Sahara ... un nombre evocador que erróneamente se asocia a
la soledad y al vacío. No es así, el desierto tiene su propia vida ... pero mucho más
oculta que los demás ecosistemas y tan sólo es evidente cuando llegamos a los oasis.
Estamos en las lindes de ese gigantesco océano de arena, en los oasis de montaña de
Tamerza, Midés y Chebika. Todos ellos con su propio pueblo fantasma encaramado a las
rocas y ... abandonado por un emplazamiento más accesible cuando su carácter defensivo
dejó de tener sentido.
Este
Sahara es escenario de muchas producciones cinematográficas y la última vez que
estuvimos aquí -en el otoño del 96-, fue imposible penetrar en el oasis de Midés ya que
estaban grabando una película italiana. También algunas de las escenas de "El
Paciente Inglés" fueron rodadas por esta zona, tal y como nos recordó un joven que
regentaba un pequeño puesto de enormes rosas del desierto junto al cañón por donde
discurren las aguas del oasis.
Estos oasis fueron antiguas
poblaciones romanas de la retaguardia y siguen todavía habitadas por personas que viven
de las palmeras datileras. Aquí el calor es más acuciante, rondando los 40º (¡es el
verano sahariano!), afortunadamente podemos mitigarlo a la sombra de las palmeras y con el
frescor del agua de manantial que brota de la roca. En cualquier punto del Sahara la
palmera es la vida: "Honradla como a vuestra propia madre -se lee en el Corán-
porque está hecha con el mismo barro que Adán". Con sus troncos se construyen y se
arreglan viviendas, desde muebles hasta tazas, alfombras, escobas e incluso jabón. Con
sus fibras se tejen prendas de vestir, se fabrican cuerdas, sedales, redes y embarcaciones
ligeras. Con los huesos y los frutos se preparan combustibles y alimentos para el ganado.
Pero los dátiles más dulces son destinados al consumo humano y en España podemos
disfrutar de algunas de sus variedades, importadas directamente de esta zona del país
tunecino.
Los cauces de sus wadis (ríos) ahora permanecen secos y tranquilos pero en épocas de
lluvias pueden arrastrar torrentes de una fuerza devastadora que sus gentes conocen
perfectamente adoptando las medidas adecuadas para evitar desgracias, o al menos el menor
número posible de ellas.
En Chebika seguimos la senda que
recorre el agua y las pequeñas cascadas que van surgiendo son utilizadas por los
lugareños a modo de ducha que les permite pasar un rato fresco y divertido con los
amigos. En una de ellas algunos se habían untado con barro a modo de mascarilla facial y
capilar asegurándonos que tenían propiedades depurativas. Sea cierto o no, ellos estaban
en la gloria y a Vicente y a mi se nos iban los ojos detrás de las cascadas donde no nos
hubiera importado refrescarnos bajo su potente chorro.
Tras 70 km. conseguimos alcanzar Tozeur, serían las tres de la tarde y el calor era
imposible de soportar. Nos metimos en un restaurante local donde nos comimos un plato de
shawarma (carne de cordero asada girando verticalmente y cortada en pequeñas y finas
lonchas) con ensalada, patatas fritas y una salsa no demasiado picante. Ésto, el
ventilador que giraba sin cesar en el techo y el litro y medio de agua fría que tragamos
sin pestañear nos proporcionó la energía suficiente para proseguir.
El casco antiguo de arquerías y ladrillos de adobe, sus mujeres vestidas de negro
absoluto - tan sólo roto por una banda blanca - y el extenso palmeral de su oasis son el
condimento ideal para fundirse con el ambiente.
EL IMPERIO DEL DESIERTO
En otros tiempos esta zona
esteparia y predesértica, salpicada de pequeños emplazamientos romanos, era una
ilimitada llanura verde cultivada de trigo y olivos. Hoy la aridez, los vientos
abrasadores, el eterno avanzar de las dunas de arena, conquistan, sólo en África una
hectárea de vegetación por día, arrasada por los vientos cálidos que soplan desde el
sur. Entre 1959 y 1961 los jammés (campesinos de palmito) plantaron en la provincia del
Sahara 7 millones de palmeras para levantar una inmensa barrera vegetal, húmeda y viva,
que atrajese las lluvias. Sólo en Nefta se cuentan más de 400.000 palmeras datileras y
en Tozeur más de 200.000. Resulta evocador pasear por estos palmerales, donde las
higueras y granados compiten en desventaja con sus altivas vecinas que son las dueñas del
lugar. Pocos kilómetros más allá, el viento del desierto sopla y comienza la
interminable extensión de sal del Chott el Jerid.
Comenzamos a cruzarlo por la estrecha carretera de 80 kilómetros que, para evitar
inundarse cuando llueve, se eleva dos metros por encima de este inmenso desierto de sal.
La extensión a un lado y otro es infinita, y en las horas más castigadoras del sol vemos
espejismos de extensiones de agua y palmerales en el horizonte. Nos vamos encontrando
estanques - ¡reales!- y pequeñas lagunas de agua transparente ... roja, verde o turquesa
... según la composición química de la sal sobre la que se halle. Es un mundo inerte de
salmuera y durante todo el rato que estuvimos andando por encima de ella o en los altos
que hicimos para admirar sus coloridas piscinas no paró de soplar el siroco, arrastrando
diminutas partículas de sal en suspensión que se adherían a nuestros cuerpos. El viento
no solo no dejó de soplar sino que intensificó su fuerza y era increíble observar la
arena cruzando constantemente la carretera de un lado a otro. Con este fenómeno es
necesario extremar las precauciones porque se pueden formar lenguas de arena, que como
auténticas dunas, cortan repentinamente el camino.
