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Crónica 4,

Las Arenas del Infierno (Sur de Namibia)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Namibia

Windhoek se desvanece en nuestro retrovisor con ese cosquilleo interno de que todo va bien. Partimos con los “deberes” hechos: en el pasaporte figura estampado el comprometido visado de Angola que nos consiguió Kobo Safaris, las rápida conexiones a Internet nos permitieron poner al día los correos y publicar la crónica de la etapa recién concluida, consultando a otros viajeros y a la propia oficina de turismo teníamos información muy detallada y actualizada de la costa y el norte de Namibia... y salíamos con buenas provisiones y toda la ropa limpia. ¿Quién puede pedir más?

Hay tres opciones de ruta para alcanzar la costa a la altura de Swakopmund, la norte asfaltada pero con pocos atractivos, la pista sur por la que llegamos y la pista central... que, a parte de ser conscientes que íbamos a tragar bastante polvo de nuevo, ofrecía unos atractivos imposibles de ignorar.

Por la C-28, así se llama la pista elegida, antiguas reliquias del pasado nos recuerdan episodios de la historia más reciente del país. Una antigua mina de cobre, la mina de Matchless, que hace unos 200 años ya estaba activa aunque no comenzó a explotarse hasta el año 1856. Se abrió y cerró en varias ocasiones a los largo del último siglo pero no corrió mucha suerte y fue finalmente clausurada con el colapso del mercado del cobre en los años 80. Una antigua mansión, la Casa Liebig, edificada en 1908 por el Dr. Hartig, director de la granja del consorcio anglo-alemán y que en aquellos años fue símbolo del lujo y opulencia. Ahora es una casa en ruinas abandonada en medio de la nada. Como el fuerte de Von François, levantado para proteger la ruta entre Windhoek y Swakopmund y que acabó siendo el lugar donde desterraban a los militares alemanes que se pasaban con el alcohol. La verdad que entre esos cuatro muros de piedra en medio de esa inmensa soledad, el viento soplando sin cesar, la posibilidad de ser atacado, un arma en las manos y con síndrome de abstinencia... era realmente un cóctel poco prometedor.

El cielo no estaba muy colaborador. Las nubes impidieron que los rayos de sol concedieran un poco de alegría y color a esta ruta y el fino polvo que penetraba por todos sitios apagaba un poco el entusiasmo inicial. El punto álgido llegó al pasar el Puerto de Bosua, cuyo desnivel es tan exagerado que imposibilita el paso de camiones, convirtiéndola en una ruta exclusiva para vehículos ligeros. Tras el paso de montaña, el desierto de Namib empieza a imponerse con una recta a través de una planicie rala y tan solitaria como los más de 200 kilómetros que ya llevamos recorrido. Y donde el viento impone su voluntad a su antojo y 140 kilómetros después... “¡mar a la vista!”.

Por el camino nos encontramos un solitario 4x4 que se había averiado pero su dueño no tenía cobertura con el móvil, nos pidió que cuando tuviéramos cobertura llamásemos a un número que nos dio para que fueran a buscarle. Eso hicimos y salieron en su busca nada más recibir nuestro mensaje. Pero es que con todas las pistas namibias ocurre lo mismo, te quedas sin cobertura apenas sales del núcleo urbano.

Por fin llegamos a la costa atlántica y entramos en la ciudad de Swakopmund. Lo primero que hicimos fue repostar gasoil y fue la primera vez nos aceptaron la tarjeta de crédito. Cuando nos dijeron que en Sudáfrica, Namibia y Botswana aceptaban las tarjetas de crédito en todos lados, se les olvidó la coletilla “excepto en las gasolineras”. Calculamos presupuesto del efectivo en base a que el combustible se pagaría con tarjeta en esos 3 países y al llevarnos la sorpresa de que no se aceptaba en casi ninguna gasolinera... el combustible se convirtió en nuestra sangría de efectivo. Los euros y dólares que llevábamos desaparecían en un visto y no visto por la cantidad de kilómetros que recorremos y aunque es más barato que en España, el litro de gasoil está a 0,85 euros... que multiplicado por cientos y cientos de litros, supone el mayor gasto de la expedición.

