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Crónica 11,

El imperio petrificado (Zimbabwe sur)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Zimbabwe

Amanece otro día de sol radiante, la estación de las lluvias todavía no se decide a cubrir con su manto a Zimbabwe. Podremos seguir avanzando sin miedo a barrizales o desbordamientos de ríos, como ya es el caso en Angola, Namibia y Botswana. Aquí debería de estar lloviendo furiosamente desde hace dos semanas y la población sigue esperando ansiosamente el agua que hará renacer la tierra... pero también cortará comunicaciones y, ante el desinhibiendo del gobierno por la salud pública, empeorará la epidemia de cólera (que ya ha sobrepasado las 2.000 víctimas mortales) y la malaria se cebará con la población. Es realmente angustiante.

Pero el presente nada tiene que ver con la bonanza de los primeros años de independencia ni mucho menos con el glorioso pasado de este país. Las ruinas de Khami, 24 kilómetros al oeste de Bulawayo, dan fe de ello. Es el segundo lugar arqueológico más importante de Zimbabwe y encontrarlo es toda una aventura, al tener que avanzar por un confuso dédalo de comarcales sin un solo cartel. Preguntando a los lugareños en los cruces estratégicos conseguimos llegar a nuestro objetivo. Cuando llegamos, nos recibió amablemente una mujer guapa, que rondaría la treintena, elegantemente vestida con impecable traje de chaqueta-pantalón, resplandecientes zapatos de tacón medio y muy bien peinada y maquillada. Estaba en mitad de la nada, en su modesta mesa a la entrada del pequeño museo y ella de punta en blanco, como si fuera a recibir una comitiva. Cuidar con esmero el aspecto personal es una de las características que vamos encontrando en la población todo a lo largo del país. Nos registramos en el libro de visitas y miramos el listado que nos precede... ¡hacia una semana que no venía nadie a visitar las ruinas! Y todos los nombres anteriores eran locales.

Nos explica con esmero las normas de visita y nos orienta sobre la localización de las ruinas. No nos puede acompañar porque ya no hay ni guardas en estas importantes ruinas, esta ella sola y aislada a varios kilómetros del primer pueblo; seguramente fuese la conservadora de este enclave arqueológico. Igual ya ni cobraba salario, como ocurre con una gran parte del funcionariado, pero no quisimos hacer preguntas que supusiesen un compromiso para ella. Pero lo increíble de todo es que, con lo que está pasando el país, sigan todo el mundo desempeñando sus funciones con tanta profesionalidad, no hay desidia en ningún lado, es como si su trabajo fuese una cuestión de honor. Lo mismo ocurre con los guardas y cuidadores de los parques nacionales, las visitas son muy puntuales pero ahí están todas las mañanas a su hora, haciendo sus rondas por el parque, atendiendo en sus casetas a los que de pronto aparecemos para su sorpresa. Impecables, amables y auxiliadores cada vez que te encuentras con cada uno de ellos. Es como cuando dejamos el parque de Hwange, salimos justo a las seis de la tarde, que era la hora que cerraban. Y los dos guardas del parque allí estaban esperándonos con una sonrisa y en vez de decirnos un adiós rápido deseándose volver a su casa (éramos los únicos dentro de ese inmenso parque nacional) se pusieron hablar con nosotros, preguntarnos si habíamos visto muchos animales, que le enseñáramos las fotos… encantadores.

En Khami, las construcciones fueron erigidas por la dinastía Torwa en el s.XVI, tras el declive del reino del Gran Zimbabwe. A finales del s.XVII, los Torwa fueron asimilados por el gran estado Rowzi que destruyó Khami. La ciudad se desarrolló entre 1450 y 1650, coincidiendo con la decadencia del Gran Zimbabwe. En el extremo norte de la ruinas se encuentra el Complejo de la Colina, una concatenación de plataformas que configuran el complejo de la realeza, con toda una serie de cabañas y pasillos (en su momentos techados) y la mayor concentración de muros de piedra de Khami, una de sus principales señas de identidad. Incluso se han encontrado objetos procedentes de China y Europa, lo que pone de relieve su importancia como encrucijada comercial. En una de las cabañas hay una plataforma con una cruz dominica de piedra, que dicen fue levantada por un antiguo misionero portugués. Es una visita bastante interesante donde se aprecia la estructura de una sociedad urbana medieval africana y el complejo está muy bien mantenido. No en balde fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1986.

