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Crónica 3,

El desierto escarlata (Sur de Namibia)

Ruta : Ruta Confines de Africa | País : Namibia

Namibia se extiende entre el rico océano y el implacable desierto. Dejando atrás la pequeña y tranquila población costera de Lüderitz, cambiaremos las olas del mar por las olas de arena de uno de los océanos de dunas más impresionantes del planeta. El asfalto nos dura tan solo 123 Km., en el pueblo de Aus repostamos hasta que el depósito desborda y nos adentramos una vez más en el desierto del Namib para varios cientos de kilómetros.

Pero el desierto no implica carencia de vida, la fauna se adapta a las condiciones extremas del planeta y nos vamos encontrando los antílopes gemsbock. Sus largos cuernos rectilíneos así como las franjas negras y blancas que le cruzan la cara, los identifican rápidamente. Congelan sus andares al vernos, nos detenemos a nuestra vez pero los desconfiados herbívoros enseguida emprenden el galope siguiendo su incierto rumbo por el desierto.

Además del fino polvo que nos envuelve sin piedad y que podemos mascar, un nuevo elemento va a acompañarnos durante esta nueva etapa. Entre las ramas de los escasos árboles que aparecen por el camino se asientan unos curiosos y voluminosos montones de paja amarilla. Son cientos de nidos de weavers aglutinados en una misma construcción, sus impresionantes dimensiones llegan a adquirir tal tamaño que no es raro que la rama que lo sustenta no pueda resistir tal peso, llegando a quebrarse y acabar con el hogar de todos esos pajarillos en el suelo. Uno se queda hipnotizado viendo la frenética actividad de esa gran comunidad de pequeñas aves bien avenidas que han decidido vivir en un gran “bloque de apartamentos”.

También el ser humano ha decidido probar fortuna en este remoto desierto y allí donde se encuentra agua, se perfora un pozo y nace una granja en medio de la nada. Algunas de ellas hasta ofrecen la posibilidad de alojarse en sus dependencias o de acampar y ofrecen actividades como caminatas por las montañas, recorridos a caballo, exploraciones en 4x4...turismo rural 100% puro y duro.

Excepto estos encuentros esporádicos, no nos cruzamos con nada, ni vemos a nadie y aunque se ven de vez en cuando alguna granja solitaria la mayoría de las veces sólo vemos los carteles que indican el camino para llegar hasta ellas. Parece que el país está vacío. No obstante, recordemos que sólo hay poco más de 2 millones de habitantes, concentrados principalmente en núcleos urbanos y desde la mitad centro hacia el norte del país. El sur por donde nos movemos ahora parece que está desértico… literalmente.

Y llegamos a un cruce de pistas, de pronto aparece una construcción que indica que en ese lugar hay agua, los dueños de Betta –como han bautizado a este enclave-, conscientes de lo remoto de su enclave, han abierto una gasolinera, un restaurante básico, una tienda con provisiones y hasta un alojamiento y camping. Pero no son los únicos ni los primeros, 23 kilómetros más al este aparece el curioso castillo de Duwisib. Una construcción fuera de lugar erigida por Hansheinrich von Wolf y su esposa americana Jayta, en 1909. Los muebles fueron importados desde Europa vía Lüderitz. No fueron muchos años los que vivieron en esta mansión pues el “barón”, como le apodaron los alemanes locales y los granjeros africaners vecinos, se alistó en el ejército durante la 1ª Guerra Mundial y murió en Francia en la batalla de Somme en 1916. Su esposa Jayta regresó a EE.UU donde murió en 1946 sin llegar a reclamar nunca su propiedad, que se ha convertido en un recuerdo del pasado colonial del país. No será la única “singular” historia que conozcamos de las extravagancias coloniales.

Proseguimos el viaje por las desérticas pistas de tierra que inundan el país dejando la densa, cansina e inevitable estela de polvo tras nosotros. Polvo que penetra poco a poco por todos los rincones y de nuevo comenzamos a sentir pastosa la boca pues hasta nos hace rechinar los dientes. Las pistas están en bastante buen estado con algunos tramos de “tôle ondulée”, “corrugations” o como la conocemos en español chapa ondulada, pero podemos avanzar a 80 km/h sin problema (velocidad máxima permitida), aunque muy atentos para que no se cruce ningún animal. Los carteles de “peligro antílopes” nos lo recuerdan. Cuando nos vamos acercando a Sesriem, un cartel de “peligro jirafas” nos hace albergas esperanzas y la posibilidad de atisbar alguna pero sólo aparecen inquietas y saltarinas gacelas springbok y avestruces.