La ciudad de Swakopmund provoca una impresión común a todos los que nos encontramos con ella por primera vez. Parece un trozo de Alemania abducido de Europa y posado en esta lejana costa africana. Tuvimos esa sensación en Lüderitz pero ahora es “a lo grande”.

Un espejismo que se materializa cuando nos paseamos por sus calles y comprobamos que es real. Turistas, principalmente alemanes, se entremezclan con la población local indígena que nos recuerda que sí que estamos en África y no en el Tirol. La ciudad se ha convertido en el destino favorito de los namibios durante las vacaciones (entre diciembre y enero). El propio presidente del país también la ha elegido como destino vacacional. Y cuando recorremos los 35 kilómetros ¡asfaltados! entre Swakopmund y Walvis Bay, la otra ciudad costera y el principal puerto de Namibia, constatamos la cantidad de urbanizaciones a pie de playa que han proliferado y siguen levantándose.

Mientras aprovechábamos los escasos rayos de sol, que se dignaron a salir casi al atardecer, escuchamos unas voces hablando en español. Nos preguntaban si teníamos unos cables para arrancar su coche. Se trataban de Jose Luis y Manuel, dos oficiales de un barco pesquero que partiría en breve para faenar durante varios meses. Ubicados en Walvis Bay, pasaban el día por Swakopmund. Vicente buscó entre nuestro equipaje los cables y en un momento su coche de alquiler volvía a estar en marcha. Este encuentro fortuito hizo que al final fuésemos esa misma noche a La Casa del Mar de Walvis Bay, un establecimiento que depende directamente de España y dedicado a la gente del mar de origen español.

Todos nos recibieron con los brazos abiertos y aunque no es posible alojarse en ella, sí que pudimos aceptar la hospitalidad de poder levantar nuestra tienda techo en su parquing y poder usar sus instalaciones para trabajar. Allí conocimos a Pedro, el encargado, un hombre encantador y acogedor como pocos. A la hospitalaria y amable Ana, directora del centro que nos autorizó a instalarnos en su recinto. Así, poco a poco, fuimos conociendo a toda la colonia española: Ricardo y Maica, de la Fundación Bastos cuyo objetivo era mejorar las condiciones de vida de la etnia Topnaar; a Pilar, que vino para un período corto y ahora casada y con 4 hijos, trabajando de agente naviero; y muchos más. Todos ellos con una historia personal de cómo llegaron a este remoto enclave. Con Ricardo y Maica pasamos más tiempo, esta simpática pareja de Melilla nos llevó a bordear la laguna de Walvis y ver su impresionante colonia de lobos marinos, su faro, nos encontramos con chacales... Durante los sucesivos encuentros con ellos íbamos aprendiendo más y más cosas de Namibia, de África, nos explicaban las actividades más interesantes, las rutas más atractivas, nos pasaron una cartografía que luego nos resultaría imprescindible. La verdad es que lo último que podíamos imaginar es tener una vida social tan animada con españoles en este apartado rincón del mundo. La aséptica Walvis, deslucida como ciudad pero rica en todo tipo de inolvidables actividades, se convirtió en uno de esos lugares que dejan huella.

Pero Walvis nos tenía reservada otras sorpresas derivadas del entorno natural en el que está emplazada. El desierto por un lado y el océano por otro. Precisamente por mar llegó el primer europeo que tomó contacto con estas costas. Fue el marino portugués Bartolomé Díaz en 1487 pero al no encontrar agua potable no le dieron mucha importancia al lugar, de hecho Díaz lo denominó las “Arenas del Infierno” y pronto dejaron el lugar para dirigirse a Ciudad del Cabo.