Queremos aprovechar el buen tiempo que está haciendo y no desperdiciamos ni un momento. La otra gran visita de los alrededores de Bulawayo está en el sur, se trata del parque nacional de Matopos. Se encuentra a 33 km de la ciudad y se trata de mucho más que un parque nacional, varios días se imponen para disfrutar los tesoros naturales, históricos y artísticos que alberga. Al salir de Bulawayo comienzan a aparecer hermosos chalets con jardín y piscina, algunos verdaderas mansiones y todos protegidos por verjas electrificadas y seguridad. En esta zona es donde se encuentra la oligarquía gubernamental de la zona y la escasa minoría blanca de ascendencia inglesa que todavía vive en esta ciudad. En 1975, el 4% de la población era blanca, ahora son poco más del 0,2%. Fue el inglés Cecil Rhodes quién, a finales del s. XIX, comenzó la colonización de Zimbabwe. En el s. XVII fueron los portugueses los que entraron en contacto con los bantúes del imperio Monomotapa (cuyo poder central se encontraba en Gran Zimbabwe). El imperio bantú mantuvo un comercio muy activo, gracias a sus minas de oro y el comercio de esclavos, con los navegantes de la costa atlántica pero cuando los portugueses entraron en acción, el Imperio del Gran Zimbabwe se encontraba en plena decadencia y desapareció al poco.

El Parque Nacional de Matopos es mucho más pequeño que el de Hwange, tan sólo tiene 425 km2, frente a los más de 14.ooo km2 que tiene Hwange. Pero en él vamos a encontrar concentrado no sólo animales salvajes, también una de las mejores colecciones del mundo de pinturas rupestres de la cultura san (bosquimanos) y podremos conocer un poco más de la historia de este país en su último siglo. El sistema de visita de los parques de Zimbabwe es realmente bueno, se paga por entrar y no por día. Mientras se pernocte en sus campamentos, ya sea en el camping, en un bungalow (hay varios tipos y precios) o en un lodge, la entrada sigue siendo válida. Eso permite modificar sobre la marcha la estancia en el parque, según la suerte que se tenga con la fauna o con la climatología. Al estar solos en todo el parque no hay problemas de plazas (en otros tiempos era aconsejable porque se llenaba) y estamos dos días disfrutando de este entorno natural. Nos hubiésemos quedado más días pero no queríamos tentar nuestra suerte con las lluvias, estamos siendo muy afortunados y si apareciesen de repente, nos dificultarían mucho el final de viaje por Zimbabwe.

Si empezamos por sus pinturas, la primera que visitamos fue la de “White Rhinos” “Rinocerontes Blancos”. Dejamos el coche junto al camino, en un claro de la foresta destinado a tal fin. La parada para vehículos estaba muy bien señalada pero el sendero era otra historia, encontramos la cueva por pura intuición, no hay carteles indicadores, seguíamos la hierba y la tierra más pisada pero cuando empiecen las lluvias... igual se borra ese rastro y complica la llegada a esta pequeña galería prehistórica. El sendero era muy empinado por la montaña, siendo a veces necesario usar las manos para subir alguna roca más grande de lo normal. Unas minúsculas moscas insoportables nos iban acosando por la nariz, los ojos y las orejas durante todo el camino pero no lograron impedirnos alcanzar la cima de la colina. Mirando el desgaste de la roca que generan las pisadas, logramos encontrar la cavidad que alberga las pinturas policromadas de figuras perfiladas (inusuales) de ñus y rinocerontes así como todo un desfile de figuras humanas con utensilios de caza, quizás corriendo tras alguna presa o en algún tipo de baile ceremonial.