Alcanzamos Sesriem al anochecer. La puerta de entrada al parque Namib-Naukluft la cierran tras la puesta de sol. Así que acampamos 4 kilómetros atrás. Antes del amanecer nos levantamos. Eran las cinco y media. Por la mañana nos visita un zorillo buscando comida pero al vernos bajar de la tienda desaparece. El sol empieza a nacer a la 6.18, en ese momento estamos esperando para que abran las puertas y acceder al parque.

En Sossusvlei nos encontramos cara a cara con un desierto con algunas de las más imponentes y sobrecogedoras dunas del mundo. De hecho, en la duna 45 (llamada así porque se encuentra justo a 45 kilómetros de Sesriem) llegamos a la más emblemática. Comenzamos a ascender. Durante más de 30 minutos vamos subiendo por su cresta. Por el color rojizo de sus granos corretean escarabajos, diminutas lagartijas que, cuando se sienten amenazadas, con un movimiento envolvente se esconden bajo la arena y hasta hormigas. ¿Pero que hacen en la cresta de una duna a más de 150 metros de altura? Desde lo alto divisamos el panorama. Un desolador pero hermoso paisaje con soberbias y colosales masas de arena esculpidas por el viento que pueden llegar alcanzar los 300 metros de altura. En Sossuvlei apenas nos asomamos al inmenso parque de Namib-Naukluft y en este entorno aparentemente sin vida habita un activo ecosistema compuesto de reptiles (lagartos, escorpiones), herbívoros (gemsbok, springbok), aves (avestruces) y mamíferos (hienas, zorros) entre otros seres vivos como las cebras.

El parque nacional está muy protegido y si bien se permite avanzar por doquier a pie... los vehículos han de permanecer siempre en la vía principal, y para que no haya errores... han asfaltado el tramo accesible para vehículos. Resulta irónico avanzar por todo el país por pistas y movernos entre dunas... por asfalto. Llegamos hasta el límite que nos permiten, 65 kilómetros en total. Los últimos 7 kilómetros sí que circulamos por el desierto entre pequeñas dunas de tamaños más prudentes que loa dejadas atrás pero la pista es extremadamente arenosa y se ha de avanzar con precaución en 4x4 para no quedar atrapados. Aunque la composición de las dunas es básicamente de cuarzo con unos pocos minerales como la ilmenita, su color tiene una explicación muy interesante. El desierto de Namib es de dunas amarillas pero el río Orange ha depositado la arena rojiza del Kalahari al sur del país y el viento la ha desplazado hasta el Namib y de ahí ese intenso color rojo anaranjado que tienen muchas de las dunas de Sossusvlei.

Una vez recorrida la zona volvemos al punto de salida para acercarnos al cañón de Sesriem. Una fisura que no se aprecia hasta que estás al borde mismo de la fractura geológica. Un estrecho pasillo erosionado por el agua del río Tsauchab (ahora completamente seco hasta que comience la temporada de las lluvias) y por el cual se aprecia el conglomerado de piedras, cantos rodados y arena apelmazada que compone sus desgastadas paredes. En época de lluvias se forman piscinas donde es posible bañarse.

Las dunas quedan atrás cuando encaramos la nueva etapa que durante 80 kilómetros de pista nos lleva hasta Solitaire. Otro oasis aislado, una nueva granja-encrucijada convertida en parada obligada para repostar combustible con su pequeño restaurante de comida casera, alojamiento y camping que permite un alto en este solitario enclave. Poco después cruzamos el hito geográfico del Trópico de Capricornio. Nuevas pistas de grava y polvo por las que comienzan a aparecer más vehículos que los que estamos acostumbrados a ver (o no ver) hasta ahora. Pero estos vuelven a desaparecer cuando en el cruce que dirige nuestra pista hacia Walvis Bay en la costa nosotros viramos en sentido contrario al interior para alcanzar Windhoek. Durante las 3 horas que duraron los 200 Km. restantes hasta la capital, tan sólo nos cruzamos con un coche y algunas vacas pastando.