Esas Arenas del Infierno se pueden explorar por espectaculares recorridos que nos recordaban las travesías que habíamos hecho por el desierto del Sahara, cuando tuvimos que surcar mares de dunas en Argelia y Libia. Es mucho más enjuto que el Rey de las Arenas pero una vez dentro la sensación es similar.

A través de los dueños de Lagoon Loge (dunelover@mail.na) , Helena y Wilfred, se organizó una estupenda salida por el desierto con buggies superligeros y de muy fácil de conducción. Estos juguetes “comedunas” avanzan imparables por cualquier tipo de arena, suben y bajan por cualquier pendiente y nos permitió disfrutar de este increíble paraje sin tener la “Espada de Damocles” de poder quedar atascados y tener que usar palas y planchas para proseguir. Conducir esos pequeños 4x4 hace que los conductores disfruten de todas las maravillas de un mar de dunas y evitar todos los inconvenientes.

La duna de bajada directamente a la playa para alcanzar Sandwich Habour produce un derroche de adrenalina increíble al tener que deslizar el vehículo por una pendiente tan pronunciada... que acaba en el mismo mar. Realmente es un recorrido obligatorio cuando se llegan a estas latitudes. Al que ame y admire el desierto, como nos pasa a nosotros, le parecerá estar en un sueño y a los que lo miren con desden, se reconciliarán con él. La emoción de sentir el desierto desde dentro y la belleza salvaje del entorno con vistas desde lo alto de las espectaculares dunas hacia el océano Atlántico para luego fundirse con él conforma un espectáculo de extraordinaria belleza.

Y del océano de arena al océano de agua. En un amplio catamarán nos embarcamos una mañana de cielo azul y soleado para navegar acompañados de pelícanos, cormoranes del cabo, delfines de Benguela, simpáticos y glotones lobos marinos subiendo a bordo... Nos aproximamos a las numerosas colonias de lobos marinos y con un poco de suerte hasta es posible ver ballenas jorobadas, ballenas southern right y orcas. Marco, el dueño de la empresa Catamarán Charters, organiza este tipo de navegaciones con cuidados detalles y con unas interesantísimas explicaciones sobre todo los secretos de la Bahía de Walvis.

Una travesía de tres horas que, como buen anfitrión para turistas viajeros, complementa con una comida a bordo a base de ostras (uno de los platos estrella de Walvis Bay), canapés variados de carne de antílopes, venados de la zona, pescado y todo regado con abundante vino espumoso de Sudáfrica. Una inolvidable experiencia que nos acerca en primera línea a la fauna marina de Walvis .

La extraordinaria vida animal que se desarrolla en el mar y en la arena es debido al fenómeno ambiental que se produce por la corriente de Benguela que alcanza esta zona del planeta. Dicha corriente fluye desde la Antártida hasta la costa africana y el encuentro de aire frío de la corriente con el aire caliente del interior provoca una densa niebla cada mañana que puede extenderse hasta 100 kilómetros tierra adentro. Al amanecer, cuando la superficie de la tierra se calienta, el calor se irradia sobre la niebla dispersándola a lo largo de la costa. A medida que avanza el día la brisa marina extiende la humedad sobre el desierto. Este fenómeno ha creado un ecosistema peculiar donde la flora que se ha generado sea una fuente de comida para los animales que viven en el desierto. La corriente contiene también gran ha generado sea una fuente de comida para los animales del desierto. La corriente crea también una gran cantidad de nitrógeno que motiva la aparición de plancton lo cual a su vez atrae a las ballenas y pescados como la anchoa y atunes creando una riqueza pesquera increíble. De ahí la presencia de la flota española por estas tierras como la conocida Pescanova. Y por otro lado, la propia bahía de Walvis es uno de los humedales con mayor concentración de aves costeras más significativos del sur de África. Los flamencos (que este año no se han dignado a venir) y los pelícanos blancos son algunos de sus numerosos inquilinos.

