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Crónica 8,

Las rocas que hablan (Botswana oeste)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Botswana

Cuando cruzamos la frontera entre Angola y Namibia no quedaban muchas horas antes de la puesta de sol. El lado angoleño fue rápido pero en el lado Namibia era el caos más absoluto. Los camiones se habían cruzado de tal modo que quedó toda la aduana bloqueada, no se podía ni avanzar ni retroceder. Recuerdo la expresión de impotencia en el rostro de la mujer policía que intentaba poner orden en aquel desbarajuste con los goterones de sudor corriéndole por su cara y como nos decía desesperada que avanzáramos sin pararnos un segundo ¿avanzar por dónde? Si entre la anarquía circulatoria y los chiringuitos de las aceras no había manera de escaparse.

Por fin conseguimos estampar el último sello y salir de ese embrollo de vehículos para poder, en el primer supermercado que nos encontramos, abastecernos de provisiones, muy diezmadas porque en Angola utilizamos casi siempre nuestros propios víveres. Ya podíamos lanzarnos hacia el Caprivi, una estrecha franja de tierra namibia, encajada entre Angola y Botswana; es la ruta hacia nuestro nuevo destino: el delta del Okavango, gigantesco lugar donde el desierto de Kalaharai engaña al río Okavango haciéndole creer que es su lugar de desembocadura y... se abre en un gigantesco delta, desparramando todas sus aguas y creando un vergel. Pero si bien ese es el objetivo, el camino tiene unos imprescindibles hitos que todo viajero transafricano debe conocer.

La primera etapa será el Caprivi, una región situada en el extremo oriental del norte del país que se extiende por una estrecha franja entre Angola y Botswana. Su nombre se lo pusieron los blancos para homenajear a Leo von Caprivi, Canciller de Alemania que a finales del s XIX (en el particular reparto que se hicieron ingleses y alemanes con estas tierras) consiguió anexionarse este territorio al África del Sudoeste Alemana y así consiguió que Alemania tuviera acceso al río Zambeze. Como contrapartida, entregó al Reino Unido la isla de Zanzíbar, en la costa de Tanzania.

Dejamos atrás las últimas poblaciones de la zona y... el asfalto; de nuevo las pistas se hicieron las amas de la carretera. El cielo se oscureció antes del atardecer con unos nubarrones negros que no auguraban nada bueno y la tormenta no se hizo esperar como tampoco lo hizo el ganado, del que viven las tribus de esta zona. Las vacas sentadas en medio del camino o bebiendo en los charcos que se habían formado por las lluvias se convirtieron en un salto de obstáculos de lo más peligroso, miles de vacas en los márgenes y dentro de la pista hicieron el camino muy tenso. Aún así ese día avanzamos más de 400 kilómetros por las pistas namibias y conseguimos no llevarnos por delante ningún animal y eso que se emplearon a conciencia para intentar ser atropelladas.

Ya cuando se puso la noche sí que era imposible seguir esquivando ganado así que decidimos pernoctar lo antes posible. Estábamos en una zona fronteriza y preferimos acampar en una de los pequeños poblados que aparecían de forma esporádica. Un pequeño cartel en el camino señalaba un dispensario, era un diminuto campamento con un pequeño cubículo que servía de clínica. Preguntamos si podíamos acampar y nos dijeron que no había problema pero que tuviésemos cuidados con las serpientes y luego hicieron alguna broma en su idioma y se rieron. Pero una hora después, cuando estábamos a punto de subirnos a la tienda apareció un matrimonio para que atendiesen a la esposa que había sido mordida por una serpiente y comenzaba a sentirse mal. Una realidad cotidiana que no es para tomarse a broma. Después de una hora atendiéndola se marcharon y el auxiliar de clínica ya no tenía la cara de broma cuando nos comentó lo de las serpientes, sino más bien de preocupación. Menos mal que nuestra tienda está instalada en el techo del coche y no tenemos que montarla en el suelo. Una mantis religiosa tan grande como un puño y una corte de mosquitos atraídos por la luz de nuestro campamento nos acompañaron durante la cena y no desparecieron hasta que apagamos la luz y ascendimos a nuestra tienda.

Nos levantamos muy temprano y tras despedirnos del encargado del humilde dispensario (a la luz del día era aún más básico de lo que se intuía en la oscuridad de la noche) nos pusimos de nuevo en ruta. “La tierra de los ríos” (Kunene, Okavango, Kwando, Linyanti, Zambeze, Chobe) como se conoce a esta zona por las numerosas corrientes que recorren y confluyen en esta zona. Concretamente ahora nos encontramos en los dominios del Okavango que desde que nace en Angola convierte su recorrido de más de 1.000 km por un lado, en un abanico de prodigios naturales, que iremos viendo a medida que avancemos y por otro lado, cuando las lluvias que ya están empezando a nutrirlo, lo convierten en una amenaza de imprevisibles consecuencias. Las pequeñas cascadas de Popa fueron las que despidieron nuestro breve paso de transición por Namibia para sumergirnos en nuestro verdadero objetivo de esta etapa: Bostwana.