En la siguiente parada damos un gran salto en la historia, se trata de la insólita tumba de Cecil Rhodes, el “creador” de Rodhesia. Este inglés fue el fundador de la Compañía Británica de Sudáfrica (BSAC) y en 1888 se vio las caras con el rey Lobengula, que dominaba el país. Le coaccionó para que firmara las Concesiones de Rudd por la cual otorgaba a los extranjeros derechos sobre los minerales. Fue en 1895 que el país pasó a llamarse Rhodesia, en honor a su fundador y se creó una asamblea legislativa formada por blancos (obviamente ellos fueron los que llamaron al país Rhodesia). No sería hasta el año 1980, cuando el gobierno (presidido por Mugabe) cambiase el nombre a Zimbabwe, como el reino medieval de los bantúes que gobernaban antes de que llegaran los blancos. La década de 1969 a 1979 fue una década convulsa de guerras por conseguir la independencia hasta que esta llegó en 1980.

Pero como todos sabemos, por ejemplos que se han repetido cíclicamente a lo largo de la historia de la Humanidad, el poder crea una adicción dañina y aquel que lo consigue, si se mantiene demasiado tiempo en él de forma artificial, acaba corrompiéndose. Y eso es lo que le ha pasado a Mugabe que, después de casi treinta años gobernando el país, ha recurrido a las más desafortunadas y viles artimañas para aferrarse como sea al poder. La mala gestión, la desastrosa reforma agraria con la expropiación ruinosa de las haciendas de los blancos (que organismos internacionales, organizaciones humanitarias y el partido de la oposición han tachado de violentas y nada claras) unido a su intervención en la guerra del Congo entre 1998 y 2002, entre otras desastrosas medidas tomadas, han llevado al país a la más absoluta bancarrota. Un desastre para un país cuyo índice de alfabetización es de más del 90% de la población, una de las sociedades africanas más culturizadas de todo el continente negro, con una sensibilidad especial hacia los artistas que podían ganarse la vida en su propio país sin tener que irse a Europa a buscarse la vida. La escultura shona es una de las formas artísticas africanas más relevantes de los últimos tiempos. De los diez escultores en piedra más importantes del mundo, siete proceden de Zimbabwe. Ahí es nada.

Actualmente, más de un millón de Zimbabuenses se han marchado a Sudáfrica pero allí se encuentran con la incomprensión de sus hermanos africanos que ahora los linchan y queman porque los ven como una amenaza que les quitan el trabajo a ellos. Esto es de locos. Y para colmo, la plaga del SIDA cebándose sobre ellos. Zimbabwe tiene poco más de 12 millones de personas y más de dos millones están infectados de SIDA. Las desgracias nunca vienen solas. Se te cae el alma a los pies cuanto más información tienes sobre este precioso país. Y no dudo de las buenas intenciones de Mugabe en sus inicios, era un político muy valorada y apoyado por el resto del mundo en su momento, en sus buenos momentos… pero lo dicho estar demasiado tiempo en el poder y dejarte cegar por el odio del pasado no son buenos consejeros para gobernar un país. Y Mugabe se ha convertido en el peor cáncer de un país que no se merece lo que le está ocurriendo. Incluso durante las controvertidas y violentas elecciones del pasado verano llegó a prohibir que se distribuyese la ayuda humanitaria de las organizaciones no gubernamentales.

Pero sigamos hablando de las maravillas de un país que hay que conocer algún día, cuando salga del agujero en que se encuentra ahora. De hecho, el turismo, junto a la agricultura y la minería era una de las principales fuentes de ingresos antes de este “viaje” al horror. La naturaleza, ajena a la política y a la economía, se despliega en todo su esplendor en Matopos. Su vegetación exuberante no llega asfixiar y sus colinas están engalanadas de atractivas rocas graníticas de mil formas, desde redondeadas –que parecen a punto de rodar colina abajo- hasta otras más sofisticadas.