La ruta que seguimos es la pista de grava C-26 que cruza los pasos de montaña de Gaub Pass, Gamsberg Pass y Kupferberg Pass. El Paso de Gamberg es conocido también como la Ruta del Jardín de Namibia, aunque la vegetación tampoco es que sea muy abundante pero ya empieza a prodigarse más que en las áridas sábanas arenosas que hemos recorrido hasta ahora. Nos rodea un paisaje montañoso que está presidido por su monte más alto, el Gamsberg de 2.347 metros. Una zona que sobrevivió a una fuerte erosión hace millones de años gracias a una capa de piedras arenosas que la recubrieron cuando toda la zona estuvo cubierta por el mar hace 200 millones años. A medida que nos acercamos a Windhoek aparecen carteles de granjas que organizan caminatas y paseos a caballo por este entorno.

Llegamos a Windhoek, capital de Namibia, cuando el sol se había puesto media hora antes. Serían las siete y media de la tarde y apenas había gente por las calles. Todo cierra a las cinco de la tarde y la gente se repliega. En cuestión de 30 minutos, las calles aparecen vacías, como si se hubiese producido una evacuación.

Llevábamos varios días sin cobertura y justo cuando paramos en una gasolinera y encendemos el móvil nos entra una llamada del programa de radio de viajes de un gran viajero, Santos Valenciano (en la cadena COPE los miércoles de 19 a 20 horas) para hacernos una entrevista en directo. Tras terminar la entrevista nos cita para una nueva conexión el próximo miércoles de programa. Nos vamos a buscar alojamiento y nos recomiendan no salir por la ciudad después de la diez de la noche.

Por la mañana, lo primero que hicimos fue dirigirnos a la Embajada de Angola para comenzar a tramitar el visado. Nos piden una “carta de invitación” que gracias a la Agencia Kobo con las diligentes y atentas Mary-Ann Du Plessis y Birgit Monsem tenemos preparada, rellenar un impreso, dos fotos y pagar ¡¡¡ 70 euros!! por el visado. El más caro que hemos pagado nunca y… eso que llevamos unos “pocos” países recorridos. Un visado que nos permite una estancia máxima de 30 días. Otros overlanders que han llegado por el norte de Angola han tramitado el visado en el Congo pero sólo les conceden un visado de tránsito de 5 días por 50 us$ (35 euros).

La ciudad, con apenas 250.000 habitantes, muestra un aspecto impecable pero todas las casas, hoteles y negocios tienen dispositivos de seguridad que incluyen vallas electrificadas. Y no hay acera en la ciudad que no cuente con un guarda que te cuide el coche por 2 ó 5 $N (de 20 a 50 céntimos de euro). Gracias a estos guardas el número de robos ha descendido considerablemente pues se habían disparado de forma alarmante. Habíamos oído hablar de la inseguridad que existe en las ciudades sudafricanas y que en Namibia se respiraba un ambiente mucho más relajado en este aspecto pero a juzgar por la obsesión por la seguridad que hemos presenciado y las historias de robos que nos han contado no hemos bajado la guardia.

Windhoek, ordenada e impecable, alterna sus construcciones modernas con edificios coloniales de origen alemán y hace muy amenos los paseos por el centro o zonas residenciales, donde grandes mansiones o coquetas villas emergen entre la vegetación de sus jardines.

Aprovechamos esta isla de modernidad y civilización para reponer provisiones y aprovechar las magníficas conexiones de internet para poner al día todos los asuntos pendientes, actualizando así la página web con la etapa recién concluida. Tampoco nos libramos de hacer la inevitable gran colada y quitar al todo terreno varios “kilos” de polvo. Varias tormentas nos despiden el último día de estancia en Windhoek, todo anuncia que la época de las lluvias está a punto de llegar. Teníamos la secreta esperanza que se pudiese retrasar para hacernos la vida más fácil pero parece ser que nos pillarán de lleno en Angola y Botswana, algo nada halagüeño. Alejando de nosotros esos malos augurios nos preparamos para la siguiente etapa: alcanzar la Costa de los Esqueletos.

Resto de crónicas de la ruta

Acerca de los expedicionarios

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Te presentamos a tus compañeros de viaje

Vicente Plédel y Marián Ocaña son dos aventureros ceutíes con una prestigiosa trayectoria de rutas de exploración a través del mundo y entre los dos cubren todos los aspectos que requiere una expedición.