Tras superar los obstáculos fluviales, alcanzamos Halong al anochecer. Acampamos a las afueras de la ciudad, uno de los islotes está unido al continente por un istmo artificial de tierra y no lo dudamos dos veces, esa estrecha pista que corta el agua en dos nos permite elevar nuestra tienda en una colina de ensueño. Desde nuestra atalaya, sitiada por el mar del Sur de China, gozamos de vistas directas hacia la poderosa mandíbula calcárea que emerge de las profundidades. Menuda vista tendremos cuando amanezca, pensamos al cerrar las cremalleras y perder de vista las luciérnagas del mar, los pesqueros nocturnos. Nuestro gozo en un pozo. Tormentas y niebla nos envuelven durante días, los colmillos del mar no son más que espectros a la deriva en la niebla, aparecen y desaparecen, apenas se pueden intuir sus descomunales contornos. Imposible navegar, los islotes de la bahía de Halong, uno de los lugares más bellos de Vietnam, serán para nosotros unos fantasmas en la niebla vistos desde la costa. Tras varios días de espera, nos tenemos que ir, el visado llega a su fin.