Unas horas después de pistas y sabana arbolada cruzamos la frontera. Sólo me quedan dos páginas en el pasaporte y tres países. Convencemos al aduanero botswano de sellar en un hueco de una página usada, con ese amable gesto ya teníamos garantizado que mi pasaporte duraría hasta el final de esta primera etapa africana. De nuevo los poblados con cabañas cónicas, pero de dimensiones mucho mayores que los asentamientos namibios o angoleños, son los que abundan por el camino. La carretera está asfaltada pero es muy estrecha, parece una comarcal española de los años sesenta. Pero lo peor de todo es que el ganado sigue campando a sus anchas. Era irónico haber venido a los Confines de África y que llevásemos dos días evitando accidentes... con animales de granja. Las vacas aparecían por centenares pero tampoco faltaban los burros y las cabras, menos mal que estas últimas eran más espabiladas y rápidas a la hora de apartarse del camino.

Poco después de la frontera existe un enclave que nos llamó particularmente la atención. Las colinas de Tsodilo, el punto más alto de Botswana con sus 1490 metros de altitud y hogar de la tribu san (los que conocemos como bosquimanos) y Mbukushu. Forma parte del desierto de Kalahari, un desierto que ocupa el 70% de territorio de este país africano y poblado por los bosquimanos y otras etnias desde hace más de 30.000 años. Tiempo durante el cual han dejado su huella en forma de pinturas rupestres de las cuales existen más de 4.500 muestras que han entrado a formar parte del Patrimonio de la Humanidad. Las leyendas y los mitos envuelven al lugar así como las creencias espirituales convirtiéndolo en unos de los lugares más importantes para estas etnias.

Para acceder a este territorio de apenas 10 km2 existen tres pistas de acceso con muy mala reputación pues cuando no es la arena la trampa que obstaculiza el avance lo son las rocas, el consejo general era de nunca ir solos y menos en la temporada de lluvias. Pero en la frontera nos dicen que la ruta por Nxamaseri había sido habilitada hace poco para que fuese posible acceder a las colinas de Tsodilo sin la pesadilla de 40 kilómetros de incertidumbre y desafío extremos por las características tan desafiantes del camino. Y efectivamente, resultó ser una pista de grava que, aunque con unos pocos tramos arenosos y otros de la inevitable “chapa ondulada”, nos permitía avanzar a una media de 50/60 km/h y alcanzar nuestro objetivo... ¡antes de que se pusiese el sol! Tras un poblado muy humilde nos encontramos una cancela que marcaba el acceso a las colinas. En teoría debería de haber un guarda pero los escasísimos visitantes que recibe el lugar ha hecho que el puesto haya sido abandonado y la caseta luce un deterioro total. Con grandes esfuerzos, empujando los dos, logramos deslizar la oxidada puerta y penetrar en este enclave, tan solitario como importante, puesto que sus pinturas rupestres son Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde el 2.001.

Su alejamiento de todo hace que tenga un pequeño aeródromo con pista de tierra y sin torre para que, ante la dificultad de acceder por tierra, se pueda acceder en avión. Los escasos visitantes que reciben suelen ser vía aérea desde Maun, una visita que debida a su alto precio, no está al alcance de todos los bolsillos.

Tenía una zona de acampada principal, con baños, duchas, algunos bungalows, al lado de la construcción que servía de base a los guardas. Pero también había lugares para hacer acampada libre en medio del bosque que rodea a las colinas. Como llevamos de todo, incluida una buena ducha portátil, preferimos disfrutar de la soledad y encanto de esta naturaleza en un claro entre la vegetación. Tras una buena ducha, antes del ocaso para no ser comidos por los insectos, nos dispusimos a cenar. Tuvimos que alejar bien lejos nuestra luz porque había nubes de insectos, algunos tenían el tamaño de una albóndiga y debían de estar acorazados, a juzgar por el tremendo ruido que hacían al golpearse contra la chapa del todo terreno. Comiendo en penumbra, estoy segura que nos tragamos unos cuantos bichos que cayeron en nuestros platos, y es que al plato que elegimos hoy para cenar –calamares en su tinta con arroz- no permitía distinguir si caía algo en el plato o no. No obstante, si estamos escribiendo esta crónica es que nada nos sentó mal. Después de esta interesante socialización con la fauna del lugar nos acostamos bajo un cielo estrellado que fue desapareciendo a medida que se acercó una tormenta que acabo derramando violentamente sus aguas a media noche. Menos mal que el chaparrón no duró mucho. Por la mañana la humedad era latente bajo un cielo gris pero con simulacros de asomo del sol. Con este ambiente comenzamos a recorrer las colinas de Tsodilo, cuyas piedras nos hablan con sus impactantes pinturas de unos tiempos muy lejanos.La cartografía del GPS que nos pasó Ricardo en Walvis Bay era tan detallada (podría decir que enfermizamente detallada) que estaban reflejadas hasta las pinturas rupestres. Nunca había visto nada igual. Así pues, con la batería del GPS cargada a tope nos lanzamos a una larga caminata que nos llevaría todo el día. No había ni un alma y fuimos recorriendo las colinas completamente en solitario. Los únicos encuentros que tuvimos por el camino fueron con algunas ardillas, reptiles e insectos. Son cuatro colinas las que se alzan sobre esta meseta desértica: la Colina del Hombre, de la Mujer, del Niño y la del Norte.