Dejando atrás la belleza de la fauna, el entorno natural de Walvis y un montón de españoles que esperamos volver a ver en otra etapa de esta larga ruta africana, iniciamos el avance hacia el norte, no sin antes hacer una nueva parada en Swakopmund para darnos el gusto de volver a pasear entre la arquitectura afro-alemana que la convierten en la ciudad más bella de Namibia.

Comenzamos a remontar la Costa de los Esqueletos, bautizada así debido a los numerosos navíos que han naufragado a lo largo de los siglos. Si la corriente de Benguela genera vida dentro y fuera de sus aguas también ha generado muchas muertes con los naufragios que ha provocado y sigue provocando. Las rocas y la niebla de las calas se confabulan para atrapar a los navíos y conducirles a una catástrofe inevitable. Los antiguos y curtidos marinos portugueses la bautizaron como las arenas del infierno, si su barco quedaba atrapado ya sabían cual sería su fatídico destino. Incluso si conseguían sobrevivir al naufragio el adentrarse por el interior para buscar un punto de agua le conduciría hasta las fauces de los leones que frecuentaban la zona. Realmente no se equivocaron denominándolas “las arenas del infierno”. Sólo localizamos tres barcos encallados entre Walvis y Torra Bay, el resto de los navíos hundidos se encontraba en una zona de acceso restringido que sólo es posible divisar en avión.

El cabo Cross nos obsequió con la numerosa y “olorosa” colonia de lobos marinos. El panorama de la extensa comunidad se desarrollaba con aquellos que languidecían sobre las rocas tomando el sol, con la constante confrontación de los machos defendiendo sus “harenes” de otros machos batalladores y con algunos chacales acechando a las crías descuidadas por sus madres.

La costa de nuevo queda a nuestras espaldas cuando apuntamos el morro de nuestro todo terreno hacia las “montañas de fuego”, las Brandberg. Detrás... la gigantesca nube de polvo que nunca nos abandona en Namibia y delante... un extenso macizo de granito que con las luces del atardecer parece estar en llamas. Pero entre sus rocas se halla un tesoro artístico creado por hombres primitivos, los san o más conocidos como bosquimanos (pastores-cazadores nómadas que viajaban en pequeños grupos y que aún existen en Namibia y Botswana aunque ya prácticamente integrados a la vida “moderna”). La “Dama Blanca” necesita una abrupta y larga caminata para alcanzar su emplazamiento y jugar con la imaginación para dilucidar si se trata de la representación de una “mujer blanca” (el pelo alisado y claro y su cuerpo pintado de blanco hicieron creer en un primer momento esta teoría) pero estudios posteriores han concluido que podría tratarse de un chaman.

El calor ha sido sofocante durante toda esta escapada terrestre, un litro de agua cada uno y el aire acondicionado a tope durante los primeros 3 minutos dentro del vehículo nos permite recuperarnos. Seguimos avanzando por pistas que nos conducen hasta otro reducto histórico de gran importancia: Twyfelfontein. Se trata de un manantial del valle de Aba Huab que concentró una importante población san hace 6.000 años donde dejaron sus huellas con una serie de petroglifos grabados en la dura arenisca. Estos valiosos vestigios legados por hombres de la Edad de Piedra nos revelan la fauna con la cual convivían (jirafas, elefantes, leones, antílopes) y algunas de las costumbres y mensajes que se dejaban durante sus desplazamientos nómadas.

Con la luz del atardecer acariciando las huellas de un pasado muy lejano pero con una presencia muy cercana, concluimos esta contrastada etapa de agua, arena y arte. Con los últimos rayos del sol divisamos nuestro próximo objetivo: el Grootberg Lodge, un alojamiento que, basado en la ecología y en el turismo sostenible para desarrollar este prodigioso enclave, se erige como centinela del valle del río Klip sobre la meseta de Etendeka. Desde él intentaremos localizar rinocerontes, elefantes, visitar un poblado Himba... y dormiremos en cama tras tres semanas de tienda de campaña e improvisados campamentos allí donde nos atrapaba el oscuro manto de la noche.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.