Las acampadas libres eran ya nuestro modo de vida en cuanto iniciamos el recorrido por el
Imperio del Desierto. En los pequeños pueblos nos aprovisionábamos de comida, en pozos o
en fuentes íbamos reponiendo el agua consumida y por las noches aprovechábamos las
temperaturas más benignas para cenar y escribir el diario de viaje ... tras una
reparadora ducha que parte de un bidón de agua instalado a tal efecto en la baca del todo
terreno. Por lo menos, tras pasar todo el día sudando tenemos el placer de irnos a dormir
limpios.
Durante el día, el sol empuja al termómetro hasta los 48º a la sombra y lo peor ... es
que no hay sombra. Cerca de Douz, en las lindes de la vasta superficie sahariana quedaron
las palmeras y los camellos reposando lánguidamente y nos adentramos entre las dunas.
El desierto, que siempre nos fascina (pero al que siempre acudimos -¡y con razón!- en
otoño, primavera o invierno) nos ofrece su cara más cruel y devastadora en el verano
-¡como es de ley!-... y con un constante viento abrasador que no nos da tregua ni un
sólo instante. Afortunadamente, y por una vez, las arenas no nos atraparon en ningún
momento ... lo que nos evitó tener que trabajar con las palas y las planchas de arena
bajo el implacable sol.
EL LEGADO BEREBER
Dejamos atrás el Imperio del Desierto y desde el borde del círculo de
montañas desnudas del Dahar, el suelo de la población de Matmata aparece sembrado de una
serie de cráteres circulares dándole un aspecto lunar. Se trata de las villas bereberes,
viviendas trogloditas excavadas en la tierra para luchar contra el calor. A 6 metros de
profundidad, las habitaciones abovedadas giran alrededor de un patio abierto que alberga
su vital pozo. En una de estas viviendas ... se rodó la escena de la discoteca de la
película "La Guerra de las Galaxias".
A través de polvorientas pistas,
y con paradas constantes para echar mano de nuestra provisión de agua, seguimos
adentrándonos más al sur, donde encontraremos otra de las construcciones más
significativas de la cultura bereber: las ghorfas. Los bereberes sedentarios para
defenderse de las incursiones de los árabes se refugiaron en el jebel Dahar, la larga
cadena montañosa que divide en dos el sur del país y allí erigieron sus villas
fortificadas, los ksours, en posiciones inconquistables. Se trata de graneros fortificados
formados por las ghorfas, células de estructuras abovedada que se superponen con una
altura de tres o más pisos con el propósito de almacenar en seguridad el grano y el
aceite.
Nuestro todo terreno se zarandea como un velero en una tormenta mientras trepa por el
pedregoso camino de un jebel. Por fin, en la cima de la colina, entramos en el ksar de
Jouma, uno de los ejemplos más representativos de ghorfas. Fuera de las rutas habituales,
se encuentra abandonado pero en buen estado y es perfectamente visible la disposición de
su estructura, tanto exterior como interior. Y en Ksar Hadada una de ellas se ha
transformado en un hotel, sencillo y austero, pero que no deja de ser una magnífica idea
que rinde culto al pasado.
Nuestra etapa por Túnez está llegando a su fin, tan sólo nos queda realizar los
últimos kilómetros que desde Ksar Hadada nos conduzcan a la Isla de Jerba. La isla de
los comedores de loto que entretuvieron a Ulises cuando volvía de la guerra de Troya.
Accedemos a la isla por la
calzada que los romanos construyeron para unir por tierra la isla al continente. Dentro
del cinturón dorado que forman sus playas, esta isla se halla sembrada de más de 300
pequeñas mezquitas de un blanco radiante sumergido en el esmeralda de los palmerales. Un
pequeño paraíso donde los menzels, casas bereberes encaladas y con aspecto de pequeñas
fortalezas, rinden un silencioso homenaje a unos tiempos lejanos ... cuando se instalaron
en esta isla.
Todo a lo largo de su costa se
hallan hoteles de todas las categorías o incluso complejos que constituyen en sí mismos
auténticos pueblos autónomos como el de Dar Jerba, con sus 70 hectáreas de extensión.
Al norte de la isla se encuentra su capital Houmt Souk. En ella existen unos antiguos
caravanserais, lugares de descanso para las antiguas caravanas, un auténtico Edén en sus
largas y duras travesías. Con un patio central con vegetación y pozo disponía de
habitaciones abovedadas en dos pisos, arriba descansaban los camelleros y abajo sus
monturas. En la actualidad, algunos de esos inmemoriales caravanserais están
acondicionados como austeros albergues... pero preservan su encanto con un hermoso patio
interior ajardinado rodeado de arquerías. Una genuina reliquia que a los amantes de las
antiguas tradiciones nos permite vivir una experiencia muy especial. Desde este peculiar
emplazamiento enviamos esta crónica y rememorando un viejo episodio de las leyendas
caravaneras preparamos nuestra próxima etapa: Libia.
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"Ruta
por Túnez del norte"
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