No es de extrañar que Cecil Rhodes eligiese este enclave para que su cuerpo tuviese el descanso eterno. Un sendero empinado nos lleva hasta la cima de la monolítica colina, que Cecil Rhodes llamó a la colina “World’s View”, “la Vista del Mundo”. Una simple lápida cubre su cuerpo. Pero esta pétrea colina es conocida por los ndebeles, una de las dos etnias del país, como Malindidzimu “morada de los espíritus benévolos”. Junto a Rhodes hay enterrados otros tres relevantes personajes en la historia inicial de la “Rhodesia blanca”, ministros pero también dueños de las minas explotadas. Otro monumento conmemora a los soldados británicos caídos frente a los guerreros ndebeles, cuyo rey era Lobengula. Las relaciones entre los ingleses y Lobengula fueron muy convulsas, lo que dio lugar a muchos enfrentamientos y matanzas. Pero dejemos atrás la tumba de los “procer” de la patria “blanca-africana” y regresemos a la prehistoria.

Las pintura rupestres de Pomongwe eran un poco más difusas pero se distinguían un elefante, una jirafa, antílopes y figuras humanas. Estas han sido más dañadas. Hay muchos restos de pinturas rupestres en la zona pero tan solo las más importantes han sido preparadas para recibir visitas. Se pueden ver muchas más pero ya requiere contratar los servicios del parque y normalmente se tienen que hacer a pie... dentro de un parque nacional que tiene depredadores en libertad.

El tercer grupo pictórico que elegimos fue la cueva de Nswatugi, “hombre saltando”. La pista para acercarse a la base de la colina rocosa que la albergaba era terrible, la vegetación se estaba comiendo a la pista y el morro y parabrisas tenían que ir abriendo las ramas y arbustos, había que sortear rocas, apartar ramas caídas, tuvimos que ir con reductora porque necesitábamos mucho para superar los obstáculos lentamente y no dañar los bajos. Evidentemente la pista estaba en desuso y había sido abandonada a su suerte pero... ¡menos mal que por lo menos no estaba embarrada! Cuando se acabó la pista, seguimos a pie, ascendiendo rocas. Alrededor oíamos y veíamos saltar y corretear a unos inquietos babuinos, cosa que no me hace ninguna gracia porque esos monos tienen demasiada confianza con el ser humano y pueden llegar a ser agresivos para quitarle lo que ellos consideren que puede ser comida (¡y menudos dientes que tienen!).

Cuando alcanzamos la cueva estábamos acalorados y exhaustos pero ya creo que mereció la pena. Estas pinturas eran soberbias, las mejores de todas pero estaban tan apartadas que nadie venía ya. Perfectamente definidas, se distinguían con claridad meridiana a antílopes, elefantes, jirafas corriendo, cebras al galope… espectacular. Los bosquimanos, sus pobladores prehistóricos, dejaron por todo el territorio muestras de un arte único. Su tema más recurrente fue la relación entre el hombre y los animales. Mientras los artistas prehistóricos de España y Francia ocultaban su obra en recónditas cuevas oscuras, los bosquimanos trabajaron al aire libre con materiales muy duraderos en las caras lisas de las rocas de granito, generando impresionantes museos al aire libre.

El arte se veía amenizado con los encuentros con la fauna salvaje del parque nacional, en la mayoría de los casos gacelas, todo tipo de antílopes, monos y gran variedad de aves. Pero la laguna de Chitamba nos deleitó con los hipopótamos que, lejos de estar somnolientos, desarrollaban una ferviente actividad acuática y abrían sus fauces hasta casi desencajarse la mandíbula. Uno se queda hipnotizado ante ese espectáculo. Matopos también es famoso por sus rinocerontes pero como son animales muy esquivos nunca se sabe si se van a mostrar o no. Cuando nos topamos de frente de repente con uno, los dos nos llevamos un buen sobresalto. Era un rinoceronte negro, un animal que si se asusta o duda de las intenciones de lo que se mueve delante de él, embiste sin pensárselo dos veces. No nos gustó nada ese trote que iniciaba hacia nosotros así que salimos de allí de la forma más dignamente posible. El segundo encuentro con los rinocerontes ya fue con menos adrenalina, eran seis rinocerontes blancos de grandes cuernos; entre ellos una madre y su voluminoso retoño que acaban de darse un buen remojón en una charca y un impresionante macho que estaba gozando a sus anchas de un buen baño de barro. Al habernos divisado en campo abierto y acercándonos despacio, no hubo sobresaltos y estuvimos un buen rato viéndoles realizar sus abluciones vespertinas. Cuando uno ve estos espectáculos resulta difícil hacerse a la idea que hay gente que lo está llevando al borde de la extinción porque pagan para desprender a este imponente animal de sus magníficos cuernos para convertirlo en polvo y venderse como afrodisíaco, principalmente en los mercados asiáticos.