Aunque nos acercamos a la Colina del Hombre donde se encontraba la pintura rupestre de un león, decidimos recorrer más a fondo la Colina de la Mujer que es donde se encontraban la mayor cantidad de pinturas y las más interesantes. Llegamos a un punto donde el terreno empezó hacerse más abrupto, rocoso y empinado. El calor era menos intenso pero ya llevábamos una buena sudada encima, tantas subidas y bajadas pasaban factura. En diferentes cuevas y rocas fueron apareciendo una sucesión de imágenes de los animales que habitaron, y que muchos de ellos todavía habitan por la zona. Rinocerontes, antílopes, jirafas, cebras, avestruces, leones… figuras humanas danzando con el pene erecto… y así se contabilizan hasta más de 4.500 manifestaciones religiosas y espirituales de las distintas civilizaciones que ha poblado esta tierra a lo largo de milenio. Un muestrario fascinante de arte rupestre milenario plasmado con pinturas naturales en ocre, rojo y blanco.

El último tramo de la ruta por la Female Hill (La colina de la Mujer) se convirtió en una bajada bastante accidentada entre rocas y raíces de árboles. Vicente tuvo un desafortunado accidente golpeándose una de las rodillas al caer de una de las rocas mientras hacía equilibrios para fotografiar una pared rocosa con espléndidas pinturas. Aunque al principio no le hizo caso pero al poco tiempo ví como una mancha roja crecía en su pantalón y al levantarlo nos encontramos con toda su rodilla llena de sangre. El corte era pequeño pero profundo y sangraba profusamente, hubo que hacer una cura improvisada ahí mismo. Lo peor fue que como teníamos que bajar entre rocas, muchas de ellas de gran altura, esto le provoco que la herida se abriese más. Llego cojeando al campamento pero satisfecho con el fascinante recorrido por uno de los lugares más sagrados y bellos, y difícilmente accesible, del territorio botswano. Pasamos bastante calor debido al alto grado de humedad que había debido al ambiente lluvioso que nos rodeaba por eso nada más reunirnos con el coche nos dimos otra buena ducha en plena naturaleza, una cura de la rodilla en condiciones con nuestro botiquín y nos cambiamos de ropa. Ventajas de llevar un gran todo terreno, llevas de todo. Justo antes de irnos, una nueva tormenta se cebo con el lugar y con nosotros. Nos habíamos librado por los pelos.El segundo día decidimos acercarnos por unas pistas sumamente estrechas y arenosas al extremo sur de la Female Hills. Las ramas de los mopanes y de los arbustos espinosos casi tapan el camino y nos hicimos huecos entre ellas hasta que alcanzamos el punto donde se encuentra la famosa pequeña pintura rupestre de la cebra. El símbolo del departamento turístico y museos de Bostwana.Rehicimos la pista que días atrás nos condujo hasta este apartado enclave hasta reunirnos con el asfalto. Para también de nuevo reencontrarnos con las decenas de vacas, burros y cabras que se cruzan o sientan en medio del camino en dirección a Maun. Repostamos gasoil en el poblado de Etsha 6, uno de los 13 asentamientos de refugiados angoleños que se formaron a finales de los años 60 como consecuencia de la guerra civil angoleña. Fueron bautizados por el gobierno bostwano como Etsha 1, Etsha2 y así hasta un total de 13, numerados así porque se separaban un kilómetro entre sí uno de otro.A medida que avanzamos hacia el este los días se van acortando y vamos perdiendo minutos de luz por cada etapa avanzada hacia el este. La luz del sol de ha acortado nada meno que en 20 minutos desde de luz desde que salimos de Angola. Al atardecer, una nube de insectos se estrellaban atropelladamente contra nuestro parabrisas pero empezó a llover (no sé qué era lo peor) y desaparecieron. Unos 20 kilómetros antes de llegar a Maun un nuevo control veterinario nos paró. Nos hizo pisar un trapo húmedo para desinfectar nuestro calzado. Estos controles nos lo vamos encontrando regularmente por las carreteras botswanas, el objetivo es evitar que la fiebre actosa se extienda pero… dudo de su efectividad. Aunque, por ejemplo, en la frontera nos encontramos con un camión de turistas overlanders españoles que les prohibieron entrar con carne fresca. Como eran muchos kilos, eran 20 personas en el camión, decidieron tardar una hora más y cocinarla ahí mismo, en el puesto aduanero. Ya cocinada sí que se permitía su entrada.

En Maun buscamos un camping y allí nos alojamos bajo otra tormenta. Cogimos el sueño mientras el agua repiqueteaba en el techo de la tienda. Desde este enclave iniciaríamos una etapa donde la naturaleza y la fauna se combinan de tal modo que embrujan al viajero hasta embriagarle de la más pura esencia africana.

Resto de crónicas de la ruta

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.