fusión con el entorno donde se mueven.

La tierra, el agua, el fuego, los árboles, los animales todos juegan un papel significativo es los acontecimientos que rigen su existencia. A través de todos ellos se manifiestan los espíritus que les proporciona esa fuerza vital que da vida a todo lo que les rodea. Y los espectros lo trasmiten intensamente al hombre que es capaz de captar esa fuerza, la puede dirigir, neutralizar o explotar. Realmente es revelador introducirse en su mundo y poder participar de sus actividades cotidianas.

SIN FRONTERAS

Y no muy lejos de los Kabré se encuentran los Tamberma. Su nombre significa "albañiles hábiles" el valle que lleva su nombre, el "Valle de Tamberma", está sembrado de complejas viviendas-granja, las "tata", semejantes a pequeños castillos construidos con barro y paja. Pero los Somba son la fascinación de esta zona. Una frontera artificial creada para configurar estos dos países les separa de sus parientes Tamberma pero sus costumbres y formas son muy similares.

Los Somba, "la gente que camina desnuda", son uno de los pueblos más antiguos del continente que ha conservado intactas sus características gracias al aislamiento de que han disfrutado por vivir en la región montañosa, en la meseta de Atakora. Sus viviendas, prácticamente idénticas a la de los Tamberma togoleses, representan el aspecto de rústicos castillos con sus típicas torretas y murallas.

La construcción de una "sukala" es una actividad bastante laboriosa que da trabajo a todos: los hombres plantan los pilares de madera bien estacionada y las mujeres amasan la arcilla con la que se construirán las paredes de las cabañas circulares y de los gruesos muros que, uniendo las chozas entre sí cerrarán el conjunto confiriéndole el aspecto de una fortaleza.

Cerca de la vivienda hay siempre un fetiche, testimonio de las creencias fetichistas de los somba. A estas representaciones se atribuyen poderes mágicos y protección en innumerables aspectos de la vida cotidiana. A la derecha de la entrada en la vivienda, hay un altar dedicado a los antepasados muertos, con los cuales los somba viven en permanente comunión espiritual. Estas viviendas se levantan en medio de sus propios campos de cultivo lo que les permite mantenerse a buena distancia de sus vecinos.

Esta costumbre pone de manifiesto su individualismo y desconfianza, así mismo cada jefe de familia goza de gran autonomía dentro de la comunidad, cuyas decisiones no está obligado a respetar.

CUNA DE IMPERIOS

El norte y el sur de Benín nunca han gozado de buenas relaciones. En el sur se han desarrollado los grandes reinos como el poderoso reino de Abomey que consiguieron someter a los campesinos y pastores pobres del norte, construyendo un "Estado negrero" agresivo que tomaba prisioneros a los vencidos para venderlos como esclavos a los europeos. Después de la abolición de la esclavitud el reino de Abomey permaneció vinculado al comercio colonial y el desequilibrio entre el norte y el sur se acentuó todavía más, con intereses y cultura muy diferentes que ha continuado hasta hoy en día.

En Natitingou, capital del pueblo somba, nos ponemos en marcha para comenzar a descender hacia el sur. Hasta Beterou la pista es buena sin demasiados altibajos pero de Beterou a Tchaourou recorremos un infierno de 60 km de pista hiper-estrecha y destrozada por las lluvias. Al reunirnos con el asfalto nos empezamos a cruzar con las máquinas asfaltadoras lo cual indica que en un futuro se conseguirá unir con una carretera asfaltada el norte y el sur.

Llegamos a Abomey al anochecer, dando con nuestros doloridos cuerpos, castigados por las horribles pistas que hemos recorrido durante esta jornada, en Chez Monique un encantador y agradable rincón, reputado entre todos los viajeros, donde vive la propia familia que lo regenta envolviéndole una atmósfera muy acogedora y familiar. Abomey es la ciudad que el pueblo Fon eligió como capital del gran reino de Dahomey, de entre los reyes que dirigieron al pueblo Fon destaca uno, Roi Glelé. Llegó a contar con más de 800 esposas, 1.000 esclavas para atenderle exclusivamente a él y un ejército de 6.000 amazonas que le servían de guardaespaldas pues consideraban que las mujeres no eran tan traicioneras como los hombres.

MAGIA Y RITOS

Las religiones tradicionales animistas-fetichistas son las más practicadas en Togo y Benín. Incluso practicando la religión católica o musulmana las costumbres tradicionales son imposibles de desterrar en países tan supersticiosos como son los africanos. Pero de los fastuosos tesoros y palacios del reino de Dahomey y de sus rituales fetichistas nos dirigirnos a la costa donde descubrimos a pocos kilómetros del dinámico puerto de Cotonou, en la Laguna de Nokoué, la aldea de pescadores de Ganvié.

Pero lo que marca la originalidad y distingue a este poblado de los demás es su configuración, convirtiéndolo es uno de los rincones más seductores y pintorescos del Africa Occidental. Sus casas están construidas sobre palafitos, altos y robustos palos clavados en el agua y columnas de madera que, en ocasiones, se levantan a más de tres metros sobre el nivel del agua.

Huyeron del norte donde les enfrentó una guerra contra los Fon, la Laguna de Nokoué en el sur era el sitio perfecto para protegerse contra los Fon y los reinos Dahomey los cuales poseían ciertas costumbres religiosas que les prohibían aventurarse dentro del agua, argumento perfecto para mantenerlos alejados y vivir en paz.

En toda la zona costera que recorre Togo y Benín sus habitantes son asiduos practicantes de los ritos vudúes que suponen una mezcolanza de sus antiguas tradiciones y las religiones impuestas en los años colonizadores. El vudú practicado en Brasil, en Haití tiene su origen en los esclavos capturados por toda la Costa del Golfo de Guinea y las representaciones que podemos presenciar a un lado y otro del Atlántico guardan una estrecha relación. Ellos distinguen entre la magia blanca y la magia negra pero esta última está totalmente prohibida a los extraños.

La puesta en escena de la ceremonia de magia negra tiene como objetivo perjudicar a un enemigo para matarle o convertirle en un "zombi" doblegado a la voluntad del brujo. Basta una foto o una prenda para que los alfileres clavados en la desdichada víctima produzcan el efecto tan malignamente ansiado. Pero los "blancos" solo podemos presenciar la magia blanca aunque su puesta en escena resulta tan escalofriante que no queremos pensar como serán los de la magia negra.

Los fetiches rodeando la estancia, los hombres tocando los tam-tam y las mujeres danzando al son de los ritmos desgarrantes configuran una escena llena de fuerza, donde no falta el sacrificio ritual de gallinas a los espíritus. El ritmo de la música y los movimientos trepidantes de las mujeres se acentúan hasta llevar a algunas de ellas al trance. Esta ceremonias pueden continuar durante toda una noche y nos confiesan que a veces pueden acabar en orgías. Las gallinas sacrificadas, una vez cocinadas, servirán de cena entre los asistentes y por último todos serán bendecidos. La entrega y el frenesí que destilan por todos sus poros es verdaderamente impresionante y la firme convicción de que están realmente en contacto con los espíritus transmisores de toda la fuerza y energía deseada es fascinante.

Las manifestaciones y las sensaciones que transmite el Africa Negra son auténticamente inolvidables. Su color, su sabor, su ritmo y su magia no pueden por menos que seducir los sentidos e irrumpir con fuerza en los más hondo de nosotros.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.