Para la siguiente etapa, cambiaremos las excitantes pistas de Matopos por un impecable asfalto, y las detenciones por encuentros con rinocerontes por altos en controles policiales, que como siempre, son rápidos y cordiales. Fueron 300 kilómetros muy sencillos. La conducción siempre fue correcta, ningún susto, los conductores usan los intermitentes, no adelantan a lo loco y no usan la bocina irritantemente (y para los que han viajado por África saben lo que significa esto). Así llegamos a Masvingo, a una ciudad también hecha a cuadrícula pero ya se palpa más el típico ambiente africano de más caos por sus calles. Es una encrucijada importante y bullía de actividad, pocas calles estaban asfaltadas y eso producía un efecto de permanente polvo en suspensión.

A su vera... las ruinas del “Great Zimbabwe”, (“La Casa de Piedra”) la ciudad medieval africana de renombre mundial que fue declarada Patrimonio de la Humanidad en 1986. El Gran Zimbabwe fue la capital religiosa y temporal de una población de entre 10.000 y 20.000 habitantes. Dominaba un reino que se extendía por Zimbabwe y abarcando regiones de las actuales Botswana, Mozambique y Sudáfrica.

De origen bantú, los Shona (principal etnia del país de origen milenario) tuvieron influencias externas, como por ejemplo de los comerciantes swahilis de la costa mozambiqueña desde el s.X. Los historiadores creen que fue ocupado por primera vez en el s.XI, la construcción del complejo de la Colina se cree que comenzó en el s.XIII y el resto de la ciudad en el siglo siguiente. Hasta convertirse en una poderosa ciudad y reino. Pero en el s. XIV debido al creciente número de personas y vacas se produjo un impacto medioambiental que agotó los recursos locales y entró en decadencia. Cuando los portugueses llegaron el s.XVI la ciudad estaba prácticamente abandonada.

El conjunto arquitectónico era mucho más extenso de lo que nos esperábamos y tuvimos que dedicarle dos días para tener conciencia en detalle de lo que fue este histórico enclave. Miramos el libro de registro y aquí si que había visitas, no muchas pero sí que había algún visitante a diario, aunque todas eran locales y de colegios. El anterior extranjero, una pareja de alemanes según ponía el libro, fue hace tres semanas. Comenzamos la visita con brío, tocaba superar una buena pendiente para coronar el Complejo de la Colina y así poder tener una visión global de todo el recinto desde ese nido de águilas. Ascendimos por unas escaleras de roca que iban trepando por estrechos pasillos de piedra. Cuando alcanzamos la cima, penetramos sus muros por una estrecha y baja puerta que, por un angosto pasadizo, nos permitió acceder al interior. En esta construcción medieval, las piedras de los muros se combinan con las monolíticas rocas rojizas y grisáceas, generando diversas estancias ceremoniales a cielo abierto. Los cuervos merodeaban sobre nuestras cabezas vigilando cada uno de nuestros movimientos, los árboles seguramente estarían repletos de los nidos de estas ruidosas e inquietantes aves. Los babuinos eran los otros seres vivos que deambulaban a nuestro alrededor, pero en este caso éramos nosotros los que les teníamos vigilados y no les perdíamos de vista. Vigilados por unos y vigilando a los otros, exploramos las estancias reales y ceremoniales.

