Lima también significó la superación de un encuentro fallido anterior, de una espina clavada ... que ahora nos quitábamos. Nuestra amiga Berta, tras más de tres años sin vernos, intentó visitarnos en Santiago pero por los avatares de la aventura no pudimos llegar a tiempo a la cita y falló el encuentro por 48 horas. Vuelve a intentar reunirse con nosotros en Lima ... ¡y conseguimos llegar a tiempo! Finalmente nos reunimos con la alegría que eso supone tras tantos años sin vernos en persona. Y no viene sola, trae de su mano un nuevo compañero de viaje que aliviará nuestra vida laboral. Con la muerte del herido ordenador Olivetti (gloriosa lucha de supervivencia desde la India, CRÓNICA 35) nos volvimos a quedar con un solo ordenador, el que nos envió Vicente Bellés a Santiago y que fue nuestro salvavidas informático. Ante ese nuevo obstáculo de volver a tener un solo portátil, Matilde Torres -directora de Catai Tours- habló con su proveedor informático -Label Computers- para intentar solucionar ese nuevo inconveniente. Para alegría de todos ... Label Computers se une a la Ruta de los Imperios enviándonos un nuevo portátil: un Fujitsu Amilo 6.100. Con ese nuevo miembro de la expedición volvemos a estar de nuevo operativos al cien por cien, cada uno trabajará con su propio ordenador y se acabarán los tediosos turnos y pérdidas de tiempo por no poder trabajar a la vez. Berta nos trae ese nuevo compañero de viaje y nos lo entrega en mano (en la foto) ... llevándose a su vez más de veinte kilos de material y decenas de carretes de diapositivas.
Nos despedimos de ella con la alegría de haberla visto y con la pena de un encuentro tan breve. Nosotros también tenemos que comenzar a planear la siguiente etapa: el norte de Perú con su contraste de cumbres nevadas y desierto, de ciudades coloniales y riqueza cultural pre-incaica. Lima la visitamos rápidamente porque no nos gusta su tenso ambiente pero nos va a dar mucha pena decir adiós a todas las maravillosas personas de la parroquia de Santa Anita. Pero así es la vida nómada, no hay raíces pero ...  ¿acaso no es gracias a esta itinerante vida que conocemos a todas esas extraordinarias personas? ¿Cómo podríamos haberles conocido sino? La recompensa de este tipo de vida es ver lo que vemos, vivir lo que vivimos y conocer a infinidad de personas. ¿El precio? Tener que dejarles cuando partimos de nuevo. ¿Qué nos anima en esos tristes momentos? Saber que seguiremos en contacto gracias a internet y que más allá nos esperan más lugares y más gentes. Con esos pensamientos nos ponemos de nuevo en ruta hacia el norte. ¿Qué sorpresas nos aguardarán?.