En la base de la colina recorrimos un poblado Karenga reconstruido, mostrando como fueron antaño esas cabañas de techo de paja y muros decorados. El Gran Recinto, el edificio más emblemático, y su Torre Cónica, el hito arquitectónico más destacado, son el broche de oro para el mayor complejo arquitectónico de todo el África Subsahariana. En el museo del complejo se cuenta la historia del Gran Zimbabwe. Una habitación acorazada, con puerta de seguridad repleta de cerrojos, cámaras de vigilancia y alarma protege las representaciones escultóricas de siete misteriosas aves de 35 cm de altura, con dedos en vez de garras y esculpidas en esteatita (talco, piedra jabón o jaboncillo del sastre) convirtiéndose en el icono del país, aunque todavía no ha sido descifrado su significado.

Dentro del recinto se han habilitado dos categorías de bungalows y un camping con barbacoas así como mesas y sillas de picnic circulares. Los bungalows estaban bien, allí estaba el responsable de los alojamientos, muy amable, vestido pulcramente pero... más solo que la una. Todas las instalaciones están abiertas al 100%, el césped cortado y pasillos de losetas de piedra para que se pueda avanzar sin problemas en caso de lluvia. Pero todo estaba vacío, ni siquiera locales porque los precios son “occidentales”. El camping, también vacío, estaba bien montado con parcelas muy separadas entre sí para tener intimidad... si hubiese más gente, claro. Tenía baños grandes pero esos sí que estaban bastante..., bueno, que necesitaban más mantenimiento. Nuestro equipo de acampada encima del todo terreno es muy confortable y el mobiliario circular de la zona individual de picnic era cómodo para trabajar primero y luego darnos el gusto de una buena cena bajo las estrellas. Estábamos trabajando con los dos Toshiba conectados a la batería del 4x4 cuando de repente... ¡un visitante! Se llamaba Ben, un joven australiano que había terminado la carrera de arquitectura y llevaba cinco meses recorriendo el sur de África a la aventura, con la mochila a cuestas. Acababa de llegar y no pudo conseguir comida en el camino y se veía cenando y comiendo a base de racionar las galletas que le quedaban, cuando vio nuestra luz y se acercó. Al poco aparece el guarda nocturno del recinto que decidió que no merecía hacer la ronda completa si sólo estábamos nosotros, así que se sentó en una piedra cercana. Al final tuvimos dos comensales a cenar y compartimos nuestras provisiones y muchas historias.

Cuando nos fuimos a la cama, no dejamos nada fuera porque no nos fiamos ni un pelo de los monos que oíamos en las ramas de los árboles que nos circundaban. Con el amanecer y tras un buen desayuno, nos dedicamos a completar la visita a este recinto arqueológico que, a diferencia de las construcciones del resto del África Subsahariana, que han desaparecido debido a los materiales perecederos empleados en su construcción, el Gran Zimbabwe ha conservado la memoria de un pueblo africano gracias a ser levantado en piedra.. Desde este inolvidable enclave nos despedimos de un país que nos ha permitido vivir experiencias inolvidables y esperamos que se encamine hacia un futuro más prometedor.

Ha llegado el momento de interrumpir temporalmente nuestra expedición pues la climatología se impone a nuestros deseos. La estación de lluvias ha comenzado y está inhabilitando muchas zonas de los países que queremos seguir explorando. A finales del mes de marzo habrá terminado lo peor del periodo de lluvias y podremos proseguir con nuestra expedición, que comenzará a moverse por Lesotho para luego continuar a Swazilandia, Mozambique, Malawi y Zambia. Deseamos que nos permita conocer y vivir experiencias tan extraordinarias como las vividas en esta primera etapa. Cuando partamos del histórico Gran Zimbabwe nos dirigiremos directamente a Johannesburgo, donde dejaremos el todo terreno durante los tres meses de mayor repercusión de las lluvias. Durante ese tiempo, el cielo se dedicará a su anual ciclo de vida y muerte y nosotros nos dedicaremos al inevitable ciclo de trabajo para ordenar todo el material recopilado y prepararlo para reportajes, conferencias y exposiciones. Es una labor ineludible que viene inherente a cada una de nuestras rutas pero en este caso será más llevadera, sabemos que en breve regresaremos a África para otros tres meses. Ya estamos impacientes para que llegue ese momento.

Resto de crónicas de la ruta

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.